CUANDO WAYNE SE MARCHABA AL CAMPAMENTO DE DÍA VIC se ponía trabajar en el libro… y en la Triumph.
Su editor le había sugerido que quizá había llegado el momento de hacer un libro de Buscador con el tema de las vacaciones, pensaba que una aventura navideña sería un éxito. La idea, al principio, fue como un sorbo de leche agria: Vic la rechazó en un acto reflejo, asqueada. Pero después de unas semanas de darle vueltas en la cabeza se dio cuenta de lo comercial que podría ser aquello. También imaginaba lo monísimo que estaría Buscador con una gorra y una bufanda de rayas rojas y blancas, como un bastón de caramelo. Ni se le pasó por la cabeza que un robot inspirado en el motor de una moto Vulcan no necesitaría bufanda. Era dibujante de tebeos, no ingeniera, así que a tomar por saco el realismo.
Hizo espacio en una esquina del fondo de la cochera para el caballete y se puso a trabajar. El primer día estuvo tres horas y usó el lápiz azul de abocetar para dibujar un lago con la superficie helada resquebrajándose. Buscador y su amiguita Bonnie se aferraban el uno al otro en un trozo de hielo flotante. La Malvada Cinta de Moebius estaba bajo el agua, en un submarino diseñado de manera que pareciera un kraken que les amenazaba con sus tentáculos. Por lo menos Vic pensaba que eran tentáculos. Trabajaba, como siempre, con la música alta y desconectada de todo. Mientras dibujaba el rostro se le ponía liso y terso como el de un niño, e igual de despreocupado.
Continuó hasta que empezó a dolerle la mano, entonces paró y salió, estirando la espalda y levantando los brazos por detrás de la cabeza mientras escuchaba crujir su columna. Fue hasta la casa a servirse un vaso de té helado —no se molestó en hacerse nada de comer, casi nunca comía cuando estaba trabajando en un libro— y volvió a la cochera para pensar en lo que dibujaría en la página dos. Decidió que mientras lo pensaba no pasaría nada si trabajaba un rato en la moto. Su intención era dedicarle cerca de una hora y después volver a Buscador. En lugar de ello trabajó durante tres horas y llegó diez minutos tarde a recoger a Wayne.
Después de aquello empezó a dedicarse al libro por las mañanas y a la moto por las tardes. Se acostumbró a ponerse una alarma para llegar siempre puntual a recoger a Wayne. Para finales de junio tenía un fajo de páginas abocetadas y la Triumph se había quedado reducida al motor y la armazón de metal.
Mientras trabajaba cantaba, aunque rara vez era consciente de ello. Toda la noche pienso cantar esta canción para molestar, cantaba mientras trabajaba en la moto.
Y cuando estaba con el libro cantaba: A Christmasland nos lleva papá, para en el Trineo Ruso montar. A Christmasland nos lleva papá. ¡Vámonos ya!
Pero eran la misma canción.