Entre los árboles

LA EXPRESIÓN DE LA CARA REDONDA Y SIN AFEITAR DE LOU era como la de un niño que acaba de ver un coche pasar por encima de su juguete favorito. Se le llenaron los ojos de lágrimas, la cosa más brillante en aquella oscuridad. Vic sufría al verle así, al ver su sorpresa y su desilusión, pero el ruido de la esposa cerrándose —aquel clic fuerte e inconfundible que resonó en el aire gélido— correspondía a una decisión irrevocable, a una elección en la que no había marcha atrás.

—Lou —susurró acariciándole la cara—. Lou, no llores. No pasa nada.

—No quiero que vayas sola —dijo—. Quería ayudarte. Yo quería estar contigo.

—Y lo estás y lo vas a seguir estando. Siempre te llevo conmigo, eres parte de mi paisaje interior —le besó en la boca y notó el sabor a lágrimas, aunque sin estar segura de a cuál de los dos pertenecían. Después se apartó y dijo—: Sea como sea, esta noche Wayne va a salir de aquí y si yo no estoy con él entonces te necesitará a ti.

Lou parpadeó deprisa, llorando sin avergonzarse. No intentó soltarse. El abeto tenía un tronco de unos veinte centímetros de espesor y no quedaba apenas espacio para mover las esposas. Miró a Vic dolorido y perplejo. Abrió la boca, pero no parecía encontrar palabras.

El Espectro aparcó a la derecha de la casa en ruinas, junto a la única pared que seguía en pie. El motor estaba en marcha. Vic miró hacia allí. Podía oír a Burl Ives cantar.

—No lo entiendo —dijo Lou.

Vic alargó una mano para tocar la pulsera del papel que llevaba en la muñeca, la que le habían puesto en el hospital, la que había visto cuando estaban en casa de su padre.

—¿Qué es esto, Lou?

—¿Esto? —repitió Lou y a continuación emitió un sonido a medio camino entre la carcajada y el sollozo—. Pues que me desmayé otra vez. No es nada.

—No te creo —dijo Vic—. Acabo de perder a mi padre y no puedo perderte a ti también. Si crees que voy a poner en peligro tu vida más de lo que la he puesto ya, entonces es que estás más loco que yo. Wayne necesita a su padre.

—Y también a su madre. Lo mismo que yo.

Vic sonrió con la sonrisa de la Vic de siempre, un poco descarada, un poco peligrosa.

—Nada de promesas —dijo—. Eres el mejor, Lou Carmody. No es que seas buena persona, es que eres un héroe de los de verdad. Y no lo digo porque me recogieras con tu moto y me sacaras de este sitio. Esa fue la parte fácil. Lo digo porque siempre has estado ahí para Wayne. Porque le hacías los bocadillos para el colegio, le llevabas al dentista y le leías un cuento por las noches. Te quiero, amigo mío.

Vic miró de nuevo hacia el camino. Manx se había bajado del coche. Luego cruzó delante de los faros y pudo verle bien por primera vez en cuatro días. Llevaba su abrigo de siempre, con la hilera doble de botones y los faldones. El pelo era negro y brillante, retirado de la frente prominente. Parecía un hombre de treinta años. En una mano sostenía su enorme martillo plateado, en la otra escondía algo pequeño. Salió de la luz de los faros y desapareció brevemente entre las sombras de los árboles.

—Tengo que irme —dijo Vic. Se inclinó y besó a Lou en la mejilla.

Este quiso tocarla, pero Vic se escapó y echó a andar hacia la moto. La inspeccionó de arriba abajo. En el depósito de gasolina con forma de lágrima había una abolladura importante y uno de los tubos de escape se había soltado y tenía pinta de ir a caerse de un momento a otro. Pero arrancaría. Vic sentía que la estaba esperando.

Manx salió de entre los árboles y se colocó en medio de los faros traseros del Espectro. Parecía mirar directamente hacia Vic, aunque no era posible que la viera, en la oscuridad y con la nieve.

—¿Hola? —llamó—. ¿Estás con nosotros, Victoria? ¿Has venido con tu bólido infernal?

—¡Suéltale, Charlie! —gritó Vic—. ¡Si quieres salir vivo de esta, suéltale!

Aunque les separaban más de cincuenta metros, se dio cuenta de que Manx sonreía.

—Me parece que ya sabes que no es tan fácil matarme. Pero ¡vente con nosotros, Victoria! ¡Sígueme hasta Christmasland! ¡Vámonos a Christmasland a terminar todo esto! Tu hijo se alegrará de verte.

Sin esperar respuesta, Manx se subió al Espectro. La luz de los faros creció en intensidad, luego disminuyó y el coche se puso de nuevo en marcha.

—Por Dios, Vic —dijo Lou—. Joder, esto es una equivocación. Te está esperando. Tiene que haber otra manera de hacerlo. No vayas. No le sigas. Quédate aquí y encontraremos una solución.

—Ha llegado el momento, Lou —dijo Vic—. Estate atento a Wayne. Enseguida lo tendrás aquí.

Se subió a la moto y giró la llave de contacto. El faro parpadeó un instante, débilmente y luego se encendió del todo. Vic, tiritando en sus vaqueros cortos y deportivas, puso el pie en el pedal de arranque y se dejó caer con todo su peso. La moto expectoró y masculló. Saltó de nuevo y entonces dejó salir un sonido lánguido y flatulento: brap.

—Vamos, bonita —dijo con voz queda—. Arranca. Es la última vez. Tenemos que ir a buscar a mi hijo.

Vic se incorporó por completo. La nieve se posaba en el fino vello de sus brazos. Se dejó caer de nuevo sobre el pedal. La Triumph arrancó con una explosión.

—¡Vic! —gritó Lou pero esta no podía mirarle. Si le miraba y le veía llorar, querría abrazarlo y perdería la sangre fría. Metió la marcha—. ¡Vic! —volvió a gritar.

Vic dejó metida la primera para subir la pendiente corta e inclinada del terraplén. La rueda trasera derrapaba en la hierba resbaladiza por la nieve y tuvo que apoyar un pie en el suelo y empujar para terminar de subir.

Había perdido de vista al Espectro. Este había rodeado los restos calcinados del viejo refugio de caza y desaparecido por una abertura entre los árboles situados más lejos. Vic metió segunda, luego tercera y aceleró para alcanzarles. Las ruedas levantaban piedras del suelo y la moto se descontrolaba y cabeceaba en la nieve, que para entonces había formado una delgada capa sobre la grava.

Rodeó las ruinas, se internó en la maleza y salió a una especie de camino de tierra entre abetos, apenas lo bastante ancho para que pasara un coche. En realidad no eran más que dos surcos estrechos con helechos entremedias.

Las ramas de los pinos se cerraban sobre su cabeza formando un pasillo oscuro y angosto. El Espectro había reducido la marcha para permitir que Vic le alcanzara, e iba solo unos quince metros por delante. NOS4A2 seguía su camino y Vic lo seguía a él. El aire gélido traspasaba su delgada camiseta y llenaba sus pulmones de aliento áspero y helado.

Poco a poco, a ambos lados del camino los árboles empezaron a escasear hasta desembocar en un claro salpicado de rocas. Delante había un muro de piedra con un túnel de ladrillo excavado tan estrecho que apenas había espacio para el Espectro. Vic pensó en su puente. Este es el suyo, se dijo. Clavada en la piedra había una señal blanca metálica, junto a la entrada al túnel. ¡EL PARQUE ABRE TODOS LOS DÍAS DEL AÑO! CHICOS, PREPARAOS PARA CANTAR ¡ALIRÓN, ALIRÓN, NIEVE Y DIVERSIÓN!

El Espectro se adentró en el túnel y la voz de Burl Ives le llegó a Vic por la abertura de ladrillo de aquel pasadizo que Vic dudaba hubiera existido diez minutos antes.

Entró detrás de él. El tubo de escape derecho de la Triumph se arrastraba por el empedrado y levantaba chispas. El rugido del motor retumbaba en las paredes de piedra.

El Espectro salió del túnel y Vic lo hizo inmediatamente después. Salió de la oscuridad rugiente y cruzó las puertas hechas de bastones de caramelo. Pasó junto a los soldados Cascanueces de tres metros de altura que montaban guardia y entró por fin en Christmasland.