Rivera
Rivera entró en la caravana seguido de dos policías uniformados. Robert apenas se había incorporado sobre el sofá cuando ya lo habían esposado. Antes de que pudiera comprender qué pasaba, Rivera le estaba leyendo sus derechos. Cuando por fin se le aclaró la vista, Robert vio que Rivera estaba sentado enfrente de él, poniéndole un papel ante la cara.
—Robert, soy el sargento detective Alfonso Rivera. Esto que ves es una orden de arresto contra ti y La Brisa. Además, tenemos otra para registrar la caravana, que es lo que haremos los comisionados Deforest, Pérez y yo dentro de un momento —dijo Rivera mientras le mostraba la insignia que llevaba en la cartera.
Un policía uniformado apareció por el otro extremo de la caravana.
—No se encuentra aquí, sargento —afirmó.
—Gracias —respondió Rivera al de uniforme.
—Las cosas te irán mejor si me dices en este momento dónde puedo encontrar a La Brisa —dijo Rivera.
Robert empezaba a hacerse una idea de lo que estaba ocurriendo.
—¿Así que no eres camello? —preguntó somnoliento.
—Eres sagaz Masterson. ¿Dónde está La Brisa?
—La Brisa no tuvo nada que ver con ello. Hace dos días que desapareció. Me llevé la maleta porque quería saber quién era el tipo que estaba con mi esposa —explicó Robert.
—¿Qué maleta?
Robert miró hacia la maleta, que estaba sobre el suelo de la sala. La Haliburton aún estaba sin abrir. Rivera la cogió e intentó abrirla.
—Tiene un candado de combinación, yo no pude abrirla —dijo Robert.
Los comisionados del sheriff registraban la caravana. Desde la habitación de atrás se oyó a uno de ellos gritar:
—¡Rivera, la tenemos!
—Quédate aquí, Robert, volveré enseguida —dijo Rivera.
Conforme Rivera se dirigía hacia la habitación, uno de los policías se asomó por la puerta de la cocina sosteniendo otra maleta de aluminio.
—¿Está ahí? —preguntó Rivera.
Pérez, un hispano moreno que parecía demasiado bajo para ser comisionado, echó la maleta sobre la mesa de la cocina y la abrió.
—Hierba —afirmó.
La maleta estaba repleta de bloques de marihuana envueltos en celofán y ordenados en hileras. A Robert le llegó un ligero olor a zorrillo.
—Buscaré el equipo de prueba —dijo Pérez.
—Claro, podrían ser retazos de césped que han cortado y han guardado aquí —dijo Rivera sarcásticamente con un suspiro y una mirada desaprobatoria hacia Pérez, la cual éste resistió.
—¿Y el archivo? —preguntó Pérez.
Rivera le indicó con la mano que se retirara y volvió a la sala a sentarse al lado de Robert en el sofá.
—Amigo, tienes serios problemas —afirmó.
—Sabe, me sentí muy mal por haber sido tan grosero con usted ayer cuando estuvo aquí. No he estado muy bien últimamente —dijo Robert con una débil sonrisa.
—Ahora tienes ocasión de enmendarlo. Dime dónde está La Brisa —dijo Rivera.
—No lo sé —respondió Robert.
—Pues entonces tendrás que tragar mucha mierda por la maría que está ahí sobre la mesa —apuntó Rivera.
—Yo ni siquiera sabía que estaba ahí, creí que había venido por lo de la maleta que me robé, la otra maleta —contestó Robert.
—Robert, tú y yo vamos a la jefatura y ahí tendremos una charla muy larga. Me contarás todo lo referente a la maleta y al tipo de gente que ha estado frecuentando La Brisa —dijo Rivera.
—Sargento Rivera, no quiero parecer grosero ni nada parecido, pero la verdad es que no estaba del todo despierto cuando me leyó usted los cargos… señor —afirmó Robert.
Rivera ayudó a Robert a levantarse del sofá y lo condujo hacia el exterior de la caravana.
—Posesión de marihuana para vender y conspiración para venderla. En realidad, el de conspiración es el más grave —le informó Rivera.
—¿Así que ustedes no sabían nada sobre la maleta que robé? —preguntó Robert.
—Esa maleta no me interesa en absoluto. Cuidado con la cabeza —apuntó Rivera mientras lo empujaba de regreso a la caravana.
—De todas formas, podría llevársela para averiguar a quién pertenece. Sus compañeros del laboratorio la podrían abrir y…
Rivera acalló el comentario de Robert al cerrar con fuerza la portezuela del coche; se giró hacia Deforest, que en aquel momento salía de la caravana.
—Coge la maleta que está en la sala —le ordenó.
—¿Más maría jefe? —preguntó éste.
—No creo, pero el majara este cree que puede ser muy importante.