Augustus
Augustus Brine encendió su pipa y repasó mentalmente los detalles de la historia que Travis le acababa de contar. Se había terminado la botella de vino, lo cual, en todo caso, había proporcionado claridad a sus pensamientos, limpiándolos de la adrenalina que le había provocado la aventura de la mañana.
—Hubo un tiempo, Travis, en que si alguien me hubiera contado una historia semejante hubiera llamado a los del psiquiátrico para que se lo llevaran; sin embargo, durante las últimas veinticuatro horas la realidad ha viajado sobre la espalda del dragón y yo sólo he intentado sujetarme.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Travis.
—Quiero decir que te creo.
Brine se levantó de la silla y comenzó a desatar la cuerda que amarraba a Travis.
Detrás de ellos se oyó un ruido y Brine se giró para ver que Gian Hen Gian entraba en la sala con una toalla de flores liada al cuerpo y otra a la cabeza; pensó que parecía una ciruela pasa disfrazada de Carmen Miranda.
—Me siento refrescado y listo para la tortura, Augustus Brine.
El yinn se detuvo al ver que Brine desataba al guardián del demonio.
—Qué, ¿colgamos a la bestia por los pies de un edificio alto hasta que hable?
—Espabile, Rey —respondió Brine.
Travis flexionó los brazos para devolverles la circulación.
—¿Y éste quién es? —preguntó.
—Este es Gian Hen Gian, Rey de los yinn —respondió Brine.
—¿O sea, el genio?
—Correcto —contestó Brine.
—No me lo creo.
—Tú no estás en posición para no creer en los seres sobrenaturales, Travis. Además, fue el yinn quien me dijo cómo encontrarte. Él conocía a Engañifa veinticinco siglos antes de que tú nacieras.
Gian Hen Gian dio un paso hacia delante y agitó un nudoso y moreno dedo ante la cara de Travis.
—¡Dinos dónde está escondido el Sello de Salomón o pondremos tus genitales en una licuadora de acción reversible de nueve velocidades, con cinco años de garantía, antes de que puedas decir eureka!
Brine levantó una ceja y miró de reojo al yinn.
—Encontraste el catálogo de Sears en el lavabo.
El yinn asintió con la cabeza.
—Está repleto de finos instrumentos de tortura —afirmó.
—No serán necesarios. Travis está buscando el Sello para hacer que desaparezca el demonio.
—Le he dicho que nunca he visto el Sello de Salomón. Es un mito. Me leía cientos de veces en libros de magia citas sobre él, pero siempre lo describen de una forma distinta. Creo que eso se lo inventaron en la Edad Media para vender libros de magia.
El yinn emitió un ruido de exasperación y con él apareció en el aire un hilo de azul damasco.
—¡Mientes! No podrías llamar a Engañifa sin el Sello.
Augustus Brine levantó una mano invitándole a la calma.
—Travis encontró la invocación para llamar al demonio dentro de un candelabro. Nunca vio el Sello, pero yo creo que estaba oculto en el otro candelabro, donde él no lo podía ver. Gian Hen Gian, ¿alguna vez ha visto el Sello de Salomón? ¿Cabría dentro de un candelabro?
—En el tiempo de Salomón se trataba de un cetro de plata. Supongo que se podría convertir en un candelabro —respondió el yinn.
—Bien, pues Travis cree que la invocación para hacer que el demonio desaparezca está escondida en el candelabro que le faltó por abrir. Yo supondría que el que supiera todo esto y conociera el Sello de Salomón también tendría la invocación que le devolvería su poder. Incluso, me jugaría la vida en ello.
—Es posible, pero también es posible que el moreno te esté engañando.
—No creo. Creo que, al igual que yo, nunca ha querido verse envuelto en todo esto. En setenta años no fue capaz de darse cuenta de que su voluntad era lo que controla a Engañifa.
—¡Entonces el moreno este es un deficiente mental!
—Oye, ¿qué pasa? —exclamó Travis.
—¡Basta! Tenemos cosas que hacer. Gian Hen Gian, vaya a vestirse —ordenó Brine.
El yinn abandonó la habitación sin protestar y Brine se dirigió hacia Travis.
—Creo que has encontrado a la mujer que buscabas. Amanda y Effrom Elliot se casaron en cuanto él volvió de la Primera Guerra Mundial. Cada año salen retratados en el periódico local el día de su aniversario de bodas, ¿sabes?, y el pie de foto pone: «Y decían que no duraría». En cuanto esté listo el Rey, nos iremos para allá a buscar los candelabros, si es que aún los tiene. Necesito que me des tu palabra de que no intentarás escapar.
—La tienes. Pero creo que deberíamos volver a casa de Jenny y estar listos para cuando vuelva Engañifa —respondió Travis.
—Quiero que intentes sacarte a Jenny de la cabeza, Travis. Es la única manera de que recuperes el control sobre el demonio. Pero antes, hay algo que creo que deberías saber respecto a ella.
—Ya lo sé, está casada —interrumpió Travis.
—No. Es la nieta de Amanda.