Augustus Brine
Augustus Brine se encontraba postrado en una de sus sillas de cuero de alto respaldo, masajeándose los lóbulos, mientras intentaba formular un plan de acción. Más que respuestas, la pregunta ¿por qué yo?, se repetía una y otra vez en su cabeza como el mantra de la perplejidad. A pesar de su tamaño, fuerza y sabiduría acumulada a través de los años, Augustus se sentía pequeño, débil y estúpido. «¿Por qué yo?»
Hacía unos minutos que Gian Hen Gian había irrumpido enloquecidamente en su casa parloteando en árabe. Cuando finalmente Brine logró calmarlo, el genio le explicó que había encontrado al demonio.
—Tienes que buscar al moreno, él debe tener el sello de Salomón. ¡Debes encontrarlo! —exclamó el yinn, conmocionado.
Ahora, el genio estaba sentado enfrente de Brine, comiendo patatas fritas mientras veía una película de los hermanos Marx.
Insistía en que Brine hiciera algo, pero no tenía ninguna sugerencia en cuanto a cómo proceder. Brine pensó en todas las alternativas, pero ninguna le satisfizo; podía llamar a la policía, contarle que un genio le había dicho que un demonio invisible y antropófago había llegado a Pine Cove y pasar el resto de sus días bajo sedantes: no procedía; podía encontrar al moreno, insistir en que devolviera al demonio al infierno y ser ingerido por éste: excluido; o también, a escondidas, intentando no ser visto por un demonio invisible que podría estar en cualquier parte, buscar al moreno, robar el sello y devolver al demonio al infierno él mismo, corriendo el riesgo de ser devorado en el proceso: tampoco procedía. Claro que, por otro lado, también podía resistirse a creer aquella historia, podía olvidarse de que había visto a Gian Hen Gian beber bastante agua salada como para matar a un batallón, negar por completo la existencia de lo sobrenatural, abrir una impúdica botellita de merlot y sentarse ante su chimenea a bebérsela mientras un demonio venido del infierno se comía a sus vecinos. Sin embargo, sí se creía la historia y por lo tanto, esta opción tampoco le servía. Por el momento, decidió frotarse los lóbulos y seguir preguntándose: «¿Por qué yo?».
El genio no le podría ayudar, pues sin amo tenía tan poco poder como Brine mismo; y sin el sello y la invocación no podía tener un amo. Brine había estudiado las alternativas más evidentes con Gian Hen Gian sólo para sentenciar cada una al fracaso. No, no podría matar al demonio, pues era inmortal. Tampoco podría matar al moreno, pues estaba protegido por el demonio y matarlo a él, de ser posible, podría liberar la voluntad del demonio. Y, según los razonamientos del genio, intentar llevar a cabo un exorcismo sería una tontería, ¿acaso podía algún falso prelado pisotear el poder de Salomón?
Tal vez podrían separar al demonio de su guardián y de alguna manera lograr que el moreno devolviera el demonio al infierno. Brine estaba a punto de preguntarle a Gian Hen Gian si eso era posible, pero se detuvo. Al genio se le saltaban las lágrimas.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Brine.
Gian Hen Gian mantenía la vista sobre la pantalla de la televisión, en la que se veía a Harpo Marx sacándose una serie de objetos del abrigo, objetos que por su extraordinario tamaño, eran imposibles de almacenar ahí.
—Hacía tanto tiempo que no veía a uno de los míos. Aunque no reconozco a éste que no habla, sé que es un yinn. ¡Qué magia!
Por un momento Brine consideró la posibilidad de que Harpo Marx hubiera sido uno de los yinn, pero enseguida se enfadó consigo mismo por haberlo concebido siquiera. Aquel día habían pasado demasiadas cosas nuevas para él y comenzaba a creer que cualquier cosa era posible. Si no tenía cuidado, acabaría por perder el criterio por completo.
—¿Quieres decir que llevando aquí mil años nunca habías visto una película? —preguntó Brine asombrado.
—¿Qué es una película?
Cuidadosa y lentamente, Brine le explicó al rey de los yinn la ilusión que creaban las imágenes en movimiento. Cuando terminó, se sentía como si hubiese violado al hada madrina de los niños ante una clase de párvulos.
—Entonces, ¿sigo estando solo aquí? —preguntó tristemente el yinn.
—No completamente —respondió Brine.
—Bueno, ¿pero qué vas a hacer respecto a Engañifa, Augustus Brine? —contestó el genio, contento con cambiar de tema.