¿PARA QUE SIRVEN LOS HOMBRES?

—El no existe. ¿Lo entiendes? No existe.

—Sí, lo entiendo.

—Yo existo. Tú existes. El no existe.

Después de establecer la inexistencia de Bruno, la mujer de cuarenta años acarició dulcemente la mano de su compañera, mucho más joven. Parecía feminista, y además llevaba un suéter de feminista. La otra parecía una cantante de variedades; en un momento dado habló de galas (o quizás de galeras, no lo entendí muy bien). Con su pequeño ceceo, se estaba acostumbrando lentamente a la desaparición de Bruno. Por desgracia, al terminar la comida, quiso dar por sentada la existencia de Serge. El suéter se crispó con violencia.

—¿Puedo seguir hablándote de él? —preguntó la otra tímidamente.

—Sí, pero no te enrolles.

Cuando se marcharon, saqué una voluminosa carpeta de recortes de prensa. Por enésima vez en quince días, intenté sentirme aterrorizado por las perspectivas que abre la clonación humana. Hay que decir que la cosa empieza con mal pie, con esa foto de la valiente oveja escocesa (que además, como pudimos comprobar en el telediario, bala con pasmosa normalidad). Si el objetivo era asustarnos, habría sido más sencillo clonar arañas. Intento imaginar una veintena de individuos diseminados por la superficie del planeta con el mismo código genético que yo. Es algo que me perturba, sí (por otra parte, le perturba hasta a Bill Clinton, que ya es decir); pero no, no me aterroriza exactamente. ¿Acaso he llegado al extremo de burlarme de mi código genético? No, tampoco. Definitivamente, la palabra es perturbación. Después de leer unos cuantos artículos más, me doy cuenta de que ése no es el problema. Al contrario de lo que se repite de la manera más tonta, es falso que «ambos sexos podrán reproducirse por separado». De momento la mujer sigue siendo, como subraya acertadamente Le Figaro, «insoslayable». Por el contrario, es cierto que el hombre ya casi no sirve para nada (lo humillante de esta historia, por otra parte, es la sustitución del espermatozoide por una «leve descarga eléctrica»; eso nos deja por los suelos). En el fondo, ¿para qué sirven los hombres? Uno puede imaginar que en otras épocas, cuando había muchos osos, la virilidad desempeñara un papel específico e irreemplazable; ahora, cabe la duda.

La última vez que oí hablar de Valérie Solanas,[19] fue en un libro de Michel Bulteau, Flowers; se habían visto en Nueva York en 1976. El libro estaba escrito trece años más tarde; es evidente que el encuentro dejó huella en Bulteau. Describe a una mujer «con la piel verdosa, el pelo sucio, vaqueros y una cazadora mugrienta». Ella no se arrepentía lo más mínimo de haber disparado contra Warhol, el padre de la clonación artística. «Si veo otra vez a ese cabrón lo vuelvo a hacer, joder». Todavía se arrepentía menos de haber fundado el movimiento SCUM (Society for Cutting Up Men) y se disponía a escribir la segunda parte de su manifiesto. Luego, silencio. ¿Habría muerto? Más raro aún, el ramoso manifiesto desapareció de las librerías; para hacerse una idea fragmentaria hay que ver la cadena Arte[20] bien entrada la noche y soportar la dicción de Delphine Seyrig.[21] A pesar de todos estos inconvenientes, merece la pena: los extractos que he podido escuchar son realmente impresionantes. Y ahora, gracias a Dolly, la Oveja del Futuro, por primera vez se dan las condiciones técnicas necesarias para que se realice el sueño de Valérie Solanas: un mundo exclusivamente compuesto por mujeres. (Por añadidura, la petulante Valérie desarrollaba ideas sobre los temas más variados; yo anoté, entre otros, el de «Exigimos la abolición inmediata del sistema monetario». Definitivamente, ya es hora de que alguien reedite ese texto).

(Mientras tanto, Andy el astuto duerme en nitrógeno líquido, en espera de una muy hipotética resurrección).

Aquellas que estén interesadas deben saber que pronto podría realizarse el experimento, quizás a pequeña escala; espero que los hombres sepan desaparecer sin perder la calma. De todos modos ahí va un último consejo para partir de una buena base: que no intenten clonar a Valérie Solanas.