Augustus Brine
—Los he encontrado. El coche está aparcado delante de la casa de Jenny Masterson —dijo Augustus Brine cuando entró corriendo a su casa cargando una bolsa del mercado en cada brazo.
Gian Hen Gian estaba en la cocina vertiendo sal de una caja redonda y azul en una jarra llena de zumo de frutas.
Brine dejó las bolsas sobre el suelo, junto a la chimenea.
—Ayúdame a meter las cosas, hay más bolsas en la camioneta —dijo.
El genio se acercó y miró en las bolsas. Una de ellas estaba llena de pilas y de rollos de alambre. La otra, llena de cilindros de cartón marrón, de ocho centímetros de largo y dos de diámetro. Gian Hen Gian cogió uno de los cilindros y lo sostuvo en el aire. De un lado salía un fusible impermeable color verde.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Bombas para focas. El departamento de pesca las distribuye entre los pescadores para que puedan alejar a las focas de sus anzuelos y redes. Tenían un montón de ellas en la tienda —respondió Brine.
—Los explosivos no servirán contra el demonio —apuntó el genio.
—Hay cinco bolsas más en el camión. ¿Me las traes, por favor? No sé cuánto tiempo nos queda —dijo Brine mientras se apresuraba a colocar una hilera de bombas delante de la chimenea.
—Qué te crees que soy, ¿un servil mayordomo? ¿Una bestia de carga? ¿Debería yo, Gian Hen Gian, rey de los yinn, reducirme a llevar la carga de un ignorante mortal que piensa atacar al demonio con petardos?
—Oh, rey, por favor, trae las puñeras bolsas para que pueda acabar con esto antes de la madrugada —dijo Brine exasperado.
—De nada servirán —respondió el genio.
—No voy a intentar hacerlo explotar, sólo quiero saber dónde está. A no ser que tú puedas utilizar tu grandioso poder para detenerlo, oh rey de los yinn.
—Sabes bien que no puedo.
—¡Las bolsas! —exclamó Brine.
—Además de estúpido eres un hombre malo, Augustus Brine. He visto más inteligencia en los piojos de la entrepierna de una prostituta.
Conforme el genio salía por la puerta, su diatriba se disolvía en la distancia. Brine se puso a envolver los fusibles de las bombas con un fino alambre plateado que los haría calentarse al aplicarles la corriente. Era un método poco preciso de detonación, pero a esas horas de la madrugada no podía conseguir otro tipo de material.
Unos minutos después, llegaba el genio con dos bolsas más.
—Ponlas sobre las sillas —le ordenó Brine con un gesto de la cabeza.
—Estas bolsas están llenas de harina. ¿Piensas hacer pan, Augustus Brine? —preguntó Gian Hen Gian.