La historia del yinn
—Perdone, oh rey, pero ¿qué es en realidad un yinn? —preguntó Brine.
Gian Hen Gian escupió sobre el agua y maldijo, sólo que esta vez Brine no comprendió su lenguaje ni tampoco vio remolinos azules en el aire.
—Yo soy un yinn. Los yinn fueron la primera gente. Éste fue nuestro mundo mucho antes de que apareciera el primer humano. ¿No has leído los cuentos de Scherezade?
—Creía que eran sólo cuentos.
—¡Por el escroto de la lámpara encendida de Aladino, hombre! Todo es un cuento. ¿Qué otra cosa hay? Los cuentos son la única verdad. Esto lo sabía el yinn. Nosotros teníamos poder sobre nuestras historias. Le dábamos al mundo la forma que queríamos. Era nuestra gloria. Fuimos hechos por Jehová como una raza de creadores, pero después nos tuvo envidia.
»Envió a Satanás y a un ejército de ángeles a combatirnos y fuimos relegados al Mundo Inferior, donde éramos incapaces de inventar nuestras historias. Luego creó una raza que era incapaz de crear para que se asombrara del Creador.
—¿Al hombre? —preguntó Brine.
El yinn asintió repetidamente con la cabeza y continuó:
—Cuando Satanás nos envió al Mundo Inferior fue porque había visto el poder que teníamos. Él sabía que no era más que un sirviente, mientras que Jehová les había concedido a los yinn el poder de los dioses. Le pidió a Jehová el mismo poder, proclamando que él y su ejército no servirían hasta que les fuera concedido el mismo poder para crear.
»Jehová se enfadó muchísimo. Relegó a Satán al infierno, donde el ángel podía tener el poder que deseaba pero sólo sobre su propio ejército rebelde. Para humillarlo aún más, Jehová creó a otros seres a los que les concedió poder sobre sus propios destinos, haciéndolos amos de su propio mundo; e hizo que Satán lo observara todo desde el infierno.
»Estos seres eran una parodia de los ángeles; se parecían a ellos físicamente, pero sin su gracia ni inteligencia. Y como antes ya había cometido un par de errores, Jehová hizo a estas criaturas mortales para que no dejaran de ser humildes.
—¿Acaso quiere usted decir que la raza humana fue creada para irritar a Satanás?
—Exactamente. Jehová es muy irritable cuando está de malas.
Brine reflexionó sobre todo aquello durante unos minutos y se arrepintió de no haberse vuelto un criminal a temprana edad.
—¿Y qué sucedió con los yinn?
—Nos quedamos sin forma, ni propósito ni poder. El Mundo Inferior es atemporal, estático y aburrido, como la sala de espera de un médico.
—Pero está usted aquí y no en el Mundo Inferior.
—Sé paciente, Augustus Brine, te contaré cómo llegué aquí. Verás, pasaron muchos años en la Tierra sin que fuéramos molestados. Luego, nació el ladrón Salomón.
—¿Se refiere al rey Salomón? ¿Al hijo de David?
—¡Al ladrón! —escupió el yinn—. Le pidió sapiencia a Jehová para construir un gran templo. Para ayudarle, Jehová le regaló un gran sello de plata, que llevaba en un cetro, y el poder de llamar a los yinn al Mundo Inferior para que le sirvieran como esclavos. A Salomón le fue concedido el poder sobre los yinn en la Tierra que, por derecho, me correspondía a mí. Y como si eso no bastara, el sello también le otorgaba el poder de llamar a los ángeles que habían sido arrojados al infierno. Satanás estaba furioso porque un poder como ése se le concediera a un mortal, lo cual, por supuesto, era el objetivo de Jehová.
»Salomón me llamó primero a mí para ayudarle a construir su templo. Extendió los planos de la construcción ante mí y me eché a reír en su cara. Era poco más que una choza de piedra; su imaginación era tan limitada como su inteligencia. No obstante, me puse a trabajar en su proyecto, construyéndolo piedra por piedra como él quería. Pude haberlo construido en un momento si me lo hubiera pedido, pero aquel ladrón no era capaz de imaginar que un templo se pudiera construir de otra forma que como lo hacían los humanos.
»Trabajaba lentamente, pues aun estando bajo las órdenes del ladrón, me lo pasaba mejor en la Tierra que en el vacío del Mundo Inferior. Después de un tiempo, convencí a Salomón de que necesitaba ayuda y me cedió unos esclavos para que me ayudaran a construir. El trabajo se volvió más lento aún, pues aunque algunos trabajaban, la mayoría pasaban el tiempo charlando por ahí sobre sus sueños de libertad. He observado que hoy en día utilizáis métodos similares para la construcción de vuestras carreteras.
—Es la norma —respondió Brine.
—Salomón se impacientó ante mi lento progreso y mandó llamar a uno de los ángeles del infierno. Era un guerrero serafín llamado Engañifa. Fue entonces cuando comenzaron sus problemas.
»Engañifa había sido un ángel alto y hermoso, pero el tiempo que llevaba en el infierno le llenó de amargura y le transformó. Cuando apareció ante Salomón era un monstruo agazapado del tamaño de un enano. Su piel era como la de un reptil y sus ojos como los de un felino. Era tan horripilante, que Salomón no permitió que lo vieran los habitantes de Jerusalén, haciendo que el demonio fuera invisible para todos menos para él.
»Engañifa albergaba en su corazón un odio hacia los humanos tan tremendo como el del mismo Satanás. Yo no tuve altercado alguno con la raza humana; sin embargo, Engañifa deseaba vengarse. Fue una suerte que no poseyera los poderes de un yinn.
»Para que los habitantes de Jerusalén no supieran de la presencia del demonio, Salomón les dijo a los esclavos que trabajaban en el templo que estaban recibiendo ayuda divina y que debían comportarse como si nada extraordinario sucediera. El demonio se tiró sobre la construcción y alisó bloques enormes de piedra para luego arrastrarlos a sus correspondientes posiciones.
»Salomón estaba satisfecho con el trabajo del demonio y se lo dijo. Engañifa le contestó que la faena se agilizaría si no tuviera que trabajar con un yinn, así que yo me limité a deambular por ahí viendo cómo se iba erigiendo el templo. De vez en cuando caían de los muros grandes piedras que aplastaban a los esclavos que se encontraban abajo. Mientras su sangre corría, yo oía a Engañifa reírse y gritar: "¡Huy!" desde lo alto del muro.
»Salomón creía que aquellas muertes eran accidentales, pero yo sabía que se trataba de asesinatos. Fue entonces cuando me di cuenta de que el control que Salomón ejercía sobre el demonio no era absoluto y que, por lo tanto, su control sobre mí también debía de tener sus limitaciones. Mi reacción inicial fue intentar escapar, pero si me equivocaba sabía que sería enviado de vuelta al Mundo Inferior y todo estaría perdido. Cabía la posibilidad de convencer a Salomón de dejarme en libertad si le ofreciera algo que sólo pudiera obtener a través del poder de creación que yo tenía.
»El apetito que Salomón tenía por las mujeres era ignominioso. Le ofrecí traerle a la mujer más bella que jamás hubiera visto a cambio de que me dejara permanecer en la Tierra; y accedió.
»Me retiré a mis aposentos y me puse a contemplar qué tipo de mujer podría agradarle más al idiota rey. Había visto a sus mil mujeres y no había encontrado ningún encanto que tuvieran en común, nada que revelara las preferencias de Salomón. No me quedaba otro recurso que echar mano de mi propia creatividad.
»La doté de pelo claro, ojos azules y una piel tan blanca y suave como el mármol. Representaba todo lo que los hombres desean del cuerpo y de la mente de las mujeres. Era una virgen con los conocimientos de una cortesana en lo referente al placer. Era buena, inteligente, indulgente y cálida en su alegría.
»Salomón se enamoró de aquella mujer en cuanto se la presenté. “Brilla como una joya —afirmó—, y Joya será su nombre”, añadió. Cautivado por su belleza, se pasó una hora o más sólo mirándola. Cuando por fin recobró la lucidez dijo: “Más tarde hablaremos de tu recompensa, Gian Hen Gian”, y condujo a la chica hacia su habitación.
»Cuando llevé a Joya ante el rey, sentí que recobraba una fuerza. No era libre de escapar, pero por primera vez podía salir de la ciudad sin sentirme obligado a volver con Salomón. Me adentré en el desierto y pasé la noche disfrutando de la libertad que había conseguido. Hasta que volví a la mañana siguiente no me di cuenta de que el poder que Salomón ejercía, tanto sobre mí como sobre el demonio, dependía de la fuerza de su voluntad, además de las invocaciones y del sello que le había dado Jehová; y la mujer, Joya, había quebrantado su voluntad.
»Vi que, en su palacio, Salomón lloraba un momento y al otro gritaba furiosamente. Durante mi ausencia, Engañifa había irrumpido en su habitación, no con el aspecto que solía tener, sino como un gran monstruo de la altura de dos hombres y del ancho de una yunta; los esclavos también le veían. Mientras Salomón le contemplaba horrorizado, con una sola garra el demonio le arrebató a Joya para quitarle la cabeza de un mordisco. Luego, el monstruo se tragó el cuerpo de la chica y se dispuso a continuar con Salomón. Sin embargo, pensando éste que debía estar protegido por alguna fuerza, ordenó al demonio que volviese a su antigua forma. Engañifa se le rió a la cara y se dirigió hacia las habitaciones de sus esposas.
»Durante toda la noche se oyeron en el palacio los gritos de mujeres aterrorizadas. Salomón ordenó a sus guardas que atacaran al demonio pero él los apartaba de su camino como si fueran moscas. Para cuando llegó el amanecer, los cuerpos aplastados de los guardias cubrían los suelos del palacio. De las mil esposas del rey sólo habían sobrevivido doscientas. Engañifa se había ido.
«Durante el ataque Salomón había invocado el poder del sello y había rezado a Jehová, rogándole que detuviera al demonio. Pero su voluntad había sido quebrantada y no había conseguido nada.
»Pensé entonces que tal vez los poderes de Salomón ya no me afectarían y que podría vivir libremente, pero incluso el idiota del rey pronto relacionaría los hechos y mi destino acabaría siendo el Mundo Inferior.
»Le pedí a Salomón que me permitiera buscar a Engañifa para que fuera juzgado, pues sabía que mi poder era con mucho superior al suyo. Sin embargo, Salomón sólo tenía la construcción del templo como antecedente para juzgar mis poderes, y en aquel caso el demonio le había parecido superior. “Haz lo que puedas —me dijo—, si capturas al demonio, podrás permanecer en la Tierra.”
»Encontré a Engañifa en el gran desierto, acribillando tribus nómadas a su antojo. Cuando cayó bajo mi hechizo, protestó diciendo que había pensado regresar, pues la invocación le había convertido en esclavo de Salomón y por lo tanto le era imposible huir. Dijo que sólo había intentado divertirse un poco con los humanos. Para callarlo, durante el viaje de regreso a Jerusalén le llené la boca de arena.
»Cuando le presenté ante el rey, éste me pidió que sugiriera un castigo para atormentar a Engañifa, y así la gente de Jerusalén podría verlo sufrir. Encadené al demonio a una piedra gigantesca ante el palacio y di vida a una gran ave de rapiña que le comía el hígado, el cual le volvía a crecer de inmediato, pues, al igual que los yinn, el demonio era inmortal.
»A Salomón le había gustado mi trabajo. Durante mi ausencia había recuperado buena parte del juicio y, por lo tanto, de su voluntad. Me mantuve de pie ante el rey esperando la recompensa, sintiendo que mis poderes disminuían en tanto que su voluntad se acrecentaba.
»“Te he prometido que jamás regresarías al Mundo Inferior y no volverás —me dijo—. Sin embargo, el demonio este me ha puesto en guardia en lo que respecta a los inmortales en más de un sentido, y por lo tanto no deseo que andes libremente por ahí. Serás encerrado en un frasco y lanzado al mar. Si llegara el momento en que fueras libre otra vez para rondar por la Tierra, no tendrás ningún poder sobre el reino de los hombres a no ser que yo lo desee; y mi deseo ahora y siempre será la buena voluntad sobre todos los hombres. Éstas serán tus limitaciones.”
»Tenía un frasco hecho de plomo, marcado en cada lado por un sello de plata. Antes de encerrarme, Salomón prometió que Engañifa permanecería encadenado a la roca hasta que los gritos del demonio quemaran el alma al rey; así no podría volver a perder la voluntad ni la sapiencia. Dijo que entonces mandaría al demonio de vuelta al infierno y destruiría las tablas donde estaban inscritas las invocaciones y el gran sello. Todo esto me lo juró, creyendo que a mí me importaba el destino del demonio. A mí Engañifa me importaba un pedo de camello. Después dio su última orden, selló el frasco y sus soldados me lanzaron al mar Rojo.
»Durante dos mil años languidecí en aquel frasco. Mi único consuelo era un goteo de agua de mar que se colaba, del cual bebía con deleite, pues me sabía a libertad.
»Cuando, finalmente, un pescador sacó el frasco del mar y fui liberado, Salomón y Engañifa me importaban un comino, lo único que me importaba era mi libertad. Estos últimos mil años los he vivido como un hombre porque ha sido la voluntad de Salomón. Sobre esto, Salomón habló con la verdad, pero con respecto al demonio, mintió.
El hombrecillo hizo una pausa y volvió a llenar su vaso con agua del mar. Augustus Brine no sabía qué hacer. Aquella historia no podía ser verdad pero no había manera de corroborarla.
—Perdone usted, Gian Hen Gian; pero ¿por qué no aparece nada de esto en la Biblia?
—Cuestión editorial —respondió el yinn.
—¿Pero no está usted confundiendo la mitología griega con la cristiana? El que el ave de rapiña le comiera el hígado al demonio se parece demasiado a la historia de Prometeo.
—La idea fue mía. Los griegos, como Salomón, eran unos ladrones.
Brine reflexionó durante un momento. Era verdad que se encontraba ante la evidencia de lo sobrenatural, ¿o no? ¿Acaso no estaba el pequeño árabe bebiendo agua de mar sin efectos negativos aparentes? Y aunque esto pudiera en parte ser explicado como una alucinación, estaba bastante seguro de que no había sido el único en ver los extraños arabescos azules aquella mañana en la tienda. ¿Qué tal si por un momento, sólo por un momento, se tomara aquella escandalosa historia como verdadera?…
—Si esto es verdad ¿cómo sabe, tanto tiempo después, que Salomón le mintió? ¿Y por qué contármelo a mí?
—Porque, Augustus Brine, sabía que me creerías; y sé que Salomón mintió porque siento la presencia del demonio, Engañifa, y estoy seguro de que ha venido a Pine Cove.
—Vale —respondió Brine.