LIMPIEZAS ÉTNICAS
Por la época en que el Ejército Rojo llegó a las ruinas de Varsovia, en enero de 1945, Stalin sabía qué clase de Polonia deseaba construir. Sabía cuáles serían sus fronteras, a quién obligaría a vivir dentro de ellas, a quién obligaría a marcharse. Polonia sería un estado comunista y un país étnicamente homogéneo. Aunque Stalin no iba a emprender ninguna política de asesinato de masas en el imperio de Europa del Este que planeaba, Polonia sería el centro de una zona de pureza étnica. Alemania sería para los alemanes, Polonia para los polacos y la parte oeste de la Ucrania soviética para los ucranianos. Esperaba que los comunistas polacos, incluso los que eran miembros de alguna minoría nacional, limpiaran su país de las minorías nacionales. Stalin había reactivado un partido comunista polaco y escogido a sus líderes y los había enviado a Polonia. Sabía que no sólo tendría el apoyo de los polacos sino también el de los estadounidenses y los británicos para deshacerse de un gran número de alemanes. Las políticas de Hitler para desplazar a los alemanes durante la guerra le sugerían el modo de tratarlos en adelante. La colonización alemana en tiempos de guerra hacía que el traslado obligado de una cierta cantidad de población pareciera inevitable. Las únicas cuestiones eran cuántos alemanes y de qué territorios. Stalin tenía respuestas precisas aunque sus aliados estadounidenses y británicos no las tuvieran.[1]
En la conferencia con británicos y americanos en Yalta, en febrero de 1945, Stalin se hizo escuchar; no tenía ningún motivo para esperar oposición. Roosevelt y Churchill no se opondrían a que Stalin volviera a tomar las tierras que había recibido de Hitler: la mitad de Polonia, así como los países bálticos y la parte noreste de Rumanía. Stalin compensaría a Polonia, su Polonia comunista, castigando a Alemania. Polonia se desplazaría hacia el oeste, absorbiendo territorio alemán hasta una línea definida por los ríos Oder y Neisse. En las tierras que Stalin concebía como polacas vivían no menos de diez millones de alemanes; desplazarlos, o mantenerlos fuera, sería tarea de un gobierno dominado por comunistas polacos. Éste aprovecharía el deseo de muchos polacos de echar a los alemanes y se apuntaría el tanto de conseguir un objetivo, la pureza étnica, que al final de la guerra parecía obvio para la mayoría de los políticos polacos destacados. Los comunistas ganarían apoyo entre los polacos distribuyendo las tierras abandonadas por los alemanes y lo mantendrían recordando a los polacos que sólo el Ejército Rojo podría evitar que los alemanes volvieran y reclamaran sus propiedades perdidas.[2]
Los comunistas de Polonia habían aceptado estas fronteras y sabían que tendrían que echar a los alemanes. «Tenemos que expulsarlos —manifestó Wladyslaw Gomulka, secretario general del partido polaco, en mayo de 1945— puesto que todos los países están construidos sobre principios nacionales, no plurinacionales». El desplazamiento de la frontera hacia el oeste, por sí solo, no haría de Polonia un estado «nacional»: el cambio de fronteras simplemente sustituiría grandes minorías ucranianas y bielorrusas por enormes minorías alemanas. Para ser «nacional» de la forma en que Gomulka tenía en mente, Polonia precisaría un desplazamiento masivo de millones de alemanes. Quizá un millón y medio de ellos eran administradores y colonos que nunca hubieran acudido a Polonia sin la guerra de Hitler. Vivían en casas o pisos que habían tomado de los polacos expulsados (o asesinados) durante la guerra o de judíos exterminados. Otro medio millón o más eran alemanes naturales de Polonia y habían vivido dentro de las fronteras anteriores a la guerra. Los restantes ocho millones, aproximadamente, iban a perder sus casas en territorios que formaban parte de Alemania incluso antes de la expansión de Hitler y que habían sido de población mayoritariamente alemana durante siglos.[3]
Al crear su Polonia, Stalin invirtió las líneas del Generalplan Ost. Alemania, en lugar de expandirse hacia el este para crear un enorme imperio terrestre, quedaría confinada en el oeste. Los soviéticos, los estadounidenses y los británicos ocupaban Alemania conjuntamente y el futuro político inmediato del país no estaba del todo claro. Lo que era obvio es que habría una Alemania para los alemanes, aunque no según la concepción de Hitler. Sería una zona compacta en el centro de Europa, separada de Austria, separada de los Sudetes arrebatados a Checoslovaquia, una zona que recogería a los alemanes del Este en vez de mandarlos allí como colonos. En lugar de una raza superior que disponía de esclavos a lo largo de una nueva frontera soñada en el Este, los alemanes constituirían una nación homogénea más. Pero, a diferencia de Hitler, Stalin no entendía «realojamiento» como un eufemismo del asesinato de masas. Sabía que moriría gente en el transcurso de los desplazamientos masivos de población, pero no era su objetivo destruir la nación alemana.
Todos los políticos polacos destacados, comunistas y no comunistas, estuvieron de acuerdo con Stalin en que Polonia debería avanzar tanto como fuera posible hacia el oeste y que los alemanes debían irse. Cuando el Ejército Nacional inició el levantamiento de Varsovia el 1 de agosto de 1944, el gobierno polaco en Londres privó a los alemanes de la ciudadanía y les ordenó abandonar el país. Stanislaw Mikolajczyk, primer ministro del gobierno en Londres, no fue menos categórico que sus enemigos comunistas sobre lo que significaría para los alemanes el realojamiento de la posguerra: «La experiencia con la quinta columna y con los métodos de ocupación alemanes hace imposible la convivencia de poblaciones polacas y alemanas en el territorio de un mismo Estado». Esta posición había alcanzado el consenso no sólo de la sociedad polaca, sino también de los líderes aliados. Roosevelt había dicho que los alemanes «merecían» ser expulsados mediante el terror (mientras que su predecesor, Herbert Hoover, llamó a los traslados de población «un remedio heroico»). Churchill había prometido a los polacos «una operación limpieza».[4]
En Yalta, en febrero de 1945, los americanos y los británicos accedieron en principio a que Polonia se desplazara hacia el oeste, pero no estaban convencidos de que debiera llegar hasta la línea Oder-Neisse. No obstante, como Stalin había previsto, en la siguiente cumbre en Potsdam, en julio, ya compartían su forma de pensar. En ese momento, gran parte de su política se había concretado sobre el terreno. En marzo, el Ejército Rojo había conquistado todas las tierras alemanas que Stalin pensaba conceder a Polonia. En mayo, estaba en Berlín y la guerra en Europa había terminado. Las tropas soviéticas habían avanzado a través del este de Alemania con una rapidez y una violencia tan extraordinarias que de pronto todo parecía posible. Unos seis millones de alemanes habían sido evacuados por las autoridades alemanas o habían huido antes de la llegada del Ejército Rojo, creando las condiciones previas para la versión étnica y geográfica de Polonia pensada por Stalin. Muchos de ellos tratarían de volver tras la rendición alemana, pero poquísimos lo consiguieron.[5]
En Gran Bretaña, George Orwell alzo su voz una última vez, en febrero de 1945, calificando la planeada expulsión de los alemanes como «un enorme crimen» que no podía «llevarse a cabo». Estaba equivocado. Por una vez, su imaginación política le falló.[6]
Durante la marcha hacia Berlín, el Ejército Rojo siguió un procedimiento espantosamente simple en las tierras del este del Reich, los territorios que iban a ser para Polonia: sus hombres violaban a las mujeres alemanas y apresaban a los hombres (y a algunas mujeres) para trabajar. Esta conducta continuó cuando los soldados llegaron a los territorios que se conservarían dentro de Alemania y, finalmente, a Berlín. Los soldados del Ejército Rojo también habían violado a mujeres en Polonia, en Hungría e incluso en Yugoslavia, donde una revolución comunista convertiría al país en un aliado soviético. Los comunistas yugoslavos se quejaron del comportamiento de los soldados soviéticos a Stalin, quien les dio una pequeña charla sobre los soldados y la «diversión».[7]
La escala de las violaciones aumentó cuando los soldados soviéticos llegaron a la propia Alemania; es difícil saber con seguridad el por qué. La Unión Soviética, aunque igualitaria en principio, no inculcaba respeto por el cuerpo femenino en el sentido más elemental. Aparte de sus experiencias con los alemanes, los soldados del Ejército Rojo eran producto del sistema soviético y, a menudo, de sus más crueles instituciones. Alrededor un millón de prisioneros del Gulag fueron liberados tempranamente para que pudieran luchar en el frente. Todos los soldados soviéticos se mostraban frustrados por el profundo sinsentido del ataque alemán a su pobre país: las casas de los trabajadores alemanes eran mejores que sus propios hogares. Los soldados a veces decían que sólo atacaban a los «capitalistas», pero, desde su perspectiva, un simple granjero alemán era inconcebiblemente rico. Y, a pesar de la obviedad de sus condiciones de vida, los alemanes habían ido a la Unión Soviética a robar y a matar. Los soldados soviéticos tal vez entendían la violación de las mujeres alemanas como una forma de humillar y deshonrar a los hombres alemanes.[8]
Como el Ejército Rojo sufrió pérdidas enormes en su avance hacia el oeste, sus filas fueron recompuestas por reclutas de las repúblicas soviéticas bielorrusa y ucraniana, cuyas familias habían sufrido a manos de los alemanes y cuyas jóvenes vidas habían sido moldeadas por la ocupación germana. De este modo, muchos soldados soviéticos tenían razones personales para dar crédito a la propaganda que habían leído y oído, propaganda que a veces culpaba a toda la nación alemana al completo de la tragedia soviética. La inmensa mayoría de los soldados del Ejército Rojo no se estaban vengando del Holocausto como tal, pero leían propaganda elaborada por personas que habían quedado profundamente heridas por el asesinato en masa de judíos. Ilya Ehrenburg, un escritor soviético judío que ahora trabajaba como periodista para el periódico del ejército, La Estrella Roja, era en este aspecto un especialista en propaganda del odio. «A partir de este momento —había escrito en 1942— hemos entendido que los alemanes no son humanos».[9]
Fueran cuales fueran sus motivaciones, el estallido de violencia contra las mujeres alemanas fue extraordinario. Golpeaban a los hombres que intentaban defender a sus hijas o esposas y a veces los mataban. Las mujeres tenían pocos hombres que las protegieran. Los suyos habían muerto en combate (unos cinco millones de hombres alemanes habían caído en acción por aquel entonces), habían sido llamados a filas por la Wehrmacht, convocados para la defensa civil de emergencia o reclutados por los soviéticos para trabajar. Muchos de los hombres que quedaron eran de avanzada edad o discapacitados. En algunos pueblos, todas las mujeres solas fueron violadas, sin importar su edad. Como supo tardíamente el novelista alemán Günter Grass, su madre se ofreció en lugar de su hija. No perdonaron a ninguna de las dos. Las violaciones en grupo eran muy comunes. Muchas mujeres murieron como resultado de las heridas sufridas durante estas violaciones sucesivas.[10]
Las mujeres alemanas a menudo se suicidaban, o lo intentaban, para evitar la violación o para escapar a la vergüenza de haber sido violadas. Una de ellas relató su huida: «Con la oscuridad vino un miedo indescriptible. Muchas mujeres y muchas jóvenes estaban siendo violadas por los rusos allí mismo». Al oír los gritos, ella y su hermana se cortaron las venas, pero sobrevivieron; seguramente porque estaban demasiado frías para desangrarse hasta morir y porque al día siguiente las trató un médico soviético. Se libraron durante la noche, probablemente porque se habían desvanecido y parecía que estaban muertas. En realidad, la muerte era una de las pocas protecciones contra la violación. Perdonaron a Martha Kurzmann y a su hermana sólo porque estaban enterrando a su madre. «Justo cuando habíamos lavado a nuestra madre muerta y estábamos a punto de vestir su cuerpo, vino un ruso que quería violarnos. Escupió y se dio la vuelta». Fue una excepción.[11]
Algunas veces, después de violar a las mujeres las capturaban para trabajos forzados, aunque la mayoría de los que seleccionaban para trabajar eran hombres. Los soviéticos capturaron a unos 520 000 alemanes (es decir, una décima parte de la gente que los alemanes habían apresado en la Unión Soviética para trabajos forzados). Los soviéticos también capturaron a unas 287 000 personas de los países de Europa del Este como trabajadores y deportaron al menos a cuarenta mil polacos sospechosos de representar una amenaza para el poder soviético o para el futuro gobierno comunista. Apresaron a civiles húngaros en Budapest, los trataron como a prisioneros de guerra y les obligaron a trabajar en campos. Enviaron a los alemanes al oscuro y peligroso trabajo en las minas de la Silesia polaca o al este de Ucrania, a Kazajistán o a Siberia. La tasa de mortalidad entre los alemanes fue mucho más alta que la de los ciudadanos soviéticos. En el Campo 517 en Karelia, el porcentaje de mortalidad de los alemanes era cinco veces mayor que el habitual en el Gulag.[12]
Murieron alrededor de seiscientos mil alemanes, capturados como prisioneros, o como trabajadores al final de la guerra. Quizá ciento ochenta y cinco mil civiles alemanes murieran cautivos de los soviéticos durante y después de la guerra, y quizá treinta mil más en campos polacos. Unos 363 000 prisioneros de guerra alemanes perecieron también en los campos soviéticos (una tasa de mortalidad del 11,8% en comparación con el 57,5% de los soldados soviéticos en campos alemanes). Muchos más prisioneros murieron de camino hacia los campos o fueron ejecutados después de rendirse, sin que quedaran registrados como prisioneros de guerra.[13]
Como tantas veces, los crímenes de Stalin fueron posibles gracias a las políticas de Hitler. En gran medida, los hombres alemanes estaban allí para ser capturados y las mujeres alemanas para ser violadas porque los nazis habían fracasado en la organización de evacuaciones sistemáticas. En las últimas semanas de la guerra, las tropas alemanas se apresuraban hacia el oeste para rendirse a los británicos o a los estadounidenses en lugar de a los soviéticos; los civiles a menudo no tuvieron esta opción,
Hitler había presentado la guerra como una cuestión de voluntad y, de ese modo, acentuó la tendencia característica de todas las guerras a negar la derrota y, por lo tanto, a empeorar sus consecuencias. Veía el conflicto armado como una prueba para la raza alemana: «Alemania será una potencia mundial o no será». Su nacionalismo fue siempre de un tipo especial: creía que la nación alemana era potencialmente grande, pero que necesitaba los retos de un imperio para depurarse de la degeneración. De este modo, los alemanes se verían favorecidos mientras la guerra continuara y tuviera éxito. Si los alemanes decepcionaban a Hitler fracasando al purificarse en la sangre de sus enemigos derrotados, sería culpa suya. Hitler les había mostrado el camino, pero los alemanes no habían podido seguirlo. Si los alemanes perdían su guerra de salvación, no había ninguna razón por la que debieran sobrevivir. Para Hitler, cualquier sufrimiento que los alemanes tuvieran que soportar era consecuencia de su propia debilidad: «Si los alemanes no están dispuestos a luchar por su propia existencia, muy bien: dejemos que perezcan».[14]
El propio Hitler escogió el suicidio. Las suyas no eran el tipo de actitudes pragmáticas necesarias para preservar las vidas de los civiles. Las autoridades civiles en Alemania del este, los Gauleiters, eran hombres entregados al partido nazi y se contaban entre los seguidores más leales de Hitler. En tres provincias cruciales, los Gauleiters fracasaron al organizar las evacuaciones. El Gauleiter del este de Prusia era Erich Koch, el mismo hombre que había sido Reichskommissar para Ucrania. Una vez dijo que si encontraba un ucraniano digno de comer en su mesa se vería obligado a fusilarlo. Ahora, en enero de 1945, un ejército compuesto por una proporción bastante significativa de ucranianos se estaba echando encima de su provincia alemana y él no parecía creérselo del todo. En Pomerania, Franz Schwede-Coburg trató de hecho de parar el flujo de refugiados alemanes. En la Baja Silesia, Karl Hanke estaba preocupado porque la huida perjudicaría su campaña para convertir Breslau (actualmente Wroctaw) en una fortaleza que pudiera detener al Ejército Rojo. De hecho, el Ejército Rojo rodeó Breslau tan deprisa que la gente quedó atrapada. Debido a que los civiles alemanes tardaron demasiado en marcharse, murieron en un número mucho mayor. La marina soviética hundió 206 de los 790 barcos usados para evacuar a los alemanes de la costa báltica. Uno de ellos, el Wilhelm Gustloff fue evocado más tarde por Günter Grass en su novela A paso de cangrejo.[15]
Los alemanes que escapaban por tierra quedaban a menudo literalmente atrapados en el fuego cruzado entre el Ejército Rojo y la Wehrmacht. Una y otra vez las unidades de tanques soviéticas se precipitaban contra las columnas de civiles alemanes y sus coches de caballos. Eva Jahntz narró lo que pasaba en esos casos: «Disparaban a los pocos hombres que había, violaban a las mujeres, y golpeaban a los niños y los separaban de sus madres». Grass, que vivió una escena semejante como soldado de las Waffen-SS, vio «a una mujer gritar, pero no pude oír su grito».[16]
La nueva Polonia se fundó en el momento en que la huida se convirtió en deportación. El fin de las hostilidades trajo una limpieza étnica organizada a las nuevas tierras del oeste de Polonia, oficialmente conocidas como los «territorios recuperados». El 26 de mayo de 1945, el comité central del partido comunista polaco decidió que todos los alemanes debían marcharse del país. En ese momento, los alemanes ya estaban volviendo. Habían huido del Ejército Rojo, pero no tenían ninguna intención de perder todas sus propiedades y pertenencias ni de abandonar su patria. Tampoco tenían ninguna forma de saber que su retorno era inoportuno, que su patria se iba a convertir en polaca y que sus hogares se los iban a otorgar a polacos. En junio de 1945, había vuelto quizá un millón de los aproximadamente seis millones de refugiados alemanes. Los comunistas polacos decidieron enviar el ejército recientemente constituido, ahora bajo su mando, para «limpiar» de alemanes lo que entendían que era territorio polaco.[17]
En verano de 1945, los comunistas polacos miraban con inquietud hacia el futuro, hacia el acuerdo de paz definitivo. Si no podían mantener a los alemanes al oeste de la línea Oder-Neisse, quizá no les concederían esos territorios. También estaban siguiendo el ejemplo fijado por la Checoslovaquia democrática, justo en el sur. Su presidente, Edvard Benes, había sido en tiempos de guerra el más elocuente defensor de la deportación de alemanes. El 12 de mayo comunicó a sus ciudadanos que la nación alemana «había dejado de ser humana». El día antes, el líder del partido comunista checoslovaco se había referido a la Checoslovaquia de posguerra como «una república de checos y eslovacos». Los checoslovacos, cuya minoría alemana ascendía a unos tres millones (un cuarto de la población) llevaban desde mayo expulsando a sus ciudadanos alemanes de sus fronteras. En estas expulsiones mataron a hasta treinta mil alemanes; otros 5558 se suicidaron en Checoslovaquia en 1945. Günter Grass, en aquel momento prisionero de guerra en un campo estadounidense en Checoslovaquia, se preguntaba si los soldados de infantería americanos estaban allí para custodiarlo o para proteger a los alemanes de los checos.[18]
Los oficiales del nuevo ejército polaco ordenaron a sus soldados que trataran a los campesinos alemanes como a enemigos. La nación alemana al completo era culpable y no había que tener lástima de ella. La comandancia general transmitió instrucciones de «tratarlos como nos trataron a nosotros». No se llegó nunca a eso, pero las condiciones de las deportaciones militares entre el 20 de junio y el 20 de julio de 1945 reflejaban apresuramiento, indiferencia y la primacía de la alta política. El ejército deportó a gente que vivía cerca de la línea Oder-Neisse para crear la impresión de que esos territorios estaban listos para ser transferidos a Polonia. Los militares rodeaban pueblos, daban a sus habitantes unas pocas horas para hacer el equipaje, los obligaban a formar en columnas y luego les hacían cruzar la frontera. El ejército informó que había desplazado en torno a un millón doscientas mil personas de esta forma, aunque probablemente sea una exageración considerable; algunas personas, en todo caso, fueron deportadas dos veces, puesto que regresaban sin dificultad cuando los soldados se habían ido.[19]
Lo más probable es que estos esfuerzos polacos de verano de 1945 no supusieran ninguna diferencia en el resultado final. Aunque los británicos y los estadounidenses habían acordado resistirse a los planes de Stalin para la frontera oeste polaca, le concedieron este punto a finales de julio de 1945. Aceptaron la frontera propuesta por Stalin para Polonia, la línea Oder-Neisse; la única condición, que probablemente Stalin entendió como una fachada ante los votantes polaco-estadounidenses, era que el siguiente gobierno polaco fuera elegido en unas elecciones libres. Las tres potencias estaban de acuerdo en que las transferencias de población desde Polonia y Checoslovaquia (y Hungría) debían continuar, pero sólo después de una pausa necesaria para asegurar condiciones más humanas para las personas reubicadas. Las tierras alemanas estaban bajo una ocupación conjunta, los soviéticos en el noreste, los británicos en el oeste y los estadounidenses en el sur. A estadounidenses y británicos les preocupaba que más movimientos de población pudieran traer el caos a sus zonas de ocupación en Alemania.[20]
Después de Potsdam, el gobierno polaco buscó precisamente crear condiciones inhumanas para los alemanes en Polonia, de forma que estos decidieran marcharse. Stalin había dicho a Gomulka que «debería crear tales condiciones para los alemanes que ellos mismos quisieran huir». Desde junio de 1945, las autoridades polacas hicieron justamente esto, bajo el eufemístico disfraz de «repatriaciones voluntarias». La política de expulsión indirecta fue quizá más flagrante en Silesia, donde el gobierno regional vetó el uso del alemán en lugares públicos, prohibió las escuelas alemanas, expropió las propiedades alemanas y ordenó a los hombres alemanes que trabajaran en las minas. El planteamiento fue quizá más astuto (o cínico) en la ciudad de Olsztyn, antiguamente en el este de Prusia, donde los alemanes fueron convocados para ir «voluntariamente» a Alemania a finales de octubre de 1945 (y al mismo tiempo informados de que los que se resistieran serían enviados a los campos).[21]
Las prisiones polacas y los campos provisionales penales y de trabajo estaban llenos de alemanes, a quienes, junto con los demás prisioneros, se les trataba muy mal. Las cárceles y los campos estaban bajo la jurisdicción del ministerio de Seguridad Pública, de orientación comunista, en lugar de bajo el ministerio de Justicia o el de Interior. En ese momento el gobierno polaco era todavía una coalición, pero estaba dominado por los comunistas, quienes siempre se aseguraban de controlar carteras como la de Seguridad Pública. Los comandantes de los campos, generalmente exentos de una disciplina superior, presidían el caos general y los asesinatos frecuentes. En el pueblo de Nieszawa, en el norte-centro de Polonia, arrojaron a 38 hombres, mujeres y niños al río Vístula; a los hombres y a las mujeres los fusilaron antes, a los niños no. En el campo de Lubraniec, el comandante danzó sobre una mujer alemana que estaba tan horriblemente apaleada que no pudo moverse. En esta tesitura exclamó «estamos sentando las bases de una nueva Polonia».[22]
En algunos lugares la venganza fue casi literal. En el campo Lambinowice, Czeslaw Gęborski modeló conscientemente las normas a imagen y semejanza de las alemanas (a pesar de las órdenes contrarias) y proclamó abiertamente su deseo de revancha. El 4 de octubre de 1945, cuarenta prisioneros de Lambinowice fueron asesinados; en total, unos 6488 alemanes murieron allí en 1945 y 1946. Gęborski había estado encarcelado bajo el dominio alemán; otros comandantes de campos polacos tenían distintas razones para desear la venganza. Izydor Cedrowski, el comandante del campo de Potulice, era un superviviente judío de Auschwitz cuya familia había sido fusilada por los alemanes. Los alemanes y otros prisioneros morían cada día a cientos en estos campos por congelación, enfermedades y malos tratos. En total, en los campos polacos trabajaron unos doscientos mil alemanes, de los cuales un número muy alto, quizá treinta mil, murieron en 1945 o en 1946.[23]
En la segunda mitad de 1945, los alemanes tenían buenas razones para partir de Polonia «voluntariamente», aunque marcharse resultó ser tan peligroso como quedarse. Se asignaron para los transportes trenes de mercancías, a menudo con vagones abiertos. Si los vagones no eran abiertos, los alemanes a veces temían que los gasearan. Esto, por supuesto, no sucedió nunca (aunque demuestra que los alemanes sabían que otras personas habían sido muy recientemente conducidas a espacios cerrados y asfixiadas). Incluso en uno de los lugares de los cuales expulsaban ahora a los alemanes, en Stutthof, los germanos habían usado antes un vagón de tren como cámara de gas.[24]
Los trenes avanzaban muy despacio, convirtiendo en horribles odiseas viajes que podían haber durado sólo unas horas. Los alemanes que embarcaban en los trenes estaban muy a menudo hambrientos o enfermos. Sólo les permitían llevar consigo lo que podían cargar a la espalda. Los bandidos (o la milicia polaca que se suponía que les tenía que proteger) les robaban pronto. Una razón por la que los trenes paraban tan frecuentemente era permitir a los maleantes robar a la gente lo que les habían dejado llevarse. En estas circunstancias, la mortalidad en los trenes era considerable, cuando podría haber sido insignificante. Los alemanes tenían que enterrar a sus muertos a lo largo del camino, en esas anónimas paradas, en medio de la nada, sin señales ni ninguna forma de saber adónde volver. No tenían a nadie que cuidara de sus intereses en Polonia y muy a menudo nadie les quería en el otro lado. Unos seiscientos mil alemanes llegaron a Alemania en estas circunstancias durante la segunda mitad de 1945.[25]
Los aliados concertaron un plan para las siguientes deportaciones en noviembre de 1945, y los británicos y soviéticos se prepararon para recibir y ocuparse de los alemanes que iban a llegar en 1946. Debido a que muchas de las muertes y disturbios eran resultado de las condiciones de embarque y transporte, los soviéticos y los británicos enviaban representantes para controlar las deportaciones en el lado polaco. La previsión, ampliamente conseguida, era que unos transportes más ordenados reducirían el caos en Alemania. Durante el transcurso de 1946, unos dos millones más de alemanes fueron mandados por tren a las zonas de ocupación británicas y soviéticas de Alemania; alrededor de otros seiscientos mil les siguieron en 1947. Aunque las condiciones distaban de ser humanas, las bajas durante estos transportes fueron mucho menores, no más de unos pocos miles o, como mucho, unas cuantas decenas de miles.[26]
A finales de 1947, unos siete millones seiscientos mil alemanes habían abandonado Polonia, aproximadamente la mitad de ellos como refugiados huyendo del Ejército Rojo, y la otra mitad como deportados. Estas proporciones y estos números no pueden conocerse con precisión, ya que mucha gente huyó, volvió y fue deportada de nuevo, y otros fueron deportados más de una vez. Muchos de los que se habían presentado como alemanes en el transcurso (o incluso antes) de la guerra ahora aseguraban ser polacos para eludir los transportes. (El gobierno polaco, más interesado por entonces en la mano de obra que en la pureza étnica, contemplaba favorablemente las solicitudes en casos ambiguos en los que ciertas personas podían considerarse polacas. Por otra parte, muchos de los que se identificaban como polacos anteriormente se presentaban ahora como alemanes, creyendo que el futuro económico de Alemania era más brillante que el de Polonia). Pero el balance general es claro: la inmensa mayoría de las personas que se consideraban alemanas había dejado Polonia a finales de 1947. En todas estas huidas y transportes, desde principios de 1945 a finales de 1947, murieron quizá cuatrocientos mil alemanes naturales de las tierras que se había anexionado Polonia, la mayoría de ellos en campos soviéticos y polacos, y un segundo gran grupo atrapado entre los ejércitos o ahogado en el mar.[27]
Las últimas semanas de la guerra y las evacuaciones tardías fueron mucho más peligrosas que las expulsiones que siguieron tras finalizar la contienda. En los últimos cuatro meses de guerra, los alemanes padecieron algunas de las calamidades que habían sufrido otros civiles en los anteriores cuatro años de guerra en el frente oriental, durante el avance y la retirada de la Wehrmacht. Millones de personas huyeron del ataque alemán en 1941; millones más fueron capturadas para trabajar entre 1941 y 1944; todavía más fueron obligadas a marcharse por la retirada de la Wehrmacht en 1944. Murieron muchos más ciudadanos soviéticos y polacos huyendo de los alemanes que alemanes escapando de los soviéticos. Aunque estos desplazamientos no se correspondían con políticas de asesinatos deliberados (y, por tanto, no han sido casi mencionados en este estudio), la huida, la evacuación y el trabajo forzado condujeron a la muerte, directa o indirectamente, a unos cuantos millones de ciudadanos soviéticos y polacos (las políticas alemanas de asesinatos de masas deliberados mataron a otros diez millones de personas más).[28]
La guerra se había librado en nombre de la raza alemana, pero terminó con el desinterés por la suerte de los civiles alemanes. Gran parte de la responsabilidad de las muertes asociadas con la huida y la expulsión corresponde, pues, al régimen nazi. Los civiles alemanes conocían lo suficiente de la política alemana durante la guerra para saber que debían escapar, pero su huida no fue bien organizada por el estado alemán. El comportamiento de muchos soldados soviéticos fue ciertamente tolerado por el alto mando y esperado por Stalin; sin embargo, el Ejército Rojo no habría entrado en Alemania si la Wehrmacht no hubiera invadido la Unión Soviética. Stalin favoreció la homogeneidad étnica, pero las propias políticas de Hitler habían hecho que esta actitud pareciera inevitable, y no sólo en Moscú. Las expulsiones fueron el resultado de un consenso internacional de vencedores y víctimas.
Finalmente, las expulsiones resultaron ser otra de las formas en las que Stalin ganó la guerra de Hitler. Al arrebatar tanto territorio a Alemania en beneficio de Polonia, Stalin garantizaba que los polacos estuvieran en deuda, les gustara o no, con el poder militar soviético. ¿Con quién sino con el Ejército Rojo podrían contar en el futuro para defender esa frontera polaca del oeste frente a una Alemania renaciente?[29]
En esos años, Polonia fue una nación en movimiento. Mientras los alemanes tuvieron que mudarse al oeste para formar una Alemania más occidental, los polacos tenían que desplazarse también hacia el oeste para convertirse en una Polonia más occidental. De la misma forma que los alemanes eran expulsados de la Polonia comunista, los polacos eran expulsados de la Unión Soviética. Contra la voluntad de todos los partidos políticos polacos, incluyendo a los comunistas, la Unión Soviética se anexionó una vez más las tierras que habían sido el este de Polonia. Las personas que fueron entonces «repatriadas» (según el eufemismo estalinista) a Polonia no tenían ninguna razón para amar al comunismo o a Stalin. Pero de algún modo estaban ligados al sistema comunista. Los comunistas arrebataban la tierra pero también la repartían, expulsaban a la gente pero también le daban refugio. Aquellos que habían perdido sus antiguos hogares y conseguido otros nuevos dependían por completo de quienes estaban en condiciones de defenderles, y esos sólo podían ser los comunistas polacos, quienes garantizaban que el Ejército Rojo protegería los bienes de Polonia. El comunismo como ideología tenía poco que ofrecer a Polonia y no fue nunca demasiado popular. Pero las geopolíticas étnicas de Stalin sustituyeron a la lucha de clases creando una base duradera de apoyo, si no de legitimidad, para el nuevo régimen.[30]
En Postdam, estadounidenses y británicos habían respaldado las expulsiones con las esperanzas puestas en las elecciones democráticas en Polonia. Pero éstas nunca se celebraron. En cambio, el primer gobierno de la posguerra, dominado por los comunistas, intimidó y arrestó a la oposición. Los americanos empezaron a ver la línea Oder-Neisse como un asunto que podía usarse contra la Unión Soviética. Cuando el secretario de estado estadounidense cuestionaba su existencia en septiembre de 1946, estaba aumentando la influencia de EE UU en Alemania y debilitando el influjo soviético entre los alemanes no conformes con la pérdida de territorio y las expulsiones; pero también estaba ayudando a consolidar la posición soviética en Polonia. El régimen polaco convocó elecciones parlamentarias en enero de 1947, pero falseó los resultados. Los estadounidenses y los británicos vieron desaparecer sus oportunidades de ejercer alguna influencia en Polonia. Stanislaw Mikolajczyk, el primer ministro del gobierno polaco en el exilio, había vuelto para presentarse a las elecciones como cabeza del partido campesino: tuvo que huir.[31]
El régimen polaco pudo alegar el poderoso argumento de que sólo su aliado soviético era capaz de proteger la nueva frontera oeste de los deseos de los alemanes, mientras que los estadounidenses los alentaban. En 1947, los polacos, a pesar de lo que opinaran sobre los comunistas, difícilmente podían pensar en perder «los territorios recuperados». Como Gomulka había anticipado correctamente, la expulsión de los alemanes «ataría la nación al sistema». El talentoso ideólogo comunista Jakub Berman creía que los comunistas debían sacar el máximo provecho de la limpieza étnica. Los «territorios recobrados» dieron a muchos polacos que habían sufrido durante la guerra una casa mejor o una granja mayor, e hicieron posible la reforma agraria, el primer paso en cualquier toma de poder comunista. Y, quizá lo más importante, dieron un lugar donde vivir a un millón de polacos inmigrantes del este de Polonia (anexionado por la URSS). Precisamente porque Polonia había perdido tanto en el este, el oeste era aún más valioso.[32]
La limpieza étnica de alemanes de las nuevas tierras polacas se produjo al final de la guerra. Era, sin embargo, la segunda parte de una política soviética que en realidad había empezado mucho antes, durante la guerra, en las tierras del este de Polonia anteriores a la conflagración, al este de la línea Mólotov-Ribbentrop. De la misma forma que los alemanes habían tenido que dejar tierras que ya no serían alemanas, los polacos tuvieron que abandonar tierras que ya no serían polacas. Aunque Polonia era técnicamente uno de los países que había ganado la guerra, perdió casi la mitad (47%) de su territorio anterior a la contienda en favor de la Unión Soviética. Después de la guerra, los polacos (y los judíos polacos) ya no eran bienvenidos en las nuevas regiones occidentales de las repúblicas soviéticas bielorrusa y ucraniana ni en la región de Vilna de la república soviética lituana.[33]
La alteración de la estructura de la población del este de Polonia en detrimento de los polacos y los judíos había empezado antes, durante la propia guerra. Los soviéticos habían deportado a cientos de miles de personas durante su primera ocupación, en 1940 y en 1941. Un porcentaje desproporcionado de ellos eran polacos. Muchos, procedentes del Gulag, viajaron a través de Irán y Palestina para combatir junto a los aliados en el frente occidental, y a veces llegaron a Polonia al final de la guerra; pero casi nunca volvieron a sus hogares. Los alemanes habían asesinado a alrededor de un millón trescientos mil judíos en la antigua Polonia del este en 1941 y 1942 con la ayuda de los policías locales. Algunos de estos policías ucranianos ayudaron a formar en 1943 un ejército partisano que, bajo el mando de los nacionalistas ucranianos, limpió el sudeste de la antigua Polonia (que para ellos era el oeste de Ucrania) de los polacos que quedaban. La OUN-Bandera, la organización nacionalista que dirigía el ejército resistente, había prometido tiempo atrás liberar a Ucrania de sus minorías nacionales. Su capacidad para matar polacos procedía del adiestramiento de los alemanes, y su determinación de matarlos tenía mucho que ver con su deseo de despejar el territorio de supuestos enemigos antes de una confrontación final con el Ejército Rojo. La UPA, como era conocido el ejército partisano, asesinó a decenas de miles de polacos y provocó represalias de estos contra los civiles ucranianos.[34]
Aunque la UPA era un decidido (quizá el más decidido) oponente del comunismo, el conflicto étnico que desencadenó sólo sirvió para fortalecer el imperio de Stalin. Él concluiría lo que los nacionalistas habían empezado. Stalin continuó deshaciéndose de los polacos e incorporó los territorios en disputa a su Ucrania soviética. Los comunistas polacos firmaron en septiembre de 1944 acuerdos que facilitaban canjes de población entre Polonia y la Ucrania soviética (así como de Bielorrusia y Lituania). En Ucrania, los polacos recordaban el muy reciente dominio soviético y se enfrentaban ahora a la amenaza continua de los nacionalistas ucranianos. Tenían muchas razones para participar en estas «repatriaciones». Unos 780 000 polacos fueron trasladados a la Polonia comunista, dentro de sus nuevas fronteras, junto con un número comparable de personas procedentes de Bielorrusia y Lituania. 1 517 983 personas habían partido de la Unión Soviética como polacos a mediados de 1946, junto con unos cuantos cientos de miles que no fueron registrados en los transportes oficiales. Alrededor de cien mil de estas personas eran judíos: la política soviética era expulsar de la antigua Polonia oriental a las personas de etnia polaca y judía y quedarse con los bielorrusos, ucranianos y lituanos. Aproximadamente un millón de ciudadanos polacos fueron realojados en lo que había sido Alemania del este, ahora los «territorios recuperados» del oeste de Polonia. Mientras tanto, 483 099 ucranianos fueron enviados de la Polonia comunista a la Ucrania soviética entre 1944 y 1946, la mayoría de ellos por la fuerza.[35]
Mientras realizaba el trasiego de gente a través de las fronteras, el régimen soviético continuaba enviando a sus propios ciudadanos a campos y asentamientos especiales. Muchos de los nuevos prisioneros del Gulag eran personas de las tierras que Stalin se había apropiado en 1939 con el consentimiento alemán y que luego volvió a tomar en 1945. Entre 1944 y 1946, por ejemplo, 182 543 ucranianos fueron deportados de la Ucrania soviética al Gulag: no porque hubieran cometido algún crimen en concreto, ni siquiera por ser nacionalistas ucranianos, sino por estar emparentados con ellos o por conocerlos. Más o menos en la misma época, en 1946 y 1947, los soviéticos condenaron al Gulag a 148 079 veteranos del Ejército Rojo por colaboración con los alemanes. Nunca hubo tantos ciudadanos soviéticos en el Gulag como en los años posteriores a la guerra; de hecho, el número de ciudadanos soviéticos en los campos y en los asentamientos especiales aumentó cada año desde 1945 hasta la muerte de Stalin.[36]
La Polonia comunista no tenía Gulag, pero en 1947 sus gobernantes propusieron una «solución final» a su «problema ucraniano»; dispersar lejos de sus hogares, pero dentro de las fronteras de Polonia, a los ucranianos que quedaban. Entre abril y julio de 1947, el régimen polaco llevó a cabo una operación más en contra de los ucranianos de su territorio, bajo el nombre en clave «Vístula». Unos 140 660 ucranianos o personas identificadas como tales fueron realojados por la fuerza desde el sur y el sudeste del país al oeste y al norte, a los «territorios recuperados» que hasta hacía poco habían sido alemanes. Se suponía que la Operación Vístula iba a obligar a los ucranianos de Polonia, o al menos a sus hijos, a integrarse dentro de la cultura polaca. Al mismo tiempo, las fuerzas polacas derrotaron a las unidades del ejército partisano ucraniano, la UPA, en suelo polaco. Los combatientes nacionalistas ucranianos habían renacido para defender a la gente que no quería ser deportada. Pero cuando casi todos los ucranianos fueron deportados, la posición de la UPA en Polonia se hizo insostenible. Algunos de sus combatientes huyeron al oeste, otros a la Unión Soviética, para continuar la lucha.[37]
La Operación Vístula, originalmente con el nombre en clave de Operación Este, fue realizada íntegramente por fuerzas polacas, con alguna ayuda soviética dentro de Polonia. Sin embargo, las personas clave encargadas de planear la operación eran colaboradores soviéticos, y la acción se llevó a cabo de forma coordinada con Moscú. Tuvo lugar al mismo tiempo que varias operaciones de la URSS en los territorios soviéticos adyacentes, denominadas con criptónimos similares. La que tenía una relación más obvia era la Operación Oeste, que se desarrolló en los territorios colindantes de Ucrania. Cuando la Operación Vístula se cerró, los soviéticos ordenaron la deportación de ucranianos del oeste de Ucrania a Siberia y Asia central. En unos cuantos días de octubre de 1947, 76 192 ucranianos fueron trasladados al Gulag. En el oeste de Ucrania, las fuerzas especiales soviéticas se enfrentaron a la UPA en un conflicto increíblemente sangriento. Ambos bandos cometieron atrocidades, incluyendo la exposición pública de cadáveres mutilados del enemigo o de sus supuestos colaboradores. Pero, al final, la tecnología de la deportación proporcionó a los soviéticos una ventaja decisiva. El Gulag siguió creciendo.[38]
Después de este éxito en la frontera ucraniano-polaca, los soviéticos se ocuparon de las otras fronteras europeas y aplicaron métodos similares en operaciones parecidas. En la Operación Primavera de mayo de 1948, deportaron a 49 331 lituanos. En mayo, la Operación Priboi provocó la salida de Lituania de 31 917 personas más, así como de 42 149 de Letonia y de 20 173 de Estonia. En total, entre 1941 y 1949 Stalin deportó a unas doscientas mil personas de los tres pequeños países bálticos. Como todas las tierras tres veces ocupadas (soviéticos, alemanes y de nuevo soviéticos) del este de la línea Mólotov-Ribbentrop, los estados bálticos entraron en la URSS en 1945 habiendo perdido a gran parte de su elite e incluso a un significativo porcentaje de su población.[39]
Bajo Stalin, la Unión Soviética había evolucionado, lentamente y de forma titubeante, de un estado marxista revolucionario a un enorme imperio plurinacional con un barniz de ideología marxista y continuamente preocupado por la seguridad de sus fronteras y por las minorías. Debido a que Stalin heredó, mantuvo y dirigió el aparato de seguridad de los años revolucionarios, estas preocupaciones derivaron en estallidos de matanzas nacionales, en 1937-1938 y 1940, y en episodios de deportaciones nacionales que empezaron en 1930 y prosiguieron durante toda la vida de Stalin. Las deportaciones de la guerra plasmaron una cierta evolución de la política soviética de deportación; desde los realojamientos tradicionales de individuos sospechosos de representar a las clases enemigas hacia una limpieza étnica que adaptó las poblaciones a las fronteras.
Antes de la guerra, las deportaciones al Gulag tuvieron siempre dos posibles propósitos: el crecimiento de la economía soviética y la aplicación de correctivos a la población. En los años treinta, cuando los soviéticos empezaron a deportar a gran número de personas por motivos étnicos, el objetivo era apartar a las minorías nacionales de las problemáticas regiones fronterizas y asentarlas en el interior del país. Es difícil considerar estas deportaciones nacionales como un castigo específico para individuos concretos, pero aún se basaban en la suposición de que esos deportados se integrarían mejor en la sociedad soviética cuando fueran apartados de sus hogares y de su patria. Las acciones nacionales del Gran Terror liquidaron a un cuarto de millón de personas en 1937 y 1938, pero también mandaron a cientos de miles a Siberia y Kazajistán, donde se esperaba que trabajaran para el estado y se reformaran. Incluso las deportaciones de 1940-1941 de los territorios polacos, bálticos y rumanos anexionados podían verse en términos soviéticos como una guerra de clases. Los hombres de las familias de la elite fueron asesinados en Katyn y en otros lugares, y sus viudas, hijos y padres abandonados a merced de la estepa de Kazajistán. Allí, o se integraban en la sociedad soviética o morían.
Durante la guerra, Stalin emprendió acciones punitivas contra minorías nacionales concretas asociadas con la Alemania nazi. Unos novecientos mil alemanes soviéticos y alrededor de ochenta y nueve mil finlandeses fueron deportados en 1941 y 1942. Cuando el Ejército Rojo avanzaba después de la victoria de Stalingrado a principios de 1943, el jefe de seguridad de Stalin, Lavrenty Beria, recomendó la deportación de pueblos enteros acusados de colaborar con los alemanes. En su mayoría eran naciones musulmanas del Cáucaso y de Crimea.[40]
Cuando las tropas soviéticas reconquistaron el Cáucaso, Stalin y Beria pusieron en funcionamiento la maquinaria. En un solo día, el 19 de noviembre de 1943, los soviéticos deportaron a la población karachai al completo, 69 267 personas, a Kazajistán y Kirguistán. En el curso de dos días, del 28 al 29 de diciembre de 1943, los soviéticos mandaron a 91 919 calmucos a Siberia. Beria acudió a Grozny el 20 de febrero de 1944 para supervisar personalmente las deportaciones de los chechenos e ingusetios. Encabezando a unos ciento veinte mil miembros de las fuerzas especiales, acorraló y expulsó a 478 479 personas en sólo una semana. Tuvo a su disposición camiones americanos Studebaker, suministrados durante la guerra. Para que no quedara ningún checheno o ingusetio en la región, las personas que 110 podían moverse fueron fusiladas. Quemaron los pueblos hasta los cimientos en todas partes; en algunos lugares, también prendieron fuego a establos llenos de gente. En dos días, el 8 y el 9 de marzo de 1944, los soviéticos desplazaron a Kazajistán al pueblo balkar, 37 107 personas. En abril de 1944, justo después de que el Ejército Rojo llegara a Crimea, Beria propuso y Stalin aceptó que reubicaran a la totalidad de la población tártara de Crimea. Durante tres días, del 18 al 20 de marzo de 1944, fueron deportadas 180 014 personas, la mayoría a Uzbekistán. Más avanzado 1944, Beria deportó a los turcos meskheti, unas 91 095 personas, desde la Georgia soviética.[41]
En este contexto de purgas nacionales continuas, la decisión de Stalin de limpiar la frontera soviético-polaca aparece como un desarrollo nada sorprendente de su política general. Desde el punto de vista soviético, los partisanos ucranianos, bálticos o polacos no eran más que criminales que causaban problemas a lo largo de la periferia y que debían ser tratados a base de castigos y deportaciones. Había, sin embargo, una importante diferencia. Todos los kulaks y los miembros de las minorías deportadas en los años treinta se encontraron lejos de casa, pero todavía dentro de la URSS. Lo mismo pasó con los pueblos crimeos, caucásicos y bálticos deportados durante la guerra y poco después. Sin embargo, en septiembre de 1944, Stalin optó por transportar a los polacos (y a los judíos polacos), a los ucranianos y a los bielorrusos a uno y otro lado de un estado fronterizo para crear homogeneidad étnica. La misma lógica se aplicó, en una escala mucho mayor, a los alemanes en Polonia.
Trabajando en paralelo, y a veces conjuntamente, el régimen soviético y el comunista polaco consiguieron una curiosa hazaña entre 1944 y 1947: erradicaron —a ambos lados de la frontera polaco-soviética— las minorías étnicas que hacían de aquella una región plurinacional. Y al mismo tiempo se deshicieron de la etnia nacionalista que había luchado con más saña para lograr precisamente esa limpieza. Los comunistas se apropiaron del programa de sus enemigos. La consigna soviética se convirtió en limpieza étnica… sin los limpiadores étnicos.
El territorio de Polonia fue el centro geográfico de la campaña de limpieza étnica de Stalin durante la posguerra. En esta campaña perdieron sus hogares más alemanes que cualquier otro grupo. Unos siete millones seiscientos mil alemanes habían dejado Polonia a finales de 1947 y otros tres millones, aproximadamente, fueron deportados desde la Checoslovaquia democrática. Alrededor de novecientos mil alemanes del Volga fueron deportados dentro de la Unión Soviética durante la guerra. El número de alemanes que perdieron sus hogares en el transcurso de la guerra y a posteriori sobrepasa los doce millones.
Aunque inmensa, esta cifra no constituye la mayoría de los desplazamientos forzados durante y después de la guerra. Unos dos millones de no alemanes fueron deportados por las autoridades soviéticas (o por los comunistas polacos) durante el mismo periodo de la posguerra. Otros ocho millones, muchos de ellos trabajadores forzados capturados por los alemanes, fueron devueltos a la Unión Soviética en la misma época. (Puesto que muchos de ellos, si no la mayoría, hubieran preferido no volver, pueden contarse como dos veces desplazados). En la Unión Soviética y en Polonia, más de doce millones de ucranianos, polacos, bielorrusos e individuos de otras naciones huyeron o fueron trasladados durante la guerra o inmediatamente después. Este número no incluye a los aproximadamente diez millones de personas que fueron asesinadas deliberadamente por los alemanes, la mayoría de las cuales fueron realojados de una forma u otra antes de ser asesinados.[42]
La huida y deportación de los alemanes, aunque no fue una política deliberada de asesinato en masa, constituyó el incidente principal de la limpieza étnica de la posguerra. Durante todo este conflicto civil, incluidos la huida, la deportación y el realojamiento provocados o causados por el retorno del Ejército Rojo entre 1943 y 1947, murieron unos setecientos mil alemanes, así como al menos ciento cincuenta mil polacos y quizá doscientos cincuenta mil ucranianos. Como mínimo, otros trescientos mil ciudadanos soviéticos murieron durante o poco después de las deportaciones soviéticas desde el Cáucaso, Crimea, Moldavia y los Estados bálticos. Si consideramos las luchas de los nacionalistas lituanos, letones y estonios contra la reimposición del poder soviético como resistencia a las deportaciones, lo que en cierta medida fueron, deberían añadirse otras aproximadamente cien mil personas al número total de muertos asociados con la limpieza étnica.[43]
En términos relativos, el porcentaje de alemanes trasladados con respecto a la población alemana total fue muy inferior al de los pueblos caucásicos o crimeos, que fueron deportados hasta la última persona. Dicho porcentaje de alemanes fue mayor que el de polacos, bielorrusos, ucranianos y bálticos. Pero esta diferencia desaparece si a los movimientos de población causados por los alemanes durante la guerra agregamos los producidos por la ocupación soviética al final de la misma. Durante el período 1939-1947, los polacos, ucranianos, bielorrusos y bálticos tenían tantas posibilidades como los alemanes de que los trasladaran obligatoriamente. En todos los lugares donde los demás pueblos se enfrentaron a las políticas hostiles alemanas y soviéticas, los alemanes (con algunas excepciones) sufrieron la opresión sólo del bando soviético.
En el periodo de posguerra, los alemanes tenían tantas probabilidades de perder la vida como los polacos, el otro grupo que fue desplazado mayoritariamente a una patria nacional al oeste. Los alemanes y los polacos tenían muchas menos probabilidades de morir que los ucranianos, rumanos y bálticos y que los pueblos caucásicos y crimeos. Menos de uno de cada diez alemanes y polacos murieron durante la huida, exilio o deportación, o como consecuencia directa de éstas; entre los ciudadanos bálticos y soviéticos, la proporción se acerca a uno de cada cinco. Como norma general, cuanto más al este se dirigían las deportaciones y cuanto más directamente estaba implicado el poder soviético, más mortales resultaban. Esto es evidente en el caso de los mismos alemanes: la inmensa mayoría de estos que escaparon de Polonia y Checoslovaquia sobrevivieron, mientras que un gran porcentaje de los que fueron transportados al este desde el interior o a la Unión Soviética fallecieron.
Era mejor ser enviado al oeste que al este y mejor ser llevado a una patria que te esperaba que a una distante y extraña república soviética. También era mejor aterrizar en una Alemania desarrollada (incluso aunque hubiera sido bombardeada y devastada) que en los páramos soviéticos, que se suponía que los propios deportados tenían que desarrollar. Era mejor ser recibido por las autoridades británicas y americanas en las zonas de ocupación que por el NKVD local en Kazajistán o en Siberia.
Con bastante rapidez, aproximadamente dos años después del final de la guerra, Stalin había construido su nueva Polonia y sus nuevas fronteras y había desplazado a los pueblos para ajustarlos a ellas. En 1947, parecía que la guerra había acabado por fin y que la Unión Soviética había obtenido una clara victoria militar sobre los alemanes y sus aliados y una victoria política sobre los opositores al comunismo en Europa del Este.
Los polacos, un grupo siempre molesto para Stalin, habían sido trasladados desde la Unión Soviética a la nueva Polonia comunista, ahora ligada a la URSS y con la que constituía la base de un nuevo imperio comunista. Aparentemente, Polonia había sido subyugada: invadida dos veces, por dos veces sometida a deportaciones y matanzas, modificada en sus fronteras y demografía y gobernada por un partido dependiente de Moscú. Alemania había sido totalmente vencida y humillada. Sus territorios de 1938 fueron divididos en dos zonas de ocupación múltiple y encontrarían su camino en cinco diferentes estados soberanos: la República Federal Alemana (Alemania Occidental), la República Democrática Alemana (Alemania del Este), Austria, Polonia y la URSS (en Kaliningrado). Japón había sido completamente derrotado por los americanos, sus ciudades bombardeadas o, muy al final, destruidas por armas nucleares: ya no era una potencia en Asia continental. Las tradicionales amenazas de Stalin habían sido eliminadas. La pesadilla de antes de la guerra de un posible bloqueo japonés-polaco-alemán había terminado.
Durante la Segunda Guerra Mundial murieron más ciudadanos soviéticos que de cualquier otro pueblo en cualquier guerra en los anales de la historia. En el interior, los ideólogos soviéticos sacaron ventaja del sufrimiento para justificar el gobierno estalinista como el precio necesario de la victoria en lo que se llamó «la Gran Guerra Patriótica». La patria en cuestión era Rusia, así como la Unión Soviética; el mismo Stalin hizo un famoso brindis por «la Gran Nación Rusa» justo después del final de la guerra, en mayo de 1945. Los rusos, sostenía, habían ganado la guerra. Por supuesto, alrededor de la mitad de la población de la Unión Soviética era rusa y, por tanto, en números, los rusos habían jugado un papel más importante en la victoria que cualquier otro pueblo. Pero la idea de Stalin contenía una confusión intencionada: la guerra en el territorio soviético se había combatido y ganado principalmente en Bielorrusia y en Ucrania y no en Rusia. Habían muerto muchos más civiles judíos, bielorrusos y ucranianos que rusos. Debido a que el Ejército Rojo sufrió pérdidas horribles, sus filas se completaron con reclutas locales bielorrusos y ucranianos tanto al principio como al final de la guerra. Los pueblos caucásicos y crimeos deportados, por ejemplo, habían sufrido la muerte de un mayor porcentaje de sus jóvenes en el Ejército Rojo que los rusos. Probablemente, hubo más soldados judíos condecorados por su valor que soldados rusos.
La tragedia judía, en particular, no podía incluirse dentro de la experiencia soviética y, por tanto, era una amenaza para la mitificación soviética posterior a la guerra. Alrededor de cinco millones setecientos mil civiles judíos habían sido asesinados por los alemanes y los rumanos, de los cuales dos millones seiscientos mil eran ciudadanos soviéticos en 1941. Esto no sólo significaba que habían asesinado a más civiles judíos en términos absolutos que a miembros de cualquier otra nacionalidad soviética, sino también que más de la mitad del cataclismo tuvo lugar fuera de las fronteras de la Unión Soviética de posguerra. Desde el punto de vista estalinista, incluso la experiencia del asesinato en masa de un pueblo era un ejemplo preocupante de exposición al mundo exterior. En 1939-1941, cuando la Unión Soviética se había anexionado Polonia y los alemanes todavía no habían invadido la URSS, los judíos soviéticos se mezclaron con los judíos polacos, quienes les recordaron las tradiciones religiosas y lingüísticas del mundo de sus abuelos. Los judíos soviéticos y polacos, durante ese breve pero importante momento, vivieron juntos. Más tarde, después de la invasión alemana, murieron juntos. Precisamente porque el exterminio fue un destino común para los judíos de ambos lados de la frontera, su recuerdo no podía integrarse como un elemento de la Gran Guerra Patriótica.
Era la exposición a Occidente lo que preocupaba a Stalin, incluso aunque varios estados de Europa del este y central hubieran copiado su sistema. En el período de entreguerras, los ciudadanos soviéticos habían creído realmente que vivían mejor que las masas que sufrían bajo la explotación capitalista en Occidente. Ahora, Estados Unidos había emergido de la Segunda Guerra Mundial como una potencia económica sin rival. En 1947 ofreció ayuda económica, en forma del Plan Marshall, a los países europeos que desearan cooperar unos con otros en materias elementales de política comercial y financiera. Stalin pudo rechazar esa ayuda y obligar a sus satélites a rechazarla también, pero no pudo borrar los conocimientos que los ciudadanos soviéticos habían adquirido durante la guerra. Cada soldado soviético y cada trabajador forzado que volvía sabía que las condiciones de vida en el resto de Europa, incluso en países relativamente pobres como Rumanía y Polonia, eran mucho mejores que en la Unión Soviética. Los ucranianos volvieron a un país donde el hambre bramaba de nuevo. Quizá un millón de personas murieron de inanición en los dos años posteriores a la guerra. Fue el oeste de Ucrania, con un sector de agricultura privada que los soviéticos no habían tenido todavía tiempo de colectivizar, quien salvó al resto de la Ucrania Soviética de un sufrimiento aún mayor.[44]
Los rusos eran una base segura para la leyenda estalinista de la guerra. Las batallas de Moscú y de Stalingrado fueron victorias. Los rusos eran la mayor nación, su lenguaje y su cultura eran los dominantes y su república estaba muy alejada de Occidente, tanto de la versión nazi como de la emergente representación americana. Rusia es enorme: los alemanes nunca proyectaron colonizar más que una quinta parte de su zona occidental y nunca conquistaron más que una décima parte de ésta. La Rusia Soviética no había sufrido una ocupación total durante meses o años como la que habían padecido los Estados bálticos, Bielorrusia o Ucrania. Todos los que permanecieron en Bielorrusia y Ucrania sufrieron la ocupación alemana: no así la inmensa mayoría de los habitantes de la Rusia soviética. Rusia no estaba tan herida por el Holocausto como Ucrania o Bielorrusia, simplemente porque los alemanes llegaron más tarde y pudieron matar menos judíos (alrededor de sesenta mil o aproximadamente un 1% del Holocausto). También en eso Rusia estuvo más distante de la experiencia de la guerra.
Una vez la terminada la contienda, la tarea fue aislar a la nación rusa y, por supuesto, a todas las otras naciones, de la infección cultural. Una de las más peligrosas plagas intelectuales serían las interpretaciones de la guerra que difirieran de la de Stalin.
La victoria del comunismo de corte soviético en Europa del Este ocasionó tanta angustia como triunfalismo. Los triunfos políticos fueron ciertamente impresionantes: los comunistas de Albania, Bulgaria, Hungría, Polonia, Rumanía y Yugoslavia dominaban sus países en 1947, gracias a la ayuda soviética pero también gracias a su propio adoctrinamiento, crueldad y astucia. Los comunistas demostraron su habilidad en la movilización de recursos humanos para resolver los problemas inmediatos de la reconstrucción de la posguerra, por ejemplo en Varsovia.
Pero ¿por cuánto tiempo podría el modelo económico soviético de rápida industrialización producir crecimiento en países que estaban más industrializados de lo que había estado la Unión Soviética en la época del Plan Quinquenal y cuyos ciudadanos esperaban unos niveles de vida más elevados? ¿Por cuánto tiempo podrían aceptar las sociedades de Europa del Este que el comunismo significaba una liberación nacional, cuando sus líderes comunistas estaban obviamente supeditados a un poder extranjero, la Unión Soviética? ¿Cómo podría Moscú sostener la imagen de Occidente como un enemigo constante, cuando Estados Unidos parecía representar tanto la prosperidad como la libertad? Stalin necesitaba que los líderes europeos del Este siguieran sus deseos, explotaran el nacionalismo y aislaran a sus gentes de Occidente, lo cual era una combinación muy difícil de conseguir.
Fue tarea de Andrei Zhdánov, el nuevo favorito y jefe de propaganda de Stalin, el conseguir la cuadratura de todos estos círculos. Zhdánov debía teorizar sobre la inevitable victoria de la Unión Soviética en el mundo de la posguerra y proteger la pureza de Rusia al mismo tiempo. En agosto de 1946, el partido comunista soviético había aprobado una resolución condenando la influencia occidental en la cultura soviética. La contaminación podía proceder de Europa Occidental o de Estados Unidos, pero también de las culturas que habían cruzado las fronteras, como los judíos, los ucranianos o los polacos. Zhdánov también tuvo que explicar la nueva rivalidad entre la Unión Soviética y Estados Unidos de una forma que los líderes de Europa del Este pudieran entender y aplicar en sus propios países.
En septiembre de 1947, los líderes de los partidos comunistas de Europa se reunieron en Polonia para escuchar la nueva línea política de Zhdánov. En un encuentro en Szklarska Poręba, hasta hacía muy poco un lugar de veraneo alemán conocido como Schreiberhau, les dijeron que sus partidos formarían parte de una «Oficina de Información Comunista» o «Cominform». Estos serían los medios a través de los cuales Moscú comunicaría sus directrices y coordinaría sus políticas. Los líderes comunistas reunidos aprendieron que el mundo estaba dividido en «dos bandos», progresista y reacciónario, con la Unión Soviética destinada a liderar la nuevas «democracias del pueblo» de Europa del Este, y con Estados Unidos condenada a heredar todas las flaquezas del capitalismo degenerado, puestas en evidencia tan recientemente en la Alemania nazi. Las inalterables leyes de la historia garantizaban la victoria final de las fuerzas del progreso.[45]
Los comunistas sólo tenían que jugar el papel que les habían asignado en el bando progresista, dirigido desde luego por la Unión Soviética, y evitar la tentación de adoptar cualquier vía nacional propia al socialismo. Así todo iría bien.
Entonces Zhdánov sufrió un ataque al corazón, el primero de varios. De alguna manera, no todo iba bien.