EL ESPECTRO CHOCÓ CONTRA LA VALLA DE TRONCOS PELADOS y Wayne salió disparado del asiento trasero y cayó al suelo del coche. Los dientes le entrechocaron con un golpe seco.
Los troncos saltaron y volaron en todas direcciones. Uno de ellos hizo un ruido violento al estamparse contra el capó. Wayne pensó que lo que chocaba era el cuerpo de su madre y empezó a gritar.
Manx detuvo el coche y se volvió hacia el Hombre Enmascarado.
—No quiero que vea esto —dijo—. Ya es bastante triste ver a tu perro morir en la carretera. ¿Me haces el favor de dormirle, Bing? Es evidente que está agotado.
—Debería ayudarle con la mujer.
—Gracias, Bing. Es muy considerado por tu parte, pero la tengo controlada.
El coche se balanceó al bajarse los dos hombres.
Wayne se puso de rodillas y levantó la cabeza para mirar por el parabrisas hacia el jardín delantero de la casa.
Manx tenía el martillo plateado en una mano y rodeaba el coche por la parte de delante. Su madre estaba tumbada en la hierba, rodeada de troncos.
La puerta trasera izquierda del Rolls se abrió y el Hombre Enmascarado se sentó al lado de Wayne. Este se lanzó hacia la derecha intentado salir por la otra puerta, pero el Hombre Enmascarado le sujetó por el brazo y tiró de él hasta situarle a su lado.
En una mano tenía un bote azul con algún aerosol. En uno de los lados decía AMBIENTADOR CON AROMA A JENGIBRE y mostraba a una mujer sacando un pan de jengibre del horno.
—Te voy a explicar lo que es esto —dijo el Hombre Enmascarado—. Puede que diga que tiene aroma a jengibre, pero en realidad a lo que huele es a la hora de irse a la cama. Una sola bocanada y te quedas dormido hasta el miércoles.
—¡No! —gritó Wayne—. ¡Déjeme!
Se agitó como un pájaro con una de las alas clavada a una tabla de madera. Imposible echar a volar.
—De eso nada —dijo el Hombre Enmascarado—. Me has mordido, cabroncete. ¿Cómo sabes que no tengo sida? Podrías haberte infectado. Podrías haberte comido un gran bocado de mi sida.
Wayne miró por encima del asiento delantero a través del parabrisas, hacia el jardín. Manx caminaba de un lado a otro detrás de su madre, que seguía sin moverse.
—Debería morderte yo a ti —dijo el Hombre Enmascarado—. Debería morderte dos veces, una por ti y otra por tu perro asqueroso. Podría morderte en esa carita bonita. Tienes carita de niña bonita, pero sería menos bonita si te arranco la mejilla de un bocado y la escupo en el suelo. Pero no, mejor vamos a quedarnos aquí sentados. A disfrutar del espectáculo. Fíjate en lo que les hace el señor Manx a las guarras que dicen sucias mentiras. Y cuando haya terminado con ella… Cuando haya terminado será mi turno. Y yo no soy ni la mitad de agradable que el señor Manx.
Vic movía la mano derecha, abriendo y cerrando los dedos, apretando el puño. Algo en el interior de Wayne se liberó, como si hubiera tenido a alguien pisándole el pecho y acabara de apartarse dándole por primera vez, desde no sabía cuánto tiempo atrás, la posibilidad de respirar normalmente. Su madre no estaba muerta. No estaba muerta. No lo estaba.
Vic movía la mano atrás y adelante, con suavidad, como si buscara en la hierba algo que se le hubiera caído. Luego movió la pierna derecha, doblándola por la rodilla. Parecía que intentaba levantarse.
Manx se dobló sobre ella con su gigantesco martillo plateado, lo levantó y lo dejó caer. Wayne nunca había oído antes el ruido de huesos quebrarse. Manx la había golpeado en el hombro izquierdo y Wayne escuchó un chasquido, como el que hace un leño nudoso en una hoguera de campamento. La fuerza del golpe obligó a Vic ponerse boca abajo.
Wayne gritó por ella. Gritó a pleno pulmón y luego cerró los ojos, agachó la cabeza…
Y el Hombre Enmascarado le sujetó por el pelo y le dio un tirón. Acto seguido, algo metálico le golpeó la boca. El Hombre Enmascarado le había pegado en la cara con el bote metálico de ambientador de jengibre.
—Abre los ojos y mira —dijo el Hombre Enmascarado.
La madre de Wayne movió la mano derecha, intentaba ponerse en pie y alejarse a rastras cuando Manx la golpeó de nuevo. La columna vertebral se hizo añicos con el mismo ruido de alguien pisoteando una vajilla de porcelana.
—Presta atención —dijo el Hombre Enmascarado. Jadeaba tan fuerte que de detrás de la careta empezaba a salir vapor—. Ahora viene lo mejor.