Camino de grava

SU MADRE ESTUVO TODA LA TARDE TRABAJANDO EN LA MOTO.

El cielo era de color migraña. En un momento dado se escucharon truenos, un bum y un pum, como un camión pesado cruzando un puente de hierro. Wayne esperó a que lloviera.

No llovió.

—¿A veces no preferirías haber adoptado una Harley-Davidson en vez de tener un niño? —le preguntó a Vic.

—Habría sido más barata de alimentar —repuso esta—. Pásame ese trapo.

Wayne se lo pasó.

Vic se limpió las manos, encajó el asiento de cuero encima de la batería nueva y se subió. Con los vaqueros cortos y las grandes botas negras de motociclista, los tatuajes garabateados en los brazos y piernas no tenía pinta de una mujer a la que alguien pudiera llamar «mamá».

Giró la llave y le dio al interruptor. El Cíclope abrió el ojo.

Vic apoyó un pie en el pedal de acelerar, se enderezó y se dejó caer con fuerza. La moto estornudó.

—Salud —dijo Wayne.

Vic se levantó y volvió a dejarse caer. El motor exhaló, expulsó polvo y hojas por los tubos de escape. A Wayne no le gustaba que apoyara todo el peso del cuerpo en el pedal. Le daba miedo que algo se rompiera. No necesariamente la moto.

—Venga —dijo Vic en voz baja—. Las dos sabemos por qué te encontró mi hijo, así que vamos a ello.

Pisó otra vez el pedal, y otra más y el pelo le cayó sobre la cara. El arranque carraspeó y el motor soltó un pedo débil, breve y sordo.

—No pasa nada si no funciona —dijo Wayne. De repente no le gustaba nada aquello. De repente le parecía una locura, de la clase que no había visto hacer a su madre desde que era pequeño—. Luego lo intentas otra vez, ¿vale?

Vic le ignoró. Se levantó y colocó la bota justo encima del acelerador.

—Vámonos de expedición de búsqueda, tía —increpó Vic a la moto dándole una patada—. Dime algo.

El motor se encendió con un gran estrépito y empezó a salir humo azul de los tubos de escape. Wayne estuvo a punto de caerse del poste de la valla en el que estaba sentado. Hooper agachó la cabeza y después ladró asustado.

Vic aceleró al máximo y el motor rugió. Daba miedo, el ruido que hacía. Pero también era emocionante.

—¡FUNCIONA! —gritó Wayne.

Vic asintió.

—¿QUÉ ESTÁ DICIENDO? —aulló Wayne.

Vic le miró sin comprender.

LE HAS PEDIDO QUE TE DIJERA ALGO. ¿QUÉ TE DICE? NO HABLO EL IDIOMA DE LAS MOTOS.

—AH —dijo Vic—. HI-YO, SILVER.

***

VOY A POR MI CASCO —GRITÓ WAYNE.

TÚ NO VIENES.

Los dos gritaban para hacerse oír por encima del ruido del motor azotando el aire.

—¿POR QUÉ NO?

TODAVÍA NO ES SEGURO. NO VOY A IR LEJOS. VUELVO EN CINCO MINUTOS.

—¡ESPERA! —gritó Wayne. Levantó un dedo y echó a correr hacia la casa.

El sol era un punto blanco y frío que brillaba entre montones de nubes bajas.

Vic quería moverse. La necesidad de salir a la carretera era una insoportable picazón, tan difícil de ignorar como una mordedura de mosquito. Quería salir a la carretera, ver de lo que era capaz la moto. Ver lo que encontraba.

La puerta principal se cerró. Su hijo corría hacia ella llevando un casco y la cazadora de Lou.

VUELVE VIVA, ¿VALE? —dijo.

ESE ES EL PLAN —dijo Vic. Después se puso la cazadora y añadió—. ENSEGUIDA ESTOY AQUÍ. NO TE PREOCUPES.

Wayne asintió.

El mundo vibraba a su alrededor por la fuerza del motor. Los árboles, la carretera, el cielo, la casa, todo temblaba con furia como a punto de hacerse añicos. Ya había colocado la moto mirando hacia la carretera.

Se encajó el casco y se dejó la cazadora sin cerrar.

Antes de que soltara el freno, su hijo se agachó delante de la moto y cogió algo del suelo.

—¿QUÉ PASA? —preguntó Vic.

Wayne se lo dio, era aquella llave inglesa con forma de cuchillo curvo y la palabra TRIUMPH grabada. Vic le hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza y se la metió en el bolsillo de los pantalones.

—VUELVE —dijo Wayne.

ESTATE AQUÍ CUANDO LO HAGA —dijo Vic.

Después levantó el pie, metió primera y se puso en marcha.

En cuanto lo hizo, el mundo dejó de temblar. La valla de troncos quedó atrás, a su derecha. Al llegar a la carretera se inclinó hacia un lado y fue como ir en un avión. No tenía la sensación de estar tocando el asfalto.

Metió segunda. A su espalda la casa se hizo pequeña. Volvió la cabeza y echó un último vistazo. Wayne le decía adiós con la mano desde el camino de entrada. Hooper estaba en la calle mirándola con una curiosa expresión de desesperanza.

Vic aceleró y metió tercera, la Triumph saltó y tuvo que agarrarse al manillar para no caerse. Le asaltó un pensamiento, el recuerdo de una camiseta de ciclista que había tenido durante un tiempo y que decía: SI PUEDES LEER ESTO, ES QUE ME HE CAÍDO.

Llevaba la cremallera de la cazadora abierta, por lo que recogía el aire y se hinchaba a su alrededor como un globo. Entró en un banco de niebla baja.

No vio las luces de dos faros muy juntos que avanzaban por la carretera detrás de ella, brillando tenues en la bruma.

Tampoco las vio Wayne.