A la intemperie

ECHÓ A ANDAR.

La lluvia era una fina aguanieve que le calaba la cazadora militar y le dejaba el pelo crujiente a causa del hielo.

Su padre y su novia vivían en Durham, New Hampshire, y había una manera de llegar hasta ellos usando la red estatal de transportes de Massachusetts —coger un tren T hasta la estación Norte y después un Amtrak— pero para eso hacía falta un dinero que Vic no tenía.

A pesar de ello fue a la estación y se quedó por allí un rato para guarecerse de la lluvia. Empezó a pensar a quién podría llamar para que le prestara el dinero del billete de tren. Luego se decidió: a tomar por culo. Llamaría a su padre y le pediría que fuera a buscarla en coche. Lo cierto era que no estaba segura de por qué no se le había ocurrido aquello antes.

Solo le había visitado una vez, el año anterior, y había sido un desastre. Vic se había peleado con la novia y le había tirado un mando a distancia con tan mala suerte que le puso un ojo morado. Su padre la mandó de vuelta a casa aquella misma noche sin escuchar siquiera su versión de la historia. Desde entonces no había hablado con él.

Chris McQueen descolgó al segundo timbrazo y dijo que aceptaba la llamada a cobro revertido. Aunque no parecía muy contento. Tenía la voz áspera. La última vez que Vic le había visto, su pelo tenía muchas más canas que un año atrás. Había oído que los hombres con amantes jóvenes se mantienen también jóvenes. En el caso de su padre no era así.

—Oye —dijo Vic y de repente tuvo que hacer nuevos esfuerzos por no llorar—, resulta que mamá me ha echado, lo mismo que te echó a ti.

No era así cómo habían ocurrido las cosas, pero parecía lo más indicado para empezar la conversación.

—Escucha, Mocosa —dijo su padre—. ¿Dónde estás? ¿Estás bien? Me ha llamado tu madre y me ha dicho que te habías ido.

—Estoy en la estación de tren, pero no tengo dinero. ¿Puedes venir a buscarme?

—Te voy a llamar un taxi. Lo pagará mamá cuando llegues a casa.

—No puedo ir a casa.

—Vic. Tardaría una hora en llegar hasta allí y es medianoche. Mañana entro a trabajar a las cinco de la mañana. Ya debería estar acostado, pero en lugar de ello me has tenido sentado al lado del teléfono preocupándome por ti.

Vic escuchó una voz de fondo, la de la novia de su padre, Tiffany.

—¡Aquí no va a venir, Chrissy!

—Tienes que solucionar esto con tu madre —dijo el padre—. Yo no puedo tomar partido, Vic. Lo sabes.

—Aquí desde luego no va a venir —repitió Tiffany con voz estridente y enfadada.

—¿Te importaría decirle a esa zorra que cierre la puta boca? —exclamó, casi gritó Vic.

Cuando su padre volvió a hablar su tono era más duro.

—Sí, me importaría. Y teniendo en cuenta que la última vez que estuviste aquí le pegaste…

—¡Qué coño!

—… y no le pediste perdón…

—No le toqué un pelo a esa zorra sin cerebro.

—… vale. Fin de la conversación. Por mí como si pasas la noche bajo la lluvia.

—O sea, que entre ella y yo la eliges a ella —dijo Vic—. A ella. Vete a tomar por culo, papá. Vete a la cama y descansa para que mañana puedas seguir volando cosas por los aires. Es tu especialidad.

Colgó.

Se preguntó si podría dormir en un banco de la estación de tren, pero para cuando dieron las dos supo que no. Hacía demasiado frío. Consideró llamar a su madre a cobro revertido y pedirle que le enviara un taxi, pero la idea de pedirle ayuda le resultaba insoportable, así que echó a andar.