EL UNO DE JULIO VIC Y WAYNE DEJARON EL LAGO WINNIPESAUKEE en el espejo retrovisor y regresaron a la casa de su madre en Massachusetts. A la casa de Vic. Le costaba acordarse de que era así.
Lou iba a volar a Boston para pasar el cuatro de julio con Wayne y ver unos cuantos fuegos artificiales en la gran ciudad, algo que no había hecho nunca antes. Por su parte, Vic pensaba dedicar el fin de semana a ordenar las cosas de su madre muerta y a intentar no pensar. Su intención era vender la casa en otoño y volver a Colorado. Era algo de lo que tenía que hablar con Lou. Podía trabajar en Buscador en cualquier parte.
En la 495 había mucho tráfico. Estaban atrapados en la carretera bajo un sol migrañoso de nubes bajas y humeantes. A Vic le parecía que nadie debería estar obligado a soportar un sol así estando sobrio.
—¿Te preocupan los fantasmas? —preguntó Wayne mientras pasaban el rato, esperando a que los coches delante de ellos se movieran.
—¿Por qué? ¿Te da miedo pasar la noche en casa de la abuela? Si su espíritu sigue allí no te haría ningún daño. Tu abuela te quería.
—No —dijo Wayne con tono de indiferencia—. Es que sé que antes los fantasmas te hablaban. Por eso lo digo.
—Ya no —dijo Vic, y el tráfico por fin se despejó y pudo coger el carril para salir de la autovía—. Nunca más, hijo. Tu madre no estaba bien de la cabeza, por eso tuve que ir al hospital.
—¿No eran de verdad?
—Pues claro que no. Los muertos están muertos. El pasado, pasado está.
Wayne asintió.
—¿Quién es esa? —preguntó mirando hacia el jardín delantero de la casa, mientras enfilaban el sendero de entrada.
Vic había estado distraída pensando en fantasmas y no había visto a la mujer sentada a las escaleras de la casa. Cuando Vic aparcó el coche la visitante se levantó.
Llevaba pantalones vaqueros lavados a la piedra, deshilachados en las rodillas y muslos, pero en absoluto a la moda. En una mano sostenía un cigarrillo del que salía una fina columna de humo. En la otra, una carpeta. Tenía el aspecto fibroso e inquieto de una yonqui. Vic no la situaba, pero estaba segura de conocerla. No tenía ni idea de quién era, pero de alguna manera tenía la sensación de que llevaba años esperándola.
—¿La conoces? —preguntó Wayne.
Vic negó con la cabeza. Por unos momentos se había quedado sin voz. Llevaba el último medio año aferrada a la cordura y a la sobriedad, como una anciana a la bolsa de la compra. Al mirar al jardín tuvo la sensación de la que parte de abajo de la bolsa empezaba a romperse y a ceder.
La chica yonqui de las All Star abotinadas con los cordones desatados levantó una mano con un gesto nervioso y que a Vic le resultó terriblemente familiar.
Vic abrió la puerta del coche, salió y se colocó delante del mismo, entre Wayne y la mujer.
—¿Quería algo? —graznó. Necesitaba un vaso de agua.
—Eso esp-p-pero —hablaba como si estuviera a punto de estornudar. Su rostro se ensombreció y habló de nuevo con gran esfuerzo—: Anda suelto.
—¿De qué habla?
—El Espectro —dijo Maggie Leigh—. Está de nuevo en la carretera. Creo que deberías usar el p-p-uente e intentar encontrarle, Vic.
***
ESTA ESCUCHÓ A WAYNE SALIR DEL COCHE A SU ESPALDA Y CERRAR la puerta de un golpe. Después abrió la de atrás y Hooper saltó del asiento. Vic quería decirle a Wayne que volviera al coche, pero no podía hacerlo sin delatar lo asustada que estaba.
La mujer le sonrió. En su cara había una inocencia y una amabilidad franca que Vic asociaba a los locos. Había visto esa misma expresión en el hospital psiquiátrico.
—Lo s-s-siento —dijo la visitante—. No quería em-m —ahora era como si tuviera arcadas— -mpezar. Soy M-m-m, Dios, M-m -m-MAGGIE. Soy tartamuda. As-s-sí que discúlpame. Una vez tomamos el té juntas. Te hicist-t-te una herida en la rodilla. No eras mucho mayor que t-t-t —dejó de hablar, inspiró profundo y lo intentó otra vez— tu hijo. Pero estoy segura de que te acuerdas.
Era horrible oírla intentar hablar, como ver a alguien sin piernas arrastrarse por la acera de la calle. Vic pensó: antes no tartamudeaba tanto, y al mismo tiempo seguía convencida de que la chica yonqui era una desconocida pirada y posiblemente peligrosa. De alguna forma era capaz de conjugar estas dos impresiones sin sentir en absoluto que se contradecían.
La chica yonqui apoyó un instante una mano en la de Vic, pero la tenía tan caliente y húmeda que Vic se apartó enseguida. Miró los brazos de la chica y vio que eran un campo de batalla de cicatrices redondeadas y brillantes hechas por quemaduras de cigarrillo. Tenía muchas y algunas eran rosa pálido y recientes.
Maggie la miró brevemente con una perplejidad que bordeaba en el dolor, pero antes que de Vic pudiera hablar, Hooper llegó corriendo a meter el hocico en la entrepierna de Maggie. Esta rio y apartó al perro.
—Vaya, ya veo que tenéis vuestro yeti particular. Es una chulada —dijo mirando al hijo de Vic—. Y tú debes de s-s-ser Wayne.
—¿Cómo sabes su nombre? —preguntó Vic con voz ronca mientras le venía a la cabeza un disparate: Las fichas de Scrabble no le dan nombres propios.
—Le dedicast-t-te el primer libro —dijo Maggie—. En la biblioteca los teníamos todos. Yo estaba súperalucinada cont-t-tigo.
Vic dijo:
—Wayne, llévate a Hooper adentro.
Wayne silbó, chasqueó los dedos y pasó junto a Maggie con el perro detrás. Cuando hubieron entrado los dos, cerró la puerta con firmeza. Maggie dijo:
—Siempre pensé que escribirías. Es lo que dijiste. M-m-me pregunté si tendría noticias tuyas cuando arrestaron a M-m-Manx, pero luego pensé que querrías olvidarte de él. Estuve a punto de escribirte varias veces, p-p-pero primero me p-p-preocupaba que t-t-tus padres te hicieran preguntas y luego p-p-pensé que igual no querías saber nada de mí.
Intentó sonreír otra vez y Vic vio que le faltaban dientes.
—Señorita Leigh, no la conozco y no puedo ayudarla. Me parece que me está confundiendo con otra persona —dijo.
Lo que más la asustaba era la sensación de que aquello no era cierto. Maggie no era la que parecía estar confundida, toda la cara le brillaba de convicción. Si había alguien confuso allí, esa era Vic. Lo veía todo en su cabeza, la oscuridad fresca de la biblioteca, las fichas amarillentas de Scrabble repartidas sobre la mesa, el pisapapeles de bronce que parecía una pistola.
—Si no me conoces, ¿cómo es que sabes mi apellido? —dijo Maggie, solo que tartamudeando. Le llevó cerca de un minuto terminar la frase.
Vic levantó una mano pidiendo silencio e ignoró la pregunta, dado que era absurda. Pues claro que Maggie le había dicho su apellido. Fue cuando se presentó, estaba segura de ello.
—Veo que sabe bastantes cosas de mí —continuó Vic—. Debe entender que mi hijo no sabe nada de Charles Manx. Nunca le he hablado de él y no quiero que se entere por una… una desconocida.
Estuvo a punto de decir por una loca.
—Claro. No quería alarm-m-maros ni a ti ni a t-t-t…
—Pero lo ha hecho.
—P-p-pero Vic…
—Deje de llamarme así. No nos conocemos.
—¿Prefieres que te llame M-m-Mocosa?
—No quiero que me llame de ninguna manera. Quiero que se vaya.
—P-p-pero tienes que saber lo de M-m-m —en su desesperación por decir la palabra parecía estar mugiendo.
—Manx.
—Gracias, sí. Tenemos que d-d-decidir qué hacem-m-mos con él.
—¿Cómo hacer? ¿Qué quiere decir con que ha vuelto a la carretera? No le dan la condicional hasta 2016 y lo último que he sabido de él es que estaba en coma. Incluso si se despertara y lo soltaran, tendría como unos doscientos años. Pero no le han soltado, porque me lo habrían comunicado.
—No es tan mayor. Más bien cient-t-to qu-qu-qu —parecía una gallina cacareando— ¡quince!
—Por Dios, no sé qué hago aquí escuchando tonterías. Mire, señora, tiene tres minutos para largarse. Si al cabo de tres minutos sigue usted en mi césped, llamo a la policía.
Vic dejó el camino y puso un pie en la hierba con la intención de rodear a Maggie para entrar en casa.
No lo consiguió.
—No te comunicaron que lo habían soltado porque no le han soltado. Creen que murió. El pasado m–m-mayo.
Vic se detuvo en seco.
—¿Cómo que creen que murió?
Maggie le tendió una carpeta marrón.
Dentro de la tapa delantera había escrito un número de teléfono. Vic lo vio y se sorprendió, porque después del prefijo de área, los tres primeros dígitos correspondían a su cumpleaños y los cuatro siguientes no eran números, sino las letras FUFU, en sí mismas una suerte de tartamudeo obsceno.
En la carpeta había cerca de una docena de artículos de varios periódicos impresos en un papel con membrete que decía BIBLIOTECA PÚBLICA – AQUÍ, IOWA. El papel tenía manchas de agua y estaba arrugado, emborronado por las esquinas.
El primer artículo era del Denver Post.
EL PRESUNTO ASESINO EN SERIE CHARLES TALENT MANX MUERE DEJANDO PREGUNTAS SIN RESOLVER
Había una fotografía de carné de su ficha policial. Aquella cara demacrada con los ojos saltones y boca pálida casi sin labios. Vic intentó leer el artículo, pero le constaba enfocar la vista.
Recordó el conducto de la ropa sucia, los ojos llorosos y los pulmones llenos de humo. Recordó la sensación de pánico inconsciente al compás de Navidad, dulce y feliz. Leyó frases sueltas: «enfermedad degenerativa tipo Parkinson… coma intermitente… sospechoso de doce secuestros… Thomas Priest… dejó de respirar a las dos de la madrugada».
—No lo sabía —dijo—. Nadie me lo contó.
Estaba demasiado alterada para seguir furiosa con Maggie. No hacía más que pensar: Está muerto. Está muerto y te puedes olvidar de él. Se ha ido y con él esa parte de tu vida.
Aquel pensamiento no le producía alegría, pero intuía la posibilidad de algo mejor: alivio.
—No entiendo por qué no me dijeron que se había muerto —dijo.
—Esto… creo que porque les daba vergüenza. Mira la siguiente página.
Vic miró a Maggie con desconfianza, mientras recordaba lo que había dicho respecto a que Manx había vuelto a la carretera. Sospechaba que estaban llegando a esa parte, a la parte en que Maggie Leigh estaba loca y por eso había viajado desde Aquí, Iowa, a Haverhill, Massachusetts, solo para darle aquella carpeta.
Pasó la página.
EL CADÁVER DE UN PRESUNTO ASESINO EN SERIE DESAPARECE DE LA MORGUE
EL DEPARTAMENTO DEL SHERIFF HABLA
DE «VANDALISMO MORBOSO»
Vic leyó los primeros párrafos por encima, cerró la carpeta y se la devolvió a Maggie.
—Algún pervertido ha robado el cuerpo —dijo.
—N-n-no lo creo —contestó Maggie.
Vic no aceptó la carpeta y, por primera vez, se dio cuenta del calor que hacía en el jardín. Aunque había nubes, el sol le quemaba la cabeza.
—Así que crees que simuló su muerte. Lo bastante bien como para engañar a dos médicos. Que se las arregló de alguna manera. Aunque habían empezado a hacerle la autopsia. No, espera. Crees que murió de verdad pero que cuarenta y ocho horas más tarde volvió a la vida. Se salió de su cajón del depósito de cadáveres, se vistió y se largó.
La cara de Maggie —todo su cuerpo— se relajó con una expresión de profundo alivio.
—Sí. Eso es lo que he venido a c-c-contarte, Vic, porque sabía, estaba segura, de que me ibas a c-c-creer. Y ahora, mira el siguiente artículo. Hay un t-t-tipo en Kentucky que d-d-desapareció de su casa en un Rolls-Royce antiguo. El Rolls-Royce de M-m-Manx. Eso el artículo no lo dice, pero si miras la f-f-foto…
—No pienso mirar una mierda —dijo Vic y le tiró a Maggie la carpeta a la cara—. Lárgate de mi jardín, puta chiflada.
La boca de Maggie se abrió y se cerró igual que la del viejo pez koi del acuario que era la pieza estrella de su pequeña oficina en la biblioteca pública de Aquí y que Vic recordaba a la perfección, aunque nunca había estado.
Ahora sí que Vic estaba furiosa y quería hacérselo pagar a Maggie. No era solo que no la dejara entrar en casa, o que intentara alterar su percepción de la realidad, robarle su cordura, con todo ese parloteo disparatado. Era que Manx estaba muerto, muerto de verdad, y aquella lunática no dejaba que lo aceptara. Charlie Manx, que había raptado a Dios sabía cuántos niños, que la había secuestrado, aterrorizado y casi matado a ella, a Vic, Charlie Manx estaba criando malvas. Por fin había logrado escapar de él. Solo que ahora la Margaret Leigh aquella de los cojones parecía decidida a sacarlo, a desenterrarlo para que Vic volviera a tenerle miedo.
—Cuando te vayas, llévate esa mierda —le dijo.
Pisó algunos de los papeles al rodear a Maggie para entrar en casa. Tuvo cuidado de no tocar el sombrero flexible sucio y desvaído por el sol que estaba en el primer escalón.
—No s-s-se ha ido, Vic —dijo Maggie—. Por eso quería… confiaba en que intentaras encontrarlo. Ya sé que la p-p-primera vez que nos vimos te dije que no lo hicieras. No estabas preparada. Pero ahora creo que eres la única que p-p-puede encontrarle. La única capaz de detenerle. Si aún sabes cómo. Porque si no sabes, me p-p-preocupa que él intente encontrarte a ti.
—Lo único que tengo intención de encontrar es el teléfono para llamar a la policía. Yo de ti no esperaría a que llegaran —dijo Vic y después, volviéndose y acercando su cara a la de Maggie—: NO TE CONOZCO. Vete con tus locuras a otra parte.
—P-p-pero Vic… —dijo Maggie y levantó un dedo—. ¿No te acuerdas? Yo t-t-te regalé esos pendientes.
Vic entró en la casa y dio un portazo.
Wayne, que estaba a solo tres pasos de la puerta y que probablemente lo había oído todo, se sobresaltó. Hooper, que estaba justo detrás de él, se encogió y gimió quedamente, después se volvió y se alejó buscando un sitio más grato donde estar.
Vic se giró hacia la puerta, apoyó la frente contra ella e inspiró hondo. Tardó medio minuto en estar preparada para mirar el jardín delantero por la mirilla.
Maggie se estaba levantando del primer escalón y poniéndose cuidadosamente el sombrero con cierto aire de dignidad. Dirigió una última mirada de tristeza a la puerta de Vic, después se volvió y cruzó cojeando el césped. No tenía coche y la esperaba un largo y caluroso paseo de seis manzanas hasta la parada de autobús más próxima. Vic la miró hasta que desapareció de su vista, la miró mientras se acariciaba distraída los pendientes que llevaba puestos, sus favoritos desde niña, dos fichas de Scrabble que decían: F y U.