La biblioteca

LA OFICINA DE MAGGIE LEIGH DETRÁS DEL ACUARIO SEGUÍA ALLÍ… en cierto modo. El acuario estaba vacío, con fichas de Scrabble mugrientas apiladas en el fondo, y sus paredes de cristal sucio dejaban ver lo que en otro tiempo había sido una biblioteca infantil. La mesa de metal de Maggie también seguía, aunque llena de cortes y arañazos y alguien había dibujado una vagina roja con pintura de espray en uno de los laterales. Una vela apagada se inclinaba sobre un charco de cera violeta. El pisapapeles de Maggie —la pistola de Chéjov y sí, ahora Vic entendía el guiño— señalaba la página del libro que estaba leyendo, Ficciones, de Borges. Había un sofá con tapicería de tweed que Vic no recordaba. Parecía comprado en un mercadillo y tenía algunos rotos tapados con cinta adhesiva y otros sin tapar, pero al menos no estaba húmedo, no apestaba a moho.

—¿Qué le pasó a tu koi? —preguntó Vic.

—No estoy segura. Creo que alguien se lo c-c-comió —dijo Maggie—. Espero que l-l-le alimentara. Nadie d-d-debería pasar hambre.

Por el suelo había jeringas y pequeños tubos de goma. Vic tuvo cuidado de no pisar ninguna aguja de camino hacia el sofá, para sentarse.

—No son m-m-mías —dijo Maggie señalando las jeringuillas con la cabeza. Después fue a por una escoba apoyada en una esquina donde antes había habido un perchero. La escoba estaba doblada a modo de percha y de ella colgaba el sombrero flexible y mugriento de Maggie—. No me he metido nada d-d-desde el año pasado. Es demasiado caro. Tal y como está la economía, no sé cómo la gente tiene dinero para colocarse.

Se caló el sombrero sobre los cabellos color sorbete con la dignidad y el cuidado de un dandi borracho que acaba de tomarse unas copas de absenta y se dispone a salir a la lluviosa noche parisina. Después cogió la escoba y se puso a barrer. Las jeringuillas tintinearon sobre el suelo de cemento como si fueran cristal.

—Te puedo vendar la pierna y darte un poco de oxi —le dijo a Vic—. Es mucho más barata que la heroína.

Se inclinó sobre la mesa, cogió una llave y abrió el último cajón. Metió la mano y sacó un frasco de pastillas naranja, un cartón de tabaco y una bolsa raída de fichas de Scrabble.

—Más barata todavía que la oxicodona es la abstinencia —dijo Vic.

Maggie se encogió de hombros.

—Solo la tomo cuando la necesito —se colocó un cigarrillo en una de las comisuras de la boca y encendió una cerilla con la uña del dedo pulgar: qué mañosa.

—¿Cómo que cuando la necesitas?

—Es un analgésico. Lo tomo contra el dolor —Maggie echó el humo y dejó la cerilla—. Nada más. ¿Qué te ha pasado a ti, V-V-Vic?

Esta se recostó en el sofá y apoyó la cabeza en el reposabrazos. No podía doblar la rodilla del todo ni tampoco estirarla, apenas soportaba moverla. Ni mirarla tampoco. Tenía dos veces el tamaño de la otra rodilla y era un mapa de hematomas morados y marrones.

Empezó a hablar, a relatar lo ocurrido en los dos últimos días lo mejor que podía, intentando ordenar los acontecimientos y dar explicaciones que se le antojaban más confusas que lo que se suponía tenían que explicar. Maggie no la interrumpió ni pidió que le aclarara nada. Se oyó el agua de un grifo correr un minuto y luego pasó. Vic dejó escapar un suspiro ronco y lleno de dolor cuando Maggie le colocó un trapo húmedo y frío sobre la rodilla izquierda y lo presionó con suavidad. Después abrió el frasco de pastillas y lo agitó hasta que salió una píldora pequeña y blanca. De su cigarrillo brotaba humo azul y fragante que la envolvía como una bufanda fantasmagórica.

—No puedo tomar eso —dijo Vic.

—P-p-pues claro que sí. No tienes que t-t-tragártelas a palo seco, tengo limonada. Está un poco caliente, pero sabe fenomenal.

—No, lo que quiero decir es que si me lo tomo me voy a quedar dormida. Y ya he dormido demasiado.

—¿En un s-s-suelo de cemento? ¿Después de que t-t-te gasearan? Eso no es d-d-dormir —Maggie le dio la pastilla de oxicodona—. Eso es estar inconsciente.

—Igual después de que hablemos.

—Si intento ayudarte a descubrir lo que quieres saber, ¿me p-p-prometes no irte hasta que hayas descansado?

Vic le cogió la mano y se la apretó.

—Te lo prometo.

Maggie sonrió y le dio una palmadita en los nudillos, pero Vic no le soltó la mano.

—Gracias, Maggie. Por todo. Por intentar avisarme. Por ayudarme. Daría cualquier cosa por cambiar la forma en que me porté contigo cuando te vi en Haverhill. Me dabas miedo. Pero eso no es excusa. La verdad es que no tengo excusa. Ojalá pudiera hacerte entender cuánto lo siento. Ojalá pudiera darte algo que no fueran palabras.

El rostro de Maggie se iluminó como el de un niño viendo volar una cometa en el cielo azul.

—Caramba, V-V-Vic, ¡me vas a hacer llorar! ¿Qué hay en el mundo mejor que las palabras? Además, ya estás haciendo algo —dijo Maggie—. Estás aquí. ¡Es agradable tener a alguien con quien hablar! ¡Aunque hablar c-c-conmigo no es m-m-muy divertido que digamos!

—Vale ya con eso. Tu tartamudeo no me molesta ni la mitad que a ti —dijo Vic—. Cuando te conocí me dijiste que tus fichas de Scrabble y mi bici eran cuchillos para cortar las costuras entre realidad y pensamiento. Tenías razón, pero no es lo único que pueden cortar. Han terminado por cortarnos también a las dos. Mi puente (El Atajo) me dejó perjudicada. Aquí —se tocó la sien derecha—. Lo crucé demasiadas veces, me temo, y terminó por descolocarme la cabeza. Desde entonces nunca he estado bien. Quemé mi casa. Quemé mi vida también. Salí huyendo de los dos chicos que quiero porque tenía miedo de hacerles daño o de no merecerlos. Eso lo que mi cuchillo me ha hecho a mí. Y a ti te pasa eso cada vez que hablas…

—Como si m-m-me hubiera cortado yo sola la lengua con mi cuchillo.

—Parece que al único al que su cuchillo psíquico no le ha cortado es a Manx.

—¡De eso nada, V-V-Vic! ¡M-M-Manx es quien más perjudicado está! ¡Se ha quedado completamente seco! —Maggie bajó los ojos y dio una calada profunda y pausada a su cigarrillo. La brasa de este brillaba en la oscuridad. Se lo quitó de la boca, lo miró un momento pensativa y acto seguido se lo clavó en el muslo por uno de los agujeros del pantalón vaquero.

—¡Por Dios! —gritó Vic.

Se sentó tan rápido que la habitación se inclinó por completo hacia un lado y su estómago hacia el otro. Volvió a recostarse, completamente mareada.

—No había más remedio —dijo Maggie con los dientes apretados—. Necesito poder hablar contigo y no solo bañarte de saliva —soltaba el aire en exhalaciones breves y doloridas—. Además, es la única manera de conseguir que mis fichas de Scrabble me digan algo y a veces ni siquiera eso basta. Así que era necesario. ¿Qué estábamos diciendo?

—Ay, Maggie —dijo Vic.

—No le des importancia y vamos al grano. Si no, tendré que volver a hacerlo. Y cuántas más veces lo haga, menor efecto tendrá.

—Decías que Manx se ha quedado seco.

—Eso es. El Espectro le mantiene joven y fuerte. Lo conserva. Pero a cambio ha perdido la capacidad de sentir remordimiento o empatía. Eso es lo que le ha cortado su cuchillo: su humanidad.

—Sí. El problema es que se la va a cortar también a mi hijo. El coche cambia a los niños. Manx se los lleva en sus viajes a Christmasland y los convierte en putos vampiros o algo así. ¿No?

—Más o menos —dijo Maggie. Se balanceó atrás y adelante con los ojos cerrados por el dolor que sentía en la pierna—. Christmasland es un paisaje interior, ¿vale? Un producto de los pensamientos de Manx.

—Un sitio imaginario.

—Qué va, es real. Las ideas son tan reales como las piedras. Tu puente es real también. Claro que no es un puente cubierto. Las vigas, el techo, los tablones del suelo son el atrezo de algo más sencillo. Cuando saliste de la casa del Hombre Enmascarado y viniste aquí no cruzaste ningún puente. Cruzaste una idea que tenía aspecto de puente. Y cuando M-M-Manx llegue a Christmasland estará llegando a su idea de lo que es la felicidad… No sé… al taller de Papá Noel o algo así.

—Creo que es un parque de atracciones.

—Un parque de atracciones. Sí, eso debe de ser. Manx ya no sabe lo que es la felicidad, solo la diversión. Su idea de la felicidad es diversión sin fin, juventud sin fin envuelta de manera que su cerebro de mosquito pueda entenderla. Su coche es el instrumento que le abre el camino. El s-s-sufrimiento y la infelicidad son el combustible que el coche necesita para abrirle la puerta de ese sit-t-tio. Por eso también necesita llevarse niños. El coche necesita algo que él ya no puede darle. Les chupa la felicidad a los niños del mismo modo que un v-v-vampiro de una película de serie B chupa sangre.

—Y cuando acaba con ellos se han convertido en monstruos.

—Siguen siendo niños, creo. Niños que solo entienden de diversión. Se han transformado de manera que encarnan la idea que tiene Manx de la perfección infantil. Quiere niños que sean s-s-siempre inocentes. Aunque, como sabes, mucha gente tiene una idea equivocada de la inocencia. Un niño pequeño e inocente le arranca las alas a las moscas porque no sabe que está mal. Eso es inocencia. El coche coge lo que Manx necesita y transforma a sus pasajeros de manera que puedan vivir en su mundo ideado. Les afila los dientes y les quita la necesidad de calor. Un mundo hecho solo de ideas tiene que ser muy frío, estoy segura de ello. Y ahora, Vic, tómate la pastilla. Tienes que descansar y recuperar fuerzas antes de volver a salir a su encuentro.

Le alargó la mano con la pastilla en la palma.

—Supongo que me vendrá bien. No solo para la rodilla, también para la cabeza —le dijo Vic e hizo una mueca al notar un nuevo pinchazo detrás del ojo izquierdo—. Me pregunto por qué cada vez que uso el puente me duele siempre detrás del ojo izquierdo. Me pasa desde niña —rio temblorosa—. Una vez hasta lloré sangre.

Maggie dijo:

—Las ideas creativas se forman en el lado derecho del cerebro. Pero ¿sabías que el lado derecho ve desde el ojo izquierdo? Y debe de hacer falta mucha energía para sacar un pensamiento de la cabeza al mundo real. Toda esa energía se te acumula —señaló el ojo izquierdo de Vic— ahí.

Vic miró la pastilla con deseo, pero seguía dudando.

—Vas a contestar a mis preguntas, ¿verdad? Quiero decir con las fichas.

—Todavía no les has preguntado nada.

—Necesito saber cómo matarle. Ya murió en la cárcel, pero no estuvo muerto mucho tiempo.

—Me parece que ya conoces la respuesta a esa pregunta.

Vic cogió la oxicodona de la mano de Maggie y aceptó el tetrabrik de limonada que esta le ofrecía. El zumo estaba caliente, pegajoso, dulce y rico. Al primer sorbo se tragó la pastilla, que le dejó un regusto leve y amargo.

—El coche —dijo—. El Espectro.

—Sí. Cuando el coche deje de funcionar, él también. Probablemente alguien le sacó el motor en un momento determinado y por eso se murió Manx. Pero después volvieron a ponérselo y arreglaron el coche. Mientras el coche esté apto para circular, Manx también.

—Así que si destruyo el coche… le destruyo a él.

Maggie dio una larga calada al cigarrillo, cuya brasa era lo único que se veía en la oscuridad.

—Fijo.

—Vale —dijo Vic. Solo habían pasado un par de minutos, pero la pastilla empezaba a hacerle efecto. Si cerraba los ojos le parecía estar pedaleando sin hacer ruido en su vieja Raleigh, atravesando un bosque oscuro y umbrío…

—Vic —dijo Maggie con voz suave, y esta levantó la cabeza del reposabrazos y parpadeó, consciente de que se había quedado traspuesta un momento.

—Menuda pastilla —dijo.

—¿Qué quieres preguntarle a mis fichas? —insistió Maggie—. Será mejor que lo hagas ahora, que todavía puedes.

—Mi hijo. Voy a tener que ir a buscarle a Christmasland. Llegará esta noche, creo, o mañana a primera hora, y yo también. Pero para cuando yo llegue Wayne estará… cambiado. Lo noté en su voz cuando hablé con él. Está intentando resistir, pero el coche lo está convirtiendo en una de esas cosas, joder. ¿Podré curarle? Necesito saberlo. Si le rescato, ¿hay alguna manera de curarle?

—No lo sé. Ningún niño ha vuelto nunca de Christmasland.

—Pues pregúntalo. Tu bolsa de letras te lo podrá decir, ¿o no?

Maggie se dejó caer al suelo desde el borde del sofá y sacudió con cuidado la bolsa roída por las polillas. Las fichas entrechocaron e hicieron ruido.

—Veamos qué nos s-s-sale —dijo y metió una mano. Rebuscó y la sacó con un puñado de fichas que dejó caer en el suelo.

XOXOOXOXXO

Maggie las miró con expresión cansada y abatida.

—La mayor parte de los días es lo único que me sale. Besos y abrazos para la pobre chica solitaria y tartamuda.

Recogió las fichas con una mano y volvió a meterlas en la bolsa.

—Bueno, no pasa nada. Merecía la pena intentarlo. Tú no puedes saberlo todo. No puedes averiguarlo todo.

—No —dijo Maggie—. Cuando uno va a la b-b-biblioteca a buscar algo, debería poder encontrarlo.

Metió de nuevo la mano en la bolsa de terciopelo falso y la sacó con otro puñado de fichas, que tiró al suelo:

BUUUU

—No me hagáis burla —les dijo a las letras.

Recogió las fichas, las metió en la bolsa de Scrabble y la agitó una vez más. En esta ocasión el brazo le desapareció casi hasta el hombro y Vic oyó lo que parecían ser cientos de fichas entrechocando y arañándose unas a otras. Maggie sacó otro puñado y lo dejó caer.

QUE TE DEN

—¿Qué me den? ¿Encima con recochineo? ¡Que os d-d-den a vosotras!

Se quitó el cigarrillo de la boca, pero antes de que pudiera apagárselo en el brazo Vic se enderezó y le sujetó la muñeca.

—No —dijo. La habitación bailaba a su alrededor, como si estuviera sentada en un columpio, pero no le soltó el brazo a Maggie. Esta la miró con los ojos brillantes en sus hundidas cuencas… brillantes, asustados y exhaustos—. Ya lo intentaremos en otro momento, Maggie. Me parece que yo no soy la única que necesita descansar. Hace una semana y media estabas en Massachusetts. ¿Volviste en autobús?

—También hice dedo —dijo Maggie.

—¿Cuándo ha sido la última vez que has comido?

—Ayer me tomé un s-s-sándwich en s-s-s —y se quedó muda. El color de su cara pasó de rojo a un violeta intenso y grotesco, como si la estuvieran estrangulando. Tenía saliva en las comisuras de la boca.

Chist —dijo Vic—. Chist. Vale, pues tienes que comer algo.

Maggie expulsó el humo, buscó a su alrededor dónde apagar el pitillo y encontró el reposabrazos del otro extremo del sofá. El cigarro chisporroteó y una espiral de humo negro subió hacia el techo.

—Después de que duermas un rato, V-V-Vic.

Esta asintió y volvió a recostarse. No tenía fuerzas para discutir con Maggie.

—Voy a dormir un rato y tú también —dijo—. Después iremos a que comas algo. También a comprarte algo de ropa. Y a salvar a Wayne. Y a la biblioteca. A arreglar las cosas. Lo vamos a hacer todo. Activando los poderes de las Supergemelas… Échate.

—Vale, tú quédate con el sofá. Tengo una manta que está bien. La puedo poner en el s-s-s…

—Échate aquí conmigo, Maggie. En el sofá cabemos las dos —Vic estaba despierta, pero parecía haber perdido la capacidad de mantener los ojos abiertos.

—¿No te importa?

—No, cariño —dijo Vic como si le hablara a su hijo.

Maggie se tumbó en el sofá a su lado y se apretó contra su costado, su cadera huesuda en contacto con la de Vic, su codo huesudo sobre el estómago de esta.

—¿Te importaría abrazarme, Vic? —preguntó con voz temblorosa—. Hace tanto t-t-tiempo desde que nadie m-m-me abraza… Ya sé que no te van las chicas, porque t-t-tienes un hijo y todo eso, pero…

Vic le pasó un brazo por la cintura y estrechó a aquella mujer delgada y temblorosa contra sí.

—Y ahora ya puedes dejar de hablar —dijo.

—Ah —dijo Maggie—. Vale. Qué alivio.