CALAIS, PASO DE CALAIS

Como veo que todo el mundo está despierto,[12] aprovecho para apoyar una modesta petición a la que los medios de comunicación, a mi juicio, no han prestado atención suficiente: la que han hecho Robert Hue y Jean-Pierre Chevènement a favor de un referéndum sobre la moneda única. Cierto que el Partido Comunista ya no es lo que era, que Jean-Pierre Chevènement sólo se representa a sí mismo, y «gracias»; aun así expresan un deseo mayoritario, y Jacques Chirac había prometido ese referéndum. Lo cual, en el momento en que digo esto y técnicamente, lo convierte en un mentiroso.

No creo dar muestras de una excepcional agudeza de análisis diagnosticando que vivimos en un país cuya población se está empobreciendo, tiene la sensación de que va a empobrecerse cada vez más, y además está convencida de que todos sus males se deben a la competición económica internacional (simplemente porque está perdiendo la «competición económica internacional»). Hace unos pocos años, a todo el mundo le importaba un rábano Europa; era un proyecto que no había despertado ni la menor oposición ni el más mínimo entusiasmo; digamos que ahora han aparecido ciertos inconvenientes, y que parece haber una creciente hostilidad. Cosa que, al fin y al cabo, ya sería un buen argumento a favor de un referéndum. Merece la pena recordar que el referéndum de Maastricht, en 1992, estuvo a punto de no convocarse (la palma histórica del desprecio es, sin duda, para Valéry Giscard d’Estaing, que consideraba el proyecto «demasiado complejo para ser sometido a votación»), y que una vez se produjo estuvo a punto de saldarse con un NO, mientras que el conjunto de los políticos y de los medios de comunicación responsables pedían el SÍ.

Esta profunda y casi increíble obstinación de los partidos políticos «gubernamentales» en seguir adelante con un proyecto que no le interesa a nadie, y que incluso empieza a asquear a todo el mundo, puede explicar, en sí misma, muchas cosas. Por mi parte, cuando me hablan de nuestros «valores democráticos», me cuesta sentir la emoción requerida; mi primera reacción es, más bien, echarme a reír a carcajadas. Si hay algo de lo que estoy seguro, cuando me piden que elija entre Chirac y Jospin (!) y se niegan a consultarme sobre la moneda única, es que no vivimos en democracia. Bueno, puede que la democracia no sea el mejor de los regímenes; es, como suele decirse, la puerta abierta a «peligrosas desviaciones populistas»; pero entonces preferiría que nos lo dijeran francamente: hace tiempo que se trazaron las grandes directrices, son sabias y justas, no pueden ustedes entenderlas bien; sin embargo todos ustedes pueden, en función de su sensibilidad, aportar tal o cual matiz político a la composición del próximo gobierno.

En Le Figaro del 25 de febrero leo unas interesante estadísticas sobre el Paso de Calais; el 40% de la población local vive por debajo del nivel de pobreza (cifras del Instituto Nacional de Estadística); seis contribuyentes de cada diez están exentos del pago del impuesto sobre la renta. Al contrario de lo que podríamos pensar, el Frente Nacional consigue resultados mediocres en la región; cierto que la población inmigrante disminuye constantemente (aunque el índice de natalidad es muy bueno, notablemente superior a la media nacional). De hecho, el alcalde-diputado de Calais es comunista, con la interesante particularidad de ser el único que ha votado contra el abandono de la dictadura del proletariado.

Calais es una ciudad impresionante. Lo normal en una ciudad de provincias de ese tamaño es que haya un centro histórico, calles peatonales animadas los sábados por la tarde, etc. Pero en Calais no hay nada parecido. Durante la Segunda Guerra Mundial, el 95% de la ciudad resultó arrasado; y los sábados por la tarde no hay nadie en la calle. Uno pasa junto a edificios abandonados, inmensos aparcamientos vacíos (desde luego es la ciudad francesa donde más fácil resulta aparcar). Los sábados por la tarde es un poco más alegre, pero con una alegría bastante especial. Casi todo el mundo está borracho. En la zona de bares hay un casino, con hileras de máquinas tragaperras donde los habitantes de Calais despilfarran su salario mínimo interprofesional. El escenario de los paseos del domingo por la tarde es la entrada del túnel del Canal de la Mancha. Al otro lado de las verjas, casi siempre en familia, a veces empujando un carrito de bebé, la gente mira pasar el Eurostar. Saludan con la mano al conductor, que contesta tocando la sirena antes de hundirse bajo el mar.