El dormitorio

VIC DIJO QUE NECESITABA DESCANSAR, PREGUNTÓ SI PODÍA ECHARSE un rato y Hutter dijo que por supuesto, que no iba a conseguir nada agotándose de aquella manera.

Una vez en el dormitorio, sin embargo, fue Lou quien se tumbó en la cama. Vic era incapaz de relajarse. Fue hasta las persianas, las separó y observó el carnaval en que se había convertido el jardín delantero. La noche estaba envuelta por la cháchara de las radios y los susurros de voces masculinas. Alguien rio suavemente. Era asombroso pensar que a unos pocos cientos de pasos de la casa pudiera existir la felicidad.

Si alguno de los policías de fuera reparó en ella, probablemente supuso que estaba mirando la carretera, con la penosa esperanza de que apareciera por ella un coche de policía con las luces de emergencia, las sirenas cortando el aire y su hijo en el asiento trasero. A salvo. De vuelta a casa. Con los labios pegajosos y rosas por el helado que le habían comprado los agentes.

Pero Vic no miraba la carretera con la esperanza de que alguien le trajera a Wayne de vuelta. Si alguien podía traerlo era ella. Vic estaba mirando la Triumph, tirada justo donde la había dejado.

Lou seguía tendido en la cama como un manatí varado. Cuando habló se dirigió al techo.

—¿Por qué no te tumbas un rato? Aunque solo sea… para estar conmigo.

Vic dejó las persianas y fue hasta la cama. Colocó una pierna sobre las de Lou y se pegó a su espalda, como llevaba años sin hacer.

—El tipo ese que parece el gemelo malvado de Mickey Rooney, Daltry, me ha dicho que estás herida.

Vic se dio cuenta entonces de que Lou no conocía lo sucedido. Nadie se lo había explicado.

Se lo contó. Al principio se limitó a repetir lo que le había dicho a Hutter y a los otros detectives. La historia ya sonaba a guión ensayado y casi la podía recitar de memoria.

Pero entonces le explicó que había salido a dar una vuelta con la Triumph y se dio cuenta de que ya no tenía que omitir la parte del puente. Podía y debía contarle que había descubierto el Atajo en la niebla porque había ocurrido. Había ocurrido de verdad.

—Vi el puente —dijo con voz queda, incorporándose para mirarle a la cara—. Llegué a él con la moto, Lou. Había salido a buscarlo y allí estaba. ¿Me crees?

—Te creí la primera vez que me hablaste de él.

—Mira que eres mentiroso, joder —dijo Vic, pero no pudo evitar sonreírle.

Lou alargó un brazo y apoyó la mano en el montículo del pecho derecho de Vic.

—¿Por qué no iba a creerte? Aquello te explicaba mejor que cualquier otra cosa. Y además, yo soy como el cartel de la pared que salía en Expediente X: «Quiero creer». Es la historia de mi vida, señora mía. Sigue. Cruzaste el puente ¿y luego qué?

—No llegué a cruzarlo. Me dio miedo, Lou. Pensé que era una alucinación. Que se me había ido la pinza otra vez. Pisé el freno tan fuerte que empezaron a salírsele las piezas a la moto.

Le contó cómo había dado la vuelta a la moto y había salido caminando del puente, con los ojos cerrados y las piernas temblorosas. Le describió los sonidos del Atajo, el murmullo y el rugido, como cuando estás detrás de una cascada. Le habló de cómo había sabido que el puente ya no estaba cuando dejó de oír los ruidos y tuvo que caminar de vuelta a casa empujando la moto.

Después continuó y le contó que Manx y el otro hombre la esperaban y que Manx la había atacado con el martillo. Aquí Lou no se mostró nada estoico. Se horrorizó, se retorció y soltó maldiciones. Cuando Vic le dijo que había atacado a Manx en la cara con el taqué soltó:

—Ojalá le hubieras roto el puto cráneo.

Vic le aseguró que había hecho todo lo posible. Cuando llegó a la parte en que el Hombre Enmascarado le disparaba a Manx en la oreja, Lou se golpeó la pierna con el puño. La escuchaba con todo el cuerpo, asaltado por una suerte de vibrante rigidez, como cuando se tensa al máximo la cuerda de un arco antes de disparar.

No la interrumpió, sin embargo, hasta que llegó a la parte en que Vic echaba a correr ladera abajo, hacia el lago, para escapar de ellos.

—Eso es lo que estabas haciendo cuando llamó Wayne —dijo.

—¿Qué te pasó en el aeropuerto? Dime la verdad.

—Lo que os he contado —movió la cabeza como para relajar el cuello y luego dijo—: El mapa. Con la carretera a Christmasland. ¿Dónde está eso?

—No lo sé.

—Pero no está en nuestro mundo, ¿verdad?

—No lo sé. Creo… Me parece que sí está en nuestro mundo, por lo menos en una versión de él. La versión que tiene Charlie Manx en la cabeza. Todo el mundo vive en dos mundos, ¿no? Está el mundo físico… pero luego también nuestros mundos interiores privados, el mundo de nuestros pensamientos. Un mundo hecho de ideas en lugar de cosas. Es tan real como el otro, pero se encuentra dentro de nosotros. Es un paisaje interior. Todos tenemos un paisaje interior y todos estamos conectados, de la misma forma que New Hampshire está conectado con Vermont. Y a lo mejor algunas personas pueden entrar en ese mundo pensado si tienen el vehículo apropiado. Una llave. Un coche. Una bicicleta o una moto. Lo que sea.

—¿Cómo podría tu mundo pensado conectarse con el mío?

—No lo sé. Pero… A ver. Si por ejemplo Keith Richards se inventa una canción en sueños y luego tú la escuchas en la radio, entonces sus pensamientos pasan a tu cabeza. Mis ideas pueden pasar a la tuya con la misma facilidad con la que un pájaro cruza una frontera entre estados.

Lou arrugó el ceño y dijo:

—Entonces, Manx saca a niños de este mundo de cosas y se los lleva en su coche a su mundo privado de ideas. Vale, eso lo pillo. Es raro, pero lo pillo. Así que sigue contándome. El tipo con la máscara antigás llevaba una pistola.

Vic le contó lo de tirarse al lago, que el Hombre Enmascarado la había disparado y Manx le había hablado mientras estaba escondida debajo de la boya. Cuando terminó cerró los ojos y acurrucó la cara contra el cuello de Lou. Estaba exhausta. Más que exhausta, en realidad, había abierto fronteras en lo que a cansancio se refería. La fuerza de la gravedad era menor en aquel nuevo mundo. De no haber estado asida a Lou, habría salido flotando.

—Quiere que salgas a buscarle —señaló Lou.

—Y puedo —dijo Vic—. Puedo encontrar su Casa del Sueño, ya te lo he dicho. Antes de romper la moto llegué hasta el puente.

—Lo más seguro es que se saliera la cadena. Tienes suerte de no haberte partido la crisma.

Vic abrió los ojos y dijo:

—Tienes que arreglarla, Lou. Tienes que arreglarla esta noche, lo más rápido que puedas. Diles a Hutter y a la policía que no puedes dormir. Diles que necesitas hacer algo para distraerte. La gente reacciona al estrés de las maneras más raras y tú eres mecánico. No les extrañará.

—Manx te dice que vayas a buscarle. ¿Qué crees que te va a hacer cuando te tenga?

—Debería preocuparle más bien lo que voy a hacerle yo a él.

—¿Y qué pasa si no está en la Casa del Sueño? ¿La moto te llevará a dondequiera que esté? ¿Incluso si no se está quieto en un sitio?

—No lo sé —dijo Vic, pero pensó: No. No estaba segura de dónde le venía aquella certeza, no entendía cómo podía saber una cosa así, pero la sabía. Recordaba, vagamente, que una vez había salido a buscar un gato Taylor, pensó y estaba convencida de que lo había encontrado solo porque estaba muerto. De haber estado vivo y moviéndose, el puente no habría tenido una referencia a la que anclarse. El puente salvaba la distancia entre cosas perdidas y encontradas, pero solo si lo que se había perdido se quedaba quieto. Lou leyó la duda en su rostro, pero Vic continuó hablando—. De todas formas no importa. Manx tendrá que parar en algún momento, ¿no? ¿Para dormir? ¿A comer?

En realidad no estaba segura de que Manx necesitara comer o dormir. Había muerto, le habían hecho la autopsia, le habían sacado el corazón… y a continuación se había levantado y se había marchado como si tal cosa. ¿Quién sabía lo que necesitaba aquel hombre? Quizá pensar en él como un hombre era, de entrada, una equivocación. Y sin embargo sangraba. Se le podía hacer daño. Ella lo había visto pálido y tambaleante. Decidió que al menos necesitaría recuperarse un poco, quedarse en algún sitio y dormitar un rato, lo mismo que cualquier criatura herida. La matrícula de su coche era un chiste o una fanfarronada, nosferatu, que en alemán significa «vampiro», una proclamación, hasta cierto punto, de lo que era Manx. Pero en la ficción incluso los vampiros se arrastran hasta sus ataúdes y cierran la tapa de tanto en tanto. Apartó estos pensamientos de su cabeza y terminó lo que estaba diciendo:

—Tarde o temprano tendrá que parar para algo, y cuando lo haga podré alcanzarle.

—Me preguntaste si creía que estabas loca, con todas esas historias sobre el puente. Y te dije que no. ¿Pero esto? Esta parte es una locura total. Usar la moto para llegar hasta él de manera que te pueda liquidar. Terminar lo que empezó esta mañana.

—Es todo lo que tenemos —Vic miró hacia la puerta—. Y Lou, es la única manera en que tal vez podamos —podamos no, podremos— recuperar a Wayne. Esta gente no va a ser capaz de encontrarle. Yo sí. ¿Vas a arreglar la moto?

Lou suspiró con una exhalación grande y temblorosa.

—Lo intentaré, Vic. Lo intentaré. Pero con una condición.

—¿Cuál?

—Que cuando la moto esté arreglada —dijo Lou— me lleves contigo.