NÚMEROS Y TÉRMINOS

Catorce millones es el número aproximado de personas muertas por las políticas de asesinato en masa llevadas a cabo por la Alemania nazi y la Unión Soviética en las Tierras de sangre. Defino las Tierras de sangre como los territorios sujetos al poder policial y a las políticas de asesinato en masa asociadas a éste, tanto de Alemania como de la Unión Soviética en algún momento entre 1933 y 1945. Estos territorios coinciden ampliamente con los lugares donde los alemanes exterminaron a los judíos entre 1941 y 1945. En el Este se podría haber incluido una parte mayor o menor de la Rusia soviética, pero la línea definida permite incluir los principales centros de exterminio alemanes así como las tierras soviéticas occidentales golpeadas desproporcionadamente por el terror soviético inicial. Aunque hablo también de los territorios occidentales de la actual Polonia, que pertenecieron a Alemania hasta 1945, no los incluyo en las Tierras de sangre, para mantener la distinción entre asesinato en masa y limpieza étnica. Hungría también podría haberse incluido, puesto que, tras ser aliada de Alemania durante años, fue ocupada brevemente por los alemanes al final de la guerra y después por los soviéticos. Después de los judíos polacos y soviéticos, los húngaros fueron el tercer mayor grupo de víctimas del Holocausto. Rumanía también podría incluirse en las Tierras de sangre, ya que muchos de sus judíos fueron asesinados, y el país fue ocupado por la Unión Soviética al final de la guerra. Sin embargo, Rumanía fue un aliado de Alemania más que una víctima de la agresión germana, y el asesinato de judíos rumanos fue una política rumana y no alemana; se trata de una historia emparentada, pero distinta. Los ciudadanos yugoslavos sufrieron muchas de las calamidades aquí relatadas, incluidos el Holocausto y las represalias masivas; pero la población judía de Yugoslavia era muy pequeña, y el país no fue ocupado por la Unión Soviética.

Estas cuestiones de geografía política pueden constituir un debate marginal; pero no así la existencia de una zona de Europa en la que se solaparon las potencias soviética y alemana y donde tuvo lugar la inmensa mayoría de las matanzas deliberadas de ambos regímenes. Dicho de otro modo, es indiscutible que la zona comprendida entre el centro de Polonia y Rusia occidental en la que los alemanes exterminaron a los judíos coincide —si no del todo, sí de forma muy significativa— con las regiones donde ya se habían realizado, o se estaban realizando en conjunto, todas las demás políticas de asesinatos en masa alemanas y soviéticas. El exterminio por hambre de Ucrania tuvo lugar dentro de la zona del Holocausto. El exterminio por hambre de los prisioneros de guerra soviéticos también tuvo lugar en esa zona. La mayoría de las ejecuciones soviéticas y alemanas de las élites polacas se produjo dentro de la zona del Holocausto. La mayoría de las «acciones de represalia» alemanas se realizaron dentro de la zona del Holocausto. Una cantidad desproporcionada de las ejecuciones del Gran Terror estalinista se llevaron a cabo dentro de la zona del Holocausto.

Utilizo el término línea Mólotov-Ribbentrop para indicar una importante frontera que recorre las Tierras de sangre de norte a sur. Está línea, que aparece en algunos de los mapas, es la frontera germano-soviética acordada en septiembre de 1939 después de la invasión con junta de Polonia. Fue importante para los ciudadanos polacos, puesto que marcaba el reparto político de la invasión soviética y alemana. Cuando los alemanes traicionaron a sus aliados e invadieron la Unión Soviética en 1941, esta línea adquirió otro significado. Al oeste de la misma, los alemanes retenían a los judíos en guetos; al este, los alemanes empezaron a ejecutar a los judíos en cantidades muy elevadas. El Holocausto empezó con ejecuciones al este de la línea Mólotov-Ribbentrop y se extendió al oeste, donde la mayoría de las víctimas fueron gaseadas.

En la literatura histórica sobre el Holocausto, se suele llamar a las personas al este de la línea Mólotov-Ribbentrop «judíos soviéticos», mientras que las que estaban al oeste se consideran «judíos polacos». Esta descripción es inexacta: en 1939, al inicio de la guerra, había más ciudadanos polacos que soviéticos entre las personas que murieron después al este de la línea. Además, referirse a ellos como «judíos soviéticos» tiende a reforzar una versión de la guerra en la que la invasión y ocupación soviética de sus vecinos occidentales queda totalmente marginalizada y es pasada por alto. Si estas personas eran «judíos soviéticos», se infiere que su patria era la Unión Soviética y que la guerra empezó con la invasión alemana de la Unión Soviética. Pero, en realidad, la guerra empezó con la alianza germano-soviética que destruyó Polonia y dejó a esos judíos dentro de una Unión Soviética ampliada. El empleo del término línea Mólotov-Ribbentrop aunque al principio resulte engorroso, nos permite visualizar una zona muy especial de Europa, cuya población sufrió tres rondas de ocupación durante la Segunda Guerra Mundial: primero soviética, después alemana, después otra vez soviética.

En el muro de una prisión de la Gestapo en Varsovia, un prisionero polaco escribió: «Es fácil hablar de Polonia. Es más difícil trabajar por ella. Aún más difícil es morir. Pero lo más difícil de todo es sufrir por ella». Con pocas excepciones, este estudio trata de la muerte más que del sufrimiento. Su tema son las políticas concebidas para el exterminio y las personas que fueron sus víctimas. En una operación de asesinato en masa, el objetivo es la muerte masiva; un fin en sí mismo o un medio para otros fines. El recuento de catorce millones no es el cálculo completo de toda la muerte que los dominios alemán y soviético llevaron a la región. Es una estimación del número de personas muertas por las políticas de asesinato en masa.

Por lo tanto, en general excluyo del recuento a las personas que murieron de extenuación, de enfermedades o de desnutrición en los campos de concentración o durante las deportaciones, evacuaciones o huidas ante el avance de los ejércitos. También excluyo a los que murieron en los trabajos forzados. No cuento las personas que murieron de hambre como resultado de la escasez provocada por la guerra, ni a los civiles muertos en bombardeos o en otras acciones de guerra. No cuento a los soldados que murieron en los campos de batalla durante la Segunda Guerra Mundial. A lo largo del libro hablo de campos, deportaciones y batallas y ofrezco cifras de bajas, pero éstas no se incluyen en la suma final de catorce millones. Excluyo asimismo los actos de violencia llevados a cabo por terceras partes, claramente motivados, pero no directamente realizados, por la ocupación alemana o la soviética. Tales actos supusieron algunas veces cifras de muertos muy significativas, como la matanza rumana de judíos (unos trescientos mil) o la limpieza étnica nacionalista ucraniana de polacos (al menos cincuenta mil).

Este libro trata de asesinatos en masa antes que de abusos. Es un libro sobre civiles (y prisioneros de guerra) antes que sobre soldados en servicio activo. Con todas estas distinciones y exclusiones no pretendo dar a entender que esas personas no fueran víctimas, directas o indirectas, de los sistemas nazi y soviético. No quisiera minimizar el horror de los campos de concentración alemanes y soviéticos, ni el carácter ase sino de la limpieza étnica, ni la naturaleza represiva de los trabajos forzados, ni la espantosa cantidad de muertes de la guerra. Lo que de seo es poner a prueba la premisa de que el asesinato en masa deliberado y directo por parte de estos dos regímenes en las Tierras de sangre es un fenómeno distinto que merece un tratamiento aparte en la escritura de una historia cuyo tema es el asesinato intencionado de catorce millones de personas a manos de dos regímenes en un breve periodo de tiempo y en ciertas regiones de Europa.

Catorce millones, en todo caso, es una cifra muy elevada. Supera en más de diez millones al número de personas muertas en todos los campos de concentración alemanes y soviéticos (no en los centros de exterminio) juntos durante toda la historia de la Alemania nazi y de la Unión Soviética. Supera en más de dos millones, si las estimaciones actuales de las pérdidas militares son correctas, el número de soldados alemanes y soviéticos muertos en el campo de batalla en la Segunda Guerra Mundial (contando entre estos a los prisioneros de guerra muertos de hambre o ejecutados a consecuencia de las políticas de asesinatos en masa y no caídos en la guerra). Supera en más de trece millones el número de bajas estadounidenses y británicas de la Segunda Guerra Mundial. Supera también en más de trece millones a todas las bajas estadounidenses en todas las guerras libradas por Estados Unidos en el extranjero.

La cantidad de catorce millones de víctimas de políticas deliberadas de asesinato en las Tierras de sangre es la suma de las siguientes cifras aproximadas, que se justifican en el texto y en las notas del libro: 3,3 millones de ciudadanos soviéticos (la mayoría ucranianos) llevados a la muerte por inanición por su propio gobierno en la Ucrania soviética en 1932-1933; trescientos mil ciudadanos soviéticos (la mayoría polacos y ucranianos) ejecutados por su propio gobierno en la parte occidental de la URSS entre las aproximadamente setecientas mil víctimas del Gran Terror de 1937-1938; doscientos mil ciudadanos polacos (la mayoría de etnia polaca) ejecutados por las fuerzas soviéticas y alemanas en la Polonia ocupada en 1939-1941; 4,2 millones de ciudadanos soviéticos (en su mayoría rusos, bielorrusos y ucranianos) obligados a morir de hambre por los ocupantes alemanes en 1941-1944; 5,4 millones de judíos (la mayoría ciudadanos polacos o soviéticos) gaseados o pasados por las armas por los alemanes en 1941-1944; y setecientos mil civiles (la mayoría bielorrusos y polacos) ejecutados por los alemanes en «represalias», principalmente en Bielorrusia y en Varsovia en 1941-1944.

En general, estas sumas son totales de recuentos hechos por los propios alemanes y soviéticos, complementados con otras fuentes, y no estimaciones estadísticas de bajas basadas en los censos. En consecuencia, mis recuentos son a menudo más bajos (aunque resulten pasmosamente elevados) que otros que aparecen en la literatura. El principal caso en el que me apoyo en estimaciones es el de la hambruna en la Unión Soviética, donde no hay datos suficientes para un recuento, por lo que presento una cifra basada en los números de cálculos demográficos y estimaciones contemporáneas. Una vez más, mis cálculos son moderados.

En un tema como éste hay que tener cuidado con el empleo de los términos y con sus definiciones. Existe una diferencia notable, en general poco observada, entre Solución Final y Holocausto. El primero era el término general que usaban los nazis para aludir a su intención de des hacerse de los judíos de Europa. Durante gran parte del periodo en que se empleó, se refería a uno de los cuatro planes de deportación, todos los cuales fueron finalmente descartados. En algún momento de la segunda mitad de 1941, Hitler refrendó el método del asesinato en masa para eliminar a los judíos de Europa, y dio a conocer su decisión en diciembre de ese año. Fue en este punto cuando la Solución Final pasó a ser entendida como el asesinato masivo de los judíos por los alemanes. El término Holocausto se introdujo después de la guerra y, en la década de los noventa se entendía en general (aunque de ningún modo siempre) como el asesinato en masa de judíos por los alemanes.

En este libro, el término Holocausto significa la última versión de la Solución Final, la política alemana de eliminar a los judíos exterminándolos. Aunque Hitler ciertamente deseaba sacar a los judíos de Europa antes mediante una Solución Final, el Holocausto por definición empieza en verano de 1941 con la ejecución de mujeres y niños judíos en la Unión Soviética ocupada. El término Holocausto se emplea a veces de otras dos maneras: para denominar todas las políticas asesinas de los alemanes durante la guerra, o para referirse a toda opresión de los judíos por parte del régimen nazi. En este libro, Holocausto significa el asesinato de los judíos en Europa efectuado por los alemanes con armas y gas entre 1941 y 1945.

He evitado usar el término Holodomor para nombrar la hambruna provocada por Stalin en Ucrania, no porque sea menos preciso que Holocausto, sino simplemente porque es menos familiar para los lectores. Empleo Gran Terror para aludir a las ejecuciones masivas y acciones de deportación soviéticas de 1937 y 1938, las más importantes de las cuales fueron las operaciones contra los kulak y contra las nacionalidades.

Prefiero asesinato de masas a genocidio por varias razones. El término genocidio fue acuñado por el abogado internacionalista polaco judío Rafal Lemkin en 1943. Con energía y persistencia prodigiosas, logró que se incluyera en la legislación internacional. Bajo los términos de la Convención sobre la Prevención y Castigo del Crimen de Genocidio, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948, el genocidio consiste en «actos cometidos con la intención de destruir, en todo o en parte, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal». Se enumeran cinco formas de genocidio: «asesinar a miembros del grupo»; «causar daños corporales o mentales graves a miembros del grupo»; «infligir al grupo de forma deliberada condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física total o parcial»; «imponer medidas destinadas a impedir los nacimientos dentro del grupo», y «transferir a la fuerza a niños de este grupo a otro grupo». Este instrumento legal ha permitido que se realizaran juicios, aunque sólo recientemente. No obstante, el término genocidio tiene limitaciones como guía para la interpretación moral e histórica.

La palabra genocidio provoca controversias inevitables e insolubles. Se basa en la intención del perpetrador en dos puntos: «intención de destruir» a cierto grupo «como tal». Puede argumentarse que las políticas de asesinato en masa no fueron genocidio, porque los que las dictaron tenían otra «intención», o porque su finalidad era matar, pero no a un grupo específico «como tal».

Aunque, de hecho, el término genocidio tiene una amplia aplicación, a menudo se piensa como referido tan solo al Holocausto. Las personas relacionadas con las víctimas de crímenes pasados quieren que estos sean definidos como genocidio, con la idea de que reciban el mismo tipo de reconocimiento que se concede al Holocausto. En cambio, las personas relacionadas con Estados que perpetraron un genocidio se oponen al término con gran energía, porque creen que su aceptación sería tanto como reconocer la participación en el Holocausto. Así, por ejemplo, el gobierno turco se opone a la clasificación de genocidio del asesinato masivo de un millón o más de armenios durante la Primera Guerra Mundial.

Un último problema surge de una conocida modificación política de la definición. Los soviéticos se aseguraron de que el término genocidio, contra la intención de Lemkin, no incluyera a los grupos políticos o económicos. Así, la hambruna en la Ucrania soviética puede ser presentada como algo menos genocida, porque su objetivo fue una clase, los kulaks, así como una nación, los ucranianos. El propio Lemkin consideraba la hambruna ucraniana como genocidio. Pero desde que los autores de la política de hambruna modificaron la definición del término, la cuestión ha sido polémica. Es de agradecer que dispongamos de un instrumento legal sobre el genocidio; sin embargo, no debemos olvidar que en la elaboración del estatuto sobre este crimen participaron algunos de los criminales. O, para decirlo de manera menos moralista: todas las leyes surgen de un entorno político determinado y lo reflejan. No siempre es deseable exportar las políticas del momento a la historia de otro momento.

Al final, los historiadores que tratan sobre el genocidio acaban respondiendo a la pregunta de si un determinado hecho puede calificarse como tal y, de este modo, terminan clasificándolo en lugar de explicarlo. Las explicaciones toman forma semántica o jurídica o política. En todos los casos tratados en este libro, a la pregunta: «¿Fue esto un genocidio?», se puede responder: «Sí, lo fue». Pero eso no nos lleva muy lejos.

Los pueblos de las Tierras de sangre se movían en un mundo de enorme complejidad lingüística. La mayoría de las víctimas de las que hemos hablado sabían o tenían contacto regular con dos o más idiomas, y muchos de ellos eran bilingües o trilingües. Las historias que abarcan amplias regiones de Europa implican problemas de trasliteración, ya que hay que transcribir las palabras de idiomas escritos en alfabetos no latinos. La dificultad no está en los idiomas como el francés, alemán, polaco o checo, que se escriben en alfabeto latino con la adición de signos diacríticos más o menos familiares. Pero el yiddish y el hebreo se escriben con caracteres hebreos, y el bielorruso, ruso y ucraniano usan el alfabeto cirílico.

Hay diversos sistemas de trasliteración en cada uno de estos idiomas, cada uno con sus ventajas y desventajas. Para empeorar las cosas, muchas de las personas y lugares de los que se habla en estas páginas eran conocidos con nombres diferentes en idiomas diferentes escritos en alfabetos distintos. Por ello, puede haber una docena de formas correctas de escribir el nombre de un judío de Ucrania. Para muchos lectores, las gentes y los lugares de los que trata este libro ya serán lo bastante poco familiares sin la dificultad añadida de trasliteraciones demasiado elaboradas. El riesgo de intentar ser demasiado precisos es que las personas y los lugares pueden volverse exóticos en exceso.

En general he escrito los nombres en formas más simples y familiares de lo que exigiría una perfecta trasliteración. Escribo los apellidos rusos terminados en una doble ii de esa manera precisamente, en parte porque de este modo los lectores podrán apreciar la diferencia entre los apellidos rusos (acabados en ii), los ucranianos (acabados en yi) y los polacos (acabados en i). Suelo poner los nombres de las ciudades en una forma familiar en nuestro idioma, si la hay; por ejemplo, Varsovia en lugar de Warszawa, o Kiev en lugar de Kyïv.[1] Todas las ciudades tuvieron una grafía distinta para habitantes distintos en una época concreta; y en épocas diferentes cayeron bajo distintos gobernantes con toponimias oficiales distintas. Tiendo a favorecer las grafías corrientes en nuestro idioma, con alguna excepción, cuando parece más razonable otra transcripción. Las ciudades de la Unión Soviética tienden a cambiar de nombre: empleo las denominaciones que se usaban en la época. Así, el terror y la hambruna azotaron Stalino (no Donetsk) en la década de 1930, y el Sexto Ejército alemán fue destruido en Stalingrado (no en Volgogrado) en 1942 . Intento mantener el mismo nombre para las ciudades en todo el libro, aunque en ciertos casos en los que los límites se desplazaron y las poblaciones fueron trasladadas (Lwów/Lvov, Wilno/Vilna), esto hubiera sido una distorsión. En las citas, doy el nombre del autor tal como aparece en el libro citado, incluso aunque ello signifique que los nombres de algunos autores aparezcan escritos de formas distintas en citas diferentes. Todas éstas son cuestiones opinables; los lectores con experiencia en estos problemas comprenderán la imposibilidad de evitar ciertos compromisos. Las traducciones, excepto si se indica lo contrario, son mías.