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Momentos bajos
El amor y la sexualidad son tierras ardientes donde florece la sensibilidad. Y yo, que soy sensible e impresionable, tengo miedo de no conseguir ser yo misma.
Pierre es un hombre seductor. Tiene el aspecto de un hombre de negocios dinámico y elegante. Es alto y delgado, aunque, en mi opinión, no lo bastante deportista. Su afición a las cosas refinadas lo vuelve sensible a los objetos bellos, los coches bonitos, los buenos vinos, la buena mesa… y las mujeres hermosas. Eso aviva mis celos viscerales, de los que sólo consigo escapar durante nuestras sesiones rituales.
Pero no todos los tipos de mujer me inspiran celos. Las que se echan en brazos de mi Amo jugando a ser avezadas ninfómanas me exasperan hasta extremos indescriptibles. Nunca he podido soportar a las mujeres que dicen saberlo todo de la vida.
La condición de esclava que me vincula de modo tan íntimo a Pierre no me permite exteriorizar ni celos ni agresividad alguna hacia una mujer a quien Pierre pudiera utilizar en ciertos momentos, pues las mujeres que desea sólo están ahí para satisfacer sus fantasías y, como tales, hace uso de ellas. Esas mujeres no pueden imaginar siquiera que su papel estriba en permitirnos controlar esos sentimientos tan ricos y matizados que nos unen a Pierre y a mí.
Sé que Pierre siente debilidad por las mujeres bonitas y que, para él, lo más importante es satisfacer su pasión por ellas. El pretexto de mi sumisión parece otorgarle cualquier derecho, incluso el de herir mi orgullo de mujer enamorada.
Con todo, me niego a que susciten en mí esos estados de ánimo fuera de nuestras veladas, donde las relaciones entre amos y sometidos anulan todo sentimiento de posesión.
Siempre que una mujer llama la atención de Pierre por encima de las otras, dudo, de manera inevitable, del amor que siente por mí. Cuando afirma que encuentra deseable y hermosa a una mujer, me siento humillada en lo más hondo. Y no puedo por menos de sufrir cuando la desnuda y examina su cuerpo, cuando todo su ser está absorto en ese único cuerpo y, olvidándose de mí, da la impresión de haberse enamorado de la primera desconocida que se le ha puesto delante. Presa de los celos, se me retuercen las entrañas y noto cómo una quemazón, semejante a una ponzoña que diluyera su mortal veneno, se extiende por ellas.
Puesto que soy su esclava, Pierre también puede prestarme a otros. Yo sólo accedo a ello porque lo amo. Y extraigo placer del que él toma de mí y que a veces me roba. Si le doy mi amor y me consagro a él es porque creo que sólo en la abnegación puede darse un amor de veras grande.
En ocasiones tengo la impresión de que le resulta más fácil prestarme a mí que prestar ciertos objetos que significan mucho para él. Sin ir más lejos, cierta vez cometí la torpeza de dejar un libro suyo a un amigo sin pedirle permiso. Cuando se lo dije, me insultó con todo el desprecio que suscita un esclavo que defrauda o irrita. Yo me quedé muy turbada y, cuando me vio llorar, Pierre se ablandó, como le ocurre a menudo después de un vano arrebato. Deseoso de que lo perdonara, me tomó en sus brazos e, instantes después, yo ya lo había olvidado todo.
Los seres tienen dos caras. ¿Cómo iba yo a prescindir en lo sucesivo de un hombre tan exquisito? El temperamento fogoso que poseen ciertos individuos resulta atractivo, porque pone de manifiesto una carencia nuestra. De ese modo, en mi opinión, dos personas logran complementarse de manera absoluta.
Amo a este hombre que me hace sufrir sin ser siquiera consciente de ello. Mi naturaleza masoquista no basta para explicar esta pasión. Él es distinto a mí, y encarna esa parte de mi persona que me habría gustado ser. Lo amo por la fuerza que me insufla esa fuerza que convierte a una estudiantilla acomplejada en la heroína de una serie de noches mágicas que la mayoría de las mujeres no vivirán jamás.
Él me eleva, me proyecta. Al revelarme los abismos de mi alma magnificados, al sublimarme como esclava y hacerme aceptar mi rango de objeto, me engrandece. Ha logrado crear entre nosotros un vínculo indestructible que nada podrá desatar, y mucho menos la ruptura, pues si algún día nos separásemos, si el desamor llegara a alejarnos y nuestras fantasías se apagaran, entonces él se volvería inmortal a mis ojos.