CUANDO VOLVIERON A SENTARSE A LA MESA, VIC LE COGIÓ la mano a Lou como si fuera la cosa más natural del mundo. Le sorprendió notar el calor de sus dedos gordezuelos y volvió a mirarle la cara pálida y brillante por el sudor. Le pareció que estaba muy enfermo, pero pensó que sería del susto.
Para entonces ya eran cinco en la cocina. Lou, Vic y Hutter estaban sentados a la mesa y Daltry reclinado contra una encimera, sonándose su nariz de alcohólico con un pañuelo. La oficial Chitra estaba en la puerta y había hecho salir a los otros agentes siguiendo órdenes de Hutter.
—Usted es Louis Carmody —dijo Hutter. Hablaba como el director de una obra teatral de fin de curso informando a Lou de que actuaría en la representación de primavera—. Usted es el padre.
—Culpable —dijo Lou.
—¿Cómo dice? —preguntó Hutter.
—Que soy culpable de los cargos. Vamos, que soy el padre. ¿Y usted quién es? ¿Una trabajadora social o algo así?
—Soy agente del FBI. Me llamo Tabitha Hutter. Muchos compañeros de la oficina me llaman Tabby de Hutt —sonrió un poco.
—Muy bueno. Donde yo trabajo muchos me llaman Jabba de Hutt. En mi caso es porque estoy como una foca.
—Pensé que estaba usted en Denver —dijo Hutter.
—He perdido el avión.
—¿En serio? —dijo Daltry—. ¿Qué ha pasado?
Hutter dijo:
—Detective Daltry. Las preguntas las haré yo si no le importa.
Daltry rebuscó en el bolsillo de su abrigo.
—¿Le importa a alguien si fumo?
—Sí —dijo Hutter.
Daltry sostuvo el paquete de cigarrillos durante un momento, mirando fijamente a Hutter, y luego se lo metió en el bolsillo. Sus ojos tenían una mirada insulsa, inconcreta, que a Vic le recordó a la membrana que recubría los ojos de un tiburón cuando se dispone a morder a una foca.
—¿Por qué perdió el avión, señor Carmody? —preguntó Hutter.
—Porque me llamó Wayne.
—¿Cómo que le llamó?
—Desde el coche, con su iPhone. Dijo que estaban disparando a Vic, Manx y otro tipo. Solo hablamos un minuto. Tenía que colgar porque Manx y el otro individuo volvían hacia el coche. Estaba asustado, mucho, pero más o menos tranquilo. Es muy maduro. Siempre lo ha sido —Lou apoyó los puños cerrados en la mesa y bajó la cabeza. Hizo una mueca como si le doliera en alguna parte del abdomen, parpadeó y sobre la mesa cayeron varias lágrimas. Entonces soltó de repente, sin avisar—: No le ha quedado otro remedio en vista de que a Vic y a mí se nos dio de pena hacernos adultos.
Vic puso sus manos sobre la suya.
Hutter y Daltry se intercambiaron una mirada, apenas parecían conscientes de que Lou estaba llorando.
—¿Cree que su hijo apagó el teléfono después de hablar con usted? —preguntó Hutter.
—Yo creía que con la tarjeta SIM da igual si lo tiene apagado —dijo Daltry—. Pensaba que los federales teníais algún modo de llamar igualmente.
—Pueden usar el teléfono para encontrarlo —dijo Vic mientras se le aceleraba el pulso.
Hutter la ignoró y le dijo a Daltry.
—Eso se puede hacer, pero llevará un rato. Tendría que llamar a Boston. Pero si es un iPhone y está encendido podemos usar la función Buscar mi iPhone para localizarle ahora mismo.
Levantó un poco el iPad.
—Sí —dijo Lou—. Claro que sí. Le activé Buscar mi iPhone el día que se lo compré porque no quería que lo perdiera.
Rodeó la mesa para acercarse a Hutter y a su pantalla. Con el resplandor del monitor, su cara tenía aún peor aspecto.
—¿Cuáles son su dirección de correo electrónico y su contraseña? —preguntó Hutter levantando la cabeza para mirar a Lou.
Este alargó una mano para escribirlas él mismo pero, antes de que pudiera hacerlo, la agente del FBI le sujetó la muñeca y le colocó dos dedos sobre la piel como si le estuviera tomando el pulso. Incluso desde donde estaba, Vic vio un punto donde la piel de Lou brillaba y parecía tener pegada una especie de pasta seca.
Hutter volvió a mirar a Lou.
—¿Le han hecho un electro?
—Me desmayé. Estaba muy alterado. Fue como… un ataque de pánico, colega. Un hijo de puta lunático se ha llevado a mi hijo. Eso me pasa por estar tan gordo.
Hasta entonces Vic había estado demasiado concentrada en Wayne para pensar en Lou, en la mala cara que tenía, en lo exhausto que parecía. Al darse cuenta ahora sintió un terror repentino y angustioso.
—Ay, Lou. ¿Cómo que te desmayaste?
—Fue después de que Wayne me colgara el teléfono. Perdí el conocimiento un minuto. Me encontraba bien, pero los de seguridad del aeropuerto me obligaron a sentarme en el suelo y hacerme un electro, no la fuera a palmar y tuvieran que cargar ellos con el marrón.
—¿Les dijo que habían secuestrado a su hijo? —preguntó Daltry.
Hutter le dirigió una mirada de advertencia que Daltry simuló ignorar.
—No estoy seguro de lo que les conté. Al principio estaba confuso. Como mareado. Sé que les dije que mi hijo me necesitaba. En lo único que podía pensar era en coger el coche. En algún momento dijeron que me iban a meter en una ambulancia y les mandé a… a paseo. Así que me levanté y me largué. Es posible que alguno intentara sujetarme del brazo y le arrastrara unos cuantos metros. Tenía prisa.
—¿Así que no habló con la policía del aeropuerto sobre lo que le había pasado a su hijo? —insistió Daltry—. ¿No se le ocurrió que llegaría aquí antes si le escoltaba la policía?
—Ni se me pasó por la cabeza. Quería hablar primero con Vic —dijo Lou y Vic vio que Hutter y Daltry intercambiaban otra mirada.
—¿Por qué quería hablar antes con Victoria? —preguntó Hutter.
—¿Y qué más da? —exclamó Vic—. ¿No podemos concentrarnos en Wayne?
—Sí —dijo Hutter parpadeando y volviendo a su iPad—. Eso es, vamos a centrarnos en Wayne. ¿Cuál es la contraseña?
Vic empujó su silla mientras Lou pulsaba la pantalla con un dedo regordete. Se levantó y rodeó la mesa para mirar. Jadeaba. La impaciencia que sentía era tan intensa como una cuchillada.
La pantalla de Hutter cargó la pagina Buscar mi iPhone, donde aparecía un mapamundi, continentes azul pálido contra un fondo de océano azul oscuro. En la columna superior derecha una ventana anunciaba:
Una mancha gris tapó el mapamundi y en el resplandor plateado se dibujó un punto azul vidrioso. Empezaron a aparecer recuadros de paisaje y el mapa se redefinió para mostrar en primer plano la localización del iPhone. Vic vio el punto azul circular por una carretera marcada como AUTOVÍA DE SAN NICOLÁS.
Todos se habían inclinado para mirar y Daltry estaba tan cerca de Vic que esta sentía su cuerpo pegado a su espalda y su aliento en la nuca. Olía a café y a nicotina.
—Dale al zoom y retrocede —dijo Daltry.
Hutter tocó de nuevo la pantalla, y otra vez, y otra.
El mapa mostraba un continente que se parecía un poco a Estados Unidos. Era como si alguien hubiera moldeado el país con miga de pan y después lo hubiera hundido por el centro. En aquella nueva versión del país, Cape Cod era casi como la mitad de Florida y las montañas Rocosas parecían los Andes, mil seiscientos kilómetros de tierra grotescamente torturada, enormes esquirlas de roca empujándose las unas a las otras. Sin embargo, el país en su conjunto se había encogido considerablemente y se hundía en el centro.
Casi todas las grandes ciudades habían desaparecido, siendo reemplazadas por otros lugares de interés. En Vermont había un espeso bosque construido alrededor de un lugar llamado VILLAORFANATO; en New Hampshire había un punto marcado como LA CASA DEL ÁRBOL DE LA IMAGINACIÓN. Al norte de Boston, había algo llamado OJO DE LA CERRADURA DE LOVECRAFT, un cráter con forma de candado. En Maine, por la zona de Lewiston/Auburn/Derry, había un lugar llamado CIRCO DE PENNYWISE. Una vía estrecha con el nombre de CARRETERA DE LA NOCHE conducía al sur y se volvía más roja conforme descendía hasta convertirse en una mera línea color sangre que bajaba goteando hasta Florida.
La autovía de San Nicolás estaba particularmente llena de lugares de interés. En Illinois, VIGÍAS DE NIEVE. En Kansas, JUGUETES GIGANTES. En Pensilvania, la CASA DEL SUEÑO y el CEMENTERIO DE LO QUE PODRÍA SER.
Y en las montañas de Colorado, en las altas cumbres, en el lugar donde terminaba la autovía: CHRISTMASLAND.
El continente entero flotaba en un mar de desechos negros tachonado de estrellas y debajo del mapa no decía ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA, sino PAISAJES INTERIORES UNIDOS DE AMÉRICA.
El punto azul continuaba, atravesando lo que debería haber sido Massachusetts hacia Christmasland. PAISAJES INTERIORES UNIDOS no se correspondía exactamente a Estados Unidos. Se extendía a lo largo de unos ochenta kilómetros desde Laconia, New Hampshire, hasta Springfield, Massachusetts. Pero en el mapa apenas aparentaba la mitad de esa extensión.
Todos lo miraron asombrados.
Daltry se sacó el pañuelo del bolsillo y se sonó la nariz, pensativo.
—¿Alguien ve Chuchelandia por alguna parte? —soltó un áspero carraspeo que no fue exactamente una tos, pero tampoco una risa.
Vic sentía que la cocina se desvanecía. Todo a su alrededor estaba borroso, sin forma. Solo veía con claridad el iPad encima de la mesa, pero parecía estar muy lejos.
Necesitaba algo a lo que sujetarse. Le daba miedo acabar en el suelo de la cocina, a la deriva… como un globo que se le escapa a un niño de la mano. Cogió la muñeca de Lou, era algo a lo que aferrarse. Lou siempre estaba allí cuando necesitaba aferrarse a algo.
Pero cuando le miró vio en su cara un reflejo de su propia conmoción. Sus pupilas eran como cabezas de alfiler. Le faltaba el aliento y respiraba con dificultad.
En un tono de voz sorprendentemente normal, Hutter dijo:
—No sé lo que estoy mirando. ¿Alguno de los dos entiende algo de esto? ¿De este mapa tan raro? ¿Christmasland? ¿Autovía de San Nicolás?
—¿Tú lo entiendes? —preguntó Lou mirando impotente a Vic.
Esta supo que lo que realmente le preguntaba era: ¿Les hablamos de Christmasland? ¿Le hablamos de todas esas cosas en las que creías cuando estabas loca?
—No —dijo Vic contestando así a todas las preguntas (las explícitas y las implícitas) al mismo tiempo.