LA SOLUCIÓN FINAL
Las utopías de Hitler se desmoronaron al entrar en contacto con la Unión Soviética, pero no las descartó, sino que las reformuló. Él era el líder, y sus secuaces debían sus puestos a sus habilidades para adivinar y cumplir su voluntad. Cuando encontraba resistencia, como en el frente del Este en la segunda mitad de 1941, la labor de hombres como Göring, Himmler y Heydrich era rehacer las ideas de Hitler de tal manera que se consolidara su genio de líder (a la vez que las posiciones de estos jefes en el régimen nazi). Hubo cuatro utopías en verano de 1941: una victoria relámpago que destruiría a la Unión Soviética en semanas, un Plan de Hambre que mataría de hambre a treinta millones de personas en meses; una Solución Final que eliminaría a todos los judíos europeos tras la guerra, y un Generalplan Ost que convertiría a la par te oeste de la Unión Soviética en una colonia alemana. Seis meses después del arranque de la Operación Barbarroja, Hitler había reformulado los objetivos de la guerra de forma que el exterminio físico de los judíos se convirtió en la prioridad. Para entonces, sus colaboradores más próximos habían tomado las iniciativas ideológicas y administrativas necesarias para hacer realidad ese deseo.[1]
No hubo ninguna victoria relámpago. Además, aunque millones de soviéticos fueron víctimas de la hambruna, el Plan de Hambre demostró ser impracticable. En cuanto al Generalplan Ost, o cualquier variante de los planes de colonización de la posguerra, tendrían que esperar. Cuando estas utopías se desvanecieron, el futuro de los políticos pasó a depender de que supieran rescatar lo rescatable de aquellas fantasías: Göring, Himmler y Heydrich escarbaron en las ruinas para salvar lo que pudieron. Göring, que estaba a cargo de la economía y del Plan de Hambre, fue el que salió peor parado. Considerado «el segundo hombre del Reich» y el sucesor de Hitler, siguió siendo inmensa mente influyente en Alemania, pero su papel en el Este quedó muy disminuido. Como la economía se convirtió no tanto en un asunto de planificación a gran escala para el período de posguerra como en una improvisación constante para continuar la guerra, Göring perdió su posición prominente en favor de Albert Speer. A diferencia de Göring, Heydrich y Himmler fueron capaces de dar la vuelta a su favor a la situación adversa en el campo de batalla reformulando la Solución Final de forma que pudiera llevarse a cabo durante una guerra que no marchaba según lo planeado. Ambos entendieron que la guerra se estaba convirtiendo, como Hitler empezó a decir en agosto de 1941, en una «guerra contra los judíos».[2]
Himmler y Heydrich asumieron la eliminación de los judíos. El 31 de julio de 1941, Heydrich obtuvo la autorización formal de Göring para formular la Solución Final. Esta todavía implicaba la coordinación previa de los proyectos de deportación con el plan de Heydrich de hacer trabajar hasta la muerte a los judíos en la zona soviética con quistada en el este. En noviembre de 1941, cuando Heydrich quiso concertar un encuentro en Wannsee para coordinar la Solución Final, todavía tenía esa idea en mente. Los judíos no aptos para el trabajo tendrían que desaparecer; los que fueran capaces de realizar tareas físicas podrían trabajar hasta la muerte en algún lugar de la Unión Soviética conquistada. La propuesta de Heydrich tenía un amplio consenso dentro del gobierno alemán, pero no era especialmente oportuna. El Ministerio del Este, que supervisaba los gobiernos de ocupación civiles establecidos en septiembre, daba por hecho que los judíos desaparecerían. Su jefe, Alfred Rosenberg, habló en noviembre de la «erradicación biológica del judaísmo en Europa». Esto se conseguiría trasladando a los judíos al otro lado de los Urales, la frontera este de Europa. Pero en noviembre de 1941, el proyecto de esclavitud y deportación se había teñido de ambigüedad, ya que Alemania no había destruido la Unión Soviética y Stalin todavía controlaba la inmensa mayoría de su territorio.[3]
Mientras Heydrich hacía los preparativos burocráticos en Berlín, fue Himmler quien extrajo hábilmente del pensamiento utópico de Hitler lo que había de factible y relevante. Del Plan de Hambre tomó las categorías de «poblaciones sobrantes» y de «bocas inútiles» y presentó a los judíos como las personas cuyas calorías se podrían ahorrar. De la victoria relámpago tomó los cuatro Einsatzgruppen. Su labor había sido matar a las élites soviéticas para acelerar el colapso de la URSS, no matar a todos los judíos como tales. Los Einsatzgruppen no habían recibido esa orden cuando la invasión empezó y, además, eran demasiado escasos en número. Pero teman experiencia matando civiles, y podrían reforzarse y conseguir ayuda local. Del Generalplan Ost, Himmler sacó los batallones de Policía del Orden y miles de colaboradores locales, cuyo cometido inicial era ayudar al control de la Unión Soviética conquistada; en cambio, proporcionaron el personal que permitió a los alemanes llevar a cabo verdaderos fusilamientos en masa de judíos a principios de agosto de 1941. Estas instituciones, apoyadas por la Wehrmacht y la policía militar, hicieron posible que, para finales de año, los alemanes hubieran asesinado aproximadamente a un millón de judíos al este de la línea Mólotov-Ribbentrop.[4]
Himmler tuvo éxito porque percibía los extremos de las utopías nazis que operaban en la mente de Hitler, incluso cuando la voluntad de éste chocaba con la firme resistencia del mundo exterior. Himmler radicalizó la Solución Final trasladándola de la posguerra a la propia guerra y mostrando (después del fracaso de cuatro planes previos de deportación) cómo se podía conseguir: con fusilamientos en masa de civiles judíos. Su prestigio prácticamente no se vio afectado por los fracasos de la victoria relámpago y del Plan de Hambre, que eran responsabilidad de la Wehrmacht y de las autoridades económicas. Incluso cuando trasladó la Solución Final al reino de lo realizable, todavía continuó alimentando el sueño del Generalplan Ost, el «Jardín del Edén» de Hitler. Siguió ordenando revisiones del plan, dispuso una deportación experimental al distrito de Lublin en el Gobierno General y apremió a Hitler a arrasar ciudades cuando se presentó la oportunidad.[5]
En el verano y el otoño de 1941, Himmler dejó a un lado lo imposible, consideró lo que podría reportarle más gloria e hizo lo que era factible: matar a los judíos al este de la línea Mólotov-Ribbentrop en la Polonia, los Estados bálticos y la Unión Soviética ocupados. Ayudados por su interpretación de la doctrina nazi, Himmler y las SS llegaron a suplantar a las autoridades civiles y militares alemanas en la Unión Soviética ocupada y en el imperio alemán, durante unos meses en que el poder germano pasaba por malos momentos. Como dijo el propio Himmler, «el Este pertenece a las SS».[6]
Hasta muy poco antes, el Este había pertenecido al NKVD. Uno de los secretos del éxito de Himmler es que fue capaz de explotar el legado del poder soviético en los lugares donde éste había funcionado poco antes.
Los primeros territorios que los alemanes conquistaron en la Operación Barbarroja eran ocupados por segunda vez. Las victorias del verano de 1941 se produjeron en las zonas que los alemanes habían concedido a los soviéticos por el Tratado de Amistad y de Fronteras de septiembre de 1939: el este de Polonia, Lituania, Letonia y Estonia, anexionadas por entonces a la Unión Soviética. En otras palabras, en la Operación Barbarroja las tropas alemanas primero invadieron las tierras que habían sido estados independientes en 1939 y 1940, y sólo después entraron en lo que era la Unión Soviética de antes de la guerra. Su aliado rumano, mientras tanto, conquistó los territorios que había perdido a manos de la URSS en 1940.[7]
La doble ocupación, primero soviética, después alemana, hizo la experiencia de los habitantes de estas tierras mucho más complicada y peligrosa. Una única ocupación puede fracturar una sociedad durante generaciones; una doble ocupación es aún más dolorosa y traumática. En este caso, creó riesgos y tentaciones desconocidos en el Oeste. La partida de un gobernante extranjero no significó nada más que la llegada de otro. Cuando las tropas extranjeras se fueron, la gente no se encontró con la paz, sino con las políticas del nuevo ocupante. Cuando llegó este segundo invasor, tuvieron que asumir las consecuencias de los compromisos contraídos con el primero, o tomar decisiones bajo una ocupación mientras preveían la siguiente. Para los diferentes grupos, estas alternancias tuvieron significados diversos. Los lituanos gentiles (por ejemplo) vivieron la partida de los soviéticos en 1941 como una liberación; los judíos no podían ver la llegada de los alemanes de la misma forma.
Lituania ya había sufrido dos grandes transformaciones en la época en que llegaron las tropas germanas, a finales de junio de 1941. Mientras era todavía un estado independiente, se había beneficiado inicialmente del Pacto Mólotov-Ribbentrop de agosto de 1939. Aunque el Tratado de Amistad y de Fronteras de septiembre de 1939 había entregado Lituania a los soviéticos, sin que los lituanos lo supiesen. Lo que los líderes lituanos percibían aquel mes era otra cosa: que la Alemania nazi y la Unión Soviética habían destruido Polonia, el adversario de Lituania durante el periodo de entreguerras. El gobierno lituano consideraba Vilna, una ciudad importante para Polonia, como la capital de su país. Lituania había obtenido territorios polacos sin necesidad de intervenir en las hostilidades de septiembre de 1939. En octubre de 1939, la Unión Soviética cedió a Lituania Vilna y las regiones circundantes (7122 km2 y 457 000 habitantes). Su precio fue el establecimiento de bases militares soviéticas.[8]
Y entonces, justo medio año después, Lituania fue conquistada por el que parecía su benefactor. En junio de 1940, Stalin se apoderó de Lituania y de los otros Estados bálticos, Letonia y Estonia, y los incorporó rápidamente a la Unión Soviética. Después de esta anexión, la Unión Soviética deportó a unas veintiuna mil personas de Lituania, incluyendo a muchos representantes de sus élites. Entre los miles de exiliados había un primer ministro y un ministro de Asuntos Exteriores lituanos. Algunos políticos y líderes militares escaparon del Gulag huyendo a Alemania. Solía ser gente con contactos previos en Berlín y amargada por la experiencia de la agresión soviética. De entre estos emigrados, los alemanes favorecieron a los nacionalistas de derechas y prepararon a algunos de ellos para que tomaran parte en la invasión de la Unión Soviética.[9]
Así pues, cuando los alemanes invadieron la Unión Soviética en junio de 1941 Lituania se encontraba en una situación única. Había sacado partido del pacto Mólotov-Ribbentrop; luego había sido con quistada por los soviéticos; ahora sería ocupada por los alemanes. Tras un año de despiadada ocupación soviética, muchos lituanos acogieron bien el cambio; había pocos judíos lituanos. En junio de 1941, vivían doscientos mil judíos en el país (más o menos el mismo número que en Alemania). Los alemanes llegaron a Lituania con algunos nacionalistas lituanos escogidos y encontraron una población dispuesta a creer —o a fingir que creía— que los judíos habían sido responsables de la represión soviética. Las deportaciones soviéticas se habían producido aquel mismo mes, y el NKVD había fusilado a lituanos en las cárceles tan sólo unos días antes de que los alemanes llegaran. El diplomático lituano Kazys Skirpa usó este sufrimiento en su programa de radio para incitar a la muchedumbre al asesinato. Unos 2500 judíos fueron asesinados por los lituanos en sangrientos pogromos a principios de julio.[10]
Gracias a los colaboradores a los que habían formado y al apoyo local, los ejecutores alemanes tuvieron en Lituania toda la ayuda que necesitaban. Las directrices iniciales de matar a los judíos que ocuparan posiciones relevantes fueron pronto sobrepasadas por el Einsatzgruppe A y los colaboradores locales que reclutó. El Einsatzgruppe A había seguido al Grupo de Ejércitos Norte por el interior de Lituania; El Einsatzkommando 3 del Einsatzgruppe A, encargado de la importante ciudad lituana de Kaunas, tuvo todos los colaboradores que quiso. Disponía de una plantilla de sólo 139 personas, incluyendo secretarias y conductores, los cuales sumaban cuarenta y cuatro, pero en las semanas y meses que siguieron, los alemanes llevaron a los judíos lituanos a los centros de exterminio alrededor de la ciudad de Kaunas. El 4 de julio de 1941, unidades lituanas mataron judíos bajo las órdenes y la supervisión germanas. En fecha tan temprana como el 1 de diciembre, el Einsatzkommando 2 consideró que el problema judío estaba resuelto en Lituania. Informó de la muerte de 133 346 personas, de las cuales 114 856 eran judías. A pesar de los deseos de Skirpa, nada de esto sirvió a ningún objetivo político lituano; cuando el diplomático intentó declarar la independencia del estado de Lituania fue puesto bajo arresto domiciliario.[11]
La ciudad de Vilna había sido el centro metropolitano del noroeste de la Polonia independiente y fue brevemente la capital de la Lituania independiente y soviética. Pero durante todas estas vicisitudes, y durante quinientos años, Vilna había sido algo más: un centro de la civilización judía, conocido como la Jerusalén del norte. Unos setenta mil judíos vivían en la ciudad cuando empezó la guerra. Mientras que el resto de Lituania y los otros Estados bálticos estaban a cargo del Einsatzgruppe A, la zona de Vilna (junto con la Bielorrusia soviética) le correspondió al Einsatzgruppe B. La unidad asignada para matar a los judíos de Vilna fue su Einsatzkommando 9. Los fusilamientos tuvieron lugar en el bosque de Ponary, muy cerca de la ciudad. Hacia el 23 de julio de 1941 los alemanes habían organizado un grupo auxiliar lituano, el cual enviaba columnas de judíos hacia Ponary. Allí, llevaban a grupos de doce a veinte personas al borde de una fosa, donde tenían que entregar todos sus objetos de valor y sus ropas. Les arrancaban los dientes de oro. Unos 72 000 judíos de Vilna y de otros lugares (y en torno a ocho mil polacos y lituanos no judíos) fueron asesinados en Ponary.[12]
Ita Straz fue una de los escasos supervivientes entre los judíos de Vilna. La policía lituana la arrastró hacia una fosa que ya estaba llena de cadáveres. Tenía 19 años y pensó: «Es el fin. ¿Y qué he visto de la vida?». Los disparos no la alcanzaron, pero el miedo la hizo caer dentro de la fosa. La sepultaron los cuerpos de la gente que caía después de ella. Alguien caminó a lo largo de la pila disparando hacia abajo para asegurarse de que no quedara nadie vivo. Una bala le alcanzó en la mano, pero ella no emitió ningún quejido. Más tarde, se arrastró fuera de la fosa. «Estaba descalza. Caminé y caminé sobre cadáveres. Parecía que no se acababa nunca».[13]
La vecina Letonia también había sido anexionada a la Unión Soviética solo un año antes de la invasión alemana. Unos veintiún mil ciudadanos letones (muchos de ellos judíos) habían sido deportados por los soviéticos semanas antes de que llegaran los alemanes. El NKVD ejecutaba a prisioneros letones mientras la Wehrmacht se acercaba a Riga. El principal colaborador de los alemanes en la zona fue Viktor Arajs, un nacionalista letón (alemán por parte de madre) que casualmente conocía al traductor que la policía alemana había llevado a Riga. Le autorizaron a formar el comando Arajs, que a primeros de julio de 1941 quemó vivos a los judíos en una sinagoga de Riga. Cuando los alemanes organizaron los asesinatos en masa, el comando se encargó de escoger a los ejecutores letones de entre aquellos cuyas familias habían sufrido durante la dominación soviética. En julio, bajo la supervisión de los mandos del Einsatzgruppe A, el comando Arajs hizo marchar a los judíos de Riga hasta el cercano bosque de Bikernieki y los fusiló. Los alemanes realizaron primero «unos disparos de demostración» y, seguidamente, dejaron que el Comando Arajs hiciera el resto. Con la ayuda de estos letones, los alemanes habían matado hacia finales de 1941 al menos a 69 750 judíos de los 80 000 que había en el país.[14]
En el tercer país báltico, Estonia, el sentimiento de humillación después de la ocupación soviética era tan grande como en Lituania y Letonia, si no mayor. A diferencia de Vilna y Riga, Tallin no había movilizado ni siquiera parcialmente a su ejército antes de rendirse a los soviéticos en 1940. Había cedido a las peticiones de la URSS antes que los otros países, excluyendo así toda posible alianza diplomática báltica. Los soviéticos habían deportado a unos 11 200 estonios, entre ellos a la mayor parte de los líderes. En Estonia, el Einsatzgruppe A también encontró colaboradores en número más que suficientes. Los estonios que habían resistido a los soviéticos en los bosques se unieron ahora a un Comando de Autodefensa bajo la guía de los alemanes. Estonios que habían colaborado con los soviéticos se sumaron también, en un intento de mejorar su reputación.
Los estonios recibieron a los alemanes como a libertadores y, a cambio, los germanos consideraron a los estonios racialmente superiores no sólo a los judíos sino a los otros pueblos bálticos. Había muy pocos judíos en Estonia. Los estonios del Comando de Autodefensa asesinaron, siguiendo órdenes alemanas, a los 963 judíos que pudieron encontrar. En Estonia, los asesinatos y los pogromos continuaron sin los judíos: irnos cinco mil estonios no judíos fueron asesinados por haber colaborado ostensiblemente con el régimen soviético.[15]
Cuando empezaron a construir su propio imperio al este de la línea Mólotov-Ribbentrop, los alemanes encontraron los rastros recientes de la construcción del estado soviético. Las señales eran aún más evidentes en el este de Polonia que en los Estados bálticos. Mientras que Estonia, Letonia y Lituania habían sido incorporadas a la Unión Soviética un año antes de la invasión germana, en junio de 1940, el este de Polonia fue anexionado por los soviéticos nueve meses antes, en septiembre de 1939. Aquí los alemanes encontraron evidencias de una transformación social. Se había nacionalizado la industria, se habían colectivizado algunas granjas y toda la élite local había sido aniquilada. Los soviéticos habían deportado a más de tres mil ciudadanos polacos y asesinado a decenas de miles más. La invasión ale mana impulsó al NKVD a ejecutar a unos 9817 ciudadanos polacos para evitar que cayeran en manos de los alemanes. Estos llegaron al oeste de la Unión Soviética en verano de 1941 y se encontraron las cárceles del NKVD llenas de cadáveres recientes de prisioneros. Los habían eliminado antes de que los alemanes pudieran utilizarlos para sus propios propósitos.[16]
Los asesinatos soviéticos en masa proporcionaron a los alemanes una oportunidad para hacer propaganda. La argumentación nazi de que los sufrimientos bajo el yugo soviético se debieron a los judíos tuvo alguna repercusión. Con o sin la propaganda alemana, mucha gente en la Europa de entreguerras asociaba a los judíos con el comunismo. Los partidos comunistas de entreguerras tuvieron, de hecho, un notable componente judío, especialmente en los puestos relevantes, un hecho que gran parte de la prensa europea había comentado durante veinte años. Los partidos de derechas embarullaron la cuestión razonando que si muchos comunistas eran judíos, por lo tanto muchos judíos eran comunistas. Son premisas muy diferentes; la última no fue nunca cierta en ningún lugar. Incluso antes de la guerra se culpaba a los judíos de la caída de los estados nacionales; una vez comenzada la guerra y a medida que los estados nacionales se hundían durante la invasión soviética o alemana, la tentación de usarlos como chivos expiatorios fue aún mayor. Los estonios, letonios, lituanos y polacos no sólo habían perdido los estados independientes concebidos para sus naciones, sino también su estatus y sus instituciones y representantes políticos. Habían renunciado a todo ello, en muchos casos sin luchar demasiado. Por ello la propaganda nazi tenía un doble atractivo: no era vergonzoso perder ante los comunistas soviéticos, pues estaban respaldados por una poderosa conspiración judía mundial; y puesto que los judíos eran los culpables últimos del comunismo, matarlos era lo correcto en aquellos momentos.[17]
En la última semana de junio y las primeras semanas de julio de 1941la violencia contra los judíos creció en un arco que se extendía hacia el sur desde el mar Báltico al mar Negro. En Lituania y Letonia, donde los alemanes atrajeron a su causa a los nacionalistas locales y se presentaron, al menos por el momento, como libertadores de todos los Estados, la resonancia de la propaganda fue mayor y la participación local más notable. En algunos lugares importantes de lo que había sido el este de Polonia, como Bialystok, los germanos llevaron a cabo matanzas a gran escala con sus propias fuerzas, estableciendo así una especie de modelo para los habitantes locales. Bialystok, justo al este de la línea Mólotov-Ribbentrop, había sido una ciudad del noreste de Polonia y luego de la Bielorrusia soviética. Inmediatamente después de que Wehrmacht la tomara el 27 de junio, el Batallón 309 de la Policía del Orden empezó a saquearla y a matar civiles. Los policías alemanes mataron a unos tres mil judíos y dejaron sus cuerpos tirados por la ciudad. Luego, llevaron a unos cuantos cientos más de judíos a la sinagoga, le prendieron fuego y dispararon a los que trataban de escapar. En las dos semanas siguientes, los polacos de la ciudad tomaron parte en unos treinta pogromos en la región de Bialystok. Mientras tanto, Himmler viajó a esta ciudad y dio instrucciones de que se tratara a los judíos como si fueran insurgentes. La Policía del Orden llevó a dos mil hombres judíos de Bialystok a las afueras y los ejecutó entre el 8 y el 11 de julio.[18]
En el sur de lo que había sido el este de Polonia, en las regiones en los que los ucranianos eran mayoría, los alemanes apelaron al nacionalismo local. En este caso, los germanos culparon a los judíos de la opresión soviética padecida por los ucranianos. En Kremenets, donde habían encontrado más de cien prisioneros asesinados, mataron a unos ciento treinta judíos en un pogromo. En Lutsk, donde hallaron a 2800 prisioneros ametrallados, ejecutaron a dos mil judíos y afirmaron que se trataba de una represalia por las injusticias cometidas por los comunistas judíos con los ucranianos. En Lvov, donde encontraron a 2500 prisioneros muertos en una prisión del NKVD, el Einsatzgruppe C y la milicia local organizaron un pogromo que duró varios días. Los alemanes presentaron a los muertos por el NKVD como víctimas ucranianas de la policía secreta judía: en realidad, algunos de los ejecutados eran polacos y judíos (y la policía secreta probablemente estaba compuesta por rusos y ucranianos en su mayoría). El diario de un hombre que pertenecía a otro Einsatzgruppe describe la escena del 5 de julio de 1941: «cientos de judíos corren calle abajo con las caras cubiertas de sangre, con agujeros en la cabeza y los ojos colgando». En los primeros días de la guerra, las milicias locales, con o sin el aliento y la ayuda alemanas, asesinaron e instigaron a otros a matar en pogromos a 19 655 judíos.[19]
La manipulación política y el sufrimiento local no explican por completo la participación en estos pogromos. La violencia contra los judíos sirvió para acercar a los alemanes a elementos de la población local no judía. La rabia se dirigió, como los alemanes querían, contra los judíos en lugar de contra los colaboradores del régimen soviético. La gente que reacciónó a las proclamas de los alemanes sabía que estaba sirviendo a sus nuevos amos, creyera o no que los judíos eran responsables de sus desgracias. Con sus acciones confirmaban la cosmovisión nazi. El acto de matar judíos en venganza por las ejecuciones del NKVD ratificó la interpretación nazi de la Unión Soviética como un estado judío. La violencia contra los judíos también permitió a los estonios, letones, lituanos, ucranianos, bielorrusos y polacos que habían cooperado con el régimen soviético escapar sin mácula. La idea de que sólo los judíos servían a los comunistas era conveniente no sólo para los ocupantes sino también para algunos de los ocupados.[20]
No obstante, esta nazificación psicológica hubiera sido mucho más difícil sin las evidencias palpables de las atrocidades soviéticas. Los pogromos se llevaron a cabo allí donde los soviéticos habían estado recientemente y donde el poder soviético se había instalado poco antes; donde, en los meses anteriores, los órganos soviéticos de coacción habían organizado arrestos, ejecuciones y deportaciones. Fue una producción conjunta, una edición nazi de un texto soviético.[21]
El descubrimiento de la violencia perpetrada al este de la línea Mólotov-Ribbentrop sirvió a los intereses de las SS y de sus líderes. Himmler y Heydrich habían mantenido siempre que la vida era un choque de ideologías y que las interpretaciones europeas del principio de legalidad tenían que dar paso a la violencia despiadada necesaria para destruir al enemigo racial e ideológico en el Este. La tradicional fuerza de la ley de Alemania, la policía, tenía que convertirse en un cuerpo de «soldados ideológicos». Por esta razón, antes de la guerra, Himmler y Heydrich purgaron las filas de la policía de hombres considerados poco fiables, animaron a los policías a unirse a las SS y pusieron a la Policía de Seguridad (la Policía Criminal más la Gestapo) bajo una única estructura de mando. Su objetivo era crear una fuerza unificada dedicada a la guerra racial preventiva. En el momento en que se produjo la invasión de la Unión Soviética, aproximadamente una tercera parte de los policías con rango de oficial pertenecían a las SS, y unas dos terceras partes al partido nacionalsocialista.[22]
El ataque sorpresa alemán había cogido al NKVD con la guardia baja y provocó que el Este apareciera como una tierra sin ley, necesitada de un nuevo orden germano. El NKVD, normalmente discreto, quedó al descubierto como un asesino de prisioneros. Los alemanes rompieron los velos de mistificación, secreto y disimulo que habían ocultado los crímenes soviéticos (mucho mayores) de 1937-1938 y 1930-1933. Los alemanes, junto con sus aliados, eran la única potencia que había penetrado en el territorio de la Unión Soviética de esa manera y, por tanto, los únicos en situación de presentar pruebas directas de los asesinatos estalinistas. Como fueron los alemanes quienes descubrieron estos crímenes, los asesinatos en las prisiones fueron política antes de ser historia. Es casi imposible separar la verdad de la manipulación política contenida en un hecho cuando se ha empleado como propaganda.
Debido al rastro visible de la violencia soviética, las fuerzas del orden alemanas pudieron presentarse como si estuvieran reparando los crímenes soviéticos, aun cuando en realidad estaban ocupados en sus propios crímenes. A la luz de su adoctrinamiento, lo que los alemanes encontraron en las tierras doblemente ocupadas cobraba un cierto sentido para ellos. Parecía una confirmación de lo que estaban dispuestos a ver y para lo que habían sido entrenados: la criminalidad soviética desplegada por los judíos en beneficio propio. Las atrocidades soviéticas ayudarían a los hombres de las SS, a los policías y a los soldados a justificar ante sí mismos las políticas a las que muy pronto se vieron abocados: el asesinato de mujeres y niños judíos. Aunque las masacres de prisioneros eran importantes para los habitantes locales que habían sufrido la criminalidad soviética, para los líderes nazis fueron más un catalizador que una razón.
En julio de 1941, Himmler estaba impaciente por mostrar Hitler que se había orientado hacia el lado oscuro del nacionalsocialismo y que estaba listo para seguir políticas de crueldad absoluta. Sus SS y su policía competían por el poder en las nuevas colonias del Este con las autoridades de ocupación militares y civiles. Himmler estaba además enzarzado en una competencia personal por el favor de Hitler con Göring, cuyos planes de expansión económica perdieron credibilidad al prolongarse la guerra. Himmler demostraría que fusilar era más fácil que instaurar el hambre, deportar y esclavizar. Como Comisario del Reich para el Fortalecimiento de la Raza Alemana, la autoridad de Himmler en calidad de jefe de los asuntos raciales se extendía sólo a la Polonia conquistada, no a toda la Unión Soviética en poder de los nazis. Pero cuando las fuerzas alemanas entraron en la Unión Soviética de la preguerra, Himmler se comportó como si tuviera esa autoridad, usando su poder como jefe de la policía y de las SS para emprender una política de transformación racial basada en la violencia asesina.[23]
En julio de 1941, Himmler viajó por el oeste de la Unión Soviética para transmitir la nueva directriz: además de a los hombres había que matar a las mujeres y niños judíos. Las fuerzas sobre el terreno reaccionaron de inmediato. El Einsatzgruppe C, que había seguido al Grupo de Ejércitos Norte en Ucrania, fue más lento en emprender las matanzas de judíos que el Einsatzgruppe A (países bálticos) y el Einsatzgruppe B (Vilna y Bielorrusia). Pero, instigado por Himmler, el Einsatzgruppe C mató a unos sesenta mil judíos en agosto y septiembre. Fueron fusilamientos organizados y no pogromos. De hecho, el Einsatzkommando 5 del Einsatzgruppe C se quejó el 21 de julio de que un pogromo conjunto de los ucranianos locales y los soldados alemanes les había impedido fusilar a los judíos de Uman. En los dos días siguientes, sin embargo, el Einsatzkommando 5 ejecutó a mil cuatrocientos judíos de Uman (salvaron a unas cuantas mujeres judías a las que emplearon para coger lápidas del cementerio judío y usarlas para construir una carretera). Parece que el Einsatzkommando 6 del Einsatzgruppe C no había asesinado a mujeres y niños judíos hasta que Himmler realizó una inspección personal.[24]
El asesinato de mujeres y niños era una barrera psicológica que
Himmler se aseguró de romper. Como los Einsatzgruppen mataban generalmente sólo a los varones judíos, Himmler mandó unidades de su Waffen-SS, las tropas de combate de las SS, para asesinar a comunidades enteras, incluyendo a las mujeres y a los niños. El 17 de julio de 1941, Hider dio instrucciones a Himmler de «pacificar» los territorios ocupados. Dos días después, Himmler envió la brigada de caballería de las SS a la pantanosa región de Polesia, entre Ucrania y Bielorrusia, con la orden expresa de disparar a los hombres judíos y conducir a las mujeres a los pantanos. Himmler impartió sus instrucciones con un lenguaje de guerra de guerrillas. Pero el 1 de agosto el comandante de la Brigada de Caballería aclaró que «ni un solo hombre judío debe quedar con vida, ni una familia en ningún pueblo». Las Waffen SS entendieron enseguida las intenciones de Himmler y ayudaron a difundir su mensaje. Hacia el 13 de agosto, 13 788 hombres, mujeres y niños judíos habían sido asesinados. Himmler también envió a la Primera Brigada de Infantería de las SS para que ayudara a los Einsatzgruppen y a las fuerzas policiales en Ucrania. Durante el curso de 1941, las formaciones de la Waffen-SS asesinaron a más de cincuenta mil judíos al este de la línea Mólotov-Ribbentrop.[25]
Himmler se aseguró de que los Einsatzgruppen tuvieran los suficientes refuerzos para matar a todos los judíos que encontraran. Desde agosto de 1941 en adelante, la mayor parte de los ejecutores para las masacres salieron de doce batallones de la Policía del Orden. Se suponía que la Policía del Orden tenía que desplegarse por toda la Unión Soviética; no obstante, dado que la campaña militar había sido más lenta de lo previsto, en las zonas ocupadas de retaguardia había un número mayor de unidades disponibles. En agosto, el personal disponible para efectuar asesinatos en masa al este de la línea Mólotov-Ribbentrop había alcanzado la cifra de veinte mil. Por aquella época, parece ser que Himmler había autorizado la práctica, ya generalizada, de reclutar policías locales para ayudar en los fusilamientos. Casi desde el principio, lituanos, letones y estonios participaron en las matanzas. A finales de 1941, decenas de miles de ucranianos, bielorrusos, rusos y tártaros habían sido también reclutados para las fuerzas de policía locales. Los individuos de etnia alemana eran los más deseados, y tuvieron un papel destacado en las matanzas de judíos. Con la Policía del Orden y los reclutas locales había suficiente personal para el exterminio de los judíos de la Unión Soviética ocupada.[26]
Himmler tomó la iniciativa, dirigió los asesinatos y organizó la burocracia represiva. Gozaba de la confianza de Hitler y podía dirigir las instituciones policiales a su gusto. Extendió a la Unión Soviética ocupada la figura de SS-Obergruppenführer y Jefe de Policía. En la misma Alemania, los SS-Obergruppenführer y Jefes de Policía habían resultado ser poco más que un nuevo estrato de la administración; en el Este, se convirtieron en lo que Himmler siempre había querido que fueran: sus representantes personales, el eslabón crucial de la jerarquía del poder policial coercitivo. Asignó un SS-Obergruppenführer y Jefe de Policía a cada Grupo de Ejércitos: Norte, Centro y Sur, mientras un cuarto estaba listo para desplazarse hacia el Cáucaso. Estos hombres estaban teóricamente subordinados a las autoridades de ocupación civil (Comisionado del Reich para el Ostland en el norte, Comisionado del Reich para Ucrania en el sur) establecidas en septiembre de 1941. En realidad, estos Obergruppenführer respondían ante Himmler, y sabían que matar judíos era complacer sus deseos. En Bletchley Park, donde los británicos decodificaban las comunicaciones alemanas, quedó claro que los Obergruppenführer competían «entre sí para lograr las mejores “puntuaciones”».[27]
A finales de agosto de 1941, la coordinación de las fuerzas alemanas se puso de manifiesto en los fusilamientos en masa de judíos en la ciudad del sudoeste ucraniano de Kámenets-Podólski. En esta localidad, los refugiados judíos se habían convertido en un problema.
A Hungría, aliada de Alemania, se le había permitido anexionarse la Rutenia subcarpática, el lejano distrito oriental de Checoslovaquia. En lugar de conceder a los judíos naturales de esa región la ciudadanía húngara, Hungría los consideró «apátridas» y los expulsó hacia el este, a la Ucrania ocupada por los alemanes. El flujo de judíos hacia territorio controlado por los alemanes ponía en peligro los limitados recursos alimentarios. Friedrich Jeckeln, el SS-Obergruppenführer para la zona, tomó la iniciativa, probablemente para poder informar de un éxito a Himmler en la reunión del 12 de agosto. Viajó en avión hasta allí para prepararlo todo personalmente. Los alemanes llevaron a los refugiados judíos, y a algunos judíos de la zona, a un lugar en las afueras de Kámenets-Podólski. El Batallón 320 de la Policía del Orden y la plana mayor personal de jeckeln ejecutaron a los judíos ante unas fosas. Asesinaron a unos 23 600 judíos en el transcurso de cuatro días, del 26 al 29 de agosto, jeckeln informó del número a Himmler por radio. Fue, con mucho, la mayor masacre que los alemanes habían llevado a cabo hasta entonces y estableció un patrón para las que siguieron.[28]
La Wehrmacht ayudó en estas operaciones de fusilamientos en masa, las instigó y algunas veces las ordenó. A finales de agosto de 1941, nueve semanas después del inicio de la guerra, la Wehrmacht estaba seriamente preocupada por los suministros de alimentos y la seguridad de la retaguardia. El asesinato de judíos ahorraría alimentos y, de acuerdo con la lógica nazi, prevendría las revueltas de insurgentes. Después de la masacre de Kámenets-Podólski, la Wehrmacht cooperó sistemáticamente con los Einsatzgruppen y las fuerzas policiales en la destrucción de las comunidades judías. Cuando tomaban una ciudad o un pueblo, la policía, si estaba presente, reunía a algunos hombres judíos y los ejecutaba. El ejército inspeccionaba a la población superviviente para identificar a los judíos. Después, la Werhrmacht y la policía negociaban a cuántos de los judíos supervivientes iban a matar y a cuántos debían dejar con vida en un gueto, como mano de obra. Tras esta selección, la policía perpetraba una segunda matanza, para la cual el ejército a menudo proporcionaba camiones, municiones y guardias. Si la policía no estaba presente, el ejército hacía el registro y organizaba por su cuenta los trabajos forzados. La policía se encargaba más tarde de los asesinatos. A medida que las directrices centrales estuvieron claras y se establecieron los protocolos de cooperación, el número de víctimas mortales ente los judíos en la Ucrania ocupada casi se dobló desde julio a agosto de 1941 y luego, de nuevo, desde agosto a septiembre.[29]
En Kiev, en septiembre de 1941, una confrontación tardía con los vestigios del poder soviético proporcionó el pretexto para la siguiente escalada: el primer intento de asesinar a todos los judíos nativos de una gran ciudad.
El 19 de septiembre de 1941, el Grupo de Ejércitos Sur de la Wehrmacht tomó Kiev, varias semanas después de lo previsto y con la ayuda del Grupo Centro. El 24 de septiembre explotaron una serie de bombas y minas que destruyeron los edificios del centro de Kiev donde los alemanes habían establecido sus oficinas. Algunos de estos explosivos tenían temporizadores programados desde antes de que las fuerzas soviéticas se retiraran, pero al parecer otros fueron detonados por hombres del NKVD que permanecían en Kiev. Mientras los alemanes recogían sus muertos y heridos de entre los escombros, la ciudad pareció de pronto volverse insegura. Como recordaba un vecino de la localidad, los alemanes dejaron de sonreír. Tenían que gobernar la metrópolis con un exiguo número de personas —y acababan de asesinar a docenas de ellas— a la vez que preparaban una larga marcha hacia el este. La línea ideológica de los alemanes era clara: si el NKVD era el culpable, la culpa tenía que recaer en los judíos. En una reunión celebrada el 26 de diciembre, las autoridades militares acordaron con los representantes de la policía y de las SS que el asesinato en masa de los judíos de Kiev era la represalia apropiada. Aunque muchos de los judíos de Kiev habían huido antes de que los alemanes tomaran la ciudad, decenas de miles se quedaron. Había que ejecutarlos a todos.[30]
La desinformación fue la clave de toda la operación. Un equipo de propaganda de la Wehrmacht imprimió avisos en los periódicos ordenando a los judíos de Kiev que se presentaran, bajo pena de muerte para los que desobedecieran, en una esquina de una calle en el barrio oeste de la ciudad. Usando la que se convertiría en la mentira estándar de estos asesinatos en masa, les decían a los judíos que iban a ser traslada dos y que, por ello, debían llevar junto con sus documentos el dinero y los objetos de valor. El 29 de septiembre de 1941, la mayor parte de la comunidad judía que permanecía en la ciudad se presentó en el punto de encuentro. Algunos pensaron que como al día siguiente se celebraba el Yom Kippur, la fiesta judía más importante, no podían salir malparados. Muchos llegaron antes del amanecer con la esperanza de conseguir buenos asientos en un tren de traslado… que no existía. La gente preparó el equipaje para un viaje largo, las ancianas llevaban ristras de cebollas alrededor del cuello como alimento. Una vez reunidas, las más de treinta mil personas anduvieron, según las instrucciones, por la calle Melnyk en dirección al cementerio judío. Testigos de los pisos cercanos mencionaron «una fila sin fin» que «se desbordaba por toda la calle y por las aceras».[31]
Los alemanes habían instalado un control policial cerca de las verjas del cementerio judío, donde verificaban los documentos y les decían a los no judíos que regresaran a casa. A partir de allí, los judíos eran escoltados por alemanes con fusiles automáticos y perros. Seguramente en el puesto de control, si no antes, muchos de los judíos empezaron a preguntarse cuál sería su verdadero destino. Dina Pronicheva, una mujer de treinta años, caminaba delante de su familia y llegó a un punto desde donde podía oír los disparos. De pronto todo estuvo claro para ella, pero decidió no contárselo a sus padres para no preocuparles. En lugar de eso, caminó junto a su madre y a su padre hasta que llegó a las mesas donde los alemanes pedían los objetos de valor y las ropas. Un alemán le había arrebatado ya el anillo de boda a su madre cuando Pronicheva se dio cuenta de que ésta había entendido tan bien como ella lo que estaba sucediendo. Sólo cuando su madre le susurró de pronto: «tú no pareces judía», a Pronicheva se le ocurrió escapar. Una comunicación tan directa es rara en situaciones como esta, en que la mente trabaja para negar lo que está pasando y el espíritu se inclina a la imitación, la subordinación y la subsiguiente extinción. Pronicheva, cuyo marido era ruso y tenía por tanto apellido ruso, le dijo a un alemán de una mesa cercana que no era judía. El soldado le ordenó esperar a un lado hasta que hubieran terminado el trabajo del día.[32]
De este modo, Dina Pronicheva pudo ver lo que les ocurría a sus padres, a su hermana y a los judíos de Kiev. Una vez entregados los objetos de valor y los documentos, los obligaron a desnudarse. Seguidamente los condujeron, con amenazas y disparos al aire, al borde de un barranco conocido como Babii Yar. A muchos de ellos les pegaban. Pronicheva recordaba que la gente «ya estaba ensangrentada antes de que les dispararan». Tenían que tumbarse boca abajo sobre los cadáveres que yacían debajo de ellos y esperar los disparos que vendrían de arriba y de los lados. A continuación le tocaba al siguiente grupo. Los judíos fueron pasando y muriendo durante treinta y seis horas. Quizá en la agonía y en la muerte todas las personas sean iguales, pero hasta el momento final cada uno de ellos era diferente; cada uno tenía preocupaciones y presentimientos distintos, hasta que todo estuvo claro y un instante después se hizo la oscuridad. Algunas personas murieron pensando en otras en lugar de en sí mismas, como la madre de una hermosa muchacha de quince años, Sara, que rogó que la mataran al mismo tiempo que a su hija. En ello hubo, incluso en el final, el pensamiento y el deseo de proteger: si veía como disparaban a su hija se aseguraba de que no la violarían. Una madre desnuda pasó los que sabía que eran sus últimos cinco segundos de vida amamantando a su bebé. Cuando tiraron al bebé vivo al barranco, saltó detrás de él y de esta forma encontró la muerte. Sólo en la fosa se redujeron las personas a nada o a una parte de un número total, que fue de 33 761. Cuando los cuerpos fueron exhumados y quemados en piras, y los huesos que no ardieron fueron triturados y mezclados con arena, el número fue lo único que quedó de ellos.[33]
Al final de la jornada, los alemanes decidieron matar a Dina Pronicheva. Su condición de judía era dudosa, pero había visto demasiado. En la oscuridad, la condujeron al borde del barranco junto con unas cuantas personas más. No la obligaron a desnudarse. Sobrevivió de la única forma posible en aquella situación: justo cuando empezaron los disparos, se arrojó al barranco y simuló estar muerta. Aguantó el peso del alemán que caminó sobre su cuerpo, permaneció inmóvil «como una muerta» cuando las botas pisaron su pecho y su mano. Consiguió mantener abierto un pequeño hueco para respirar mientras la tierra caía a su alrededor. Oyó a un niño pequeño que llamaba a su madre y pensó en sus propios hijos. Se ordenó a sí misma: «Dina, levántate, huye, corre hacia tus hijos». Quizá las palabras lo cambiaran todo, como lo hicieron cuando su madre, ahora muerta en algún lugar allá abajo, le susurró al oído. Escarbó para salir y se arrastró hacia afuera con sigilo.[34]
Dina Pronicheva se unió al peligroso mundo de los pocos judíos supervivientes de Kiev. La ley exigía que se entregara a los judíos a las autoridades. Los alemanes ofrecían incentivos materiales: dinero y, a veces, las llaves de los pisos de los judíos. La población local, en Kiev como en cualquier otro lugar de la Unión Soviética, estaba, por su puesto, acostumbrada a denunciar a «los enemigos del pueblo». No hacía mucho, en 1937 y 1938, el principal enemigo local, denunciado en esa ocasión al NKVD, habían sido los «espías polacos». Ahora, con la Gestapo instalada en las antiguas oficinas del NKVD, el enemigo eran los judíos. Aquellos que acudían a la policía alemana para denunciarlos pasaban frente a un guardia que llevaba un brazalete con una esvástica y permanecía plantado delante de unos frisos con la hoz y el martillo soviéticos. La oficina para los asuntos judíos era bastante pequeña, ya que la investigación de los «crímenes» judíos era simple: un documento soviético en el que constara la nacionalidad judía, un pene sin prepucio, significaban la muerte. Iza Belozovskaia, una judía de Kiev que permanecía escondida, tenía un hijo pequeño llamado Igor que no comprendía aquello. Le preguntó a su madre: «¿Qué es un judío?». En la práctica, la respuesta la daba un policía alemán al leer un documento de identidad soviético, o los doctores sujetando a chicos como Igor para «un examen médico».[35]
Iza Belozovskaia sentía la muerte por todas partes. «Tenía un fuerte deseo —recordaba— de espolvorear mi cabeza, toda mi persona, con cenizas, para no oír nada, para convertirme en polvo». Pero siguió adelante y vivió. Aquellos que perdieron la esperanza sobrevivieron a veces gracias a la devoción de sus consortes no judíos o de sus familias. La comadrona Sofia Eizenshtayn, por ejemplo, fue escondida por su marido en una fosa que el hombre excavó en la parte trasera de un patio. La llevó allí disfrazada de mendiga y la visitaba cada día cuando salía a pasear con su perro. Le hablaba fingiendo que le hablaba al perro. Ella le suplicó que la envenenara. En cambio, él continuó llevándole comida y agua. Los judíos a los que la policía atrapaba eran asesinados. Los confinaban en celdas de la prisión de Kiev que habían albergado a las víctimas del Gran Terror tres años antes. Cuando la prisión estaba llena, se llevaban al amanecer a los judíos y a otros prisioneros en un camión cubierto. Los habitantes de Kiev aprendieron a temer a ese camión, como habían temido los cuervos negros del NKVD que salían de esas mismas verjas. Llevaban a los judíos y a otros prisioneros a Babii Yar, donde les obligaban a desvestirse, a arrodillarse al borde del barranco y a esperar el disparo.[36]
Babii Yar consolidó el precedente de Kámenets-Podólski en cuanto a la destrucción de los judíos en las ciudades ucranianas del centro, del este y del sur. Debido a que el Grupo de Ejércitos Sur había tardado en capturar Kiev y dado que las noticias sobre las políticas germanas se propagaron rápidamente, la mayoría de los judíos de estas regiones huyeron al este y sobrevivieron. Casi todos los que se queda ron perecieron. El 13 de octubre de 1941, alrededor de 12 000 judíos fueron asesinados en Dnepropetróvsk. Los alemanes usaron las administraciones locales establecidas por ellos mismos para facilitar el trabajo de encarcelar a los judíos y, seguidamente, matarlos. En Jarkov, al parecer, el Sonderkommando 4-a del Einsatzgruppe C hizo que las autoridades de la ciudad reunieran a los judíos en un solo barrio. El 15 y el 16 de diciembre llevaron a más de 10 000 judíos de Jarkov a una fábrica de tractores a las afueras de la ciudad. Allí, en enero de 1942, el batallón de la Policía del Orden 314 y el Sonderkommando 4-a los ejecutaron por tandas. Algunos de ellos fueron gaseados en una furgoneta en la que introducían el tubo de escape en el habitáculo interior y, en consecuencia, en los pulmones de los judíos encerrados dentro. También probaron las furgonetas gaseadoras en Kiev, pero fueron descartadas cuando la Policía de Seguridad se quejó de que le disgustaba retirar los cadáveres enredados, cubiertos de sangre y excrementos. En Kiev, la policía alemana prefería dispararles junto a barrancos y fosas.[37]
La progresión de las masacres fue algo diferente en la Bielorrusia soviética ocupada, tras las líneas del Grupo de Ejércitos Norte. En las primeras ocho semanas de la guerra, hasta agosto de 1941, el Einsatzgruppe B a las órdenes de Artur Nebe mató en Vilna y Bielorrusia a más judíos que todos los demás Einsatzgruppen. Pero el siguiente asesinato en masa de judíos en Bielorrusia quedó pospuesto por razones militares. Hitler decidió mandar divisiones del Grupo de Ejércitos Centro para ayudar al ejército Sur en la batalla para la conquista de Kiev de septiembre de 1941. Esta decisión retrasó la marcha del ejército Centro hacia Moscú, que era su misión principal.[38]
Una vez que Kiev fue tomado y la marcha hacia Moscú pudo reanudarse, prosiguieron con las masacres. El 2 de octubre de 1941, el Grupo de Ejércitos Centro empezó una ofensiva secundaria en Moscú, con el nombre en clave de Operación Tifón. Las divisiones de la policía y de seguridad empezaron a eliminar a los judíos de la retaguardia. El ejército Centro avanzó con una fuerza compuesta por un millón novecientos mil hombres distribuidos en setenta y ocho divisiones. A partir de entonces, la política de masacres generales de judíos, incluyendo a mujeres y niños, se extendió a toda Bielorrusia. En el transcurso de septiembre de 1941, el Sonderkommando 4-a y el Einsatzkommando 5 del Einsatzgruppe C se dedicaron a exterminar a todos los judíos de los pueblos y de las pequeñas ciudades; a principios de octubre esta política se aplicó también a las grandes urbes.[39]
En octubre de 1941, Magilov se convirtió en la primera ciudad importante de Bielorrusia donde casi todos los judíos fueron aniquilados. Un policía alemán (austríaco) escribió a su mujer sobre sus sentimientos y experiencias al disparar a los judíos en los primeros días del mes. «La primera vez, mi mano temblaba un poco al disparar, pero uno se acostumbra. Al llegar a la décima víctima ya apuntaba tranquilamente y disparaba con seguridad a la multitud de mujeres, niños y bebés. Pensaba en que tengo dos bebés en casa a los que estas hordas tratarían igual, si no diez veces peor. La muerte que les proporcionamos fue una muerte buena, rápida, comparada con los tormentos infernales que sufrieron miles y miles en las cárceles del GPU. Los bebés volaban trazando parábolas en el aire y los destrozábamos disparándoles al vuelo, antes de que sus cuerpos cayeran en la fosa o en el agua». El 2 y el 3 de octubre de 1941, los alemanes (con la ayuda de policías auxiliares de Ucrania) ejecutaron a 2273 hombres, mujeres y niños en Magilov. El 19 de octubre les siguieron otros 3726.[40]
En Bielorrusia, la orden directa de matar a las mujeres y a los niños partió de Erich von dem Bach-Zelewski, el SS-Obergruppenführer y Jefe de Policía de la «Rusia Central», el territorio que se encontraba en la retaguardia del ejército Centro. Bach, a quien Hitler consideraba un «hombre que podría avanzar en un mar de sangre», era el representante directo de Himmler y ciertamente actuaba según los deseos de éste. En la Bielorrusia soviética ocupada, la sintonía entre las SS y el ejército en cuanto al destino de los judíos fue especialmente notable. El general Gustav von Bechtolsheim, comandante de la división de infantería responsable de la seguridad en la zona de Minsk, propugnaba con fervor las masacres de judíos como medida preventiva. Si los soviéticos hubieran invadido Europa, razonaba, los judíos hubieran exterminado a los alemanes. Los judíos «no eran humanos en el sentido europeo del término» y, por tanto, debían «ser destruidos».[41]
Himmler aprobó los asesinatos de mujeres y niños en julio de 1941 y, un mes más tarde, el exterminio total de las comunidades judías, como una pequeña muestra del paraíso venidero, el Jardín del Edén que Hitler deseaba. Era una visión postapocalíptica de exaltación tras la guerra, de la vida después de la muerte, el resurgimiento de una raza tras el exterminio de otras. Los miembros de las SS compartían el racismo y los sueños. La Policía del Orden coincidía a veces con esta visión y, por supuesto, se ensuciaba participando en ella. Los oficiales y soldados de la Wehrmacht a menudo tenían el mismo punto de vista que las SS, sustentado en una cierta interpretación de utilidad militar: que la eliminación de los judíos podía ayudar a que una guerra cada vez más difícil concluyera de forma victoriosa, a prevenir la resistencia guerrillera o, al menos, a mejorar los suministros de alimentos. Aquellos militares que no aprobaban las matanzas de judíos pensaban que de todos modos no tenían elección, puesto que Himmler estaba más cerca de Hitler que ellos. A medida que transcurría el tiempo, incluso los oficiales del ejército se convencieron de que los asesinatos de judíos eran necesarios, no porque los alemanes fueran a ganar la guerra pronto, como Himmler y Hitler creían todavía en verano de 1941, sino porque era posible que la perdieran.[42]
El poder soviético nunca se derrumbó. En septiembre de 1941, dos meses después de la invasión, el NKVD era enérgico en sus acciones, dirigidas contra el objetivo más vulnerable: los alemanes de la Unión Soviética. El 28 de agosto, Stalin ordenó deportar a Kazajistán a 438 700 alemanes soviéticos en las siguientes dos semanas, muchos de ellos de la región autónoma del río Volga. Por su velocidad, eficacia y alcance territorial, este único acto de Stalin ridiculizó las confusas y contradictorias deportaciones que los alemanes habían llevado a cabo durante los dos años anteriores. Fue en ese momento de desafío feroz de Stalin, a mediados de septiembre de 1941, cuando Hitler tomó una decisión extrañamente ambigua: enviar al este a los judíos alemanes. En octubre y noviembre empezó su deportación a Minsk, Riga, Kaunas y Łódź. Hasta ese momento, los judíos alemanes habían perdido sus derechos y sus propiedades, pero muy raramente sus vidas. Ahora los enviaban, cierto que sin instrucciones de matarlos, a lugares don de los judíos habían sido asesinados gran número. Quizá Hitler quería venganza. Sin duda no había dejado de advertir que el Volga no se había convertido en el Misisipi de Alemania. En lugar de establecerse en la cuenca del Volga como triunfantes colonos, los alemanes habían sido deportados desde allí como ciudadanos soviéticos represaliados y humillados.[43]
La desesperación y la euforia se hermanaban en la mente de Hitler; por esa razón, los hechos pueden interpretarse de otro modo. Es posible suponer que Hitler empezó a deportar judíos alemanes porque quería creer, o quería que otros creyeran, que la Operación Tifón, la ofensiva secundaria contra Moscú iniciada el 2 de octubre de 1941, conduciría al final de la guerra. En un momento de exaltación, Hitler incluso llegó a proclamar, en un discurso del 3 de octubre: «¡El enemigo está vencido y no volverá a levantarse!». Cuando la guerra hubiera acabado de verdad, la Solución Final podía iniciarse como un programa de deportaciones, ya dentro del periodo de posguerra.[44]
Aunque la operación Tifón no proporcionó victoria final alguna, los alemanes continuaron de todos modos la deportación de los judíos alemanes al este, lo que provocó una especie de reacción en cadena. La necesidad de hacer espacio en estos guetos impulsó uno de los métodos de asesinatos colectivos (en Riga, Letonia) y probablemente aceleró el desarrollo de otro (en Łódź, Polonia).
En Riga, el comandante de la policía era en ese momento Friedrich Jeckeln, SS-Obergruppenführer y Jefe de Policía del Reichskomissariat para Ostland. Jecklen, nativo de Riga, había organizado el primer fusilamiento masivo de judíos en Kámenets-Podólski en agosto, cuando del Reichskommissariat de Ucrania. En su nuevo destino, trasladó a Letonia sus métodos industriales de ejecución. Primero hizo que los prisioneros de guerra soviéticos cavaran una serie de fosas en Letbartskii, en el bosque de Rumbula, cerca de Riga. En un solo día, el 30 de noviembre de 1941, los alemanes y los letones hicieron marchar en columnas a unos catorce mil judíos hasta los lugares de exterminio, les obligaron a tumbarse unos al lado de otros en las fosas y les dispararon desde arriba.[45]
La ciudad de Łódź quedaba en los dominios de Arthur Greiser, que dirigía Wartheland, el mayor distrito del territorio polaco anexionado al Reich. Łódź había sido la segunda ciudad con más población judía de Polonia, y ahora era la primera del Reich. Su gueto ya estaba superpoblado antes de la llegada de los judíos alemanes. Es posible que la necesidad de eliminar a los judíos de Łódź forzara a Greiser; o a las SS y los comandantes de la Policía de Seguridad de Wartheland, a buscar un método de asesinato más eficaz. Wartheland siempre había estado en el centro de la política de «fortalecimiento de la raza alemana». Cientos de miles de polacos fueron deportados a principios de 1939 para ceder el espacio a cientos de miles de alemanes venidos de la Unión Soviética (antes de que la invasión alemana de la URSS hiciera inútil enviar a los alemanes hacia el oeste). Pero la deportación de los judíos, que había sido siempre el elemento central del plan para transformar la zona en un territorio de etnia exclusivamente alemana, había resultado muy difícil de llevar a cabo. Greiser se enfrentaba, a escala de su distrito, con un problema que Hitler había afrontado a escala de su imperio: oficialmente la Solución Final consistía en la deportación, pero no había ningún lugar a donde mandar a los judíos. A principios de diciembre de 1941, una furgoneta de gas estaba aparcada en Chelmno.[46]
La deportación de los alemanes judíos en octubre de 1941 estuvo marcada en primer lugar por la improvisación y, en segundo lugar, por la incertidumbre. Los judíos alemanes enviados a Minsk y a Łódź no fueron asesinados sino ubicados en guetos. Los judíos alemanes enviados a Kaunas fueron, sin embargo, ejecutados a su llegada, como los del primer transporte enviado a Riga. Fueran cuales fueran las intenciones de Hitler, ahora los judíos alemanes eran asesinados. Quizá Hitler decidiera en ese momento matar a todos los judíos de Europa, incluyendo a los judíos alemanes; si fue así, ni siquiera Himmler había comprendido todavía su intención. Fue Jeckeln quien exterminó a los judíos alemanes que llegaron a Riga, aquellos a quienes Himmler no había querido matar.
Himmler promovió, también en octubre de 1941, la búsqueda de un nuevo y más efectivo método para masacrar a los judíos. Estableció contacto con su incondicional Odilo Globocnik, SS-Obergruppenführer del distrito de Lublin del Gobierno General, quien inmediatamente se puso a trabajar en un nuevo tipo de instalación para la eliminación de judíos, en un lugar conocido como Beízec. En noviembre de 1941, el concepto no estaba totalmente claro y la maquinaria no estaba todavía instalada, pero ya eran evidentes algunas líneas generales de la versión definitiva de la Solución Final de Hitler. En la Unión Soviética ocupada, los judíos estaban siendo fusilados a escala industrial. En la ocupada y anexionada Polonia (en Wartheland y en el Gobierno General) se construían instalaciones de cámaras de gas (en Chelmno y en Bełżec). En Alemania estaban enviando a los judíos al este, donde algunos de ellos ya habían sido exterminados.[47]
La Solución Final en forma de asesinato de masas, iniciada al este de la Línea Mólotov-Ribbentrop, se iba extendiendo hacia el oeste.
En noviembre de 1941, el Grupo de Ejércitos Centro presionaba en dirección a Moscú para alcanzar la aplazada, pero no menos gloriosa, victoria total: el fin del sistema soviético, el principio de la transformación apocalíptica de las asoladas tierras soviéticas en un orgulloso territorio fronterizo alemán. En realidad, los soldados alemanes se estaban metiendo en un apocalipsis mucho más convencional. Sus camiones y tanques se demoraban en el lodo del otoño, sus cuerpos perdían energía por falta de ropa apropiada y comida caliente. En cierto momento, los oficiales alemanes llegaron a ver las agujas del Kremlin con los prismáticos, pero ellos no alcanzarían nunca la capital soviética. Sus hombres estaban sin suministros y al límite de sus fuerzas. La resistencia del Ejército Rojo era más firme que nunca; sus tácticas, más inteligentes que nunca.[48]
El 24 de noviembre de 1941, Stalin ordenó que sus reservas estratégicas en el este entraran en batalla contra el ejército Centro de la Wehrmacht. Estaba seguro de que podía asumir ese riesgo. Stalin tenía noticias de un informador muy bien situado en Tokio, y sin duda de otras fuentes, de que no habría un ataque japonés contra la Siberia soviética. Había rehusado creer en un ataque alemán en septiembre de 1941, y se equivocó; ahora se negaba a creer en un ataque japonés en otoño de 1941, y acertó. Se mantuvo firme. El 5 de diciembre, el Ejército Rojo inició la ofensiva en Moscú. Los soldados alemanes probaron el sabor de la derrota. Los caballos cargados con los equipos, exhaustos, no pudieron retroceder con suficiente rapidez: las tropas pasarían el invierno a la intemperie, apiñadas en el frío, carentes de todo.[49]
El servicio de inteligencia de Stalin estaba en lo cierto. Japón se encontraba a punto de comprometerse decisivamente en una guerra en el Pacífico, lo que seguramente excluiría una ofensiva japonesa en Siberia. La orientación hacia el sur del imperialismo japonés se había fijado en 1937. La decisión quedó clara cuando Japón invadió la Indochina francesa en septiembre de 1940. Hitler había disuadido a su aliado japonés de sumarse a la invasión de la Unión Soviética; ahora que esa invasión había fracasado, las fuerzas japonesas se movían en la dirección opuesta.
Mientras el Ejército Rojo marchaba hacia el oeste, el 6 de diciembre de 1941 un contingente de portaaviones japoneses se dirigía a Pearl Harbor, la base de la flota estadounidense en el Pacífico. El 7 de diciembre un general alemán describía en una carta a casa las batallas en los alrededores de Moscú. Él y sus hombres, decía, «luchamos por nuestras vidas, cada día y cada hora, contra un enemigo que es superior en todos los aspectos». Ese mismo día, dos oleadas de aviones japoneses atacaron la flota americana, destruyendo varios barcos de guerra y matando a dos mil militares. Al día siguiente, Estados Unidos declaró la guerra a Japón. Tres días después, el 11 de diciembre, la Alemania nazi declaró la guerra a Estados Unidos. Al presidente Franklin D. Roosevelt le resultó muy fácil declarar la guerra a Alemania.[50]
La posición de Stalin en Extremo Oriente mejoró de forma sustancial. Si los japoneses tenían la intención de luchar contra los Estados Unidos por el control del Pacífico, era prácticamente inconcebible que fueran a enfrentarse a los soviéticos en Siberia. Stalin ya no tenía que temer una guerra en dos frentes. Es más, el ataque japonés había precipitado la entrada de Estados Unidos en la guerra y lo había convertido en aliado de la Unión Soviética. A principios de 1942, los americanos ya se habían enfrentado a los japoneses en el Pacífico. Los buques de suministro americanos llegarían pronto a los puertos soviéticos en el Pacífico, sin intromisiones de los submarinos japoneses, ya que los japoneses eran neutrales en la guerra soviético-alemana. Un Ejército Rojo que recibía suministros americanos por el este era algo muy distinto a un Ejército Rojo amenazado por un ataque japonés en la misma zona. Stalin sólo tenía que explotar la ayuda americana y animar a los estadounidenses a abrir un segundo frente en Europa. Entonces los alemanes quedarían cercados y la victoria soviética estaría asegurada.
Desde 1933, Japón había sido una pieza clave en los juegos de alianzas y enfrentamientos entre Hitler y Stalin. Ambos hombres, cada uno por sus propias razones, deseaban que Japón participara en sus guerras en el sur, contra China por tierra y contra los imperios europeos y los Estados Unidos por mar. Hitler acogió con agrado el bombardeo de Pearl Harbor, creyendo que Estados Unidos tardaría en armarse y que lucharía en el Pacífico y relegaría a Europa. Incluso después del fracaso de las operaciones Barbarroja y Tifón, Hitler prefería que los japoneses combatieran a Estados Unidos en lugar de luchar contra la Unión Soviética. Al parecer, Hitler pensaba que podría con quistar la URSS a principios de 1942, y luego combatir contra un Esta dos Unidos debilitado por la guerra en el Pacífico. Stalin también que ría que los japoneses se movieran hacia el sur, y realizó una política exterior y militar cuidadosamente elaborada que tuvo precisamente este efecto. Su pensamiento era en esencia el mismo que el de Hitler: los japoneses debían mantenerse al margen porque las tierras de la Unión Soviética le pertenecían a él. Tanto Berlín como Moscú querían mantener a Japón en Extremo Oriente y en el Pacífico, y Tokio les hizo un favor a ambos. El resultado del ataque alemán a la Unión Soviética determinaría cuál de los dos iba a beneficiarse de ese favor.[51]
Si la invasión alemana se hubiera desarrollado según lo previsto, como una victoria relámpago que habría arrasado las ciudades soviéticas más importantes y habría proporcionado a Alemania el trigo de Ucrania y el petróleo del Cáucaso, el ataque japonés a Pearl Harbor hubiera sido una buena noticia para Berlín. En ese escenario, el ataque a Pearl Harbor distraería a los Estados Unidos mientras Alemania con solidaba su posición victoriosa en su nueva colonia. Los alemanes hubieran podido iniciar el Generalplan Ost o alguna variante del mismo con objeto de convertirse en un enorme imperio terrestre, autosuficiente en cuanto a alimentos y petróleo y capaz de defenderse contra un bloqueo naval de Gran Bretaña y de un asalto anfibio de Estados Unidos. Este había sido siempre un escenario de fantasía, pero con algunos visos de realidad hasta el momento en que las tropas alemanas llegaron cerca de Moscú.
Pero cuando los alemanes tuvieron que retroceder, en el mismo momento en que los japoneses avanzaban, Pearl Harbor adquirió exactamente el significado opuesto y Alemania se encontró en la peor situación posible: ya no era un gigantesco imperio terrestre que intimidaba a Gran Bretaña y se preparaba para una confrontación con los Estados Unidos, sino un simple país europeo en guerra contra la Unión Soviética, Gran Bretaña y los Estados Unidos, con unos aliados que o bien eran débiles (Italia, Hungría, Rumanía, Eslovaquia) o bien no estaban implicados en el crucial teatro del Este europeo (Japón, Bulgaria). Los japoneses parecían comprender la situación mejor incluso que los alemanes. Querían que Hitler firmara la paz con Stalin por separado, y que después luchara contra los británicos y los americanos por el con trol de Asia y del norte de África. Los japoneses deseaban acabar con el poder naval británico; los alemanes intentaban trabajar dentro de sus fronteras. Esto dejaba a Hitler con una única estrategia mundial, y persistió en ella: la destrucción de la Unión Soviética y la creación de un imperio terrestre a partir de sus ruinas.[52]
En diciembre de 1941, Hitler encontró una curiosa solución a su drástico planteamiento estratégico. Él mismo había dicho a sus generales que «todos los problemas continentales» tenían que estar resueltos a finales de 1941de forma que Alemania pudiera prepararse para un conflicto global con el Reino Unido y Estados Unidos. En lugar de eso, Alemania se encontraba ante la eterna pesadilla estratégica, una guerra en dos frentes y contra tres grandes potencias. Con sus características audacia y agilidad política, Hitler reformuló el planteamiento en términos coherentes con el antisemitisno nazi, ya que no con el plan original para la guerra. ¿Qué había llevado a Alemania a una guerra con el Reino Unido, los Estados Unidos y la Unión Soviética (aparte de los planes utópicos, las valoraciones ineptas, la arrogancia racista y la temeridad estúpida)? Hitler tenía la respuesta: una conspiración judía mundial.[53]
En enero de 1939, Hitler había pronunciado un discurso amenazando a los judíos con la extinción si tenían éxito al fomentar otra guerra mundial. Desde el verano de 1941, la propaganda germana había insistido incesantemente en el tema de un grupo judío cuyos tentáculos alcanzaban a los británicos, a los soviéticos y, más aún, a los estadounidenses. El 1 2 de diciembre de 1941, una semana después del contraataque soviético en Moscú, cinco días después del ataque japonés a Pearl Harbor y un día después de que Estados Unidos respondiera a la declaración alemana de guerra, Hitler retomó este discurso. Se refirió a su idea como a una profecía que tenía que cumplirse: «La guerra mundial ha llegado —les dijo a unos cincuenta camaradas de confianza el 12 de diciembre de 1941—. La aniquilación de los judíos será su consecuencia necesaria». Desde ese momento, sus subordinados más importantes entendieron cuál sería su trabajo: matar a todos los judíos en todos los lugares donde fuera posible. Hans Frank, el jefe del Gobierno General, transmitió esta política en Varsovia diez días después: «Caballeros, debo pedirles que se liberen de cualquier sentimiento de piedad. Tenemos que aniquilar a los judíos donde quiera que los encontremos con el fin de mantener la integridad de la estructura del Reich».[54]
Se culpó a los judíos del desastre inminente, un desastre que, por otra parte, nadie mencionaba. Los nazis comprenderían al instante la relación entre el enemigo judío y la perspectiva de su derrota. Todos cuantos compartían el punto de vista de Hitler creían que en la anterior guerra mundial los alemanes no fueron vencidos en el campo de batalla, sino que su derrota se debió a «una puñalada por la espalda», una conspiración de judíos y otros enemigos internos. Ahora, los judíos también serían culpables de la alianza americano-británico-soviética. Este «frente común» del capitalismo y el comunismo, razonaba Hitler, sólo podía haber sido consagrado por las conspiraciones judías en Londres, Moscú y Washington. Los judíos eran los agresores; los alemanes, las víctimas. Para conjurar el desastre, los judíos tenían que ser eliminados. El jefe de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, escribió en su diario sobre este cambio moral: «No estamos aquí para compadecernos de los judíos, sino para compadecernos de nuestra nación alemana».[55]
Como la guerra se había decantado a favor de Stalin, Hitler reformuló sus objetivos. El plan anterior había sido destruir la Unión Soviética y luego eliminar a los judíos. Ahora, dado que la destrucción de la Unión Soviética quedaba pospuesta indefinidamente, el exterminio total de los judíos se convertía en una política de guerra. En lo sucesivo, la amenaza no serían las masas eslavas y sus supuestos señores judíos, sino los judíos como tales. En 1942, la propaganda contra los eslavos disminuyó, al tiempo que muchos de ellos empezaron a trabajar para el Reich. La decisión de Hitler de matar a los judíos (en lugar de explotarlos en trabajos forzados) fue presumiblemente facilitada por su decisión simultánea de explotar la mano de obra de los eslavos en lugar de matarlos. Estas medidas significaron el abandono de la mayor parte de las previsiones iniciales sobre el desarrollo de la guerra, aunque, por supuesto, Hitler nunca lo admitiría. En todo caso, los asesinatos en masa de los judíos al menos parecían consecuentes con la visión inicial de un imperio fronterizo en el este.[56]
En realidad, la decisión de exterminar a los judíos contradecía esta visión, puesto que significaba la aceptación implícita de que los alemanes nunca controlarían los vastos territorios que hubieran necesitado para una Solución Final consistente en la deportación. En términos logísticos, el asesinato en masa era más sencillo que las deportaciones masivas. Llegados a este punto, el exterminio era la única opción de Hitler si deseaba que se cumpliera su propia profecía. El suyo era un imperio terrestre y no marítimo, pero no poseía territorios excedentes en los que los judíos pudieran desaparecer. El único avance en la Solución Final lo había obtenido Himmler al demostrar su método, que no requería deportación: el exterminio. Las matanzas no eran tanto una señal de éxito como un sustitutivo del mismo. Desde finales de Julio de 1941, los judíos estaban siendo asesinados porque la prevista victoria relámpago no llegaba a materializarse. Desde diciembre de 1941, los judíos tenían que ser eliminados porque la alianza contra Alemania se hacía más fuerte. Hitler buscó y encontró emociones todavía más profundas y expresó objetivos más sanguinarios. Y los líderes alemanes, conscientes de sus implicaciones, los aceptaron.[57]
Al definir el conflicto como una «guerra mundial», Hitler desvió la atención de la falta de una victoria relámpago y de las ingratas lecciones de la historia que siguieron a su fracaso militar. En diciembre de 1941, los soldados alemanes se vieron cara a cara con el destino de Napoleón, cuya «Grande Armée» había alcanzado las afueras de Moscú más rápido de lo que lo hizo la Wehrmacht en 1941. Al final, Bonaparte tuvo que batirse en retirada vencido por el invierno y por los refuerzos rusos. Los soldados alemanes habían mantenido sus posiciones, e inevitablemente tendrían que enfrentarse a una repetición del tipo de batallas que se habían librado en 1914-1918: largos días encogidos dentro de trincheras para zafarse de la artillería y de las ametralladoras, largos años de desplazamientos lentos y erráticos y de incontables muertes. Era el tipo de guerra que, se suponía, había quedado obsoleta desde que los regía el genio militar de Hitler. La plana mayor alemana había previsto medio millón de bajas y la victoria en septiembre; en diciembre, la victoria se alejaba y las pérdidas se acercaban al millón.[58]
El fracaso de las ofensivas, las fechas límite sobrepasadas y las deprimentes perspectivas serían menos vergonzosas si la Werhmacht no combatía en una guerra colonial ofensiva mal planeada, sino en una gloriosa y trágica guerra mundial en defensa de la civilización. Si los soldados alemanes luchaban contra las potencias del mundo entero dirigidas por las conspiraciones judías de Moscú, Londres y Washington, entonces su causa era grande y justa. Si tenían que combatir en una guerra defensiva, como de hecho estaba ocurriendo en la práctica, entonces otros debían asumir el rol de agresores. Los judíos recibieron ese papel en la fábula, al menos para los seguidores de los nazis y para muchos civiles alemanes que esperaban el regreso de sus padres, maridos e hijos. Los soldados alemanes, creyeran o no que los judíos eran responsables de la guerra, probablemente no necesitaran una revisión ideológica tanto como los políticos y los civiles. Estaban desespera dos, pero eran todavía letales; lucharían bien y seguirían luchando, al menos para que Hitler pudiera cumplir su profecía. La Wehrmacht era y seguiría siendo la fuerza de combate más efectiva de Europa, aun cuando sus oportunidades de conseguir una victoria ya eran casi nulas.
Por la gracia del pensamiento racista, el asesinato de los judíos era un triunfo en sí mismo para los alemanes en un momento en que cualquier otra victoria quedaba lejos de sus posibilidades. Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética eran enemigos de Alemania, los judíos eran enemigos de Alemania; por tanto, siguiendo este silogismo falaz, las tres potencias estaban bajo la influencia de los judíos. Si eran Estados judíos, entonces los judíos de Europa eran sus agentes. Matar a los judíos de Europa era, por tanto, atacar a los enemigos de Alemania, directa e indirectamente, y en ese caso el exterminio estaba justificado no sólo moralmente sino por lógica militar. Himmler anotó en diciembre de 1941el deseo de Hitler de que los judíos de Europa fueran destruidos «como traidores», como agentes de los enemigos alemanes en la retaguardia. Para entonces, la lógica de matar judíos en «represalia» por los ataques partisanos ya era una realidad: en los pantanos de Polesia, entre Bielorrusia y Ucrania, donde Himmler la había utilizado como justificación para matar a los hombres, mujeres y niños judíos a principios de julio de 1941; en Kiev, donde los alemanes habían asesinado a más de treinta mil judíos en represalia por las bombas soviéticas en la ciudad, y aún más en Serbia, donde los grupos armados alemanes habían encontrado una fuerte resistencia poco antes de invadir la Unión Soviética.[59]
El ejemplo de Serbia quizá sea especialmente pertinente. La guerra alemana en el sureste de Europa había empezado un poco antes que la guerra en la Unión Soviética y había brindado ciertamente lecciones aplicables. Alemania había invadido Yugoslavia y Grecia en la primavera de 1941, justo antes del inicio de la Operación Barbarroja, principalmente para rescatar a su chapucero aliado italiano de una derrota segura en sus guerras balcánicas. Aunque Alemania había destruido rápidamente al ejército yugoslavo y creado un Estado títere en Croacia, la resistencia en la zona ocupada serbia que compartía con Italia fue considerable, en gran parte alentada por los comunistas. El comandante general alemán en Serbia ordenó que sólo los judíos y los gitanos fueran asesinados como represalia por las muertes de alemanes caídos en acciones contra la resistencia: en una proporción de cien por uno. De esta manera, casi todos los judíos varones de Serbia habían sido ejecutados después de que Himmler escribiera su nota sobre la destrucción de los judíos «como traidores». La lógica aplicada en Serbia devino universal. Los judíos serían asesinados por su condición de tales, en represalia por la alianza USA-GB-URSS. No se podía esperar que ni los judíos ni los aliados lo entendieran: sólo tenía sentido dentro de la visión del mundo alemana, que Hitler había adaptado para un uso futuro.[60]
La quinta y última versión de la Solución Final fue el asesinato en masa. En el discurso nazi, la palabra deportación evolucionó desde la literalidad al eufemismo. Durante años, los líderes alemanes habían imaginado que podrían «resolver» el «problema judío» europeo trasladando a los judíos de un sitio a otro. Los judíos trabajarían hasta la muerte allí adonde fueran a parar y quizá los esterilizarían para que no pudieran reproducirse, pero no serían asesinados. De esta manera, el término deportación aplicado a la política para los judíos en 1940 y 1941 era incompleto, pero no inexacto del todo. En lo sucesivo, derportación o asentamiento en el este significarían «asesinato en masa». Quizá el eufemismo deportación al sugerir una continuidad en las políticas, ayudó a los nazis a soslayar el hecho de que la política alemana no sólo había cambiado, sino que lo había hecho porque la guerra no se desarrollaba según lo esperado. Su empleo tal vez ayudaba a los alemanes a protegerse ante la realidad de que era el desastre militar lo que condicionaba su política judía.[61]
Los alemanes ya habían demostrado en diciembre de 1941que podían hacer cosas peores que deportar judíos a Polonia, Madagascar o la Unión Soviética. Podían matar a los judíos que estaban bajo su autoridad y culpar a las víctimas de su destino. La realidad de la deportación, de la cual los alemanes se distanciaban ahora, puede iluminarse simplemente con una cita de las prácticas alemanas: «Lugar de deportación: en el lugar de deportación se sitúan ocho trincheras. Un pelotón de diez oficiales y soldados trabaja en cada trinchera y es relevado cada dos horas».[62]
Por la época en la que Hitler comunicó sus preferencias, en diciembre de 1941, las SS de Himmler y las fuerzas de la policía (ayudadas por la Wehrmacht y la policía local) ya habían asesinado a un millón de judíos en la Unión Soviética ocupada. La visión retrospectiva transmite una sensación de inevitabilidad y, por ello, la política alemana de matar a todos los judíos europeos puede parecer el cumplimiento de un objetivo que estaba, en cierto sentido, prefijado. Si bien es cierto que Hitler daba por sentado que los judíos no tendrían cabida en su Europa futura, y que la escalada de asesinatos de Himmler podía corresponder a los deseos de Hitler, la decisión de éste de disponer el asesinato en masa de todos los judíos debe verse sólo como eso: una decisión. Después de todo, había otras respuestas posibles ante los mismos acontecimientos.[63]
Rumanía, aliado de Alemania, demostró la posibilidad de tales cambios de estrategia. Bucarest también había trabajado por la depuración nacional. En diciembre de 1941, los judíos rumanos habían sufrido más que los judíos alemanes. Rumanía se había unido a la invasión de la Unión Soviética (como Alemania, siguiendo la propaganda que asociaba a los comunistas con los judíos). Al invadir la Unión Soviética junto a los germanos, Rumanía recuperó los territorios de Besarabia y Bucovina que la Unión Soviética se había anexionado en 1940. Añadió además a sus territorios una nueva región llamada «Transnistria», arrebatada a la parte sur de la Ucrania soviética. En esta zona, en 1941, las políticas rumanas con los judíos fueron igual de brutales que sus equivalentes alemanas. Después de tomar Odesa, las tropas rumanas mataron a unos veinte mil judíos locales en «represalia» por una explosión que destruyó sus cuarteles generales en la ciudad. En el distrito de Bohdanivka los rumanos ejecutaron en pocos días, a finales de diciembre de 1941, a más de cuarenta mil judíos. Los rumanos también crearon su propia colección de guetos y campos de trabajo en Transnistria, donde perecieron decenas de miles de judíos de Besaravia y Bukovina. En total, Rumanía mató a unos trescientos mil judíos.[64]
Aun así, cuando el curso de la guerra cambió los líderes rumanos reaccionaron de forma diferente a Hitler. Sus políticas respecto a los judíos siguieron siendo brutales, pero se fueron suavizando en lugar de endurecerse. A partir del verano de 1942, Rumanía no deportó más judíos a Transnistria. Cuando los alemanes construyeron sus centros de exterminio, Rumanía rehusó enviar allí a sus judíos. A finales de 1942, la política rumana había cambiado sustancialmente con respecto a la alemana. Rumanía intentó cambiar de bando hacia finales de la guerra, y en ese momento la supervivencia de los judíos que aún quedaban se convirtió en una ventaja. 1942 fue, de este modo, un momento de inflexión crucial, en el que las políticas de Alemania y Rumanía tomaron direcciones opuestas. Alemania masacraría a todos los judíos porque la guerra estaba perdida; Rumanía, al final de ese año, salvaría a algunos judíos por la misma razón. El dictador Rumano Ion Antonescu dejó la puerta entreabierta para las negociaciones con los americanos y los británicos; Hitler no dejó a los alemanes ninguna posibilidad de escapar de sus propias culpas.[65]
Durante 1942, los alemanes asesinaron a la mayoría de los judíos supervivientes que estaban bajo su ocupación. Al oeste de la línea Mólotov-Ribbentrop, los asesinatos en masa se llevaban a cabo en cámaras de gas. Al este de la línea, los alemanes continuaron con los fusilamientos en masa y también usaron las furgonetas gaseadoras que habían probado con los prisioneros de guerra soviéticos. En la Ucrania soviética ocupada por los nazis, las masacres empezaron de nuevo tan pronto la tierra se descongeló lo suficiente como para cavar fosas, e incluso antes allí donde había excavadoras. En la parte este de la Ucrania soviética, todavía bajo la ocupación militar, los fusilamientos sencilla mente continuaron sin pausa desde finales de 1941 hasta principios de 1942. En enero, los Einsatzgruppen, asistidos por la Wehrmacht, masacraron a las pequeñas comunidades judías que habían sobrevivido a la primera andanada, así como a grupos de trabajadores judíos. En la primavera de 1942, la acción se desplazó del este al oeste, de la zona militar a la autoridad civil de ocupación, el Reichskommissariat de Ucrania. Allí todas las acciones fueron llevadas a cabo por las fuerzas policiales permanentes, batallones de la Policía del Orden alemana con la asistencia de milicianos locales. Gracias a la ayuda de decenas de miles de colaboradores locales, los alemanes dispusieron de la mano de obra necesaria.[66]
Las tierras que los alemanes conquistaron primero fueran las últimas en las que el asesinato se convirtió en exterminio. Aunque los alemanes habían invadido todas las antiguas tierras de la Polonia ocupada en los primeros diez días de la guerra, en junio de 1941, muchos de los judíos nativos del sudeste de Polonia —ahora el oeste del Reichskommissariat de Ucrania— habían sobrevivido hasta 1942. Las fuerzas alemanas ya habían atravesado esta zona en la fecha en que Himmler empezó a ordenar la destrucción de comunidades judías enteras. Por la época en que la política nazi cambió, la mayor parte de las fuerzas alemanas ya habían partido. En 1942, los germanos emprendieron una segunda ronda de fusilamientos en masa en los distritos al oeste del Reichskommissariat de Ucrania, esta vez organizados por las autoridades civiles y realizados por la policía con la inestimable ayuda de la policía local.[67]
Estos distritos ucranianos —en los territorios que habían sido el este de Polonia— eran representativos de los muchos pueblos y ciudades pequeñas, cuya población era judía en un cincuenta por ciento, a veces un poco menos, a veces un poco más. Los judíos solían vivir en el centro, preferentemente en casas de piedra alrededor de las plazas de los pueblos, y no en las casuchas de madera de las afueras. Habían vivido allí durante más de quinientos años, bajo diversos gobiernos y con ni veles de prosperidad variables, pero con un éxito que se reflejaba en la arquitectura y la demografía. En la Polonia de entreguerras la mayoría de esta población judía continuó siendo muy religiosa y bastante ajena al mundo exterior. Seguía hablando el yiddish y, para fines religiosos, el hebreo, y las tasas de matrimonios mixtos con cristianos eran bajas. El este de Polonia continuó siendo la cuna de la cultura Asquenazí, que hablaba yiddish y estaba dominada por clanes rivales de carismáticos hasidim. Esta tradición judía había sobrevivido a la mancomunidad polaco-lituana donde se había originado, al Imperio Ruso y a la república polaca de entreguerras.[68]
Tras el Pacto Mólotov-Ribbentrop y la invasión conjunta de Polonia, el poder y la ciudadanía soviéticos se extendieron a estos judíos entre 1939 y 1941 y, por tanto, normalmente se les cuenta entre las víctimas judías soviéticas de los nazis. Estos judíos vivieron por un tiempo dentro de la URSS, después de que sus fronteras se ampliaran hacia el oeste para incluir lo que había sido el este de Polonia, y estaban sujetos a las políticas soviéticas. Como los polacos, los ucranianos y los bielorrusos de estas tierras, fueron sometidos a arrestos, deportaciones y ejecuciones. Los judíos habían perdido sus negocios y sus es cuelas religiosas. Pero este breve periodo de dominio soviético difícil mente podía bastar para convertir a los judíos en soviéticos. Con la excepción de los niños más pequeños, los habitantes de Rivna y de asentamientos similares habían sido ciudadanos de Polonia, Lituania, Letonia o Rumanía durante mucho más tiempo que de la Unión Soviética. De los aproximadamente 2,6 millones de judíos asesinados en los territorios de la Unión Soviética, 1,6 millones habían muerto bajo gobierno soviético, en menos de dos años. Su civilización se había visto gravemente debilitada por el dominio soviético de 1939-1941; no sobreviviría al Reich alemán.[69]
Rivna ya había visto un asesinato en masa en 1941, algo inusual en estas ciudades. Aunque Kiev era el centro del estado policial alemán en Ucrania, Rivna fue en 1941 la capital provisional del Reichskommissariat de Ucrania. El Reichslcommissar, Erich Koch, era famoso por su brutalidad. Los consejeros de Hitler le llamaban el «el segundo Stalin», y lo decían como un cumplido. Koch ya había ordenado, en otoño de 1941, que asesinaran a la mayoría de los judíos de Rivna. El 6 de noviembre de 1941, la policía ordenó a todos los judíos sin permiso de trabajo que se presentaran con el fin de reubicarlos. Unas diecisiete mil personas fueron trasladadas a los bosques cercanos, conocidos como Sosenky. Allí les dispararon delante de fosas previamente cavadas por prisioneros de guerra soviéticos. A los aproximadamente diez mil judíos que sobrevivieron, los obligaron a vivir en un gueto en la peor zona de la ciudad.[70]
A principios de 1942, aun después de que la mayoría de los judíos hubiera muerto, el Judenrat de Rivna intentaba conservar algunos medios de subsistencia para los supervivientes. Las autoridades alemanas, sin embargo, habían decidido que los judíos dejarían de existir. En verano de 1942, Koch, con la escasez de comida en mente, dio un paso más cuando pidió a sus subordinados una «solución definitiva» del problema judío. En la noche del 13 de julio de 1942 los judíos de Rivna fueron agrupados en el gueto por la policía alemana y sus auxiliares ucranianos. Les obligaron a caminar hasta la estación de tren, donde los encerraron en vagones. Después de dos días sin comida ni agua, los trasladaron a una cantera cerca de los bosques, a las afueras de la ciudad de Kostopil. Allí, la Policía de Seguridad alemana y la policía auxiliar los ejecutaron.[71]
En Lustk, los judíos constituían aproximadamente la mitad de la población, quizá diez mil personas. En diciembre de 1941, fueron obligados a vivir en un gueto, donde los alemanes designaron un Judenrat. Generalmente, el Judenrat servía para extraer las riquezas de la comunidad a cambio de la suspensión de las ejecuciones, lo que a veces ocurría y a veces no. Los alemanes solían establecer además una fuerza policial judía, que utilizaban para crear los guetos y, más tarde, para eliminarlos. El 20 de agosto de 1942, en Lutsk, la policía local judía salió a buscar a los que se escondían. El mismo día mandaron a los hombres judíos a cavar fosas en los bosques cerca de Hirka Polonka, a siete kilómetros de Lutsk. Los alemanes que les vigilaban no hicieron ningún esfuerzo por disimular lo que iba a ocurrir. Les pidieron a los hombres que cavaran bien, como si sus mujeres y sus madres fueran a descansar en las fosas al día siguiente. El 21 de agosto llevaron a las mujeres y a los niños de Lutsk a Hirka Polonka. Los alemanes comieron, bebieron y rieron, y obligaron a las mujeres a recitar: «No tengo derecho a vivir porque soy una judía». Seguidamente, obligaron a las mujeres a desvestirse y a arrodillarse desnudas sobre las fosas de cinco en cinco. El siguiente grupo tenía que tumbarse desnudo sobre la primera capa de cadáveres y, después, les disparaban. El mismo día condujeron a los hombres judíos al patio del castillo de Lutsk y los asesinaron allí.[72]
También en Kovel los judíos constituían la mitad de la población local, unas catorce mil personas. En mayo de 1942, dividieron a los judíos de la ciudad en dos grupos, trabajadores y no trabajadores, y los ubicaron en dos guetos separados, el primero en la ciudad nueva y el segundo en la ciudad vieja. Un judío del lugar, que conocía la terminología nazi, sabía que los alemanes consideraban al segundo gueto el de las «bocas inútiles». El 2 de junio la policía alemana y la policía auxiliar local cercaron el gueto de la ciudad vieja. Los seis mil judíos que vivían allí fueron conducidos a un claro cerca de Kamin-Kashyrskyi y ejecutados de un disparo. El 19 de agosto, la policía repitió esta acción en el otro gueto y pasó por las armas a ocho mil judíos más. Entonces empezó la caza de los judíos ocultos, quienes fueron acorralados y encerrados en la mayor sinagoga de la ciudad sin comida ni agua. Seguidamente, les dispararon, pero no antes de que unos cuantos dejaran sus mensajes finales, en yiddish o en polaco, grabados con piedras, cuchillos, plumas o con las uñas en las paredes del templo donde algunos de ellos habían celebrado el Sabbath.[73]
Una esposa dejó una nota de amor y devoción a su «querido esposo» para que tuviera conocimiento de su destino y del de su «precioso» hijo. Dos chicas escribieron juntas sobre su amor por la vida: «Uno ansía vivir y no le dejan. Venganza. Venganza». Una mujer joven se mostró más resignada: «Estoy extrañamente tranquila, aunque es duro morir a los veinte años». Una madre y un padre pidieron a sus hijos que rezaran el kadish por ellos y que observaran los días festivos. Una hija dejó una nota de despedida a su madre: «¡Querida mamá! No pudimos escapar. Nos sacaron del gueto para traernos aquí, y ahora tenemos que morir de una muerte horrible. Sentimos mucho que no estés con nosotros, yo no puedo perdonármelo. Te damos las gracias, mamá, por toda tu devoción. Te enviamos muchos, muchos besos».