Epílogo

La comisión que la Universidad de Harvard había enviado al Cañón del Trono, tropezó, desde el primer momento, con numerosos y macabros hallazgos. El jefe de la expedición, catedrático de prehistoria de las razas americanas, releyó una vez más la extraña carta recibida veinte días antes, sin fecha y sin que se indicara el punto desde donde había sido enviada. Como firma, para completar el misterio, llevaba una tosca cabeza de lobo o de coyote. En aquella misteriosa carta, el desconocido comunicante indicaba al profesor Button que si se trasladaba en seguida al poblado de Ladrón y de allí marchaba al Cañón del Trono, encontraría, en este último, un magnífico ejemplo de la cultura azteca, representado por unas tumbas reales, repletas de labores indígenas y de joyas de la misma procedencia. El autor de la carta aconsejaba que se fuese en seguida, pues existía el peligro de que los vecinos del pueblo descubrieran el emplazamiento de las tumbas y las saquearan, destruyendo las joyas, como ya había estado a punto de ocurrir, pues una numerosa banda de forajidos habíase apoderado del Valle del Trono y en uno de los tres edificios que construyeron los aztecas habían dispuesto un crisol de fundir oro y plata, con la intención de destruir todo aquel tesoro que en su forma más valiosa sería de imposible venta.

Button, en contra de los consejos de sus amigos, que insistieron mucho para convencerle de que se trataba de una broma, reunió un grupo de arqueólogos y marchó con ellos hacia Arizona, salvando un sinfín de dificultades; pero llegando a tiempo de convencerse de que nadie se les había anticipado.

Mas en cuanto cruzaron la derribada valla que debió de cerrar la salida del cañón, encontráronse con dos esqueletos, uno de los cuales estaba clavado, por medio de un largo cuchillo, a uno de los troncos de la valla. Luego, a poca distancia, encontraron otro esqueleto caído en el suelo. Junto a él se veía un rico revólver enfundado en una agrietada pistolera.

—Cualquiera diría que ese pobre diablo trataba de ponerse a salvo —comentó uno de los miembros de la expedición.

Y otro, que había estado examinando una blanca roca cercana, indicó:

—Fijaos, ¿qué querrá decir esto?

Señalaba una cabeza de coyote junto a la cual se veía el número doce.

El profesor Button se acercó, comparó la firma que le había hecho ir allí con la que estaba grabada en la piedra y, lentamente, contestó:

—Ésa es la marca del Coyote.

Y como antes de llegar allí habíase enterado de muchas de las hazañas del Coyote, contestó, cuanto todos le preguntaron quién era El Coyote.

—Nadie lo sabe. Algunos le han visto la cara; pero ninguno ha vivido lo suficiente para descubrir su identidad. Suele dejar su marca cerca de todo hombre a quien se ve obligado a matar.

—¿Es un bandido? —preguntó otro de los expedicionarios.

—Para unos sí y para otros no. La realidad es que debe de ser un poco de todo, o mejor dicho, que para lograr un resultado justo, se vale de medios menos justos; pero sí muy eficaces.

—¿Y ese número doce? ¿Qué puede significar?

—Tal vez encontremos doce cadáveres y entonces comprenderemos que este pobre diablo fue el número doce de los que cayeron.

—¿Cree que ese Coyote puede haber matado a doce hombres? —preguntó, escandalizado, otro de los expedicionarios.

El catedrático se encogió de hombros.

—No sé —dijo—; pero no hemos venido a eso, y como en la pared frontera a las casas veo una a modo de boca de cueva o mina creo que debemos ir hacia allí sin perder un momento y comprobar si la comunicación es cierta o no.

—¿Denunciará estas muertes? —preguntó el expedicionario que antes se había escandalizado.

—¿Para qué? —sonrió Button—. Nadie podrá probar quién las ha cometido; por lo tanto, enterraremos a los muertos y dejaremos que ellos se venguen de sus matadores. Y si no pueden o no quieren hacerlo, no debemos ser nosotros más exigentes que ellos. Por tanto debemos limitarnos a desearles que descansen en paz y, al mismo tiempo, desear buena suerte al Coyote, a quien, al fin y al cabo, deberemos el descubrimiento de unos tesoros que estaban en peligro de ser destruidos.

FIN