Capítulo 5

LA ECONOMÍA DEL APOCALIPSIS

El 22 de junio de 1941 fue uno de los días más importantes de la historia de Europa. La invasión alemana de la Unión Soviética, que empezó ese día bajo el nombre en clave de Operación Barbarroja, significó mucho más que un ataque sorpresa, un cambio de alianzas o una nueva etapa de la guerra: fue el principio de una catástrofe indescriptible. El enfrentamiento de la Wehrmacht y sus aliados con el Ejército Rojo provocó la muerte de más de diez millones de soldados y de un número comparable de civiles, que murieron, bajo los bombardeos, huyendo de ellos, o de hambre y enfermedades provocadas por la guerra en el frente oriental. Durante la contienda, los alemanes mataron además a unos diez millones de personas, entre ellas más de cinco millones de judíos y más de tres millones de prisioneros de guerra.

En la historia de las Tierras de sangre, la Operación Barbarroja marca el principio de una tercera etapa. En la primera (1933-1938), la Unión Soviética llevó a cabo casi todas las masacres; en la segunda, durante la alianza germano-soviética (1939-1941), las matanzas estuvieron equilibradas. Entre 1941 y 1945, los alemanes fueron responsables de casi todos los asesinatos políticos.

Cada cambio de etapa plantea una pregunta. En la transición de la primera a la segunda, la pregunta es: ¿Cómo pudieron los soviéticos aliarse con los nazis? En el paso de la segunda a la tercera, ¿por qué rompieron los alemanes dicha alianza? La Europa de Mólotov-Ribbentrop configurada por Moscú y Berlín entre 1939 y 1941 implicó la ocupación o la pérdida de territorios para Bélgica, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Francia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, los Países Bajos, Noruega, Polonia y Rumanía. También significó deportaciones y fusilamientos en masa de ciudadanos de Polonia, Rumanía y los países bálticos. Pero para la Unión Soviética y la Alemania nazi supuso una fructífera cooperación económica, victorias militares y expansión a expensas de estos países. ¿Cómo fue posible que los sistemas nazi y soviético cooperaran en provecho mutuo entre 1939 y 1941 y después, entre 1941 y 1945, se enzarzaran en la guerra más destructiva en la historia de la humanidad?

A menudo, la pregunta de 1941 se plantea de una forma abstracta, como si se tratara de un asunto de la civilización europea. En algunas argumentaciones, las políticas asesinas de los alemanes (y de los soviéticos) son la culminación de una modernidad que se supone que empezó durante la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas, cuando se pusieron en práctica las ideas ilustradas acerca de la razón de Estado. Pero la evolución del concepto de modernidad no explica la catástrofe de 1941, o al menos no la explica directamente. Ambos regímenes rechazaban el optimismo de la Ilustración y su idea de que el progreso social significaría el triunfo de la ciencia sobre la naturaleza. Tanto Hitler como Stalin, en cambio, aceptaban la modificación darwinista de finales del siglo XIX: el progreso era posible, pero sólo como resultado de una violenta lucha entre las razas o las clases hasta la supervivencia del más fuerte. Por ello, era legítimo destruir a las clases altas polacas (estalinismo) o a las capas sociales artificialmente instruidas de la raza inferior polaca (nacionalsocialismo). En este punto, las ideologías de la Alemania nazi y de la Unión Soviética pudieron llegar a un compromiso que se materializó en la conquista de Polonia. La alianza les permitía destruir los frutos de la Ilustración europea en Polonia, al acabar con buena parte de las clases instruidas polacas. Hizo posible que la Unión Soviética propagara su versión de la igual dad y que la Alemania nazi impusiera a diez millones de personas su esquema racial y, de forma más drástica, confinara a los judíos en guetos en espera de una «Solución Final». Sería posible, por tanto, considerar a la Alemania nazi y a la Unión Soviética como dos instancias de la modernidad que emanaban hostilidad hacia una tercera, Polonia; pero, desde luego, ambos regímenes distaban mucho de representar a la modernidad como tal.[1]

La respuesta a la pregunta de 1941 tiene que ver menos con la herencia cultural de la Ilustración que con las posibilidades del imperialismo, menos con París y más con Londres. Hitler y Stalin debían enfrentarse a las dos principales herencias del siglo XIX británico: el imperialismo como principio vertebrador de la política mundial, y la supremacía indiscutible del Imperio Británico en el mar. Hitler, incapaz de rivalizar con los británicos en los océanos, vio en la Europa del este un campo abonado para un imperio de nuevo cuño. El Este no era precisamente una tabula rasa: el Estado soviético y todas sus obras tenían que desaparecer y entonces el Este sería, como dijo Hitler en julio de 1941, un «jardín del Edén». El Imperio Británico había sido una de las principales preocupaciones del predecesor de Stalin, Lenin, quien creía que el imperialismo sostenía artificialmente al capitalismo. El reto de Stalin como sucesor de Lenin era defender la cuna del socialismo, la Unión Soviética, frente a un mundo donde persistían tanto el imperialismo como el capitalismo. Stalin había hecho concesiones al mundo imperialista mucho antes de que Hitler llegara al poder: puesto que el imperialismo continuaba, el socialismo tendría que ser representado no por una revolución mundial sino por el Estado Soviético. Una vez alcanzado este compromiso ideológico («socialismo en un solo país»), la alianza de Stalin con Hitler era una cuestión menor. Al fin y al cabo, cuando un país se considera un baluarte del bien rodeado por un mundo de maldad, cualquier pacto es justificable y ninguno es peor que otro. Stalin afirmó que el acuerdo con Alemania había servido adecuadamente a los intereses soviéticos. Suponía que terminaría en algún momento, aunque no en 1941.[2]

Hitler quería una Alemania imperialista; Stalin quería que los soviéticos resistieran la etapa imperialista de la historia, por mucho que durara. El enfrentamiento no era tanto de principios como de territorio. El Jardín del Edén de Hitler, el pasado ideal encarnado en el futuro próximo, era precisamente la Tierra Prometida de Stalin, un territorio obtenido a un alto precio y sobre el cual ya se había escrito una historia oficial (la Breve historia del socialismo europeo de Stalin, 1938). Hitler siempre había querido conquistar la parte occidental de la Unión Soviética. Stalin quería desarrollar y reforzar la Unión Soviética, para defenderla contra semejantes ambiciones imperialistas, aunque sus temores se orientaban más a Japón y Polonia, o a un cerco japonés-polaco-alemán, que a una invasión por parte de Alemania. Los japoneses y los polacos invirtieron más esfuerzos que los alemanes en cultivar los movimientos nacionales dentro de los límites de la Unión Soviética. Stalin suponía que todo aquel que quisiera intentar la invasión de su vasto país debería primero hacerse con un aliado dentro de sus fronteras.[3]

La contradicción no era solo una cuestión de ideas: Hitler quería una guerra y Stalin no, al menos no una guerra como la de 1941. Hitler ambicionaba un imperio y ésta era una cuestión de vital importancia para él; pero también calculaba sus posibilidades, y le contrariaban las limitaciones de un momento muy inusual. El periodo crucial fue de un año, entre el 25 de junio de 1940 y el 22 de junio de 1941, entre la victoria inesperadamente veloz en Francia y la invasión de la Unión Soviética, que se suponía que iba a brindar un triunfo igual de rápido. A mediados de 1940, Hitler había conquistado gran parte del centro, del este y del norte de Europa y sólo tenía un enemigo: Gran Bretaña. Su gobierno estaba respaldado por el trigo y el petróleo soviéticos y su ejército era aparentemente invencible. Considerando las evidentes ventajas para Alemania de la alianza con los soviéticos, ¿por qué decidió Hitler atacar a su aliado?

A finales de 1940 y principios de 1941, la Unión Soviética y la Alemania nazi eran las únicas grandes potencias del continente europeo, pero no eran las únicas potencias de Europa. Alemania y la Unión Soviética habían cambiado Europa, pero Gran Bretaña había construido un mundo. La Unión Soviética y la Alemania nazi se influenciaron mutua mente en algunos aspectos, pero ambas recibieron a su vez la influencia de Gran Bretaña, el enemigo que desafiaba su alianza. El Imperio Británico y su armada estructuraban un sistema mundial que ni los nazis ni los soviéticos aspiraban a derrocar a corto plazo. En lugar de eso, cada uno aceptaba que tenía que ganar sus guerras, completar sus revoluciones y construir sus imperios, a pesar de la existencia del Imperio Británico y del dominio de la Royal Navy. Como enemigos o como aliados, y pese a sus diferencias ideológicas, los líderes soviéticos y nazis se enfrentaban a la misma pregunta básica, planteada por la realidad del poder británico: ¿Cómo podía un vasto imperio terrestre prosperar y dominar el mundo moderno sin un acceso fiable a los mercados mundiales y sin demasiada fuerza bélica naval?[4]

Stalin y Hitler dieron la misma sencilla respuesta a esta pregunta fundamental. El Estado tenía que poseer un territorio extenso y ser autosuficiente en lo económico, con un equilibrio entre industria y agricultura que sostuviera a unos ciudadanos altamente conformistas e ideológicamente motivados, capaces de hacer realidad las profecías históricas: la industrialización interna estalinista o el agrarismo colonial nazi. Tanto Hitler como Stalin aspiraban a una autarquía imperial, dentro de un vasto imperio terrestre bien abastecido de alimentos, materias primas y recursos minerales. Ambos conocían el poderoso atractivo de los materiales modernos: el líder soviético se había bautizado a sí mismo Stalin, «acero», y Hitler prestaba especial atención a la producción de este metal. No obstante, ambos entendían la agricultura como un elemento clave para completar sus revoluciones. Los dos creían que sus sistemas probarían su superioridad sobre el capitalismo en decadencia y que garantizarían su independencia del resto del mundo gracias a la producción propia de alimentos.[5]

A finales de 1940 y principios de 1941, la guerra influyó en estos grandiosos planes económicos de forma muy diferente para los soviéticos y para los nazis. En aquel momento, Stalin tenía que defender su revolución económica, mientras que Hitler necesitaba una guerra para transformar la economía. Mientras que Stalin tenía su «socialismo en un solo país», Hitler vislumbraba algo así como el nacionalsocialismo en varios países: un vasto imperio alemán organizado para asegurar la prosperidad de los alemanes a expensas de otros pueblos. Stalin presentó las colectivizaciones como una guerra de clases interna y, al mismo tiempo, como una preparación para las guerras exteriores por venir. Las aspiraciones económicas de Hitler únicamente se podrían realizar tras un conflicto militar real: de hecho, después de una victoria total sobre la Unión Soviética. El secreto de la colectivización (como Stalin había demostrado años antes) era que se trataba de una alternativa a la colonización expansiva, es decir, una forma de colonización interna. A diferencia de Stalin, Hitler creía que las colonias podían tomarse en el exterior, y las colonias que tenía en mente eran las tierras agrícolas de la Unión Soviética occidental, así como las reservas de petróleo del Cáucaso soviético. Hitler quería que Alemania, según sus propias palabras, fuera «el estado más autárquico del mundo». Derrotar a Gran Bretaña no era necesario para este objetivo; derrotar a la Unión Soviética, sí. En enero de 1941, Hitler dijo al mando militar que las «inmensas riquezas» de la Unión Soviética harían a Alemania «inexpugnable».[6]

La voluntad de los británicos de continuar solos la contienda tras la caída de Francia en junio de 1940 llevó estas contradicciones a un primer plano. Entre junio de 1940 y junio de 1941, Gran Bretaña fue el único enemigo de Alemania, pero más fuerte de lo que parecía. Estados Unidos no había entrado en guerra, pero el presidente Franklin D. Roosevelt había dejado claro su compromiso. En septiembre de 1940, los estadounidenses cedieron cincuenta destructores a los británicos a cambio del derecho a construir bases militares en el Caribe; y en marzo de 1941 el presidente obtuvo autoridad, gracias a la «ley de préstamo y arriendo», para enviar material bélico. Las tropas británicas habían sido expulsadas del continente europeo cuando Francia cayó, pero Gran Bretaña evacuó a una gran parte de ellas de Dunquerque. En el verano de 1940, la Luftwaffe se enfrentó a la Royal Air Forcé, pero no pudo vencerla; bombardeó las ciudades británicas, pero no intimidó a los ingleses. Alemania no pudo dejar patente su superioridad aérea, un grave problema para una potencia que planeaba una invasión. Aunque un asalto anfibio a las Islas Británicas podría haber llevado un contingente masivo de hombres y material a través del Canal de la Mancha, Alemania carecía de los barcos necesarios para controlar las aguas y efectuar el transporte. En el verano de 1940, la marina alemana tenía tres cruceros y cuatro destructores: nada más. El 31 de julio de 1940, aunque la Batalla de Inglaterra estaba sólo en su inicio, Hitler ya había decidido invadir a su aliado, la Unión Soviética. El 18 de diciembre ordenó la redacción de los planes operativos para la invasión destinada a «aplastar la Rusia Soviética en una campaña rápida».[7]

Hitler pretendía usar a la Unión Soviética para solventar su problema con Inglaterra no tanto por su valor como aliado en aquel momento, sino por su futuro valor como colonia. Durante este año crucial, entre junio de 1940 y junio de 1941, los planificadores económicos alemanes trabajaron duro para concebir cómo la conquista de la Unión Soviética podría convertir Alemania en la superpotencia que Hitler deseaba. Los principales responsables de la planificación trabajaban bajo la mirada atenta de Heinrich Himmler y a las órdenes directas de Reinhard Heydrich. Siguiendo las líneas maestras del Generalplan Ost, el profesor Konrad Meyer, Standartenführer de las SS, diseñó una serie de planes para establecer una vasta colonia en el este. Una primera versión estuvo lista en enero de 1940; la segunda, en julio de 1941; la tercera a finales de 1941, y la cuarta en mayo de 1942. El diseño general era consistente de principio a fin: los alemanes deportarían, matarían, asimilarían o esclavizarían a las poblaciones nativas y traerían orden y prosperidad a la frontera sometida. Dependiendo de las estimaciones demográficas, entre treinta y uno y cuarenta cinco millones de personas, la mayoría eslavos, iban a desaparecer. En una de las versiones, entre un 80% y un 85% de los polacos, el 65% de los ucrania nos del oeste, el 75% de los bielorrusos y el 50% de los checos iban a ser eliminados.[8]

Una vez que las corruptas ciudades soviéticas hubieran sido arrasadas, los granjeros alemanes establecerían, en palabras de Himmler, «perlas de asentamiento», utópicas comunidades granjeras que producirían una gran abundancia de alimentos para Europa. Serían colonias agrícolas alemanas de entre quince y veinte mil personas cada una, rodeadas de pueblos alemanes dentro de un radio de diez kilómetros. Los colonos alemanes supondrían para Europa una decisiva defensa en los montes Urales contra la barbarie asiática, que sería forzada a retroceder hacia el este. La contienda en los límites de la civilización pondría a prueba la hombría de una generación venidera de colonos alemanes. La colonización haría de Alemania un imperio continental capaz de rivalizar con Estados Unidos, otro duro estado fronterizo basado en el colonialismo exterminador y el trabajo de los esclavos. El Este era el destino manifiesto de los nazis. Desde el punto de vista de Hitler, en el Este «se producirá por segunda vez un proceso similar al de la conquista de América». Tal como Hitler imaginaba el futuro, Alemania trataría a los eslavos de la misma forma que los norteamericanos habían tratado a los indios. El Volga, proclamó una vez, sería el Misisipi alemán.[9]

La ideología se alió pues con la necesidad. Como Gran Bretaña no sucumbió, la única ambición imperial válida de Hitler era la conquista de más territorio en Europa del Este. Lo mismo ocurría con su intención de librar a Europa de judíos: mientras Gran Bretaña permaneciera en la guerra, los judíos debían ser eliminados en el continente europeo y no en islas lejanas como Madagascar. A finales de 1940 y a principios de 1941, la armada británica impedía la versión transoceánica que Hitler ambicionaba para la Solución Final. Madagascar era una posesión francesa y Francia había sucumbido, pero los británicos todavía controlaban las rutas marítimas. La Unión Soviética había rechazado la propuesta alemana de importar dos millones de judíos europeos. Mientras la Unión Soviética y la Alemania nazi fueran aliadas, los alemanes no podían hacer otra cosa que aceptar la negativa soviética y esperar su oportunidad. Pero si Alemania conquistaba la Unión Soviética podría usar sus territorios como le viniera en gana. Hitler acababa de ordenar los preparativos para la invasión de la URSS cuando proclamó ante una multitud reunida en el Palacio de Deportes de Berlín, en enero de 1941, que una guerra mundial significaría «el final del papel de los judíos en Europa». La Solución Final no vendría después de la invasión de Gran Bretaña, que quedaba aplazada indefinidamente, sino que seguiría a la invasión de la Unión Soviética del 22 de junio de 1941. Las principales masacres tendrían lugar en la Ucrania ocupada.[10]

La Unión Soviética era la única fuente real de calorías para Alemania y su imperio de Europa Occidental que, juntos y por separado, eran importadores natos de alimentos. Como Hitler sabía muy bien, a finales de 1940 y principios de 1941 el 90% de los cargamentos de alimentos de la Unión Soviética provenían de Ucrania. Como Stalin, Hitler veía Ucrania como un valioso activo geopolítico, y a sus habitantes como meros instrumentos para cultivar el suelo: herramientas que podían cambiarse por otras o desecharse. Para Stalin, el dominio de Ucrania era la condición previa y la prueba del triunfo de su versión del socialismo. Purgada, hambrienta, colectivizada y aterrorizada, Ucrania alimentaba y defendía a Rusia y al resto de la Unión Soviética. Hitler soñaba con el suelo infinitamente fértil de Ucrania, y daba por sentado que los alemanes extraerían de la tierra más que los soviéticos.[11]

Los alimentos de Ucrania eran tan importantes para la ambición nazi de un imperio en el Este como para defender la integridad de la Unión Soviética de Stalin. La «fortaleza» ucraniana de Stalin era el «granero» de Hitler. El mando general del ejército alemán llegó a la conclusión, en un estudio de agosto de 1940, de que Ucrania era «agrícola e industrialmente la parte más valiosa de la Unión Soviética». Herbert Backe, el responsable de la planificación civil, le dijo a Hitler en enero de 1941 que «la ocupación de Ucrania nos liberará de cualquier preocupación económica». Hitler quería Ucrania «para que nadie nos pueda hacer pasar hambre de nuevo como en la última guerra». La conquista de Ucrania desligaría a los alemanes del bloqueo británico, y su posterior colonización permitiría a Alemania convertirse en una potencia global al estilo de Estados Unidos.[12]

A largo plazo, el Generalplan OST de los nazis implicaba apropiarse de la tierra de cultivo, destruir a los que trabajaban en ella y poblarla con alemanes. Pero entre tanto, durante la guerra e inmediatamente después de su conclusión, que Hitler preveía que sería rápida, necesitaba a los campesinos locales para que cosecharan alimentos para los soldados y civiles alemanes. A finales de 1940 y principios de 1941, los planificadores decidieron que las fuerzas victoriosas alemanas deberían usar en la Unión Soviética conquistada la herramienta que Stalin había inventado para controlar el suministro de alimentos: las granjas colectivas. Algunos planificadores políticos alemanes deseaban abolirías durante la invasión, porque creían que así se aseguraría el apoyo de la población ucraniana. Los planificadores económicos, sin embargo, pensaban que Alemania tenía que conservarlas para alimentar al ejército y a los civiles alemanes, y ganaron la discusión. Se dice que Backe, el experto en alimentos de Göring dentro del plenipotenciario del Plan Cuatrienal, afirmó que los «alemanes hubieran tenido que introducir la granja colectiva si los soviéticos no la hubieran puesto ya en marcha».[13]

De acuerdo con la visión que los planificadores alemanes tenían de las cosas, la granja colectiva podría usarse otra vez para matar de hambre a millones de personas: de hecho, en esta ocasión la intención era matar a decenas de millones. La colectivización había traído el hambre a la Ucrania soviética, primero como resultado no deseado de la in competencia y de los objetivos irreales de producción de grano y segundo como una consecuencia deliberada de las vengativas requisas de finales de 1932 y principios de 1933. Hitler, por su parte, ya tenía previsto matar de hambre a la población soviética no deseada. Los planificadores alemanes calculaban que las partes de Europa que ya estaban bajo dominación alemana necesitaban importaciones para alimentar a unos veinticinco millones de personas. También incluían en sus planes a la Unión Soviética, cuya población urbana había crecido en unos veinticinco millones desde la Primera Guerra Mundial. Vieron una solución aparentemente simple: estos últimos tenían que morir para que los primeros pudieran vivir. Según sus cálculos, las granjas colectivas producían justo la cantidad de alimentos que los alemanes necesitaban, pero no la suficiente para sustentar a los pueblos del Este. Por eso, en este sentido, las granjas eran la herramienta ideal para el control político y el equilibrio económico.[14]

Este era el Plan de Hambre tal como se formuló el 23 de mayo de 1941: durante la guerra contra la URSS y después de ella, los alemanes pensaban alimentar a los soldados y a los civiles alemanes (y del oeste de Europa) matando de hambre a los ciudadanos soviéticos de las tierras conquistadas, especialmente a los de las grandes ciudades. La producción alimentaria de Ucrania no se enviaría ahora al norte para alimentar a Rusia y al resto de la Unión Soviética, sino al oeste para nutrir a Alemania y al resto de Europa. Según la interpretación alemana, Ucrania (junto con partes del sur de Rusia) era una «región excedente» que producía más alimentos de los que necesitaba, mientras que Rusia y Bielorrusia eran «regiones deficitarias». Los habitantes de las ciudades ucranianas, y casi todo el mundo en Bielorrusia y en el noroeste de Rusia, tendrían que pasar hambre o huir. Unos treinta millones de personas morirían de hambre en el invierno de 1941-1942, las ciudades serían destruidas, y el terreno se devolvería al bosque natural. El Plan de Hambre implicaba la «extinción de la industria así como de una gran parte de la población en las regiones deficitarias». Estas directrices del 23 de mayo de 1941 incluían algunas de las expresiones más explícitas del lenguaje nazi sobre sus intenciones de matar a una gran cantidad de personas: «Muchas decenas de millones de personas en este territorio se convertirán en superfluas y morirán o deberán emigrar a Siberia. Si alguien intenta rescatar de la muerte por inanición a esa población deberá emplear los excedentes de las zonas de tierra fértil, y eso sólo puede realizarse a expensas del aprovisionamiento de Europa. Por lo que esta gente imposibilitaría que Alemania resistiera hasta el final de la guerra e impediría que Alemania y Europa superasen el bloqueo. Esto tiene que quedar absolutamente claro».[15]

Hermann Göring, por aquel entonces el colaborador más importante de Hitler, era el responsable global de la planificación económica. Su Plan Cuatrienal se había encargado de preparar la economía alemana para la guerra entre 1936 y 1940. Ahora, el Plan Cuatrienal, responsable del Plan de Hambre, iba a chocar con el Plan Quinquenal de Stalin y a revocarlo. Imitaría el plan estalinista en su ambición (completar una revolución) y explotaría sus logros (la granja colectiva), pero invertiría sus objetivos (la defensa e industrialización de la Unión Soviética). El Plan de Hambre preveía la restauración de una Unión Soviética preindustrial, con mucha menos población, poca industria y sin grandes ciudades. El avance de la Wehrmacht sería un viaje hacia atrás en el tiempo. El nacionalsocialismo iba a contener el avance del estalinismo y a revertir el curso de su gran río de la historia.

El hambre y la colonización eran políticas alemanas: discutidas, aceptadas, formuladas, difundidas y sabidas. El armazón del Plan de Hambre se estableció en marzo de 1941. En mayo se expidió un conjunto de «Directrices de política económica» acordes a él. Una versión algo más aséptica, conocida como el «Archivo verde», circuló ese junio en miles de copias entre los dirigentes alemanes. Justo antes de la invasión, Himmler y Göring estuvieron supervisando aspectos importantes de la planificación de la posguerra: Himmler, la colonia racial a largo plazo del Generalplan Ost, Göring, la hambruna y destrucción generados a corto plazo por el Plan de Hambre. El propósito de los alemanes era hacer una guerra de destrucción que transformaría el este de Europa en una colonia agraria de exterminio. Hitler tenía la intención de deshacer todo el trabajo de Stalin. El socialismo en un solo país sería reemplazado por el socialismo para la raza alemana. Tales eran los planes. [16]


Sin embargo, Alemania tenía una alternativa, al menos en opinión de su aliado japonés. Trece meses después de que el Pacto Mólotov-Ribbentrop hubiera distanciado a Toldo de Berlín, las relaciones germano-japonesas se restablecieron sobre la base de una alianza militar. El 27 de septiembre de 1940, Toldo, Berlín y Roma firmaron un Pacto Tripartito, En ese momento, cuando el conflicto central en la guerra europea era la batalla aérea entre la Royal Air Forcé y la Luftwaffe, Japón esperaba que la alianza germano-nipona se volviera contra Gran Bretaña. Tokio exhortaba a los alemanes a una revolución de la economía política mundial completamente diferente a la que concebían los planificadores germanos. En lugar de colonizar la Unión Soviética, pensaban los japoneses, la Alemania nazi debería unirse a Japón y vencer al Imperio Británico.

Los japoneses, que construían su imperio desde las islas hacia el exterior, entendían el mar como su vía natural de expansión. Japón estaba interesado en persuadir a los alemanes de que los británicos eran el principal enemigo común, puesto que el acuerdo en ese sentido ayudaría a los japoneses a conquistar las colonias británicas (y holandesas) en el Pacífico. Los japoneses tenían una propuesta para los alemanes, un plan que iba más allá de la necesidad inmediata que tenía Japón de los recursos minerales de las colonias británicas y holandesas. Se trataba de una estrategia ambiciosa: en lugar de combatir a la Unión Soviética, los alemanes deberían moverse hacia el sur, empujar a los británicos en Oriente Medio y encontrarse con los japoneses en algún lugar del sur de Asia, quizás en la India. Si los alemanes y los japoneses controlaban el canal de Suez y el océano Indico, razonaba Tokio, el poder naval británico dejaría de ser un factor decisivo. Alemania y Japón se convertirían así en las dos potencias mundiales.[17]

Hitler no mostró ningún interés en esta alternativa. Los alemanes informaron a los soviéticos sobre el Pacto Tripartito, pero Hitler nunca tuvo intención de permitir que los soviéticos se unieran a la alianza. A Japón le hubiera gustado ver una coalición germano-japonesa-soviética contra Gran Bretaña, pero nunca existió esa posibilidad: Hitler ya había decidido invadir la Unión Soviética. A pesar de que Japón e Italia eran ahora aliados de Alemania, Hitler no les incluyó en su máxima ambición bélica. Creía que los alemanes podían y debían vencer a la Unión Soviética por sí solos. La alianza alemana con Japón se vería limitada por los desacuerdos subyacentes en cuanto a objetivos y enemigos. Los japoneses necesitaban vencer a los británicos y, finalmente, a los estadounidenses, para convertirse en el imperio naval dominante en el Pacífico. Los alemanes necesitaban destruir a la Unión Soviética para convertirse en un enorme imperio terrestre en Europa y, de este modo, rivalizar con los británicos y los estadounidenses a largo plazo.[18]

Japón había aspirado a un pacto de neutralidad con la Unión Soviética desde el verano de 1940; en abril de 1941 se firmó un acuerdo. Chiune Suhigara, el espía japonés especialista en la Unión Soviética, pasó esa primavera en Kónigsberg, ciudad alemana del este de Prusia en el Mar Báltico, intentando averiguar la fecha en que Alemania invadiría la Unión Soviética. Acompañado de colaboradores polacos, viajó por el este de Alemania, incluidas las tierras polacas que Alemania se había anexionado. Basándose en la observación de los movimientos de las tropas alemanas, estimó que la invasión se produciría a mediados de junio de 1941. Sus informes a Tokio fueron sólo una de las muchas indicaciones dadas por los equipos de inteligencia en Europa y en todo el mundo de que los alemanes romperían el Pacto Mólotov-Ribbentrop e invadirían a su aliado a finales de la primavera, o a principios del verano.[19]

El mismo Stalin recibió más de un centenar de tales indicaciones, pero prefirió ignorarlas. Su estrategia siempre había sido alentar a los alemanes a que libraran guerras en el oeste, con la esperanza de que las potencias capitalistas se destruirían entre sí, dejando que una Europa postrada cayera en manos soviéticas como un fruto maduro. Hitler había ganado sus batallas en el oeste de Europa (contra Noruega, Dinamarca, Bélgica, Luxemburgo, los Países Bajos y Francia) demasiado rápida y fácilmente para el gusto de Stalin. Pero, al parecer, éste no podía creer que Hitler fuera a abandonar la ofensiva contra Gran Bretaña, el enemigo común de las ambiciones nazis y soviéticas, el primer imperio mundial del planeta. Preveía una guerra con Alemania, pero no en 1941. Se dijo a sí mismo y a los demás que las advertencias de un inminente ataque alemán eran propaganda británica, diseñada para separar a Berlín y Moscú a pesar de sus evidentes intereses comunes.

Dejando de lado cualquier otra consideración, Stalin no podía creer que los alemanes fueran a atacar sin equipamiento de invierno, una previsión que no constaba en ninguno de los informes de espionaje.[20]


Fue el mayor error de cálculo de la carrera de Stalin. El ataque sorpresa alemán a la Unión Soviética del 22 de junio de 1941 pareció al principio un éxito espectacular. Tres millones de soldados alemanes, en tres Grupos de Ejércitos, cruzaron la línea Mólotov-Ribbentrop y avanzaron hacia los estados bálticos, Bielorrusia y Ucrania con la intención de tomar Leningrado, Moscú y el Cáucaso. A los alemanes se les unieron en la invasión sus aliados Finlandia, Rumanía, Hungría, Italia y Eslovaquia, así como una división de españoles y un regimiento de croatas, ambos compuestos de voluntarios. Fue la mayor ofensiva en la historia de la guerra. No obstante, a diferencia de la invasión de Polonia, el ataque venía sólo de un lado y el combate tendría lugar en un solo (y muy extenso) frente. Hitler no había acordado con su aliado japonés un ataque conjunto a la Unión Soviética. Los líderes japoneses podrían haber decidido atacar la URSS por iniciativa propia, pero prefirieron no romper el pacto de neutralidad. Algunos líderes japoneses, entre ellos el ministro de Asuntos Exteriores, Yosuke Matsuoka, exhortaron a una invasión de la Siberia soviética, pero fueron desoídos. El 24 de junio de 1941, dos días después de que las tropas alemanas entraran en la Unión Soviética, los mandos del ejército y de la armada japoneses habían adoptado una resolución: «No intervenir por el momento en la guerra germano-soviética». En agosto, Japón y la Unión Soviética reafirmaron su pacto de neutralidad.[21]

Los oficiales alemanes confiaban plenamente en alcanzar una victoria rápida sobre el Ejército Rojo. Los éxitos de Polonia y, sobre todo, de Francia, habían convencido a muchos de ellos del genio militar de Hitler. La invasión de la Unión Soviética, encabezada por las divisiones blindadas, iba a proporcionar una «victoria relámpago» en un plazo de entre nueve y doce semanas. Con el triunfo militar, vendría el colapso del orden político soviético y el acceso a los alimentos y al petróleo. Los altos mandos alemanes decían que la Unión Soviética era «un castillo de naipes» o «un gigante con los pies de barro». Hitler esperaba que la campaña no durara más de tres meses, probablemente menos. Sería «un juego de niños». Fue el mayor error de cálculo de su carrera.[22]


Crueldad no es lo mismo que eficiencia, y en el plan alemán había demasiada sed de sangre para que fuera realmente factible. La Wehrmacht no iba a ser capaz de poner en práctica el Plan de Hambre. El problema no era de ética ni de legalidad: Hitler había relevado a los soldados de cualquier deber de obedecer las leyes de guerra con respecto a civiles, y los soldados alemanes no dudaron en matar a civiles desarmados. En los primeros días del ataque se portaron de la misma forma en que lo habían hecho en Polonia. Al segundo día de la invasión, las tropas alemanas usaban a civiles como escudos humanos. Como en Polonia, los soldados alemanes trataron a menudo a los soldados soviéticos como a insurgentes a los que podían ejecutar después de capturarlos, y mataron a los soldados que trataban de rendirse. Las mujeres de uniforme, algo nada raro en el Ejército Rojo, eran asesinadas primero precisamente por ser mujeres. El problema para los alemanes fue, en cambio, que matar de hambre sistemáticamente a una extensa población de civiles es una empresa intrínsecamente difícil. Es más fácil conquistar un territorio que redistribuir calorías.[23]

Ocho años antes, había sido necesaria toda la fuerza del estado soviético para llevar el hambre a Ucrania. Stalin tuvo que usar recursos logísticos y sociales que ningún ejército invasor podía soñar con re unir: una policía de Estado experta y muy bien informada, un partido con raíces en el campo, y multitudes de voluntarios motivados ideológicamente. Bajo su dominio, las gentes de la Ucrania soviética (y las de todas partes) se encorvaban sobre sus vientres hinchados para cosechar unas pocas gavillas de trigo que no les estaba permitido comer. Quizá resulte más espeluznante todavía el hecho de que lo hicieran bajo la vigilancia de numerosos funcionarios del Estado y del partido, a menudo gente de las mismas regiones. Los autores del Plan de Hambre dieron por supuesto que las granjas colectivas podrían aprovechar se para controlar los suministros de grano y matar de hambre a un gran número de personas, aunque el poder del estado soviético ya estuviera destruido. A los nazis se les hacía impensable que una forma de administración económica pudiera funcionar mejor bajo control soviético que bajo su control. Pero la eficiencia alemana era más una presunción ideológica que una realidad. [24]

Los ocupantes alemanes nunca tuvieron la capacidad de instaurar el hambre cuando y donde quisieron. Para que se hubiera podido implementar el Plan de Hambre, las fuerzas alemanas tendrían que haber supervisado cada granja colectiva, observar las cosechas en todas partes y asegurarse de que no había comida escondida o sin anotar. La Wehrmacht podía mantener y controlar las granjas colectivas, como lo podían hacer los colaboradores locales y las SS, pero nunca con tanta eficacia como lo habían hecho los soviéticos. Los alemanes no cono cían a las poblaciones locales, las cosechas locales ni los escondites. Podían aplicar el terror, pero menos sistemáticamente de lo que lo habían hecho los soviéticos; carecían del Partido, y del miedo y de la fe que éste podía despertar. Carecían de personal que aislara las ciudades del campo. Y como la guerra continuó durante más tiempo de lo planeado, los oficiales alemanes temían que el hambre organizada pudiera crear un movimiento de resistencia en la retaguardia.[25]

Se suponía que la Operación Barbarroja iba a ser rápida y decisiva y brindaría una «victoria relámpago» en tres meses como máximo. Pero aunque retrocedió, el Ejército Rojo no cayó. En dos meses de lucha, los alemanes tomaron lo que había sido Lituania, Letonia y el este de Polonia, así como la mayor parte de Bielorrusia y una parte de la Ucrania soviética. Franz Halder, jefe de Estado Mayor del ejército alemán, confió a su diario el 3 de julio de 1941 que creía que habían ganado la guerra. A finales de agosto, los alemanes se habían anexionado Estonia, otro trozo más de Ucrania y el resto de Bielorrusia. Pero el ritmo no era el previsto y los objetivos fundamentales no se habían conseguido. La autoridad soviética permanecía en Moscú. Como un comandante del ejército alemán observó concisamente el 5 de septiembre de 1941 «ni guerra relámpago victoriosa, ni destrucción del ejército ruso, ni desintegración de la Unión Soviética».[26]

En todo caso, los alemanes privaban de alimento a los ciudadanos soviéticos menos por estrategia que por desesperación política. Aunque el Plan de Hambre se basara en suposiciones políticas falsas, todavía proporcionaba las premisas morales para la guerra en el Este. En otoño de 1941, los alemanes imponían el hambre no para remodelar una Unión Soviética conquistada sino para continuar la guerra sin imponer ningún coste a su propia población civil. En septiembre, Göring tuvo que hacer balance de la nueva situación, tan desastrosamente diferente de lo que los nazis esperaban. Había que abandonar los sueños de una Unión Soviética destrozada que entregaba sus riquezas a los triunfantes alemanes. Se suponía que el dilema clásico de la economía política, cañones o mantequilla, iba a solucionarse de forma milagrosa: las armas conseguirían la mantequilla. Pero ahora, al cabo de tres meses de guerra, los hombres que manejaban los cañones necesitaban mantequilla desesperadamente. Como la guerra se prolongaba más de las doce semanas previstas, los soldados y los civiles alemanes competían entre sí por las limitadas provisiones. La propia invasión había detenido el suministro de grano procedente de la Unión Soviética y, en aquellos momentos, había que alimentar a tres millones de soldados alemanes sin reducir las raciones dentro de la propia Alemania.[27]

Los alemanes carecían de planes de emergencia contra el fracaso. Las tropas tenían la sensación de que algo marchaba mal: nadie les había proporcionado abrigos de invierno, y se congelaban en las guardias nocturnas. Sin embargo, ¿cómo decirle al pueblo alemán que la invasión había fracasado, cuando parecía que la Wehrmacht seguía avanzando y Hitler aún tenía momentos de euforia? Pero para que los líderes nazis pudieran negar que la guerra iba mal, los civiles alemanes tenían que estar protegidos de cualquier consecuencia negativa de la invasión. Los gruñidos de los estómagos se convertirían en las protestas de los ciudadanos. No era admisible que los alemanes tuvieran que sacrificarse por las tropas en el frente, al menos no excesivamente y no demasiado pronto. Un cambio en la política in terna de alimentos podría hacer que adivinaran la verdad: que la guerra, al menos tal como sus líderes la habían concebido, estaba ya perdida. Backe, el experto en avituallamiento de Hitler, tenía claro lo que había que hacer: privar de comida a los soviéticos para que los alemanes pudieran saciarse.[28]

A Göring le correspondía salvar la economía del país a la vez que abastecía la maquinaria de guerra alemana. Su plan original de instaurar el hambre en la Unión Soviética después de una victoria clara dio paso a la improvisación: los soldados alemanes tendrían que requisar la comida que necesitaran mientras continuaban peleando en una guerra que se suponía que ya debería de haber acabado. El 1 6 de septiembre de 1941, justo cuando se rebasaba el plazo de la «victoria relámpago», Göring ordenó a las tropas alemanas que vivieran «de la tierra». Un comandante general local fue más específico: los alemanes tenían que aprovisionarse «como en las guerras coloniales». Los alimentos de la Unión Soviética se distribuirían primero a los soldados alemanes, luego a los alemanes en Alemania, después a los ciudadanos soviéticos y, por último, a los prisioneros de guerra soviéticos. La Wehrmacht siguió luchando mientras los días se acortaban y las noches se alargaban, la solidez de las carreteras daba paso al lodo y a la mugre de las lluvias de otoño, y sus soldados teman que arreglárselas por sí mismos. La orden de Göring permitió que continuara aquella guerra descabellada, a expensas de la inanición de millones de ciudadanos soviéticos y, por supuesto, de las muertes de millones de soldados alemanes, soviéticos y de otras nacionalidades.[29]

Göring actuó en septiembre de 1941 de forma asombrosamente parecida a como lo había hecho Kaganóvich, en diciembre de 1932. Ambos dieron instrucciones para una política alimentaria que causaría la muerte de millones de personas en los meses siguientes; y ambos presentaron la hambruna provocada por sus políticas no como una tragedia humana, sino como el resultado de la agitación enemiga. Como Kaganóvich, Göring explicó a sus subordinados que el hambre era un arma del enemigo, destinada a despertar compasión donde se necesitaba inflexibilidad ciega. En 1932 y 1933, Stalin y Kaganóvich pusieron al partido ucraniano entre ellos y la población, forzando a los comunistas de Ucrania a cargar con la responsabilidad de la recolección de grano y a asumir las culpas si no se conseguían los objetivos. Hitler y Göring colocaron en 1941 y 1942 a la Wehrmacht entre ellos y la hambrienta población soviética. Durante el verano de 1941, algunos soldados alemanes habían compartido sus raciones con los famélicos civiles soviéticos. Unos cuantos oficiales alemanes habían tratado de asegurar que se alimentara a los prisioneros de guerra soviéticos. En otoño, eso tenía que acabar. Si los soldados alemanes querían comer, les dijeron, tendrían que someter al hambre a la población que los rodeaba. Debían imaginar que cualquier alimento que entraba en la boca de un ciudadano soviético era arrebatado de la boca de un niño alemán.[30]

Los altos mandos alemanes tendrían que continuar la guerra, lo que significaba alimentar a los soldados, lo que significaba matar de hambre a los demás. Esa era la lógica política que desembocaba a su vez en una trampa moral. Para los soldados y los oficiales de rango inferior no había otra escapatoria excepto la insubordinación o rendirse al enemigo, posibilidades que eran tan impensables para las tropas alemanas en 1941 como lo habían sido para los comunistas ucranianos en 1932.[31]

En septiembre de 1941, los tres Grupos de Ejércitos de la Wehrmacht, Norte, Centro y Sur, conocieron las nuevas políticas alimentarias en lugares muy diferentes. El Grupo Norte, encargado de conquistar los países bálticos y el noroeste de Rusia, había puesto sitio a Leningrado en septiembre. El Grupo Centro avanzó a través de Bielorrusia en agosto y, después de una larga pausa en la cual algunas de sus fuerzas se sumaron al Grupo Sur en la Batalla de Kiev, se dirigió de nuevo hacia Moscú a principios de octubre. El Grupo Sur, mientras tanto, atravesó Ucrania hacia el Cáucaso, mucho más despacio de lo previsto. Las secciones de soldados alemanes se asemejaban a las brigadas comunistas de una década atrás, recogiendo tanta comida como podían y lo más rápido posible.

El Grupo de Ejércitos Sur llevó el hambre a Járkov y a Kiev, las dos ciudades que habían sido capitales de la Ucrania soviética. Kiev fue tomada el 19 de septiembre de 1941, mucho más tarde de lo planeado y tras un gran debate sobre lo que había que hacer con la ciudad. De acuerdo con el Generalplan Ost, Hitler quería que la arrasaran. Los comandantes in situ, sin embargo, necesitaban el puente sobre el río Dniéper para continuar su avance hacia el este. Al final, los soldados alemanes irrumpieron en la ciudad. El 30 de septiembre, los ocupantes prohibieron el suministro de alimentos a Kiev. Su justificación fue que las provisiones del campo tenían que permanecer donde estaban para que las recogiera el ejército y, después, las autoridades civiles de ocupación. Aun así, los campesinos de los alrededores de Kiev encontraron el modo de llegar a la ciudad e incluso organizaron mercados. Los ale manes fueron incapaces de bloquear la ciudad con la eficacia que mostraron los soviéticos en 1933.[32]

La Wehrmacht no implantaba el Plan de Hambre original, sino que instauraba el hambre allí donde le parecía conveniente. La Wehrmacht no pretendía matar de inanición a la totalidad de la población de Kiev, sino tan sólo asegurarse de que sus propias necesidades quedaran cubiertas. Aún así, la suya fue una política de indiferencia hacia la vida humana que mató quizá a más de cincuenta mil personas. Como anotó un habitante de Kiev en diciembre de 1941, los alemanes celebraban la Navidad, pero los vecinos «se mueven como sombras, hay una hambruna total». En Járkov, una política similar mató quizá a veinte mil personas. Entre ellos, en 1942, a 273 niños del orfanato de la ciudad. Fue cerca de Járkov donde, en 1933, unos niños campesinos famélicos se comieron vivo a otro en un orfanato improvisado. Ahora los niños de las ciudades, si bien en número menor, sufrían también aquella muerte horrible.[33]

Los planes de Hitler para Leningrado, la antigua capital de la Rusia zarista, superaban incluso a los temores más oscuros de Stalin. Leningrado se encuentra junto al mar Báltico, más cercana a la capital finlandesa, Helsinki, y a la capital de Estonia, Tallin, que a Moscú. Durante el Gran Terror, Stalin se aseguró de que los finlandeses se convirtieran en el objetivo de una de las acciones más mortíferas contra las nacionalidades, por miedo a que Finlandia pudiera reclamar Leningrado algún día. En noviembre de 1939, Stalin se ganó la enemistad de los finlandeses al atacar Finlandia, que estaba dentro de su área de influencia según los términos del pacto Mólotov-Ribbentrop. En esa Guerra de Invierno, los finlandeses infligieron grandes pérdidas al Ejército Rojo y dañaron su reputación. Finalmente, tuvieron que ceder aproximadamente una décima parte de su territorio en marzo de 1940, proporcionando así a Stalin una franja de separación alrededor de Leningrado. De este modo, en junio de 1941, Hitler tenía en Finlandia un aliado, ya que los finlandeses querían, naturalmente, recuperar territorio y vengarse, en lo que llamarían la Guerra de Continuación. Pero Hitler no deseaba tomar Leningrado ni entregársela sencillamente a los finlandeses: quería borrarla de la faz de la tierra. Planeaba exterminar a sus habitantes, arrasar la ciudad hasta los cimientos y luego transferir su territorio a los finlandeses.[34]

En septiembre de 1941, el ejército finlandés aisló Leningrado por el norte mientras el Grupo de Ejércitos Norte empezaba una campaña de asedio y bombardeo de la ciudad desde el sur. A pesar de que no todos los jefes alemanes conocían los planes más radicales de Hitler para las ciudades soviéticas, estaban de acuerdo en que Leningrado tenía que pasar hambre. Eduard Wagner, intendente general del ejército alemán, escribió a su mujer que los habitantes de Leningrado, tres millones y medio en su totalidad, tendrían que ser abandonados a su suerte. Simplemente, eran demasiados para las «raciones del ejército», y el «sentimentalismo estaba fuera de lugar». Plantaron minas alrededor de la ciudad para evitar las huidas. La rendición no fue inmediata, pero si lo hubiera sido no la habrían aceptado. El objetivo alemán era matar de hambre a Leningrado. Muy al principio del sitio, el 8 de septiembre de 1941, los obuses alemanes destruyeron los almacenes de alimentos y los depósitos de combustible de la ciudad. En octubre de 1941 unas dos mil quinientas personas murieron de inanición y de enfermedades asociadas. En noviembre, el número había aumentado hasta cinco mil quinientas; en diciembre, a cincuenta mil. Al final del asedio, en 1944, aproximadamente un millón de personas había perdido la vida.[35]

Leningrado no sucumbió del todo al hambre porque las autoridades locales soviéticas seguían operando en el interior de la ciudad y distribuyeron el pan disponible, y porque los líderes soviéticos corrieron riesgos para aprovisionar a la población. Cuando la superficie del lago Ladoga se congeló, sirvió como vía de escape y ruta de aprovisionamiento. Ese invierno las temperaturas alcanzaron los 40.º bajo cero y la ciudad tuvo que enfrentarse al frío sin reservas de comida, sin calefacción ni agua corriente. Aun así, el poder soviético en la ciudad no se colapso. El NKVD continuó arrestando, interrogando y encarcelando. Los prisioneros también eran trasladados a través del lago Ladoga; estos habitantes de Leningrado se encontraban entre los cerca de 2,5 millones de personas a los que el NKVD trasladó al Gulag durante la guerra. La policía y el cuerpo de bomberos seguían desempeñando su labor. Dimitri Shostakóvich era voluntario de la brigada de incendios cuando escribió el tercer movimiento de su Séptima Sinfonía. Las bibliotecas siguieron abiertas, se leían libros y se escribían y se defendían tesis doctorales.[36]

Los rusos —y personas de otras etnias— de la gran ciudad se enfrentaban a los mismos dilemas que los ucranianos y kazajos (y otros) habían encarado diez años antes, durante las hambrunas de la colectivización. Wanda Zvierieva, que era una niña durante el asedio de Leningrado, recordaba a su madre más tarde con gran amor y admiración. «Era una mujer hermosa. Su cara era comparable a la de Mona Lisa». Su padre era un físico con aficiones artísticas que tallaba esculturas de diosas griegas en madera con su navaja. A finales de 1941, como la familia estaba pasando hambre, su padre fue a su oficina con la esperanza de conseguir una cartilla de racionamiento que permitiera a la familia procurarse comida. Estuvo fuera varios días. Una noche, Wanda se despertó y vio a su madre cerniéndose sobre ella con una hoz en la mano. Luchó y redujo a la mujer, o a «la sombra que quedaba de ella». Su interpretación de la acción de su madre es caritativa: quería matarla para evitarle el sufrimiento del hambre. Su padre volvió con comida al día siguiente, pero ya era demasiado tarde para su madre, que murió unas pocas horas después. La familia la amortajó con una manta y la dejó en la cocina hasta que la tierra estuvo lo suficientemente blanda para enterrarla. Hacía tanto frío en el piso que su cuerpo no se descompuso. Esa primavera, el padre de Wanda murió de neumonía.[37]

En el Leningrado de esa época circulaban cientos o miles de historias como ésta. Vera Kostrovitskaia era una de los muchos intelectuales de Leningrado que llevaban diarios donde consignaron los horrores. De origen polaco, había perdido a su marido algunos años antes, en el Gran Terror. Ahora veía morir de hambre a sus vecinos rusos. En abril de 1942 narró el destino de un desconocido al que veía cada día: «Un hombre alto, envuelto en harapos, con una mochila colgada, se sienta en la nieve, con la espalda contra un poste. Permanece allí acurrucado. Al parecer, iba camino de la estación de Finlandia, se sintió cansado y se sentó. Durante dos semanas, mientras yo iba y venía del hospital, estuvo «sentado»:

1. Sin su mochila.

2. Sin sus harapos.

3. En ropa interior.

4. Desnudo.

5. Un esqueleto con las entrañas fuera».[38]

Es célebre el diario de Leningrado de una muchacha de once años, Tania Savicheva, cuya versión completa es como sigue:

Zhenia murió el 28 de diciembre a las 12.30 1941

La abuela murió el 25 de enero, a las tres de la tarde 1941

Leka murió el 5 de marzo a las a las cinco de la madrugada 1942.

El tío Vasya murió el 13 de abril dos horas después de medianoche. 1942.

El tío Lesha murió el 10 de mayo a las cuatro de la tarde 1942

Mi madre murió el 13 de mayo temprano por la mañana 1941

Savichevs murió.

Todo el mundo ha muerto.

Sólo queda Tañía».[39]

Tañía Savicheva murió en 1944.

Cuanto mayor era el control que la Wehrmacht ejercía sobre la población, más probable resultaba que ésta pasara hambre. Los lugares don de la Wehrmacht controlaba completamente a la población, los campos de prisioneros de guerra, fueron el escenario de muertes a una escala sin precedentes. En estos campos se implantó algo muy parecido al Pían de Hambre original.

Nunca en la historia de la guerra moderna se habían hecho tan tos prisioneros tan rápidamente. En un enfrentamiento, el Grupo de Ejércitos Norte tomó 348 000 prisioneros cerca de Smolensko; en otro, el Grupo Sur apresó a 665 000 cerca de Kiev. Sólo en estas dos victorias de septiembre fueron capturados más de un millón de hombres y algunas mujeres. A finales de 1941, los alemanes habían apresado a unos tres millones de soldados soviéticos, aunque para ellos no era una sorpresa: se esperaba que los tres Grupos de Ejércitos se movieran incluso más rápido de lo que lo hicieron y, por tanto, estaba previsto que hubiera todavía más prisioneros. Las simulaciones habían predicho lo que ocurriría. Aun así, los alemanes no dispusieron nada para los prisioneros de guerra, al menos en el sentido convencional. Según las leyes de guerra tradicionales, a los prisioneros se les proporcionan comida, refugio y atención médica, aunque sólo sea para asegurar que el enemigo hará lo mismo.[40]

Hitler deseaba invertir ese proceder. Al tratar a los soldados soviéticos de forma inhumana, quería asegurarse de que los soldados alemanes —por temor a que los soviéticos hicieran lo mismo con ellos— lucharan desesperadamente para evitar caer en manos del enemigo. Parece que no soportaba la idea de que los soldados de la raza superior se rindieran a los seres inferiores del Ejército Rojo. Stalin tenía casi el mismo punto de vista: los soldados del Ejército Rojo no debían permitir que los cogieran vivos. No admitía la posibilidad de que los soldados soviéticos se replegaran y se rindieran. Se suponía que tenían que avanzar y matar o morir. Stalin anunció en agosto de 1941 que los prisioneros de guerra soviéticos serían tratados como desertores y sus familias arrestadas. Cuando su hijo fue hecho prisionero por los ale manes, Stalin ordenó que arrestaran a su propia nuera. Esta tiranía de la ofensiva en las directrices soviéticas provocaba que los soldados de la URSS fueran apresados. Los comandantes tenían miedo de ordenar la retirada, porque podían culparlos a ellos de una derrota (y purgarlos y ejecutarlos). Por tanto, sus soldados mantenían las posiciones demasiado tiempo y eran cercados y hechos prisioneros. Las políticas de Hitler y Stalin conspiraban para que los soldados soviéticos se convirtieran en prisioneros de guerra y, después, dejaran de existir.[41]

En cuanto se rendían, los prisioneros soviéticos sufrían el salvajismo de sus captores alemanes. Los soldados del Ejército Rojo cautivos marchaban en largas columnas y eran golpeados horriblemente durante el trayecto desde el campo de batalla a los campamentos. Los soldados capturados en Kiev, por ejemplo, recorrieron unos cuatrocientos kilómetros siempre a la intemperie. Como recordaba uno de ellos, si un prisionero exhausto se sentaba al borde de la carretera, un escolta alemán «se acercaba a caballo y lo azotaba con su látigo. Si la persona continuaba sentada, con la cabeza gacha, el escolta sacaba una carabina de la montura o una pistola de la funda». Ejecutaban a los prisioneros heridos, enfermos o cansados, y abandonaban sus cuerpos para que los ciudadanos soviéticos los encontraran y se ocuparan de retirar los y enterrarlos.[42]

Para trasladar en tren a los prisioneros soviéticos, la Wehrmacht usaba vagones de mercancías abiertos, sin ninguna protección contra las inclemencias del tiempo. Cuando los trenes alcanzaban sus destinos, cientos y a veces miles de cadáveres congelados caían por las puertas abiertas. El porcentaje de muertes durante el transporte era muy alto, del setenta por ciento. Quizá doscientos mil prisioneros murieron en esas marchas y traslados letales. Todos los prisioneros que llegaban a los cerca de ochenta campos de prisioneros de guerra creados en la Unión Soviética ocupada estaban cansados y hambrientos y muchos de ellos se encontraban heridos o enfermos.[43]

Normalmente, un campo de prisioneros de guerra es una instalación sencilla, construida por soldados para otros soldados, pero destinada a preservar la vida. Estos campos ofrecen condiciones difíciles y se ubican en lugares desconocidos, pero están construidos por personas que saben que sus propios camaradas son retenidos como prisioneros por el ejército enemigo. Los campos de prisioneros de guerra ale manes, sin embargo, distaban mucho de ser normales: estaban diseñados para acabar con la vida. En principio, se dividían en tres categorías: Dulag (campo de tránsito), Stalag (campo base para reclutas y suboficiales), y los Oflags, más pequeños, para oficiales. En la práctica, los tres tipos de campos solían ser poco más que un campo abierto rodeado de alambre de espino. No se inscribía a los prisioneros por sus nombres, aunque los contaban. Aquello transgredía las leyes y la tradición de la guerra de un modo apabullante. Incluso en los campos de concentración alemanes se registraban los nombres. Sólo más adelante hubo otro tipo de instalación alemana donde no se anotaban los nombres, pero todavía no había sido inventada. No se hacían previsiones de alimentos, cobijo o cuidados médicos. No había clínicas, y muy a menudo tampoco inodoros. En general, carecían de refugio contra los elementos. Los índices oficiales de calorías para los prisioneros estaban muy por debajo de los niveles de supervivencia y, muy a menudo, tales índices ni siquiera se alcanzaban. En la práctica, sólo los prisioneros más fuertes y los seleccionados como vigilantes tenían probabilidades de obtener algo de comida.[44]

Al principio, los prisioneros soviéticos estaban desconcertados por el trato que les daba la Wehrmacht. Uno de ellos aventuraba que «los alemanes nos están enseñando a comportarnos como camaradas». Incapaz de imaginar que el hambre fuera una política, supuso que los alemanes querían que los prisioneros soviéticos mostraran solidaridad los unos con los otros compartiendo entre ellos la comida que tuvieran. Quizá este soldado no podía creer que, como la Unión Soviética, la Alemania nazi era un Estado capaz de hacer pasar hambre por razones políticas. Irónicamente, la esencia de la política alemana para con los prisioneros residía en la idea de que, en realidad, no se trataba de seres humanos y por tanto no eran soldados como ellos ni en modo alguno camaradas. Las directrices de mayo de 1941 habían recordado a los soldados alemanes la presunta «brutalidad inhumana» de los rusos en la batalla. En septiembre se indicó a los vigilantes alemanes de los campos que serían castigados si usaban poco sus armas.[45]

En otoño de 1941, los prisioneros de guerra de todos los Dulags y Stalags estaban hambrientos. Aunque incluso Göring reconoció que el Plan de Hambre como tal no era posible, las prioridades de la ocupación alemana garantizaban por sí mismas que los prisioneros soviéticos pasaran hambre. Imitando y radicalizando las políticas del Gulag soviético, las autoridades alemanas daban menos comida a aquellos que no podían trabajar que a los que podían hacerlo, acelerando de este modo la muerte de los más débiles. El 21 de octubre de 1941 los que no estaban en condiciones de trabajar vieron como sus raciones oficiales se recortaban en un veintisiete por ciento. Para muchos prisioneros fue una reducción puramente teórica, ya que en buena parte de los campos de prisioneros de guerra no se alimentaba a nadie con regularidad y, de todas formas, los más débiles no tenían habitualmente acceso a la comida. Una observación del intendente general del ejército, Eduard Wagner, dejaba clara la política de selección: aquellos prisioneros que no puedan trabajar, dijo el 1 3 de noviembre, «tienen que ser sometidos al hambre». En los campos, los prisioneros comían cualquier cosa que pudieran encontrar: hierba, corteza, pinaza. No tenían carne a menos que se apoderaran de algún perro muerto de un disparo. Unos pocos presos consiguieron carne de caballo en algunas ocasiones. Los prisioneros se peleaban por lamer los utensilios de cocina, entre las risas de los guardias alemanes. Cuando empezó el canibalismo, los alemanes lo explicaron como la consecuencia del bajo nivel de la civilización soviética.[46]

Las drásticas condiciones de la guerra acercaron aún más a la Wehrmacht a la ideología del nacionalsocialismo. Desde luego, los militares habían sido nazificados progresivamente a partir de 1933. Hitler se había librado de la amenaza de Rohm y de sus SA en 1934, y en 1935 anunció el rearme de Alemania y el reclutamiento. Orientó la industria alemana hacia la producción de armas y consiguió una serie de victorias en 1938 (Austria, Checoslovaquia), 1939 (Polonia) y 1940 (Dinamarca, Noruega, Luxemburgo, Bélgica y, sobre todo, Francia). Tuvo varios años para escoger a sus favoritos entre los oficiales de alta graduación y para purgar a aquellos cuyos puntos de vista juzgaba demasiado tradicionales. La victoria sobre Francia de 1940 acercó mucho a Hitler a los mandos militares alemanes, pues los oficiales empezaron a creer en su talento.

Aun así, curiosamente fue la falta de una victoria en la Unión Soviética la que hizo a la Wehrmacht inseparable del régimen nazi. En la hambrienta Unión Soviética de otoño de 1941, la Wehrmacht se hallaba en una trampa moral de la que sólo el nacionalsocialismo parecía capaz de liberarla. El ejército alemán debía abandonar cualquier vestigio de sus ideales militares tradicionales en favor de una ética destructiva que diera sentido a las calamidades que estaba su friendo. Sin duda había que alimentar a los soldados alemanes, pero estos comían para ganar fuerza y poder luchar en una guerra que ya estaba perdida. Sin duda, las calorías para alimentarlos tenían que extraerse del campo, pero esto conllevaba la hambruna. Para aplicar unas políticas ilegales y asesinas, los altos mandos militares y los oficiales de operaciones no disponían de otra justificación que la que Hitler les había proporcionado: que los seres humanos eran contenedores de calorías que podían vaciarse, y que los eslavos, judíos y asiáticos que poblaban la Unión Soviética eran menos que humanos y, por ello, más que prescindibles. Como los comunistas ucranianos en 1933, los oficiales alemanes aplicaron en 1941 una política de hambruna. En ambos casos, muchos individuos pusieron objeciones o reservas al principio, pero, al final, los grupos se implicaron en los crímenes del régimen y, de este modo, se plegaron a las demandas morales de sus líderes. Se convirtieron al sistema al tiempo que el sistema se convertía en una catástrofe.

Fue la Wehrmacht la que estableció y administró la primera red de campos en la Europa de Hitler, campos donde la gente moría por mi les, por decenas de miles, por centenares de miles, y finalmente por millones.

Algunos de los más infames campos de prisioneros de guerra estaban en la Bielorrusia soviética ocupada, donde a finales de noviembre de 1941 las tasas de mortalidad alcanzaban el dos por ciento diario. En el Stalag 352, cerca de Minsk, que un superviviente recordaba como el «puro infierno», los prisioneros estaban cercados con alambre de espinos, tan hacinados que apenas se podían mover y se veían obligados a defecar y orinar de pie. Allí murieron unas 109 500 personas. En el Dulag 185, el Dulag 127 y el Stalag 341 de la ciudad de Mogilev, al este de Bielorrusia, unos testigos vieron montañas de cuerpos sin enterrar fuera de la alambrada. Entre treinta y cuarenta mil prisioneros murieron en esos campos. En el Dulag 131 en Bobruisk, las instalaciones del campo se incendiaron. Miles de prisioneros murieron quemados, y otros 1700 fueron abatidos a tiros mientras trataban de escapar. En total murieron al menos treinta mil personas en Bobruisk. En los Dulags 220 y 121 de Homyel casi la mitad de los prisioneros intentaba cobijarse en establos abandonados; el resto no tenía refugio alguno. En diciembre de 1941 las tasas de mortalidad de estos campos subieron de doscientas a cuatrocientas y a setecientas bajas diarias. En el Dulag 342 de Molodechno las condiciones eran tan espantosas que unos prisioneros solicitaron por escrito que los ejecutaran.[47]

Los campos en la Ucrania soviética ocupada eran similares. En el Stalag 306 de Kirovogrado, los guardias alemanes informaron de que los prisioneros se comían los cuerpos de los camaradas ejecutados, a veces antes de que las víctimas estuvieran muertas. Rosalía Volkovskaia, una superviviente del campo de mujeres de Volodymyr-Volynskyi pudo ver las condiciones en que se hallaban los hombres en el vecino Stalag 365: «Las mujeres veíamos desde arriba cómo muchos de los prisioneros se comían los cadáveres». En el Stalag 346 de Kremenchuk, donde los internos recibían como máximo doscientos gramos de pan al día, arrojaban los cuerpos a una fosa cada mañana. Como en Ucrania en 1933, algunas veces enterraban a los vivos con los muertos; al me nos veinte mil personas murieron en ese campo. En el Dulag 162, en Stalino (en la actualidad Donetsk), al menos diez mil prisioneros se apiñaban detrás de la alambrada de un pequeño campo en el centro de la ciudad, donde no tenían más remedio que estar de pie; sólo los moribundos se acostaban, porque cualquiera que se tumbara era pisoteado. Perecieron unos veinticinco mil, que iban dejando sitio a otros. El Dulag 160 de Jorol, al suroeste de Kiev, fue uno de los mayores campos. Aunque el lugar era una fábrica de ladrillos abandonada, los prisioneros tenían prohibido refugiarse en sus edificios. Si trataban de resguardarse en ellos de la lluvia o de la nieve, les disparaban. Al comandante de este campo le gustaba observar el espectáculo de los prisioneros peleándose por la comida. Solía correr a caballo entre la muchedumbre y mataba a las personas al arrollarlas. En éste y en otros campos cercanos a Kiev murieron unos treinta mil prisioneros.[48]

Los nazis recluyeron también a los prisioneros de guerra soviéticos en docenas de instalaciones de la Polonia ocupada, en el Gobierno General (que había sido ampliado hacia el sudeste después de la invasión de la Unión Soviética). Aquí, los atónitos miembros de la resistencia polaca recibieron informes acerca de las muertes masivas de prisioneros soviéticos durante el invierno de 1941-1941. Unos 45 690 murieron en los campos del Gobierno General en diez días, entre el 21 y el 30 de octubre de 1941. En el Stalag 307 de Dęblin murieron unos ochenta mil prisioneros soviéticos durante el transcurso de la guerra. En el Stalag 319 de Chełm perecieron unas sesenta mil personas; en el Stalag 366 de Siedlce, cincuenta y cinco mil; en el Stalag 325 de Zamość, veintiocho mil; en el Stalag 316 de Siedlce, veintitrés mil. Aproximadamente medio millón de prisioneros de guerra soviéticos murieron de hambre en el Gobierno General. De este modo, a finales de 1941 el mayor grupo de víctimas mortales causadas por el dominio alemán no eran los polacos nativos ni los judíos nativos, sino los prisioneros de guerra soviéticos que habían sido trasladados al oeste de la Polonia ocupada y abandonados a su suerte para que se congelaran o murieran de hambre. A pesar de que la invasión soviética de Polonia era aún reciente, los campesinos polacos trataban a menudo de alimentar a los famélicos prisioneros soviéticos que encontraban. En represalia, los alemanes disparaban a las mujeres polacas que transportaban jarras de leche, y destruyeron pueblos polacos enteros.[49]

Incluso aunque todos los prisioneros soviéticos hubieran estado sanos y bien alimentados, la tasa de mortalidad en el invierno de 1941-1942 hubiera sido alta. Contra lo que muchos alemanes creían, los eslavos no tenían una resistencia natural al frío. A diferencia de los ale manes, los soldados soviéticos poseían en ocasiones equipamientos de invierno, que los alemanes les robaban. Lo normal era que los prisioneros de guerra fueran abandonados sin cobijo y sin ropas de abrigo, a temperaturas muy por debajo de la de congelación. Como los campamentos estaban a menudo en campo abierto, no había árboles ni colinas que pararan los vientos implacables del invierno. Los prisioneros cavaban con las manos en la dura tierra trincheras donde poder dormir. En Homyel tres soldados soviéticos, camaradas, se calentaban mutuamente durmiendo apiñados. Dormían por turno en el centro, el mejor lugar, donde recibían el calor de sus amigos. Al menos uno de los tres sobrevivió para contar su historia.[50]

Para cientos de miles de prisioneros de guerra, ésta era la segunda hambruna por razones políticas en Ucrania en el espacio de ocho años. Muchos miles de soldados de la Ucrania soviética vieron como sus vientres se hinchaban por segunda vez o fueron una vez más testigos de canibalismo. No hay duda de que muchos supervivientes de la primera inanición masiva murieron en la segunda. Unos cuantos ucranianos, como Ivan Shulinskyi, se las arreglaron para sobrevivir a las dos. Hijo de un kulak deportado, rememoraba la hambruna de 1933 y le decía a la gente que venía de «la tierra del hambre». Solía animarse durante su cautiverio cantando una canción tradicional ucraniana:[51]

Si al menos tuviera alas

me elevaría hacia el cielo,

hacia las nubes

donde no hay dolor ni castigo

Igual que durante la campaña soviética de 1933, en la campaña de hambre alemana de 1941 muchos habitantes de Ucrania hicieron lo que pudieron por salvar a los moribundos. Las mujeres identificaban a los hombres como parientes para así obtener su liberación. Las jóvenes se casaban con prisioneros que trabajaban fuera de los campos, algo que a veces se permitía porque de este modo los hombres de un área ocupada producían comida para los alemanes. En la ciudad de Kremenchuk, donde al parecer la escasez de alimentos no era tan espantosa, los trabajadores de los campos dejaban bolsas vacías en la ciudad cuando iban a trabajar por la mañana y las recogían al atardecer llenas de comida donada por los transeúntes. Las condiciones de 1941 favorecían esta clase de ayuda, ya que la cosecha fue inusualmente buena. Las mujeres (los informes hablan casi siempre de mujeres) trataban de alimentar a los prisioneros durante las marchas de la muerte o en los campos, aun cuando la mayoría de los comandantes de los campos de prisioneros de guerra no permitían que los civiles se acercaran con alimentos. Generalmente las expulsaban con disparos de aviso; a veces, las mataban.[52]

La organización de los campos del Este mostraba un total desprecio por la vida —la vida de los eslavos, asiáticos y judíos— que hacía posible la masacre por hambre. En los campos de prisioneros para soldados del Ejército Rojo, la tasa de mortalidad durante la guerra fue del 57,5% , y en los primeros ocho meses después de la Operación Barbarroja debió de ser mucho más alta. En los campos alemanes de prisioneros para soldados aliados, la tasa de mortalidad era inferior al 5%. En un solo día del otoño de 1941, el número de prisioneros de guerra soviéticos muertos igualó al de prisioneros de guerra británicos o alemanes que murieron durante toda la Segunda Guerra Mundial.[53]


Del mismo modo que no bastaba con desearlo para matar de hambre a la población soviética, el Estado soviético no podía ser destruido de golpe: Pero, desde luego, los alemanes lo intentaron. Parte de la idea de la «victoria relámpago» era que la Wehrmacht podría ganar terreno tan rápidamente que los soldados —y los Einsatzgruppen que los seguían— podrían dar muerte a las élites políticas soviéticas y a los oficia les políticos del Ejército Rojo. Las «Directrices de conducta de las tropas en Rusia» oficiales publicadas el 19 de mayo de 1941 exigían «medidas represivas» para cuatro grupos: agitadores, partisanos, saboteadores y judíos. La «Directrices para el tratamiento de comisarios políticos» del 6 de junio de 1941 especificaban que había que matar a los cargos políticos capturados.[54]

De hecho, las élites soviéticas locales huyeron al este; cuanto más importantes, más probable era que pudieran ser evacuadas o que tuvieran los recursos para organizar su huida. El país era enorme y Hitler no tenía ningún aliado invasor que pudiera cortarle el paso a esta gen te en otro sector. Las políticas alemanas de asesinato de masas sólo podían afectar a los líderes de las ciudades ya conquistadas: Ucrania, Bielorrusia, los países bálticos y una pequeña franja de Rusia. Lo cual distaba mucho de ser una parte significativa de la Unión Soviética y las personas asesinadas no eran de importancia vital para el sistema soviético. Las ejecuciones tenían unas consecuencias mínimas para el Estado. La mayoría de las unidades de la Wehrmacht obedecía sin problemas la «Orden Commissar»; el ochenta por ciento informó de que habían ejecutado a los comisarios. Los archivos militares conservan registros de 2252 comisarios ejecutados por el ejército; el número real fue probablemente mayor.[55]

Matar a los civiles fue principalmente tarea de los Einsatzgruppen, algo que ya habían hecho en Polonia en 1939. Como en Polonia, los Einsatzgruppen tenían como misión acabar con ciertos grupos políticos para provocar el colapso del Estado. Cuatro Einsatzgruppen siguieron a la Wehrmacht por la Unión Soviética: Einsatzgruppe A, en pos del Grupo de Ejércitos Norte en su avance por los Estados bálticos hacia Leningrado; Einsatzgruppe B, siguiendo al Grupo Centro a través de Bielorrusia hacia Moscú; Einsatzgruppe C, tras el Grupo Sur en Ucrania, y Einsatzgruppe D, siguiendo al XI Ejército en el extremo sur de Ucrania. Como Heydrich aclaró en un telegrama del 2 de julio de 1941, después de comunicar de palabra las órdenes más relevantes, los Einsatzgruppen estaban para matar funcionarios comunistas, judíos en puestos del partido o del Estado y otros «elementos peligrosos». Con la eliminación de personas catalogadas como una amenaza política ocurrió lo mismo que con el Plan de Hambre: las que estaban recluidas fueron más vulnerables. A mediados de julio llega ron a los territorios conquistados órdenes expresas para que se llevaran a cabo ejecuciones en masa en los Stalag y los Dulag. El 8 de septiembre de 1941 los Einsatzkommandos recibieron la orden de hacer «selecciones» entre los prisioneros de guerra y ejecutar a funcionarios del Estado y del partido, comisarios políticos, intelectuales y judíos. Para ello, en octubre, los altos mandos del ejército proporcionaron acceso ilimitado a los campos a los Einsatzkommandos y a la policía de seguridad.[56]

Los Einsatzkommandos no podían examinar a los cautivos con demasiado detenimiento. Interrogaban a los prisioneros de guerra soviéticos en sus depósitos de prisioneros, inmediatamente después de detenerlos. Ordenaban a los comisarios, a los comunistas y a los judíos que dieran un paso adelante. A continuación, se los llevaban, los ejecutaban y los arrojaban a las fosas. Disponían de unos cuantos intérpretes, quienes recuerdan la selección como un proceso más bien aleatorio. Los alemanes sabían más bien poco acerca de los grados y de las insignias del Ejército Rojo y al principio confundían a los cornetas con oficiales políticos. Sabían que a los oficiales les permitían llevar el pelo más largo que a los reclutas, pero éste no era un indicador fiable: hacía tiempo que aquellos hombres no habían pasado por el barbero. El único grupo al que podían identificar fácilmente en esos momentos eran los judíos; los guardias alemanes examinaban los penes para ver si estaban circuncidados. Muy raramente, los judíos sobrevivían afirmando que eran musulmanes circuncidados; mucho más a menudo, los musulmanes circuncidados eran ejecutados como judíos. Al parecer, los médicos alemanes colaboraron voluntariamente en este procedimiento: la medicina era una profesión fuertemente nazificada. Como recordaba un doctor del campo de Jorol, «en esos tiempos, a los oficiales y a los soldados les parecía que lo más natural era que todos los judíos fueran ejecutados». Al menos cincuenta mil judíos soviéticos fueron ejecutados después de la selección, así como también cincuenta mil no judíos.[57]

Los campos alemanes de prisioneros de guerra en el Este fueron mucho más mortíferos que sus campos de concentración. De hecho, los campos de concentración existentes cambiaron de naturaleza tras el contacto con prisioneros de guerra. Dachau, Buchenwald, Sachsenhausen, Mauthausen y Auschwitz se convirtieron en centros de exterminio cuando las SS los emplearon para ejecutar prisioneros. Unos ocho mil prisioneros soviéticos fueron ejecutados en Auschwitz, diez mil en Mauthausen, dieciocho mil en Sachsenhausen. En Buchenwald, en noviembre de 1941, las SS idearon un sistema para masacrar prisioneros soviéticos sorprendentemente parecido a los métodos soviéticos del Gran Terror, aunque haciendo gala de una mayor hipocresía y sofisticación. Conducían a los prisioneros a una habitación en medio de un establo, en un entorno bastante ruidoso. Se encontraban en lo que parecía una sala de exámenes médicos, rodeados por hombres con batas blancas, hombres de las SS que fingían ser doctores. Colocaban al prisionero de pie contra la pared en un lugar determinado, supuesta mente para medir su altura. En la pared había una hendidura vertical que quedaba tapada por la nuca del prisionero. En una habitación contigua se encontraba un SS con una pistola, que disparaba cuando veía la nuca a través de la hendidura. Tiraban el cuerpo en una tercera habitación, limpiaban con rapidez la «sala de examen» y hacían pasar al siguiente prisionero. Transportaban cargamentos de treinta y cinco o cuarenta cadáveres en camión hasta un crematorio: un avance técnico en comparación con las prácticas soviéticas.[58]


Los alemanes ejecutaron, según estimaciones moderadas, a medio millón de prisioneros de guerra soviéticos. Mataron a unos 26 millones más de hambre o por malos tratos durante el transporte. En total, quizá masacraran a 3,1 millones. Esa brutalidad no derrocó el orden soviético; en todo caso, fortaleció la moral. La selección de oficiales políticos, comunistas y judíos era inútil. Matar a esas personas, ya presas, no debilitaba demasiado al Estado soviético. De hecho, las políticas de hambre y de selección endurecieron la resistencia del Ejército Rojo. Los soldados sabían que si los alemanes los capturaban sufrirían una dolorosa muerte por inanición, lo cual seguramente aumentaba su motivación para la lucha. Los comunistas, los judíos y los oficiales políticos sabían que iban a ejecutarles, y por ello no tenían razones para rendirse. A medida que se propagaba el conocimiento de las prácticas alemanas, los ciudadanos empezaban a pensar que quizá el poder soviético era una alternativa preferible.[59]

Como en noviembre de 1941 la guerra continuaba y en el frente seguían muriendo soldados que tenían que ser reemplazados por reclutas de Alemania, Hitler y Göring se dieron cuenta de que necesitarían algunos prisioneros de guerra como mano de obra dentro del Reich. El 7 de noviembre, Göring dio la orden de seleccionar a los más aptos para el trabajo. Al terminar la guerra, más de un millón de prisioneros de guerra soviéticos estaban trabajando en Alemania. No era fácil sobrevivir al maltrato y al hambre. Como señaló un comprensivo observador alemán: «De millones de prisioneros, sólo son capaces de trabajar unos pocos miles. Muchos de ellos han muerto, muchos tienen tifus y el resto están tan débiles y maltrechos que no están en condiciones de trabajar». De los prisioneros que fueron trasladados a Alemania, unos cuatrocientos mil murieron.[60]


En comparación con los planes germanos, la invasión de la Unión Soviética fue un fiasco absoluto. Se suponía que la Operación Barbarroja proporcionaría una «victoria relámpago» a finales del otoño de 1941, pero no había ninguna victoria a la vista. Se suponía que la invasión de la Unión Soviética resolvería todos los problemas económicos, pero no fue así. Al final, la Bélgica ocupada, por ejemplo, tenía un mayor valor económico para la Alemania nazi. Se suponía, también, que la población tenía que ser eliminada; en su lugar, la aportación económica más importante de la Unión Soviética fue la mano de obra. La conquistada Unión Soviética iba a procurar, en teoría, espacio para una «Solución Final» a lo que los nazis consideraban el problema judío. Según lo planificado, los judíos tenían que trabajar hasta morir en la Unión Soviética o ser trasladados a través de los Montes Urales o exiliados al Gulag. La resistencia de la Unión Soviética en el verano de 1941 ya había hecho imposible otro intento más de llevar a cabo la Solución Final.[61]

A finales de 1941, los líderes nazis ya habían evaluado y tenido que abandonar cuatro versiones distintas de la Solución Final. El Plan Lublin para una reserva en el este de Polonia falló en noviembre de 1939 porque el Gobierno General estaba demasiado cerca y era demasiado complicado; el plan consensuado con los soviéticos de febrero de 1940, porque Stalin no aceptó la emigración judía; el plan de Madagascar de agosto de 1940, porque primero Polonia y posteriormente Gran Bretaña lucharon en lugar de cooperar; y ahora el plan coercitivo de noviembre de 1941, porque los alemanes no habían destruido el Estado soviético. Si bien la invasión de la URSS no proporcionó ninguna «solución», ciertamente exacerbó el «problema» judío. La zona del Este conquistada por Alemania se correspondía esencialmente con la parte del mundo más densamente poblada por judíos. En la Polonia ocupada, en los Estados bálticos y en la Unión Soviética occidental los alemanes habían tomado el control de los más importantes enclaves tradicionales de los judíos europeos. Ahora unos cinco millones de judíos vivían bajo el dominio alemán. Con la excepción del antiguo Imperio Ruso, ningún poder había gobernado nunca en la historia sobre tantos judíos como la Alemania nazi en 1941.[62]

El destino de algunos de los prisioneros soviéticos que fueron libera dos de los campos en el Este anunciaba lo que les esperaba a los judíos. En Auschwitz, a principios de septiembre de 1941, cientos de prisioneros soviéticos fueron gaseados con ácido cianhídrico, un pesticida (la marca comercial era Zyklon B) que había sido usado con anterioridad para fumigar los barracones de los prisioneros polacos del campo. Más tarde, aproximadamente un millón de judíos serían asfixiados con Zyklon B en Auschwitz. Más o menos por esa época, la eficacia de los gases de combustión se puso a prueba con otros prisioneros soviéticos en Sachsenhausen. El gas expulsado por el tubo de escape de una furgoneta se introducía en el espacio interior de la misma, y el monóxido de carbono asfixiaba a las personas encerradas dentro. Ese mismo otoño usarían las furgonetas para asesinar judíos en la Ucrania soviética ocupada. A partir de diciembre de 1941 también usaron el monóxido de carbono de una furgoneta aparcada en Chelmno para matar a judíos polacos en las tierras anexionadas a Alemania.[63]

Entre la aterrorizada y famélica población de los campos de prisioneros, los alemanes reclutaron a no menos de un millón de hombres para colaborar con el ejército y con la policía. Al principio, la idea era que ayudarían a los alemanes a controlar el territorio de la Unión Soviética cuando su gobierno cayera. Como esto no sucedió, los ciudadanos soviéticos fueron asignados para ayudar en los crímenes de masas que Hitler y sus colaboradores siguieron perpetrando en el territorio ocupado al continuar la guerra. A muchos antiguos prisioneros les dieron palas para cavar las zanjas junto a las que los alemanes ejecutaban a los judíos. Otros fueron integrados en formaciones policiales dedicadas a cazar judíos. Algunos prisioneros fueron enviados a un campo de entrenamiento en Travniki, donde los formaron como guardianes. Estos ciudadanos soviéticos y veteranos de guerra, reciclados para servir a la Alemania nazi, pasarían 1942 en los centros de exterminio de la Polonia ocupada, Treblinka, Sobibor y Befzec, donde fueron gaseados más de un millón de judíos polacos.[64]

De este modo, algunos de los supervivientes de la matanza de la policía alemana se convirtieron en cómplices de otra masacre, de la misma forma en que una guerra para destruir la Unión Soviética se transformó en una guerra para asesinar a los judíos.