Laconia, New Hampshire

HUTTER SE DIO CUENTA ANTES QUE NADIE, aunque estaba ocurriendo a la vista de todos. Lou Carmody se desplomaba. Dobló la rodilla derecha y apoyó una mano contra la gran mesa oval de la sala de reuniones.

—Señor Carmody —dijo Hutter.

Lou se hundió con un crujido tenue en una de las sillas de oficina con ruedas. Le había cambiado el color y ahora su cara grande y velluda estaba pálida y la frente le brillaba, grasienta de sudor. Se la tocó con una muñeca como si pensara que tenía fiebre.

—Señor Carmody —insistió Hutter, llamándole desde el otro lado de la mesa.

Lou estaba rodeado de hombres y Hutter no entendía cómo no se daban cuenta de que estaba teniendo un ataque al corazón.

—Me marcho, Lou —había dicho Vic McQueen y Hutter la había escuchado por los auriculares de Bluetooth—. Te quiero.

—Y yo más —había dicho Carmody.

Llevaba puesto un auricular idéntico al de Hutter; casi todos en la habitación lo llevaban y el equipo entero había escuchado la conversación.

Estaban en una sala de reuniones en la comisaría de la policía estatal en Laconia. Podría haber sido la sala de reuniones del Hilton o del Courtyard Marriot, un espacio amplio y anodino con una larga mesa oval y ventanas que daban a un aparcamiento.

McQueen colgó y Hutter se quitó el auricular.

Cundy, el jefe de su equipo técnico, estaba mirando Google Maps en su portátil. En la pantalla salía Sugarcreek, Pensilvania, la calle Bloch Lane. Cundy miró a Hutter:

—Tendremos coches allí en tres minutos, quizá menos. Acabo de hablar con la policía local y ya van de camino con las sirenas a todo volumen.

Hutter abrió la boca con la intención de decir. Pues diles que quiten las putas sirenas. Uno no avisaba a un fugitivo federal de la llegada de la policía. Era de cajón.

Pero entonces Carmody se dobló hacia delante hasta apoyar la cara en la mesa, con la nariz aplastada contra la madera. Gruñó con suavidad y se agarró a la mesa como si estuviera en el mar a la deriva, aferrado a un trozo de madera flotante.

Así que lo que dijo Hutter fue:

—Llamad ahora mismo a una ambulancia.

—¿Quieres que mandemos una ambulancia a Bloch Lane? —preguntó Cundy.

—No, quiero que venga una ambulancia aquí —gritó Hutter alejándose de él y rodeando la mesa—. Señores, por favor, apártense un poco del señor Carmody. Déjenle respirar. Atrás, por favor. Atrás.

Daltry era el que le tenía más cerca, estaba de pie justo detrás de su silla con una taza que decía PARA EL MEJOR ABUELO DEL MUNDO. Se hizo a un lado bruscamente y se manchó la camisa rosa de café.

—¿Qué coño le pasa? —preguntó.

Hutter se arrodilló al lado de Lou, que estaba casi debajo de la mesa. Le puso una mano en uno de sus hombros grandes y encorvados y empujó. Era como intentar darle la vuelta a un colchón. Lou se dejó caer contra el respaldo de la silla con la mano derecha agarrada a la camiseta de Iron Man, sus dedos retorciendo la tela entre sus tetas de hombre. Le colgaban las mejillas y tenía los labios color gris. Dejó escapar un suspiro largo y entrecortado. Miró de un lado a otro como si tratara de orientarse.

—Aguante un poco, Lou —dijo Hutter—. Enseguida vendrán a ayudarle.

Chasqueó los dedos y Lou consiguió verla. Parpadeó y sonrió confuso.

—Me gustan sus pendientes. De Supergirl. Nunca la habría imaginado como Supergirl.

—¿Ah, no? ¿Y cómo me imagina entonces? —dijo Hutter para que Lou siguiera hablando. Le puso los dedos en la muñeca. Al principio no notó nada, pero entonces el pulso latió, un único latido y una nueva pausa, después una sucesión de latidos rápidos.

—Velma —dijo—. ¿La recuerda? La de Scooby-Doo.

—¿Por qué? ¿Por lo de rellenita? —preguntó Hutter.

—No —dijo Lou—. Por lo de lista. Tengo miedo. ¿Le importa darme la mano?

Hutter tomó una mano de Lou entre las suyas y este le acarició despacio los nudillos.

—Ya sé que no se cree nada de lo que le ha contado Vic de Manx —le dijo de repente en un susurro intenso—. Sé que piensa que está loca. No debe permitir que los hechos se interpongan en el camino a la verdad.

—¡Cielos! —dijo Hutter—. ¿Y cuál es la diferencia?

Lou la sorprendió riendo, un jadeo breve e involuntario. Hutter tuvo que acompañarle en la ambulancia al hospital porque Lou no quiso soltarle la mano.