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Buenos chicos

Augustus Brine, Travis y Gian Hen Gian apenas cabían en el asiento de la camioneta de Brine. Conforme se aproximaban a la casa de Effrom y Amanda, vieron que un Dodge beige estaba aparcado delante de la casa.

—¿Sabes que coche tienen? —preguntó Travis.

—Creo que un ford viejo —dijo Brine mientras aminoraba la velocidad.

—No bajes la velocidad, continua —dijo Travis.

—Pero ¿por qué?

—Apuesto a que ese coche es de la policía. Lleva una antena en la parte de atrás.

—¿Y qué? Tu no has hecho nada ilegal —dijo Brine, que lo único que quería era irse a casa a dormir.

—Continua. No quiero contestar a un monton de preguntas. No sabemos qué ha estado haciendo Engañifa. Podemos volver más tarde, cuando se haya ido la policía.

—Tiene razón, Augustus Brine.

—Bueno —dijo Brine, pisó con fuerza el acelerador y se fueron rápidamente de ahí.

Unos minutos más tarde, se encontraban sentados ne la cocina de Jenny escuchando el contestador automático. Habían entrado por la parte trasera de la casa para evitar la quemada y harinosa mancha del césped de la entrada.

—Bien —dijo Travis mientras reajustaba la máquina—, eso nos da un poco más de tiempo antes de explicarle todo a Jenny.

—¿Crees que Engañifa volverá? —preguntó Brine.

—Eso espero —respondió Travis.

—¿No podrías concentrar tu voluntad para que vuelva hasta que averigüemos si Amanda tiene los candelabros?

—Lo he estado intentando, pero yo de todo esto no entiendo más que vosotros.

—Pues yo necesito beber algo. ¿Hay algo en la casa? —preguntó Brine.

—Lo dudo. Jenny me dijo que no podía tener alcohol en la casa porque se lo bebería su marido. El vino se lo acabó ella anoche.

—Hasta un poco de jerez para cocinar estaría bien —dijo Brine, sintiéndose un poco mezquino al decirlo.

Travis se puso a buscar por las repisas.

—Si llegaras a encontrarte un poco de sal, te lo agradecería inmensamente —dijo el yinn.

Entre las especias, Travis encontró una caja de sal que le estaba pasando al yinn cuando sonó el teléfono.

Se quedaron congelados y escucharon el mensaje que Jenny utilizaba para contestar. Después del bip hubo una pausa y luego la voz de una mujer.

—Cógelo, Travis —dijo la voz, que no era la de Jenny.

—Nadie sabe que estoy aquí —dijo Travis mirando a Brine.

—Pues ahora sí que lo saben, contesta.

Travis levantó el teléfono y enseguida se oyó el clic de que se apagaba el contestador.

—Hola, habla Travis.

Brine observó cómo iba palideciendo la cara de Travis mientras escuchaba.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Travis—. Déjeme hablar con ella. ¿Quién es usted? ¿Sabe en lo que se está metiendo?

Brine no podía imaginarse de qué podían estar hablando.

—¡No es un espíritu de la Tierra, es un demonio! ¿Cómo puede ser tan estúpida? —exclamó Travis al teléfono.

Después de escuchar durante unos segundos más, Travis miró a Augustus Brine y cubriendo el auricular le preguntó:

—¿Sabe dónde quedan unas cuevas que hay al norte del pueblo?

—Sí —contestó Brine—, en la vieja finca de champiñones.

—Sí, las encontraré. Estaré ahí a las cuatro —dijo Travis antes de colgar. Después, se desplomó sobre una de las sillas de la cocina y dejó caer el teléfono sobre su base.

—¿Qué pasa? —preguntó Brine.

—Esa mujer tiene a Jennifer, a Amanda y a su marido como rehenes. Engañifa está con ella y tienen los candelabros. Y, tenías razón, hay tres invocaciones.

—No entiendo, ¿qué es lo que pide? —preguntó Brine.

—Piensa que Engañifa es algún tipo de espíritu benévolo de la Tierra y ella quiere su poder.

—Qué ignorantes son los humanos —afirmó el yinn.

—¿Pero qué quiere de ti? —preguntó Brine—. Ya tiene los candelabros y las invocaciones.

—Están en griego. Quieren que se las traduzca o matarán a Jenny.

—Déjalos —apuntó el yinn—, tal vez puedas empezar a controlar al demonio estando muerta la chica.

—¡Ya han pensado en ello, enano! Si no aparezco allí a las cuatro, matarán a Jenny y destruirán la invocación. Entonces nunca podríamos deshacernos de Engañifa —exclamó Travis exaltado.

—Tenemos exactamente una hora y media para pensar un plan —dijo Augustus Brine al mirar su reloj.

—Retirémonos al bar a estudiar nuestras opciones —sugirió el yinn.