Boston

LOU Y EL NIÑO TENÍAN UNA HABITACIÓN EN EL ÚLTIMO PISO del hotel Logan Airport Hilton —cada noche costaba lo que Lou ganaba en una semana, un dinero que no tenía, pero que precisamente por eso le era más fácil gastar, qué coño— y aquella noche no se acostaron hasta después del programa de Letterman. Era casi la una de la mañana y Lou estaba convencido de que el niño se había dormido, así que le pilló por sorpresa cuando este habló, su voz resonando en la oscuridad. Solo dijo ocho palabras, pero bastaron para que a Lou el corazón se le pusiera en la garganta y se le quedara ahí atascado, como un bocado de comida que se negara a bajar.

—El tipo este, Charlie Manx —dijo Wayne—. ¿Es muy peligroso?

Lou se dio un puñetazo entre las dos grandes tetas de hombre y el corazón le volvió a su sitio. Lou y su corazón no se llevaban demasiado bien. Se le cansaba tanto cada vez que tenía que subir escaleras… Wayne y él habían pasado la tarde paseando por Harvard Square y el paseo marítimo y había tenido que pararse en dos ocasiones para recuperar el aliento.

Se decía a sí mismo que era la falta de costumbre de estar al nivel del mar, que sus pulmones y su corazón estaban más adaptados al aire de la montaña. Pero Lou Carmody no era tonto. No había sido su intención engordar tanto. A su padre también le había ocurrido. El hombre se había pasado los últimos seis años de su vida recorriendo el supermercado en uno de esos cochecitos de golf para personas que están demasiado gordas para caminar. Lou prefería cortarse las capas de grasa con una sierra mecánica antes que subirse en uno de esos putos carritos.

—¿Te ha hablado mamá de él? —preguntó.

Wayne suspiró y se quedó callado un momento, lo bastante para que Lou se diera cuenta de que, sin quererlo, ya había contestado a la pregunta de su hijo.

—No —dijo este por fin.

—Entonces, ¿dónde has oído hablar de él?

—Hoy ha venido una señora a la casa de mamá. Maggie no sé qué. Quería hablar de Charlie Manx y mamá se ha puesto furiosa. Hasta pensé que le iba a pegar.

—Vaya —dijo Lou, mientras se preguntaba quién sería Maggie no sé qué y cómo había sabido lo de Vic.

—Manx fue a la cárcel por matar a un hombre, ¿no?

—La tal Maggie esa que ha ido a ver tu madre, ¿dijo que Manx había matado a un hombre?

Wayne suspiró de nuevo. Se volvió en la cama para mirar a su padre. Los ojos le brillaban como puntitos de tinta en la oscuridad.

—Si te cuento lo que ha hecho Manx ¿me la voy a cargar?

—Conmigo no —dijo Lou—. ¿Qué pasa? ¿Es que lo has buscado en Google?

Wayne abrió más los ojos y Lou se dio cuenta de que ni se le había ocurrido buscar a Charlie Manx en Google. Pero ahora lo haría. Lou quería darse de tortas. Te has lucido, Carmody. Te has lucido pero de verdad. Además de gordo, imbécil.

—La mujer dejó una carpeta con artículos de periódico y los he leído. No creo que mamá quisiera que los leyera. No se lo vas a contar, ¿verdad?

—¿Qué artículos?

—Sobre cómo murió.

Lou asintió, creyó que empezaba a comprender.

Manx había muerto tres días después de que falleciera la madre de Vic. Él lo había oído el mismo día que pasó, en la radio. Hacía solo cinco meses que Vic había terminado la rehabilitación, se había pasado la primavera viendo morir a su madre y Lou no había querido contarle nada, le daba miedo que la noticia la volviera de nuevo del revés. Había tenido intención de contárselo, pero la oportunidad nunca se presentaba y luego, llegado cierto punto, se hizo imposible sacar el tema a relucir. Había esperado demasiado.

La tal Maggie debía de haber descubierto que Vic era la chica que había escapado de Charlie Manx. La única que lo había conseguido. Quizá la tal Maggie fuera una periodista, o una autora de libros de esos basados en historias de crímenes reales. Había ido a ver a Vic en busca de una declaración y Vic se la había dado, aunque seguro que no se podía publicar y probablemente era de contenido ginecológico.

—No merece la pena pensar en Manx. No tiene nada que ver con nosotros.

—Entonces ¿para qué querría alguien hablar con mamá de él?

—Eso tendrás que preguntárselo a mamá —dijo Lou—. Yo en realidad no debería hablar del tema. Porque si lo hago el que se la va a cargar soy yo, más bien.

Y es que ese era el trato, su acuerdo con Victoria McQueen, al que habían llegado después de que esta supiera que estaba embarazada y hubiera decidido tener el niño. Dejó que Lou eligiera el nombre; le dijo a Lou que se iría a vivir con él; que se ocuparía del bebé y que, cuando el bebé estuviera dormido, los dos podrían divertirse un rato. Dijo que sería una esposa en todo menos en nombre. Pero que el niño no sabría nada de Charlie Manx a no ser que ella decidiera contárselo.

En aquel momento Lou accedió, la cosa parecía bastante razonable. Pero no había previsto que el acuerdo le impediría a Wayne conocer la única cosa buena de su padre, a saber, que en una ocasión había dejado de lado su miedo y había protagonizado un acto de heroísmo digno del Capitán América. Había subido a una chica guapa en su moto y la había salvado de un monstruo. Y cuando el monstruo les alcanzó y prendió fuego a un hombre, Lou había sido el encargado de apagar las llamas (de acuerdo, no había llegado a tiempo, pero había estado en el lugar oportuno y había actuado sin pensar en el riesgo que corría).

Odiaba pensar que, en lugar de ello, lo que su hijo sabía de él era que era un chiste gordo con patas, que malvivía a base de sacar coches de cunetas nevadas y reparar correas de transmisión, y que había sido incapaz de retener a Vic.

Deseó tener otra oportunidad. Deseó poder rescatar a alguien más y que Wayne estuviera allí para verlo. De buen grado habría usado su grueso cuerpo para parar una bala, siempre que Wayne pudiera presenciarlo. Entonces podría desangrarse en un halo de gloria.

¿Acaso existía un anhelo humano más triste —o más intenso— que desear otra oportunidad en algo?

Su hijo suspiró y se colocó boca arriba.

—Cuéntame qué tal el verano —dijo Lou—. ¿Qué ha sido lo mejor por ahora?

—Que nadie está en rehabilitación —dijo Wayne.