Capítulo 7

HOLOCAUSTO Y VENGANZA

Bielorrusia fue el centro de la confrontación entre la Alemania nazi y la Unión Soviética. Aquellos de sus habitantes que habían sobrevivido a la invasión de junio de 1941 asistieron a la escalada de violencia entre alemanes y soviéticos. Su patria, que había sido una república soviética y que volvería a serlo, era en aquel momento una zona de ocupación alemana. Sus ciudades eran campos de batalla de ejércitos en avance y retroceso; sus pueblos, centros de asentamiento judíos destruidos por el Holocausto. Sus campos se convirtieron en campos alemanes de prisioneros de guerra, donde los soldados soviéticos morían de inanición por decenas o cientos de miles. En sus bosques, los resistentes soviéticos libraban una feroz guerra de guerrillas contra los policías alemanes y las Waffen SS. El país entero fue el escenario de una competición simbólica entre Hitler y Stalin, desarrollada no sólo por los soldados detrás de las líneas, los resistentes en los bosques y los policías en las zanjas, sino también por los propagandistas en Berlín, Moscú y Minsk, la capital de la república.

Minsk fue un punto central de la furia destructiva nazi. La fuerza aérea alemana bombardeó la ciudad hasta su rendición, el 24 de junio de 1941; la Wehrmacht tuvo que esperar a que los incendios se extinguieran para poder entrar. A finales de julio, los alemanes habían ejecutado a miles de personas instruidas y confinado a los judíos en la zona noroeste de la ciudad. Minsk tendría un gueto, campos de concentración, campos de prisioneros de guerra y centros de exterminio. Al final, los alemanes transformaron Minsk en una especie de teatro macabro donde representaban el sucedáneo de victoria consistente en matar judíos.[1]

En Minsk, en otoño de 1941, mientras Moscú resistía férreamente, los alemanes celebraron un triunfo imaginario. El 7 de noviembre, aniversario de la revolución bolchevique, organizaron algo más efectista que los simples fusilamientos en masa. Por la mañana, reunieron a miles de judíos del gueto a los que habían obligado a vestir sus mejores galas, como si fueran a celebrar la festividad soviética. Hicieron formar a los cautivos en dos columnas, les dieron banderas soviéticas y les ordenaron cantar canciones revolucionarias; debían sonreír a las cámaras que filmaban la escena. Salieron a las afueras de Minsk e hicieron subir a estos 6624 judíos en camiones que los llevaron hasta un antiguo almacén del NKVD en el cercano pueblo de Tuchinka. Los hombres judíos que volvieron esa noche de sus tareas de trabajos forzados se encontraron con que sus familias habían desaparecido. Como uno de ellos recordaba: «De ocho personas —mi mujer, mis tres hijos, mi anciana madre y sus dos hijos— ¡no quedaba ni un alma!»[2]

El terror en sí mismo no era nada nuevo. Pocos años antes, en 1937 y 1938, los soviéticos se llevaban a la gente de Minsk a Tuchinka en los cuervos negros, los furgones del NKVD. Pero incluso en la cima del Gran Terror de Stalin de aquellos años, el NKVD siempre fue discreto y apresaba a las personas de una en una o de dos en dos, en la oscuridad de la noche. Los alemanes, en cambio, llevaron a cabo aquella acción masiva en pleno día, concebida para el consumo del público, llena de significado, apta para sus películas propagandísticas. Se suponía que el desfile organizado probaría la afirmación nazi de que los comunistas eran judíos y de que los judíos eran comunistas. Su eliminación, según la forma de pensar nazi, aparte de proteger la retaguardia del Grupo de Ejércitos Centro significaba una especie de victoria en sí misma. Pero esta huera expresión de triunfo parecía diseñada para disfrazar una derrota más obvia. Se suponía que el 7 de noviembre de 1941 el ejército Centro ya tendría que haber tomado Moscú, y no era así.[3]

Stalin permanecía aún en la capital soviética y organizaba allí sus propias celebraciones de victoria. Nunca había abandonado la ciudad, ni durante la ofensiva inicial de la Operación Barbarroja de junio de 1941, ni durante la segunda ofensiva de octubre de la Operación Tifón. Por motivos de seguridad, habían trasladado lejos del Kremlin el cuerpo embalsamado de Lenin; pero Stalin se había quedado y gobernaba. Leningrado estaba sitiada, y Minsk y Kiev habían caído, pero Moscú se defendía bajo el mando obstinado de su líder. El 6 de noviembre, Stalin habló de forma desafiante ante los ciudadanos soviéticos. Hizo notar que los alemanes llamaban a su campaña una «guerra de aniquilación» y les prometió lo mismo. Hizo referencia, por primera y única vez, a los asesinatos de judíos a manos de los alemanes. Sin embargo, cuando calificó al régimen nazi como un imperio ansioso por organizar «pogromos» se estaba quedando muy por debajo de la realidad de los asesinatos masivos en curso. Los judíos de Minsk trasladados a Tuchinka el 7 de noviembre (día de celebración soviética) fueron pasados por las armas el 9 de noviembre (la celebración nacionalsocialista). Les siguieron cinco mil más el 20 de noviembre. Los imperios anteriores nunca habían hecho nada semejante a los judíos. En un día cualquiera de la segunda mitad de 1941, los alemanes mataban a más judíos de los que habían sido asesinados en pogromos durante toda la historia del Imperio Ruso.[4]

Los asesinatos de judíos perpetrados por los alemanes nunca llegaron a tener un papel demasiado importante en la visión soviética de la guerra. Desde la perspectiva estalinista, no era el asesinato de judíos lo que importaba, sino sus posibles interpretaciones políticas. La identificación que hacían los alemanes entre judíos y comunistas no sólo era una convicción nazi y una excusa para el asesinato en masa, sino también un arma de propaganda contra la Unión Soviética. Si la Unión Soviética no era más que un imperio judío, entonces seguramente (siguiendo la argumentación nazi), la inmensa mayoría de sus ciudadanos no tendrían ningún motivo para defenderla. En consecuencia, la defensa de la Unión Soviética que Stalin planteó en noviembre de 1941 no sólo era militar sino también ideológica. La Unión Soviética no era un Estado de judíos, como los nazis sostenían; era un estado de soviéticos, entre los que los rusos eran los primeros. El 7 de noviembre, mientras los judíos marchaban por Minsk hacia la muerte, Stalin pasaba revista a un desfile militar en Moscú. Para levantar el ánimo de los ciudadanos soviéticos y para demostrar su tranquilidad a los alemanes, trasladó las divisiones del Ejército Rojo desde sus posiciones defensivas en el oeste de Moscú y las hizo desfilar por los bulevares. En su alocución de ese día llamó a los soviéticos a seguir el ejemplo de sus «grandes ancestros», mencionando a seis héroes militares prerrevolucionarios, todos ellos rusos. En tiempo de desesperación, el líder soviético apelaba al nacionalismo ruso.[5]

Stalin se vinculaba a sí mismo y a su pueblo con el Imperio Ruso anterior, al que sólo un día antes había relacionado con los pogromos de judíos. Al invocar a los héroes de la historia rusa prerrevolucionaria, el secretario general del partido comunista de la Unión Soviética estaba pactando con sus fantasmas. Al emplazar a los rusos en el centro de la historia, estaba reduciendo implícitamente el papel de otros pueblos soviéticos, incluidos los que sufrían más que los rusos por la ocupación alemana. Si aquella era una «gran guerra patriótica», como había dicho el colaborador más cercano de Stalin, Viacheslav Mólotov, el día de la invasión germana, ¿cuál era la patria? ¿Rusia o la Unión Soviética? Si el conflicto era una guerra para la defensa de Rusia, ¿cómo interpretar los asesinatos en masa de judíos cometidos por los alemanes?

El antisemitismo público de Hitler había colocado a Stalin, como a todos los líderes de los aliados, ante un profundo dilema. Hitler decía que los aliados estaban luchando por los judíos; los aliados, temiendo que el pueblo le creyera, tuvieron que insistir en que luchaban para liberar a las naciones oprimidas, pero no a los judíos en particular. La respuesta de Stalin a la propaganda nazi determinó la historia de la Unión Soviética durante toda su existencia: todas las víctimas de las políticas asesinas alemanas eran «ciudadanos soviéticos», pero la más grande de todas las naciones soviéticas era Rusia. Uno de los jefes de propaganda de Stalin, Aleksander Shcherbakov, clarificó esta doctrina en enero de 1942: «Los rusos —los primeros entre las familias de pueblos iguales de la URSS— están soportando la carga principal de la lucha contra los ocupantes alemanes». Por la época en que Shcherbakov pronunciaba estas palabras, los alemanes habían matado a un millón de judíos al este de la línea Mólotov-Ribbentrop, incluyendo a unos 190 000 judíos en Bielorrusia.[6]

Cuando el frío polar llegó al gueto de Minsk, que no tenía electricidad ni combustible, los judíos llamaron a su hogar «la ciudad muerta». En el invierno de 1941-1942, Minsk alojaba el mayor gueto de la Unión Soviética de la preguerra, en el que vivían confinados unos setenta mil judíos. Según el censo soviético de 1939, había unos 71 000 judíos entre los 239 000 residentes en la localidad. Algunos de los judíos nativos de Minsk habían huido antes de que los alemanes tomaran la ciudad a finales de junio de 1941 , y algunos miles más habían sido ejecutados en verano y en otoño; por otro lado, la población judía se había incrementado con los refugiados procedentes de Polonia. Estos llegaron huyendo de la invasión germana de Polonia en 1939, pero después de la invasión de las tropas alemanas en 1941 ya no tuvieron adonde escapar: la ruta de huida al este estaba ahora sellada. Una vez desaparecido el poder de la URSS, no podría haber deportaciones soviéticas, que, aun siendo letales, protegían a los judíos polacos de las balas alemanas. Tampoco habría más rescates como el organizado por el espía japonés Sugihara en Lituania en 1940.[7]

Minsk era la capital provincial del General Comissariat de Rutenia Blanca (como los alemanes llamaban a Bielorrusia). El General Comissariat comprendía más o menos una cuarta parte de la Bielorrusia soviética cuya parte este permaneció bajo administración militar, la sur fue añadida al Reichskommissariat de Ucrania, y Bialystok fue anexionada por el Reich. Junto con los tres estados bálticos ocupados, el General Commissariat de Rutenia Blanca constituyó el Reichskommissariat Ostland. Los judíos bielorrusos^ ya fuera en esa zona de ocupación civil o hacia el este, en la zona de ocupación militar, se hallaban detrás de las líneas de la Operación Tifón. Si la Wehrmacht avanzaba, eran asesinados; si se estancaba, algunos conservaban la vida. Por un tiempo. La incapacidad de los alemanes para conquistar Moscú a finales de 1941 salvó a los judíos que quedaban en Minsk, al menos de momento. Cuando las divisiones del Ejército Rojo reforzadas con tropas del Extremo Oriente defendieron la capital soviética, los alemanes mandaron al frente batallones de la Policía del Orden. Eran los mismos policías que, en otras circunstancias, hubieran recibido el encargo de matar judíos. Al estancarse la ofensiva alemana a finales de noviembre, el ejército se dio cuenta de que las botas y abrigos que habían tomado de los soldados soviéticos muertos o capturados no eran suficientes para el invierno que les esperaba. Los trabajadores judíos de Minsk tendrían que confeccionar más, y por esa razón les permitieron vivir durante el invierno.[8]

Como Moscú resistió, los alemanes tuvieron que abandonar sus planes iniciales para Minsk: no podían someterla al hambre; no podían vaciar sus tierras de campesinos, y algunos de sus judíos tendrían que vivir un tiempo más. Los alemanes reafirmaron su dominio en Minsk haciendo marchar a columnas de prisioneros de guerra por el gueto y por la ciudad. A finales de 1941, cuando era bastante probable que los prisioneros de guerra murieran de hambre, algunos de ellos sobrevivieron escapando al gueto de Minsk. El gueto aún era un lugar más seguro que los campos de prisioneros. En los últimos meses de 1941, murieron más personas en los Dulags y Stalags cercanos que en el gueto de Minsk. El enorme Stalag 352, probablemente el campo más mortífero de todos, era un complejo de depósitos de prisioneros en y alrededor de Minsk. Un campo en la calle Shirokaia, en medio de la ciudad, encerraba tanto a prisioneros de guerra como a judíos. La antigua instalación del NKVD en Tuchinka funcionaba como prisión alemana y lugar de ejecución.[9]

La política alemana en la Minsk ocupada fue de un terror salvaje e impredecible. La carnavalesca marcha de la muerte del 7 de noviembre fue sólo uno más de una serie de episodios asesinos que horrorizaron a los judíos y les hicieron temer por su destino. Las peores humillaciones se infligían a los judíos conocidos y respetados antes de la guerra. Obligaron a un prestigioso científico a arrastrarse por la plaza Yubileinaya, el centro del gueto, con un balón de fútbol en la espalda. Luego le dispararon. Los alemanes tomaban judíos como esclavos personales para limpiar sus casas y lavar su ropa. El médico austríaco Irmfried Eberl, ubicado en Minsk después de una misión en la que gaseó a los discapacitados de Alemania, escribió a su mujer que no necesitaba dinero en aquel «paraíso». Cuando Himmler visitó Minsk, le ofrecieron como entretenimiento un espectáculo consistente en ejecuciones de judíos filmadas por cámaras de cine. Al parecer, más tarde Himmler contempló la película de su asistencia al asesinato en masa.[10]

Las mujeres judías sufrían de formas específicas. A pesar de las regulaciones contra la «corrupción racial», algunos alemanes pronto se aficionaron a la violación como preludio al asesinato. Al menos una vez los alemanes organizaron un «concurso de belleza» de mujeres judías, llevándolas al cementerio, forzándolas a desnudarse y matándolas después. En el gueto, los soldados alemanes solían obligar a las chicas judías a bailar desnudas por la noche; por la mañana no quedaba más que cadáveres. Perla Aginskaia recordaba lo que vio en un oscuro piso del gueto de Minsk una noche en otoño de 1941: «Una habitación pequeña, una mesa, una cama. La sangre descendía por el cuerpo de la chica, brotaba de unas heridas profundas y oscuras en su pecho. Era evidente que la chica había sido violada y asesinada. Había heridas de bala alrededor de sus genitales».[11]

Violencia no es igual a aplomo, y terror no equivale a dominio. Durante los primeros nueve meses de ocupación, desde el verano de 1941 hasta el principio de la primavera de 1942, el frenesí de asesinatos y violaciones no sometió completamente a Minsk a la dominación alemana.

Minsk era una ciudad peculiar, un lugar cuya estructura social desafiaba la mentalidad nazi y la experiencia alemana en la Polonia ocupada. Aquí, en la metrópolis soviética, la historia de los judíos había tomado un rumbo diferente que en Polonia. Veinte años de oportunidades sociales y coacciónes políticas habían hecho su efecto. Los judíos urbanos de la ciudad no estaban organizados en ninguna clase de comunidad tradicional, ya que los soviéticos habían destruido sus instituciones religiosas y comunitarias en los años veinte y treinta. Los judíos de la generación más joven estaban altamente asimilados, hasta el punto de que en los documentos soviéticos de muchos de ellos constaba «bielorruso» o «ruso» como nacionalidad. Aunque esto probablemente significara poco para ellos antes de 1941, podía salvarles la vida bajo la dominación alemana. Algunos judíos de Minsk tenían amigos y colegas bielorrusos o rusos que eran indiferentes a su religión y nacionalidad o simplemente la desconocían. Un ejemplo chocante de esta ignorancia o indiferencia fue Isai Kaziniets, quien organizó la red comunista clandestina en la ciudad de Minsk. Ni sus amigos ni sus enemigos sabían que era judío.[12]

El gobierno soviético había traído una especie de tolerancia y asimilación, a cambio de la subordinación y obediencia a las directrices de Moscú. La Unión Soviética de Stalin no estimulaba la iniciativa política. Cualquiera que respondiera con demasiado entusiasmo ante una situación determinada o incluso ante una línea política, estaba en peligro cuando la situación o la línea cambiaban. El dominio soviético en general y el Gran Terror de 1937-1938 en particular habían enseñado a la gente a evitar las acciones espontáneas. Las personas que destacaron en Minsk en la década de 1930 fueron ejecutadas por el NKVD en Kuropaty. Incluso cuando debería estar claro para Moscú que los ciudadanos soviéticos de Minsk tenían sus propias razones para luchar contra los alemanes, los comunistas locales entendieron que tales razones podrían no bastar para protegerles de una persecución futura cuando los soviéticos volvieran. Kaziniets y todos los comunistas locales dudaron a la hora de crear cualquier tipo de organización, sabiendo que el estalinismo se oponía a toda acción espontánea desde la base. Si hubiera sido por ellos, habrían soportado a Hitler por miedo a Stalin.[13]

Un forastero, el comunista polaco judío Hersh Smolar, impulsó a actuar a los comunistas y judíos de Minsk. Su curiosa combinación de experiencias soviéticas y polacas le había proporcionado las habilidades (y, quizá, la ingenuidad) para salir adelante. Había pasado el principio de los años veinte en la Unión Soviética y hablaba ruso, la lengua principal de Minsk. A su regreso a una Polonia donde el partido comunista era ilegal, creció acostumbrado a operar en la sombra y a trabajar contra las autoridades locales. Arrestado por la policía polaca y encarcelado, se había salvado de los fusilamientos en masa estalinistas que pesaban tanto en Minsk. Estaba entre rejas durante el Gran Terror de 1937-1938, cuando invitaban a los comunistas polacos a la Unión Soviética para asesinarlos a tiros. Liberado de la prisión polaca cuando la Unión Soviética invadió Polonia en septiembre de 1939, Smolar sirvió al nuevo régimen soviético. Escapó de los alemanes, a pie, en junio de 1941 y llegó hasta Minsk. Después de la ocupación alemana de la ciudad, empezó a organizar la clandestinidad en el gueto y persuadió a Kaziniets de que una resistencia general en la ciudad era lícita. Kaziniets quería saber a quién representaba Smolar; Smolar le dijo que realmente no representaba a nadie más que a sí mismo. Parece que esta negación persuadió a Kaziniets de que Smolar, bajo una impenetrable cobertura, trabajaba en realidad autorizado por Moscú. Ambos hombres encontraron un gran número de voluntariosos conspiradores dentro y fuera del gueto; así, a principios de otoño de 1941 existía, infiltrado a conciencia, un abnegado movimiento de resistencia comunista tanto en el gueto como en la ciudad.[14]

La resistencia socavó las bases de los órganos alemanes de control de la vida de los judíos, el Judenrat y la policía judía. En la Unión Soviética ocupada, como en la Polonia ocupada, la autoridad alemana obligó a los judíos a vivir en guetos, que estaban administrados por un consejo judío local conocido por el término alemán Judenrat En las ciudades de la Polonia ocupada, el Judenrat estaba a menudo compuesto por judíos de cierta posición en la comunidad antes de la guerra, a menudo las mismas personas que habían dirigido las estructuras comunitarias legales en la Polonia independiente. En Minsk, tal continuidad de los líderes judíos era imposible, ya que los soviéticos habían eliminado la vida comunitaria judía. A los alemanes no les era nada fácil encontrar personas que representaran a las élites judías y que estuvieran acostumbradas a pactar con las autoridades locales. Parece que escogieron al Judenrat inicial de Minsk más o menos al azar, y escogieron mal. El Judenrat al completo cooperaba con la resistencia.[15]

A finales de 1941 y principios de 1942, los judíos que querían escapar del gueto podían contar con la ayuda del Judenrat. Los policías judíos solían apostarse lejos de los lugares donde se planeaban los intentos de fuga. Debido a que el gueto de Minsk sólo estaba cercado con alambrada de espino, la momentánea ausencia de vigilancia policial permitía a la gente huir hacia el bosque, que estaba muy cerca de los límites de la ciudad. A través de la alambrada, entregaban a los niños más pequeños a gentiles que accedían a criarlos o a llevarlos a orfanatos. Los niños más mayores aprendieron las rutas de huida y acudían para servir de guías desde la ciudad hacia el bosque cercano. Sima Fiterson, una de estos guías, llevaba una pelota con la que jugaba para advertir a los que la seguían de que había alguna amenaza. Los niños se adaptaron rápidamente, pero de todos modos corrían un gran peli gro. Para celebrar la primera Navidad bajo ocupación alemana, Erich von dem Bach-Zelewski, el SS-Obergruppenführer, envió miles de pares de guantes y de calcetines infantiles a las familias de los SS en Alemania.[16]

A diferencia de los judíos de otros lugares que estaban también bajo la ocupación alemana, los de Minsk tenían un sitio adonde huir. Podían ir al bosque cercano en busca de los resistentes soviéticos. Sabían que los alemanes habían hecho innumerables prisioneros de guerra y que algunos habían escapado a los bosques. Estos hombres se habían quedado en la espesura porque eran conscientes de que los alemanes los matarían a tiros o de hambre. Stalin hizo un llamamiento en julio de 1941 para que los comunistas organizaran guerrillas en la retaguardia, con la esperanza de establecer algún control sobre este movimiento espontáneo antes de que se hiciera más fuerte. La unificación no era posible todavía: los soldados se escondían en los bosques y los comunistas, si no habían huido, hacían todo lo posible para ocultar su pasado a los alemanes.[17]

Los activistas clandestinos de Minsk, sin embargo, intentaron apoyar a sus colegas armados. Al menos en una ocasión, los miembros de la resistencia del gueto liberaron a un oficial del Ejército Rojo del campo de la calle Shirokaia; se convirtió en un importante líder partisano en los bosques cercanos y, a cambio, salvó a un buen número de judíos. Los obreros judíos en las fábricas alemanas robaban ropa de invierno y botas destinadas a los soldados alemanes del Ejército Centro y las distribuían entre los guerrilleros. Los trabajadores de las fábricas de armas, cosa notable, hacían lo mismo; El Judenrat, al que habían exigido recaudar una «contribución» regular de dinero entre la población del gueto, desviaba algunos de estos fondos para los rebeldes. Más tarde, los alemanes llegaron a la conclusión de que el movimiento de resistencia al completo había sido organizado y financiado desde el gueto. Era una exageración fruto de las ideas estereotipadas sobre la riqueza de los judíos, pero la ayuda del gueto de Minsk fue real.[18]


La guerra de guerrillas era una pesadilla para los planes militares ale manes, y los oficiales del ejército habían sido formados para implantar una línea dura. Les habían enseñado a ver a los soldados soviéticos como servidores de los oficiales políticos comunistas, quienes los habían instruido para luchar como guerrilleros al estilo «asiático», contrario a las leyes de la guerra. La guerra de guerrillas era (y es) ilegal, ya que va en contra de la lucha convencional de ejércitos uniformados que dirigen su violencia unos contra otros en lugar de ejercerla sobre las poblaciones civiles locales. En teoría, los resistentes protegen a los civiles del ocupante hostil; en la práctica, como el ocupante, deben subsistir de lo que requisan a los civiles. Como los resistentes se ocultan entre los civiles, provocan, y a menudo lo hacen a propósito, las represalias de los invasores contra la población local. Las represalias sirven a su vez como propaganda de reclutamiento para los resistentes, o dejan a supervivientes individuales sin ningún lugar adonde ir excepto los bosques. El hecho de que las fuerzas alemanas fueran limitadas y se las necesitara en el frente aumentaba el temor de las autoridades civiles y militares a los disturbios que los guerrilleros pudieran provocar.[19]

Bielorrusia, repleta de bosques y ciénagas, es un territorio ideal para la guerra de guerrillas. El jefe militar del Estado Mayor alemán fantaseó más adelante con la idea de usar armas nucleares para limpiar sus cenagales de población humana. Esta tecnología no estaba disponible, por supuesto, pero tal fantasía nos da una idea tanto de la crueldad de la planificación alemana como de los miedos que suscitaba el difícil terreno. La política del ejército era impedir la guerra de guerrillas implantando «tal terror en la población que ésta perdiera toda voluntad de resistir», Bach, SS-Obergruppenführer y Jefe de Policía, dijo más tarde que la explicación última de las matanzas de civiles en acciones contra la resistencia era el deseo de Himmler de matar a todos los judíos y a treinta millones de eslavos. Parecía una pequeña inversión en terror preventivo para los alemanes, ya que se suponía que aquella gente iba a morir de todos modos (en el Plan de Hambre o en el Generalplan Ost). Hitler, que veía la guerrilla como una oportunidad de destruir a la potencial oposición, reaccionó enérgicamente cuando Stalin exhortó en julio a los comunistas locales a resistir ante los alemanes. Incluso antes de la invasión de la Unión Soviética, Hitler eximió a sus soldados de la responsabilidad legal sobre las acciones perpetradas contra civiles. Quería que los soldados y la policía mataran incluso a los que «nos miren con recelo».[20]

Los alemanes tenían pocos problemas para controlar el movimiento partisano a finales de 1941 y se limitaron a considerar que las matanzas de judíos en curso eran la represalia adecuada. En septiembre de 1942, se impartió cerca de Mahileu un seminario sobre la guerra de guerrillas; su momento culminante fue el fusilamiento de treinta y dos judíos, de los cuales diecinueve eran mujeres. La línea general de pensamiento era que «donde hay partisanos hay judíos, y donde hay judíos hay partisanos». El motivo resultaba más difícil de explicar. Las ideas antisemíticas sobre la debilidad y el disimulo de los judíos aportaron una suerte de explicación: era improbable que los comandantes alemanes creyeran que los judíos podían realmente alzarse en armas, pero a menudo veían la mano de la población judía detrás de las acciones de la resistencia. El general Bechtolsheim, responsable de la seguridad en la zona de Minsk, creía que si «cuando se comete un acto de sabotaje en un pueblo se destruye a todos los judíos de la ciudad, uno puede estar seguro de que ha acabado con los culpables o, al menos, con los que estaban detrás de ellos».[21]

En este ambiente, donde los guerrilleros eran débiles y las represalias alemanas eran antisemíticas, la mayoría de los judíos del gueto no tenían ninguna prisa por escapar al bosque. En Minsk, a pesar de todos sus horrores, por lo menos estaban en casa. Pese a las matanzas regulares, no menos de la mitad de los judíos de Minsk seguían vivos a principios de 1942.

En 1942, el movimiento de resistencia soviético cobró nueva fuerza en el mismo momento en que el destino de los judíos bielorrusos quedó sellado, y en gran medida por la misma razón. En diciembre de 1941, enfrentado a una «guerra mundial», Hitler comunicó su deseo de que todos los judíos de Europa fueran exterminados. El avance del Ejército Rojo era una de las principales razones de que la posición alemana en Bielorrusia se debilitara y, también, de que Hitler expresara explícita mente su deseo de masacrar a todos los judíos. Las fuerzas soviéticas en avance fueron incluso capaces de abrir una brecha en las líneas ale manas a principios de 1942. El «corredor Surazh», como se llamaba al espacio entre los Grupos de Ejércitos Norte y Centro, permaneció abierto durante medio año. Hasta septiembre de 1942, los soviéticos pudieron mandar hombres de confianza y armas para controlar y abastecer a los partisanos que operaban en Bielorrusia. Las autoridades soviéticas establecieron de ese modo canales de comunicación más o menos fiables. En mayo de 1942, la dirección general del movimiento de resistencia se estableció en Moscú.[22]

La decisión expresa de Hitler de matar a todos los judíos de Europa elevó a la categoría de abstracción la identificación alemana de los judíos con los resistentes: los judíos eran partidarios de los enemigos de los alemanes y por tanto tenían que ser eliminados de forma preventiva. Himmler y Hitler asociaban la amenaza judía con la amenaza guerrillera. La lógica de esta conexión entre judíos y resistentes era vaga y problemática, pero su significado en cuanto a los judíos de Bielorrusia, el centro de la guerra de guerrillas, estaba absolutamente claro. En la zona de ocupación militar, la retaguardia del ejército Centro, la matanza de judíos se reanudó en enero de 1942. Un Einsatzkommando pintó estrellas de David en sus camiones para publicitar su misión de encontrar judíos y asesinarlos. Los líderes del Einsatzgruppe B decidieron matar a todos los judíos de su zona de influencia el 20 de abril de 1942, día del cumpleaños de Hitler.[23]

Las autoridades de ocupación civil en Minsk también siguieron la nueva directriz. Wilhelm Kube, el comisario general de la Rutenia Blanca, se reunió con sus jefes de policía el 19 de enero de 1942. Todos parecieron aceptar la exposición de Kube: aunque la gran tarea «colonial-política» alemana en el Este exigía el exterminio de todos los judíos, habría que dejar con vida a unos cuantos por un tiempo como trabajadores forzados. Las masacres en Minsk empezarían en marzo, dirigidas contra la población que permanecía en el gueto durante el día mientras las brigadas de trabajo estaban fuera.[24]

El 1 de marzo de 1942, los alemanes ordenaron al Judenrat que proporcionara un cupo de cinco mil judíos al día siguiente. La resistencia del gueto pidió al Judenrat que no comerciara con sangre judía, algo que el Judenrat probablemente no estaba predispuesto a hacer de todas formas. Algunos policías judíos, en lugar de ayudar a los alemanes a conseguir su cuota, alertaron a sus compañeros para que se escondieran. Cuando, el 2 de marzo, el Judenrat no entregó el cupo, los alemanes dispararon a los niños y apuñalaron hasta la muerte a todos los vigilantes del orfanato judío. Incluso asesinaron a algunos obreros que volvían a casa después del trabajo. En total mataron a 3412 personas ese día. Feliks Lipski era uno de los niños judíos que escaparon al derramamiento de sangre. Su padre había sido asesinado en el Gran Terror de Stalin, acusado de ser un espía polaco, y desapareció de la forma en que la gente lo hacía entonces: nunca lo volvieron a ver. Ahora el niño veía personas a las que conocía convertidas en cadáveres dentro de zanjas. Recordaba atisbos de blanco: piel, ropa interior, nieve.[25]

Tras el fracaso de la acción de principios de marzo de 1942, los alemanes quebraron la resistencia de Minsk y aceleraron el asesinato en masa de los judíos. A finales de marzo y principios de abril de 1942, arrestaron y ejecutaron a unos 251 activistas clandestinos, judíos y no judíos, incluyendo al jefe del Judenrat. Kaziniets, el organizador de la resistencia, fue ejecutado en julio. Por la misma época, Reinhard Heydrich visitó Minsk y, al parecer, ordenó la construcción de un campo de exterminio. Las SS se pusieron a trabajar en un nuevo complejo en Maly Trostenets, fuera de Minsk. A principios de mayo de 1942, unas cuarenta mil personas serían asesinadas allí. Las esposas de los oficia les alemanes recordaban Maly Trostenets como un hermoso lugar para montar a caballo y atesorar abrigos de pieles (arrebatados a las mujeres judías antes de que les dispararan).[26]

Unos diez mil judíos de Minsk fueron asesinados en los últimos días de julio de 1942. Junita Vishniatskaia escribió una carta a su padre para despedirse de él: «Te digo adiós antes de morir. Me da miedo la muerte, porque arrojan vivos a los niños pequeños a las zanjas. Adiós para siempre. Besos, besos».[27]

Era cierto que los alemanes a veces evitaban disparar a los niños más pequeños: en lugar de eso los tiraban a las fosas con los cadáveres y dejaban que se asfixiaran bajo tierra. También tenían a su disposición otros medios de asesinato que les permitían eludir ver el final de una vida joven. Las furgonetas gaseadoras recorrían las calles de Minsk, sus conductores buscaban niños judíos perdidos. La gente designaba a las furgonetas gaseadoras con el mismo nombre que habían usado para los camiones del NKVD durante el Gran Terror unos años antes: «destructores de almas».[28]

Los niños y las niñas sabían qué podía pasarles si les atrapaban. Solían apelar a un pequeño rastro de dignidad mientras subían por la rampa hacia su muerte: «Por favor señores —pedían a los alemanes—, no nos peguen; Podemos subir solos a los camiones».[29]


Durante la primavera de 1942, a los judíos de Minsk el bosque empezó a parecerles menos peligroso que el gueto. El mismo Hersh Smolar tuvo que dejar el gueto para incorporarse a la resistencia. De los aproximadamente diez mil judíos de Minsk que se sumaron a unidades de la resistencia, quizá la mitad sobrevivieron a la guerra. Smolar estaba entre ellos. Por otra parte, los guerrilleros no necesariamente daban la bienvenida a los judíos. Las unidades guerrilleras existían para derrotar a la ocupación alemana, no para ayudar a los civiles a soportarla. Los judíos que no tenían armas eran a menudo rechazados, lo mismo que las mujeres y los niños. Incluso despedían a veces a los hombres judíos armados o, en algunos casos, los mataban para quedarse con sus armas. Los líderes de la resistencia tenían miedo de que los judíos de los guetos fueran espías alemanes, una acusación que no era tan absurda como puede parecer. Los alemanes solían secuestrar a las esposas e hijos y luego les decían a los maridos judíos que fueran al bosque y regresaran con información si querían volver a ver a sus familias.[30]

La situación de los judíos en los bosques mejoró lentamente durante el transcurso de 1942, cuando algunos de ellos formaron sus propias unidades de guerrilleros, una iniciativa que la plana mayor del movimiento de resistencia finalmente sancionó. Israel Lapidus organizó una unidad de unos cincuenta hombres. El destacamento 106 de Sholem Zorin contaba con diez veces más y asaltaba el gueto de Minsk para rescatar judíos. En casos aislados, las unidades de guerrilleros soviéticos organizaron operaciones de distracción que permitieron a los judíos escapar del gueto. En una ocasión, los partisanos atacaron a una unidad germana cuando se disponía a exterminar un gueto. Oswald Rufeisen, un judío que trabajaba como intérprete para la policía alemana en la ciudad de Mir, introdujo en secreto armas en el gueto de esa localidad y avisó a sus habitantes cuando se dio la orden de liquidarlos.[31]

Tuvia Bielski, también judío, rescató probablemente a más judíos que ningún otro líder guerrillero. Poseía un talento especial para entender los peligros de la lucha de guerrillas entre Stalin y Hitler. Bielski era natural de Bielorrusia, de la parte del noreste de Polonia que los soviéticos se habían anexionado en 1939 y que luego perdieron ante los alemanes en 1941. Había servido en el Ejército Polaco y por ello tenía algún entrenamiento militar. Él y su familia conocían bien los bosques, probablemente porque eran contrabandistas a pequeña escala. Pero su don táctico iba más allá de su experiencia personal. Por un lado, entendía que su objetivo era rescatar judíos en lugar de matar alemanes. Él y sus hombres trataban generalmente de evitar entrar en combate: «No tengáis prisa por pelear y morir —solía decir—. Quedamos muy pocos, tenemos que salvar vidas. Salvar a un judío es mucho más importante que matar alemanes». Por otro lado, era capaz de colaborar con los guerrilleros soviéticos cuando aparecían, incluso aunque el cometido de estos fuera precisamente matar alemanes. A pesar de que su campamento móvil estaba compuesto en gran medida por mujeres y niños, supo ganarse el reconocimiento de los soviéticos como líder de la resistencia. Al rescatar en lugar de resistid Bielski salvó a más de mil personas.[32]

Bielski era una anomalía dentro del movimiento de los partisanos soviéticos, que iba creciendo y que estaba cada vez más subordinado a Moscú. A principios de 1942, había (según cálculos soviéticos) unos veintitrés mil guerrilleros en Bielorrusia; el número probablemente se dobló cuando el comité central se consolidó en mayo, y se dobló otra vez al final del año. En 1941, los guerrilleros apenas eran capaces de mantenerse con vida; en 1942, estaban en condiciones de alcanzar objetivos de importancia militar y política. Plantaban minas y destruían vías de tren y locomotoras. Se suponía que tenían que impedir el suministro de provisiones de los alemanes y destruir su administración, pero, en la práctica, la forma más segura de atacar la estructura de ocupación alemana era asesinar a integrantes desarmados de la administración civil: alcaldes de pueblos pequeños, maestros de escuela, hacendados y sus familias. No era un abuso, era la política oficial del movimiento de resistencia soviético durante noviembre de 1942. Los guerrilleros intentaban lograr el control total de los territorios, a los que llamaban «repúblicas partisanas».[33]

Las operaciones de los guerrilleros, aunque efectivas en ocasiones, comportaban inevitables daños a la población civil de Bielorrusia, tanto a judíos como a gentiles. Los partisanos soviéticos prácticamente sentenciaban a muerte a los campesinos cuando les impedían proporcionar alimentos a los alemanes. Una pistola soviética amenazaba al campesino para que después una pistola alemana lo matara. Cuando los alemanes creían haber perdido el control de un pueblo determinado en favor de los guerrilleros, simplemente incendiaban las casas y los campos. Si no podían tener la seguridad de obtener el grano, privaban de él a los soviéticos impidiendo que lo cosecharan. Cuando los resistentes soviéticos saboteaban trenes, estaban provocando el exterminio de la población cercana. Cuando plantaban minas, sabían que algunas detonarían al paso de ciudadanos soviéticos: los alemanes hacían explotar las minas obligando a los paisanos bielorrusos y judíos a caminar de la mano sobre los campos minados. En general, esta pérdida de vidas humanas no preocupaba gran cosa a los líderes soviéticos. Las personas que morían habían estado bajo la ocupación alemana y eran, por tanto, sospechosas y quizá aún más prescindibles que el ciudadano soviético medio. Las represalias también aseguraban que se engrosaran las filas de los resistentes, ya que los supervivientes a menudo no tenían casa, ni sustento, ni familia a la que volver.[34]

Los líderes soviéticos no estaban especialmente preocupados por la difícil situación de los judíos. A partir de noviembre de 1941, Stalin nunca singularizó a los judíos como víctimas de Hitler. Algunos comandantes de la resistencia intentaron protegerlos; pero los soviéticos, como los americanos y los británicos, no contemplaban acciones militares directas para rescatar judíos. La lógica del sistema soviético fue siempre resistirse a las iniciativas independientes y valorar muy poco la vida humana. Los judíos de los guetos estaban colaborando en el esfuerzo de guerra alemán como trabajadores forzados y, por lo tanto, su muerte junto a las zanjas preocupaba poco a las autoridades de Moscú. Los judíos que no colaboraban con los alemanes sino que obstaculizaban sus acciones demostraban con ello una peligrosa aptitud para la iniciativa, y probablemente más tarde se resistirían a la restauración del gobierno soviético. Según la lógica estalinista, los judíos eran sospechosos de cualquier manera: tanto si permanecían en el gueto y trabajaban para los alemanes, como si los abandonaban y mostraban su capacidad para realizar acciones independientes. Las vacilaciones previas de los comunistas locales de Minsk resultaron justificadas: el comité central del movimiento de resistencia en Moscú trató a su organización como si fuera un frente de la Gestapo. Las personas que rescataban a los judíos de Minsk y abastecían a los guerrilleros soviéticos fueron consideradas herramientas de Hitler.[35]

Los hombres judíos que lograban entrar en la resistencia «ya se sentían liberados», como recordaba Lev Kravets. Las mujeres judías generalmente lo pasaban peor. En las unidades de partisanos la forma estándar de dirigirse a las chicas y a las mujeres era «zorra», y las mujeres normalmente no tenían otra opción que buscar un protector. Esto es quizá a lo que se refería Rosa Gerassimova, quien sobrevivió junto a los partisanos, cuando recordaba que «los guerrilleros me rescataron, aunque aquella vida era insoportable». Algunos comandantes guerrilleros, judíos o no, procuraron mantener «campamentos familiares» para mujeres, niños y ancianos. Los niños que tenían la suerte de vivir en esos campamentos jugaban a una versión del escondite en la que los alemanes cazaban judíos a los que los guerrilleros protegían. Esto era cierto en su caso; pero aunque los resistentes salvaron a unos treinta mil judíos, no está claro si sus acciones en conjunto provocaron o evitaron las matanzas de judíos. La guerra de guerrillas en la retaguardia alejó a la policía alemana y al poder militar del frente y los llevó hacia el interior, donde los policías y los soldados encontraban casi siempre más fácil matar judíos que perseguir guerrilleros y enfrentarse a ellos.[36]

En la segunda mitad de 1942, las operaciones alemanas antiguerrilla eran casi indeferenciables de los asesinatos en masa de judíos. Hitler ordenó el 18 de agosto de 1942 que los resistentes de Bielorrusia debían ser «exterminados» para finales de aquel año. Se sobreentendía que los judíos tenían que ser asesinados en el mismo plazo. El eufemismo «tratamiento especial», que no significaba otra cosa que fusilamiento, aparece en informes tanto sobre judíos como sobre civiles bielorrusos. La lógica de ambos empresas era circular pero, no obstante, persuasiva: Los judíos tenían que ser ejecutados «como guerrilleros» en 1941 , cuando la resistencia no era todavía verdaderamente peligrosa; luego, cuando ya había grupos guerrilleros, en 1942, los aldeanos relacionados con ellos debían ser eliminados «como judíos». La equivalencia entre judíos y guerrilleros se recalcaba una y otra vez, en un círculo vicioso retórico que solo podría terminar cuando ambos grupos desaparecieran.[37]

A finales de 1942, el número de judíos iba en rápido declive, pero el de partisanos ascendía velozmente. Esto no tuvo ningún efecto en los razonamientos nazis, excepto en que los métodos para tratar a los civiles bielorrusos se hicieron aún más similares a los métodos para tratar a los judíos. Cuando ambos grupos se convirtieron en objetivos cada vez más difíciles —los guerrilleros porque eran demasiado poderosos y los judíos porque eran demasiado escasos— los alemanes sometieron a la población bielorrusa no judía a oleadas de asesinatos cada vez más extremas. Desde la perspectiva de la policía alemana, la Solución Final y las campañas antiguerrilla iban de la mano.

Por poner un solo ejemplo: el 22 y 23 de septiembre de 1942, el batallón 310 de la Policía del Orden fue enviado a destruir tres pueblos con conexiones ostensibles con los guerrilleros. En el primer pueblo, Borki, la policía apresó a la población al completo; obligó a los hombres, las mujeres y los niños a andar setecientos metros y luego distribuyó palas para que la gente cavara su propia tumba. Los policías dispararon a los campesinos de Bielorrusia sin descanso desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, matando a 203 hombres, 372 mujeres y 130 niños. La Policía del Orden salvó a 104 personas clasificadas como «dignas de confianza», aunque cuesta imaginar cómo podían serlo después de contemplar semejante espectáculo. El batallón llegó al siguiente pueblo, Zablocie, a las 2 de la mañana y lo rodeó a las 5.30. Obligaron a sus habitantes a entrar en la escuela local y mataron a 284 hombres, mujeres y niños. En el tercer pueblo, Borisovka, el batallón informó de la ejecución de 169 hombres, mujeres y niños. Cuatro semanas más tarde, destinaron al batallón a eliminar judíos en el campo de trabajo. Usaron métodos muy similares para matar a 461 judíos el 21 de octubre; la única diferencia era que no había necesidad de sorprender a la población, puesto que ya estaba bajo vigilancia en el campo.[38]

A pesar de las nuevas ofensivas alemanas en 1942, la «guerra» contra los judíos era la única que estaban ganando ese año. El Grupo de Ejércitos Norte continuaba sitiando Leningrado. El Grupo Centro no hacía ningún progreso hacia Moscú. Se suponía que el ejército Sur tenía que asegurar el río Volga y los abastecimientos de petróleo del Cáucaso, y parte de sus fuerzas llegaron al Volga en agosto de 1942, pero no consiguieron tomar Stalingrado. Las tropas alemanas avanzaron rápidamente por el sur de Rusia hasta el Cáucaso, pero no lograron controlar las zonas cruciales al llegar el invierno. Esta sería la última gran ofensiva alemana en el frente Este. A finales de 1942, los alemanes habían asesinado al menos a 208 089 judíos en Bielorrusia. Matar a los civiles, sin embargo, no sirvió en absoluto para entorpecer al Ejército Rojo y ni siquiera para ralentizar a los guerrilleros.[39]

Faltos de personal en la retaguardia y necesitados de mantener las tropas en el frente, los alemanes intentaron en otoño de 1942 hacer más efectiva la lucha antiguerrilla. Himmler nombró a Bach, SS-Obergruppenführer y Jefe de Policía, jefe de la guerra contra las guerrillas en las zonas bajo autoridad civil. En la práctica, esta responsabilidad recayó en su adjunto, Curt von Gottberg, un borracho cuya carrera en las SS había sido salvada por Himmler. Gottberg no había sufrido heridas de guerra, pero había perdido parte de una pierna (y su cargo en las SS) tras chocar su automóvil contra un árbol. Himmler pagó la pierna ortopédica de Gottberg y lo restituyó en el cargo. La asignación a Bielorrusia era una oportunidad para demostrar su madurez, y Gottberg la aprovechó. Al cabo de sólo un mes de entrenamiento policial formó su propio grupo de combate, que estuvo activo desde noviembre de 1942 hasta noviembre de 1943. En sus primeros cinco meses de campaña, los hombres de su grupo de combate informaron de que habían matado a 9432 «guerrilleros», 12 946 «sospechosos de ser guerrilleros» y unos 11 000 judíos. En otras palabras, su grupo de combate mataba a una media de doscientas personas por día, casi todas ellas civiles.[40]

La unidad responsable de las mayores atrocidades fue el comando especial Dirlewanger de las SS, que había llegado a Bielorrusia en febrero de 1942. En Bielorrusia —e incluso en todos los escenarios de la Segunda Guerra Mundial— pocos podían competir en crueldad con Oskar Dirlewanger. Era un alcohólico y drogadicto propenso a la violencia. Había luchado en los grupos paramilitares de derechas después de la Primera Guerra Mundial y pasó los primeros años veinte torturando a comunistas y escribiendo una tesis doctoral sobre economía planificada. Se unió al partido nazi en 1923, pero puso en peligro su futuro político por diversos accidentes de tráfico y por mantener relaciones sexuales con una menor. En marzo de 1940, Himmler lo puso al frente de una brigada especial de cazadores furtivos, constituida por delincuentes encarcelados por cazar en propiedades ajenas. Algunos líderes nazis idealizaban a este tipo de hombres, a los que veían como puros alemanes primitivos que se resistían a la tiranía de la ley. Los cazadores fueron asignados a Lublin, donde la unidad se reforzó con otros criminales, incluyendo asesinos y dementes. En Bielorrusia, Dirlewanger y sus cazadores se enfrentaban a los partisanos, aunque más frecuentemente asesinaban a los civiles de las localidades que tenían la desgracia de encontrarse en su camino. El método preferido de Dirlewanger era conducir como ganado a la población local a un establo, prenderle fuego y luego disparar con ametralladoras a los que intentaban huir. El comando especial Dirlewanger de las SS mató al menos a treinta mil civiles durante su servicio en Bielorrusia.[41]

La unidad de Dirlewanger era una de las diversas formaciones de las Waffen SS y de la Policía del Orden asignadas a Bielorrusia para reforzar al maltrecho ejército regular. A finales de 1942, los soldados alemanes estaban horriblemente cansados, conscientes de la derrota, libera dos de cualquier obligación legal para con los civiles y con el mandato de tratar a los partisanos con la máxima brutalidad. Cuando los asignaban a la lucha contra la resistencia, los soldados se enfrentaban a la ansiedad de combatir a un enemigo que podía aparecer y desaparecer en cualquier momento y que conocía el territorio mejor que ellos. Las tropas de la Wehrmacht cooperaban ahora con la policía y las SS, cuya principal labor durante un tiempo había sido el asesinato en masa de civiles, sobre todo judíos. Todos sabían que debían exterminar a los guerrilleros. En estas circunstancias, el número de muertes entre los civiles se disparó hasta un límite increíble, con independencia de las tácticas empleadas.

Las principales acciones alemanas desde mediados de 1942 en adelante, conocidas como «Grandes Operaciones», se concibieron en realidad para matar a civiles y a judíos bielorrusos. Incapaces de derrotar a la resistencia, los alemanes mataban a las personas sospechosas de apoyarla. Asignaban a las unidades una cuota de asesinatos diaria, que éstas solían alcanzar rodeando pueblos y pasando por las armas a la mayoría o a todos sus habitantes. Disparaban a la gente junto a fosas o, en el caso de Dirlewanger y de los que seguían su ejemplo, los quemaban en establos o les hacían volar por los aires obligándoles a despejar minas. Entre otoño de 1942 y principios de 1943, los alemanes liquidaron guetos y pueblos enteros asociados con los partisanos. En la operación «Fiebre de los pantanos», en septiembre de 1942, la Brigada Dirlewanger asesinó a los 8350 judíos que aún quedaban en el gueto de Barnovichi y luego mató a 389 «bandidos» y a 1274 «sospechosos de ser bandidos». Estos ataques fueron dirigidos por Friedrich Jeckeln, SS-Obergruppenführer del Reichskommissariat Ostland, el mismo hombre que había organizado los fusilamientos en masa de judíos en Kámenets-Podólski en Ucrania y la aniquilación del gueto de Riga en Letonia. La Operación Hornung de febrero de 1943 empezó con el exterminio del gueto de Slutsk, es decir, con la ejecución de 3300 judíos. En un área al sudoeste de Slutsk los alemanes asesinaron a unas nueve mil personas más.[42]

A principios de 1943 las gentes de Bielorrusia, especialmente los hombres jóvenes, se vieron atrapadas en una competición mortal entre las fuerzas alemanas y los partisanos soviéticos, sin ninguna coherencia con las ideologías de ambos bandos. Los alemanes, faltos de personal, habían enrolado a hombres del lugar en sus fuerzas de policía (y, a partir de la segunda mitad de 1942, en una milicia de «autodefensa»). Muchas de estas personas habían sido comunistas antes de la guerra. Los guerrilleros, por su parte, empezaron a captar a policías bielorrusos que habían estado al servicio de los alemanes, ya que estos hombres al menos tenían armas y estaban entrenados.[43]

Más que cualquier política local o compromiso ideológico, lo que determinaba el bando que escogían los bielorrusos, cuando podían elegir, eran los fracasos de la Wehrmacht en los campos de batalla. La ofensiva de verano del ejército Sur fracasó y todo el Sexto Ejército alemán fue destruido en la batalla de Stalingrado. Cuando las noticias de la derrota de la Wehrmacht llegaron a Bielorrusia en febrero de 1943, nada menos que doce mil policías y milicianos dejaron a los alemanes y se unieron a la resistencia soviética. Según un informe, ocho mil lo hicieron en un único día, el 2,3 de febrero. Esto quería decir que algunos bielorrusos que habían matado judíos cuando estaban al servicio de los nazis en 1941 y 1942 se unieron a los guerrilleros soviéticos en 1943. Aún más: las personas que reclutaban a estos policías bielorrusos, los oficiales políticos entre los partisanos, eran a veces judíos que habían escapado de la muerte a manos de los policías bielorrusos huyendo de los guetos. Los judíos que intentaban sobrevivir al Holocausto enrolaban ahora a sus autores.[44]

Sólo los judíos, los pocos que aún quedaban en Bielorrusia en 1943, tenían una razón clara para estar en un bando y no en el otro. Puesto que eran los enemigos obvios y declarados de los alemanes en la guerra, y la enemistad de los alemanes significaba la muerte, tenían todos los motivos para unirse a los soviéticos, a pesar de los peligros de la vida guerrillera. Para los bielorrusos (y los rusos, y los polacos) los riesgos estaban más equilibrados; pero ser neutral era una posibilidad cada vez más remota. Para los bielorrusos, acabar combatiendo y muriendo en un bando o en otro era muy a menudo un asunto casual, dependía de quién estaba en el pueblo cuando aparecían los partisanos soviéticos o la policía alemana en sus misiones de reclutamiento, que, a menudo, simplemente consistían en enrolar a la fuerza a los hombres jóvenes. Como ambos bandos sabían que su afiliación era totalmente accidental, solían someter a los nuevos reclutas a grotescas pruebas de lealtad, como matar a amigos o a miembros de la familia que habían sido capturados luchando en el otro bando. A medida que más y más miembros de la población bielorrusa eran arrastrados a la resistencia o a las diversas policías y grupos paramilitares que los alemanes organizaron apresuradamente, quedaba en evidencia la esencia de la situación: Bielorrusia era una sociedad dividida y enfrentada a causa de otros.[45]

En Bielorrusia, como en todas partes, la política local alemana estaba condicionada por los intereses económicos generales. En 1943, a los alemanes les preocupaba más la falta de mano de obra que la escasez de alimentos y, por tanto, su política en Bielorrusia cambió. Como la guerra contra la Unión Soviética continuaba y la Wehrmacht sufría pérdidas horribles un mes tras otro, era necesario sacar a los hombres alemanes de las granjas y de las fábricas y mandarlos al frente, y había que reemplazarlos para que la economía alemana siguiera funcionando. Hermann Goring emitió una directiva extraordinaria en octubre de 1942: no debía ejecutarse a los hombres bielorrusos sospechosos, sino mandarlos a Alemania como mano de obra forzada. Quienes estuvieran en condiciones de trabajar serían «seleccionados» en lugar de morir, aun cuando se hubieran levantado en armas contra Alemania. En ese momento, parecía razonar Goring, su capacidad de trabajo era lo único que podían ofrecer al Reich, y era más importante que su muerte. A medida que los guerrilleros soviéticos controlaban más territorio bielorruso llegaba menos comida a Alemania. Puesto que los campesinos no podían trabajar en Bielorrusia, era mejor obligarles a trabajar en Alemania. Pero eso no bastaba. Hitler dejó claro en diciembre de 1942 lo que Goring había expresado implícitamente: las mujeres y los niños, considerados inútiles para el trabajo, tenían que ser ejecutados.[46]

Éste fue un ejemplo especialmente llamativo de la campaña de los alemanes para reunir mano de obra forzada en el Este, que había empezado con los polacos del Gobierno General y se extendió a Ucrania antes de alcanzar su clímax sangriento en Bielorrusia. Al final de la guerra, trabajaban en el Reich unos ocho millones de extranjeros del Este, muchos de ellos eslavos, un resultado más que perverso incluso para los estándares del racismo nazi: los alemanes habían salido de su país y habían matado a millones de «subhumanos», sólo para importar millones de otros «subhumanos» para hacer el trabajo que los alemanes harían en Alemania de no ser porque estaban en el extranjero matando «subhumanos». El resultado final, dejando aparte los asesinatos en masa en el exterior, fue que Alemania se convirtió en una nación más eslava de lo que había sido nunca en la historia. (La perversidad alcanzaría su punto culminante en los primeros meses de 1945, cuando mandaron a los judíos supervivientes a campos de trabajo en la misma Alemania. Después de asesinar a 5,4 millones de judíos como enemigos raciales, trajeron a los supervivientes judíos para hacer el trabajo que los asesinos tendrían que hacer si no estuvieran asesinando en el extranjero).

Con esta nueva política, los policías y soldados alemanes tenían que matar a las mujeres y niños bielorrusos para que sus maridos, padres y hermanos pudieran ser usados como trabajadores esclavos. La operación antiguerrilla de primavera y verano de 1943 se convirtió, de este modo, en una campaña esclavista en lugar de en una guerra. Sin embargo, como los guerrilleros soviéticos combatían a veces las cazas de esclavos y los consiguientes asesinatos en masa, provocaban pérdidas a los alemanes. En mayo y junio de 1943 en las Operaciones Cazador Furtivo y Barón Gitano (llamadas así por una ópera y una opereta), los alemanes querían asegurar las vías de tren en la región de Minsk y capturar trabajadores para Alemania. Informaron de que habían matado 33 152 «guerrilleros» y de deportado a 15 801 trabajadores. Pero tuvieron 294 bajas propias: una proporción absurdamente baja, de 1 a 10 , si se supone (erróneamente) que los guerrilleros muertos de los que se informaba eran realmente guerrilleros en lugar de (generalmente) civiles, pero aun así un número significativo.[47]

En mayo de 1943, con la Operación Cottbus, los alemanes se propusieron eliminar a todos los resistentes de un área a unos 140 kilómetros al norte de Minsk. Sus fuerzas destruyeron pueblo tras pueblo encerrando a las poblaciones en establos y quemando los cobertizos hasta los cimientos. En los días siguientes, se veía a los cerdos y los perros del lugar, ahora sin dueños, con miembros humanos carbonizados en las fauces. El recuento oficial fue de 6087 muertos, pero sólo la Brigada Dirlewanger informó de catorce mil muertos en esta operación. La mayoría de los asesinados eran mujeres y niños; unos seis mil hombres fueron enviados a Alemania como trabajadores.[48]

La Operación Hermann, llamada así por Hermann Goring, llevó esta lógica económica a un punto culminante durante el verano de 1943. Entre el 13 de julio y el 11 de agosto, los grupos de combate alemanes escogían un territorio, mataban a todos los habitantes excepto la mano de obra masculina en condiciones de trabajar, cogían todos los bienes que pudieran transportar y, por último, quemaban todo lo que quedara en pie. Una vez seleccionada la mano de obra entre las poblaciones locales bielorrusas y polacas, asesinaban a las mujeres, niños y personas mayores, bielorrusos y polacos. Esta operación tuvo lugar en el oeste de Bielorrusia, en tierras que habían sido invadidas por la Unión Soviética y arrebatadas a Polonia en 1939 antes de la posterior invasión alemana en 1941.[49]

En estos bosques también había guerrilleros polacos, combatientes que creían que aquellas tierras debían retornar a Polonia. Por ello, las acciones antiguerrilla se dirigían contra ambos, los guerrilleros soviéticos (que representaban el poder que había gobernado en 1939-1941) y la resistencia polaca (que luchaba por la independencia y la integridad territorial de Polonia, con el retorno a las fronteras de 1918-1939). Las fuerzas polacas eran parte del Ejército Nacional Polaco, al servicio del gobierno polaco en el exilio en Londres. Polonia era uno de los aliados de la URSS y, por tanto, en principio, las fuerzas polacas y las soviéticas luchaban juntas contra los alemanes. Pero debido a que ambas, la Unión Soviética y Polonia, reclamaban estas tierras que los soviéticos consideraban la Bielorrusia soviética occidental y los polacos el noreste de Polonia, la cuestión no era tan sencilla en la práctica. Los combatientes polacos se encontraban atrapados entre fuerzas sin ley alemanas y soviéticas. Cuando los soldados polacos no se sometían a Moscú, los guerrilleros soviéticos masacraban a los civiles polacos. En Naliboki, el 8 de mayo de 1943, por ejemplo, los guerrilleros soviéticos pasaron por las armas a 127 polacos.[50]

Los oficiales del Ejército Rojo invitaron a negociar a los del Ejército Nacional en el verano de 1943 y los mataron mientras se dirigían hacia los puntos de encuentro. El comandante del movimiento resistente soviético creía que la forma de lidiar con el Ejército Nacional era denunciar a sus hombres a los alemanes para que estos los ejecutaran. Mientras tanto, los alemanes también atacaban a las fuerzas polacas. Los comandantes polacos estuvieron en contacto con ambos, soviéticos y alemanes en diversas ocasiones, pero no pudieron sellar una verdadera alianza con ninguno: el objetivo polaco, después de todo, era restaurar una Polonia independiente con las fronteras de antes de la guerra. Lo difícil que sería tal cosa si el poder de Hitler diera paso al de Stalin se puso de manifiesto en los pantanos bielorrusos.[51]

Los alemanes denominaron «zonas muertas» a las áreas cuya población habían aniquilado durante la Operación Hermann y en las siguientes operaciones de 1943. Las personas que se encontraran en una zona muerta eran «blancos legítimos». El Regimiento de Seguridad 45 de la Wehrmacht asesinó civiles en la Operación Huevo de Pascua de abril de 1943. Los restos del Einsatzgruppe D, enviados a Bielorrusia en primavera de 1943, contribuyeron a esta empresa. Acudieron desde el sur de Rusia y el sur de Ucrania, donde los restos del Grupo de Ejércitos Sur estaban retirándose después de la derrota en Stalingrado. La tarea del Einstazgruppe D había sido cubrir la retirada de los alemanes matando civiles allí donde supieran que existía resistencia. En Bielorrusia, su trabajo consistió en quemar hasta los cimientos pueblos donde no se había encontrado ningún tipo de resistencia, después de requisar todo el ganado que hallaban. El Einsatzgruppe D ya no cubría una retirada de la Wehrmacht, que estaba más lejos al sur, sino que preparaba otra.[52]

Recurrir a las zonas muertas implicaba reconocer que el poder soviético volvería pronto a Bielorrusia. El Ejército Sur (más reducido y combatiendo bajo otros nombres) estaba en retirada. El Grupo Norte todavía sitiaba Leningrado, sin éxito. La misma Bielorrusia se encontraba todavía detrás de la línea del frente del Grupo de Ejércitos Centro, pero no por mucho tiempo.

En diversos momentos durante la ocupación alemana de Bielorrusia, algunos militares alemanes y líderes civiles cayeron en la cuenta de que el terror de masas estaba fallando y que si querían derrotar al Ejército Rojo debían captar a la población por medios distintos al pánico. Pero era imposible. Como en todas partes en la Unión Soviética ocupada, los alemanes habían conseguido que la mayoría de la gente deseara el retorno del gobierno soviético. Un especialista alemán en propaganda enviado a Bielorrusia informó de que no había nada que pudiera decir a la población.[53]

El Ejército Popular Ruso de Liberación (RONA en la sigla rusa), respaldado por los alemanes, fue el intento más espectacular llevado a cabo para ganar el apoyo local. Estaba dirigido por Bronislav Kaminski, un ciudadano soviético de nacionalidad rusa, de ascendencia polaca y quizá también alemana, a quien al parecer habían enviado a un asentamiento especial soviético en 1930. Se presentaba a sí mismo como un enemigo de la colectivización. Los alemanes le permitieron hacer un experimento con un autogobierno local en la ciudad de Lokot, en el noroeste de Rusia. Allí, Kaminski estaba a cargo de las operaciones antiguerrilla y los habitantes tenían además permiso para quedarse una buena parte del grano que producían. Al volverse la guerra contra los alemanes, Kaminski y su equipo al completo fueron trasladados de Rusia a Bielorrusia, donde se suponía que tenían que desempeñar un papel similar. Kaminski tenía órdenes de combatir a los partisanos soviéticos en Bielorrusia, pero él y su grupo apenas se bastaron para protegerse a sí mismos en su cuartel. Comprensiblemente, los habitantes de Bielorrusia veían al ROÑA como a unos forasteros que hablaban del derecho a la propiedad mientras se apoderaban de la tierra.[54]

En 1942 y 1943, Wilhelm Kube, el jefe del General Comissariat de Rutenia Blanca, trató de cambiar algunos de los principios básicos del colonialismo alemán, con la esperanza de convencer a la población para que se opusiera al Ejército Rojo. Kube intentó hacer concesiones al nacionalismo patrocinando escuelas bielorrusas y organizando varios ayuntamientos de carácter consultivo y milicias. En junio de 1943 llegó incluso a dejar sin efecto la colectivización de la agricultura, al decretar que los campesinos bielorrusos podían poseer sus propias tierras. Esta política era doblemente absurda: la mayor parte del campo estaba controlada por los guerrilleros, quienes asesinaban a las personas que se oponían a las granjas colectivas; y en paralelo, el ejército alemán y la policía vulneraban el derecho a la propiedad de forma igualmente categórica, saqueando y quemando granjas, matando a las familias y mandando a los granjeros a Alemania como trabajadores forzados. Puesto que los alemanes no respetaban el derecho a la vida de los campesinos, estos encontraban muy difícil tomarse en serio su novedosa declaración de compromiso con la propiedad privada.[55]

Incluso si Kube hubiera tenido éxito de alguna manera, sus políticas revelaban la imposibilidad de una colonización alemana del Este. Se suponía que tenían que matar de hambre a los eslavos y sustituirlos; Kube quería gobernar y luchar con su ayuda. La granja colectiva tenía que mantenerse para extraer alimentos; Kube propuso disolverla y permitir a los bielorrusos cultivar como quisieran. Al deshacer tanto la política soviética como la nazi, Kube puso de relieve su similitud. Tanto la autocolonización soviética como la colonización racial alemana implicaban una explotación económica premeditada. Pero debido a que los alemanes eran más letales y a que sus asesinatos estaban más frescos en la memoria de los paisanos, el poder soviético empezó a parecer el mal menor o incluso una liberación. Los guerrilleros soviéticos acabaron con los experimentos de Kube: lo mató una bomba que su sirvienta le puso debajo de la cama en septiembre de 1943.[56]


En Bielorrusia los sistemas nazi y soviético se solaparon e interactuaron más que en ningún otro sitio. Su relativamente pequeño territorio fue el escenario de una guerra intensa, campañas de guerrillas y atrocidades masivas. Era la zona de retaguardia del Cuerpo de Ejércitos Centro alemán, que hubiera hecho cualquier cosa por tomar Moscú, y el objetivo de las divisiones del Ejército Rojo del frente bielorruso, que se disponían a regresar. No lo controlaban totalmente ni la administración alemana ni los guerrilleros, cada uno de los cuales usaba el terror en ausencia de verdaderos estímulos morales o materiales para la lealtad. Albergaba a una de las poblaciones más densas de judíos de Europa, condenados a la destrucción, pero también inusualmente capaces de resistir. Es probable que en Minsk y en Bielorrusia se opusieran a Hitler más judíos que en ningún otro lugar, aunque, con raras excepciones, sólo pudieron combatir el dominio nazi con la ayuda del poder soviético. Las unidades de Bielski y de Zorin fueron las mayores formaciones de judíos guerrilleros de Europa.[57]

No había una zona gris, un área difusa, un espacio marginal; no era aplicable ninguno de los cómodos clichés de la sociología del asesinato de masas. Era negro sobre negro. Los alemanes mataban a los judíos en calidad de guerrilleros, y muchos judíos se convirtieron en guerrilleros. Los judíos que se hacían partisanos servían al régimen soviético y se involucraban en la política de hacer recaer los castigos sobre los civiles. La guerra de guerrillas en Bielorrusia fue un perverso pulso entre Hitler y Stalin, quienes hacían caso omiso de las leyes de la guerra e intensificaban el conflicto detrás de las líneas del frente. Cuando la Operación Barbarroja y la Operación Tifón fracasaron, la posición alemana en la retaguardia estaba sentenciada. Su política antiguerrilla inicial, como tantas otras cosas en los planteamientos alemanes, dependía de una victoria rápida y total. Sus efectivos eran suficientes para matar judíos, pero no para combatir a los guerrilleros. Al carecer del personal necesario, los alemanes asesinaban e intimidaban. El terror sirvió como un multiplicador de la fuerza, pero las fuerzas que se multiplicaron finalmente fueron las de Stalin.

Había un movimiento soviético de resistencia y los alemanes intentaron acabar con él. Pero las políticas alemanas, en la práctica, consistían en poco más que el asesinato en masa. En un informe de la Wehrmacht se hizo constar que habían ejecutado a 10 431 partisanos, pero se informaba de que habían requisado sólo noventa armas. Eso significa que casi todas las personas a las que mataron eran civiles. Para cuando alcanzó sus primeras quince mil víctimas mortales, el Comando Especial Dirlewanger había perdido sólo 92 hombres (muchos de ellos, sin lugar a dudas, por el fuego amigo y por accidentes relacionados con el alcohol). Una proporción así sólo es posible cuando las víc timas son civiles desarmados. Bajo el epígrafe de operaciones antiguerrilla, los alemanes asesinaron a civiles bielorrusos (o judíos, polacos, rusos) en 5295 localidades de la Bielorrusia soviética ocupada. Varios cientos de estos pueblos y ciudades fueron quemados hasta los cimientos. En total, los alemanes asesinaron a unas trescientas cincuenta mil personas en sus campañas antiguerrilla, al menos el noventa por ciento de ellas desarmadas. Los alemanes mataron a medio millón de judíos en Bielorrusia, entre ellos treinta mil durante las operaciones contra la guerrilla. No estaba claro cómo había que contabilizar a estas treinta mil personas: ¿como judíos asesinados en la Solución Final? ¿o como civiles bielorrusos asesinados en represalias antiguerrillas? Los mismos alemanes a menudo tenían dificultades para hacer la distinción, por razones prácticas. Como confió un comandante alemán a su diario: «No contabilizamos a los criminales y judíos quemados en casas y búnkeres».[58]

De los nueve millones de personas que vivían en el territorio de la Bielorrusia soviética en 1941, en torno a un millón seiscientos mil fueron asesinados por los alemanes en acciones lejos de los campos de batalla, incluidos unos setecientos mil prisioneros de guerra, quinientos mil judíos y otras trescientas veinte mil personas contabilizadas como guerrilleros (de los cuales la inmensa mayoría eran civiles desarmados). Estas tres campañas constituyen las tres mayores atrocidades alemanas en el este de Europa, y juntas golpearon a Bielorrusia con gran fuerza y crueldad. Otros varios cientos de miles de habitantes de la Bielorrusia soviética murieron en acción como soldados del Ejército Rojo.[59]

Los partisanos soviéticos también contribuyeron a alcanzar ese número de víctimas mortales. El 1 de enero de 1944 informaron de que habían matado a 17 431 personas por traición en el territorio de la Bielorrusia soviética; este número no incluye a los civiles a los que mataron por otras razones o en los meses siguientes. En total, decenas de miles de personas en Bielorrusia fueron asesinadas por los guerrilleros en acciones de castigo o, en las regiones del oeste arrebatadas a Polonia, como enemigos de clase. Otras tantas decenas de miles de personas naturales de la región murieron después de los arrestos durante la ocupación soviética de 1939-1941 y especialmente durante las deportaciones soviéticas de 1940 y 1941, durante el viaje o en Kazajistán.[60]

Una cifra aproximada de dos millones de muertos en el territorio de la actual Bielorrusia durante la Segunda Guerra Mundial parece una estimación razonable y prudente. Más de un millón de personas más huyeron de los alemanes, y otros dos millones fueron deportados como trabajadores forzados o desplazados de su residencia original por otras razones. A principios de 1944, los soviéticos deportaron un cuarto de millón más de personas a Polonia y decenas de miles de personas más al Gulag. Al final de la guerra, la mitad de la población de Bielorrusia había sido asesinada o trasladada. Es algo que no sucedió en ningún otro país europeo.[61]

Las intenciones de los alemanes eran aún peores que sus resultados. La muerte por inanición de los prisioneros de guerra en el Stalag 352 de Minsk y en otros campos era sólo una pequeña parte de las muertes previstas en el Plan de Hambre. El exterminio de campesinos fue menor que la despoblación masiva concebida en el Generalplan Ost. Explotaron como trabajadores forzados aproximadamente a un millón de judíos, aunque éstos no siempre trabajaron hasta morir como preveía el Generalplan Ost. Magilov, donde empezó el asesinato en masa de los judíos urbanos y donde tenía su sede el centro antiguerrilla, estaba destinada a convertirse en un gran campo de exterminio. No fue así; parece que el crematorio que las SS encargaron para Magilov fue a parar a Auschwitz. También Minsk iba a ser el emplazamiento de un centro de exterminio con su propio crematorio. Una vez terminada la masacre, la misma Minsk debía ser arrasada. Wilhelm Kube imaginó sustituir la ciudad por un asentamiento alemán llamado Asgard, como el mítico hogar de los dioses escandinavos.[62]

De todas las utopías nazis, la única que se realizó fue la eliminación de los judíos, aunque, una vez más, no exactamente como los alemanes habían planeado. En Bielorrusia, como en todas partes, la Solución Final fue la única atrocidad que adquirió una forma más radical en su realización que en su concepción. Se suponía que los judíos soviéticos tenían que trabajar hasta la muerte construyendo el imperio alemán o ser deportados al Este. Lo que resultó imposible; la mayoría de los judíos del Este fueron asesinados allí donde vivían. En Minsk hubo unas cuantas excepciones: los judíos que escaparon y sobrevivieron, a menudo al precio de ser parte activa en la ejecución de la violencia de masas, y aquellos judíos que los alemanes mantuvieron con vida para trabajar, los cuales murieron poco después que los demás y a veces lejos de casa. En septiembre de 1943, deportaron a algunos de los últimos judíos de Minsk al oeste, a la Polonia ocupada, al campo de Sobibor.[63]

Allí encontraron una factoría de la muerte de un tipo desconocido incluso en aquella Bielorrusia en la que se podría pensar que todos los horrores de la tierra ya habían sido revelados.