Capítulo 4

LA EUROPA DE MÓLOTOV-RIBBENTROP

El terror alemán empezó en el cielo. A las 4.20 de la madrugada del 1 de septiembre de 1939 las bombas cayeron sin previo aviso sobre la ciudad de Wielutí, en Polonia central. Los alemanes habían elegido una localidad carente de importancia militar como emplazamiento para un experimento letal: ¿Podría una fuerza aérea moderna aterrorizar a la población civil mediante un bombardeo? La iglesia, la sinagoga, el hospital, estaban en llamas. Las bombas caían en oleadas, setenta toneladas en total; destruyeron la mayor parte de los edificios y mataron a cientos de personas, en su mayoría mujeres y niños. La población huyó. Cuando llegó un administrador alemán, había más cadáveres que personas vivas. Veintenas de ciudades y pueblos conocieron un destino similar en toda Polonia. Hasta 158 emplazamientos distintos fueron bombardeados.[1]

En la capital, Varsovia, la gente veía pasar los aviones por el claro cielo azul. «Los nuestros», se decían, esperanzados. Se equivocaban. El diez de septiembre de 1939 marcó la primera ocasión en la que una ciudad europea importante fue bombardeada por una fuerza aérea enemiga. Aquel día hubo diecisiete ataques aéreos alemanes sobre Varsovia. A mediados de mes, el ejército polaco estaba prácticamente derrotado, pero la capital aún se defendía. El 25 de septiembre, Hitler declaró que quería la rendición de Varsovia. Aquel día se arrojaron 560 toneladas de bombas y 72 toneladas de bombas incendiarias. En total murieron al menos veinticinco mil civiles (y seis mil soldados) durante el bombardeo de este importante núcleo de población y capital histórica europea al inicio de una guerra no declarada. A lo largo de aquel mes, las columnas de refugiados avanzaron hacia el este huyendo de la Wehrmacht. Los pilotos de caza alemanes se divertían ametrallándolas.[2]

Polonia luchó sola. Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania, como habían prometido, pero no realizaron ninguna acción militar significativa durante la campaña. (Los franceses avanzaron unos kilómetros por la región del Sarre y se retiraron). El ejército polaco se apresuró a tomar posiciones defensivas. Los militares polacos estaban preparados para esperar un ataque desde el este o desde el oeste, del Ejército Rojo o de la Wehrmacht. En los planes de guerra y las maniobras de los años veinte y treinta se habían tenido en cuenta ambas variantes. Y ahora, todas las fuerzas disponibles, treinta y nueve divisiones (unos novecientos mil hombres) fueron enviadas contra las cincuenta divisiones alemanas (un millón y medio de soldados). Las fuerzas polacas eran inferiores en número y en armamento, y estaban rodeadas por las unidades de asalto motorizadas por el norte, el oeste y el sur. Aún así, la resistencia fue tenaz en algunos puntos.

La Wehrmacht se había acostumbrado a pasearse por países que se habían rendido de antemano, como Austria y Checoslovaquia. Ahora los soldados alemanes se enfrentaban a un fuego hostil de verdad, y no todo salió bien. En Danzig, la ciudad libre de la costa báltica que Hitler quería para Alemania, los polacos defendieron la oficina de correos. Los artificieros alemanes vertieron gasolina en el sótano y quemaron vivos a los defensores. El director de la oficina abandonó el edificio agitando una bandera blanca y fue abatido a tiros de inmediato. Once personas murieron a causa de las quemaduras; los alemanes les negaron tratamiento médico. Treinta y ocho hombres fueron sentenciados a muerte y pasados por las armas acusados de defender ilegalmente el edificio. Uno de ellos, Franciszek Krause, era tío de un muchacho llamado Günter Grass, que se convertiría en el gran novelista de Alemania Occidental. Su novela El tambor de hojalata dio a conocer este crimen en particular, uno entre muchos.[3]

A los soldados alemanes les habían dicho que Polonia no era un verdadero país y que su ejército no era un verdadero ejército. Por lo tanto, los hombres que se oponían la invasión no podían ser soldados. Los oficiales alemanes les enseñaban a sus hombres que la muerte de alemanes en combate era «asesinato». Puesto que, en la terminología de Hitler, la resistencia a la raza superior alemana era «insolencia», los prisioneros de guerra polacos no tenían derecho a que los trataran como a tales. En el pueblo de Urycz, los prisioneros polacos fueron reunidos en un granero donde les dijeron que iban a pasar la noche; a continuación, los alemanes quemaron el cobertizo. Cerca del pueblo de Sladów, los alemanes usaron a prisioneros de guerra como escudos humanos cuando se enfrentaron a los restos de una unidad de caballería. Tras acabar con los jinetes, que no quisieron disparar a sus compatriotas, obligaron a los prisioneros a enterrar los cadáveres de sus camaradas. Después, alinearon a los prisioneros contra un muro en la orilla del Vístula y los ejecutaron. A los que intentaron escapar saltando al río los cazaron —recuerda el único superviviente— como a patos. Murieron unas trescientas personas.[4]

El 22 de agosto de 1939, Hitler les había pedido a sus comandantes que cerraran los ojos a la compasión. Los alemanes mataban a los prisioneros. En Ciepielów, después de una batalla campal, fueron capturados trescientos prisioneros polacos. A pesar de la evidencia, el comandante alemán declaró que los soldados capturados eran partisanos, combatientes irregulares no protegidos por las leyes de guerra. Los oficiales y los soldados polacos, que llevaban uniformes completos, estaban atónitos. Los alemanes los obligaron a desvestirse para que tuvieran más aspecto de partisanos. Los pasaron a todos por las armas y los arrojaron a una zanja. En la breve campaña de Polonia hubo al menos sesenta y tres acciones semejantes. No menos de tres mil prisioneros de guerra polacos fueron ejecutados. Los alemanes también mataban a los heridos. En un caso, los tanques alemanes atacaron un cobertizo marcado con una cruz roja que era un puesto de primeros auxilios polaco. Si no hubiera estado señalado con la cruz, probablemente los que mandaban los tanques lo hubieran ignorado. Los tanques dispararon contra el cobertizo, que quedó envuelto en llamas. Las ametralladoras dispararon a la gente que intentaba escapar, y los tanques pasaron por encima de los supervivientes y de los restos del edificio.[5]

Los oficiales y soldados de la Wehrmacht culparon a los civiles polacos de ser los culpables del horror que caía sobre ellos. Un general afirmó: «Los alemanes son los señores, y los polacos, los esclavos». La jefatura del ejército sabía que los objetivos de Hitler para esa campaña eran todo menos convencionales. El jefe de la plana mayor lo resumía así: «La intención del Führer es destruir y exterminar al pueblo polaco». Los soldados habían sido aleccionados para que vieran a la población civil polaca como taimada y subhumana. Uno soldado alemán estaba tan convencido de la hostilidad de los polacos que interpretó el rictus de agonía de uno de ellos como una expresión de odio irracional contra los alemanes. Los soldados pronto adoptaron la costumbre de desquitarse de sus frustraciones con el primero que veían. Por norma, los alemanes mataban a los civiles cada vez que tomaban nuevos territorios, pero también cuando perdían terreno. Si sufrían alguna baja, acusaban a quien tuvieran más a mano: primero a los hombres, pero también a mujeres y niños.[6]

En la ciudad de Widzów, los alemanes convocaron a los hombres y estos acudieron a la llamada sin temor; puesto que no habían hecho nada. Una esposa embarazada sentía que su parto se adelantaba, pero le arrancaron a su esposo de los brazos. Todos los hombres de la ciudad fueron alineados contra una valla y fusilados. En Longinówka, encerraron a cuarenta ciudadanos polacos en un edificio y le prendieron fuego. Los soldados disparaban a la gente que saltaba por las ventanas. Algunas acciones de represalia fueron inconcebiblemente arbitrarias. En un caso, se reunió a cien civiles para pasarlos por las armas porque uno de ellos había disparado un arma. Después resultó que el disparo lo había hecho un soldado alemán.[7]

Polonia no se rindió, pero las hostilidades llegaron a su fin el 6 de octubre de 1939. Aunque los alemanes establecieron autoridades civiles de ocupación aquel otoño, la Wehrmacht siguió matando a ciudadanos polacos en grandes cantidades, en acciones de represalia totalmente arbitrarias. En diciembre, después de que dos soldados alemanes fueran muertos por unos conocidos criminales polacos, los alemanes ametrallaron a 114 hombres que no tenían nada que ver con el incidente. En enero, los alemanes ejecutaron a 255 judíos en Varsovia después de que la comunidad judía fuera incapaz de entregar a alguien que los alemanes, a juzgar por su nombre, pensaban que era judío, aunque en realidad esa persona no tenía nada que ver con ellos.[8]

A los soldados alemanes les habían aleccionado para que vieran a los judíos como a bárbaros orientales, y en Polonia encontraron algo que nunca habían visto en Alemania: amplias comunidades de judíos religiosos. Aunque Hitler bramaba contra el papel destructivo de los judíos en la sociedad alemana, estos constituían una proporción muy pequeña de la población. Entre los ciudadanos alemanes a los que las leyes de Nuremberg definían como judíos, la mayoría eran seculares y muchos no se identificaban demasiado con la comunidad judía. Los judíos de Alemania estaban altamente asimilados y se casaban muy a menudo con no judíos. Sin embargo, y por razones históricas, la vida de los judíos en Polonia era muy diferente. Habían sido expulsados de Alemania durante la Baja Edad Media, lo mismo que de la mayor parte de Europa central y oriental. Durante siglos, Polonia había sido un refugio para los judíos, y seguía siendo el principal centro de asentamiento de los judíos europeos. En 1939, en torno al diez por ciento de la población polaca era judía, y la mayoría observaba su religión, seguía sus costumbres y vestía de forma tradicional. En general hablaban yiddish que los alemanes tendían a considerar una versión deformada de su propia lengua. En Varsovia y en Łódz, las ciudades más importantes de Polonia, los judíos eran aproximadamente un tercio de la población.

A juzgar por su correspondencia, los oficiales y soldados alemanes veían a los judíos polacos como estereotipos vivientes más que como a seres humanos, una lacra especial dentro de una tierra polaca ya de por sí degenerada. En sus cartas a sus esposas o novias, los alemanes describían un tinglado inhumano de desorden y suciedad. En su imagen de Polonia, todo lo bello había sido obra de los anteriores colonos alemanes y todo lo feo era resultado de la corrupción judía y de la holgazanería polaca. Los alemanes parecían sentir una necesidad incontrolable de cambiar el aspecto de los judíos. Una y otra vez, los soldados rodeaban a hombres judíos y les cortaban los rizos que llevaban a los lados de la cabeza, mientras otros soldados se reían y tomaban fotos. También violaban a las mujeres judías con desenfado, como si eso no fuera un delito por el que pudieran castigarlos. Cuando los atrapaban, se les recordaban las leyes alemanas contra la mezcla racial.[9]

En la ciudad de Solee, tomaron a los judíos como rehenes y los en cerraron en una bodega. Después de un intento de fuga, los soldados arrojaron granadas en el interior y mataron a todos los que estaban dentro. En Raw a Mazowiecka, un soldado alemán le pidió agua a un niño judío. El niño escapó corriendo, y el soldado apuntó e hizo fuego, pero falló y alcanzó a uno de sus propios camaradas. A continuación, los alemanes reunieron a cientos de personas en la plaza del pueblo y las mataron. En Dynów, unos doscientos judíos fueron ametrallados una noche de mediados de septiembre. En total, siete mil de los cuarenta y cinco mil civiles polacos muertos por los alemanes hasta finales de 1939 eran judíos, un porcentaje algo mayor que el de judíos en la población polaca.[10]

En la visión nazi del mundo en la que los soldados y los oficiales alemanes habían sido adoctrinados, un soldado judío representaba un enigma aún mayor que un soldado polaco. Los judíos fueron purgados de las fuerzas armadas alemanas a partir de 1935. En cambio, los judíos polacos, como todos los ciudadanos varones del país, prestaban el servicio militar obligatorio. Los judíos, en especial los médicos, constituían una buena proporción de los oficiales. Los alemanes separaban a los judíos de sus unidades y los enviaban a campos de trabajo punitivos especiales.


Alemania prácticamente había ganado la guerra cuando los soviéticos entraron en territorio polaco el 17 de septiembre. Ese día, la fuerza aérea alemana estaba bombardeando Leópolis (en la actualidad Łvov), la ciudad más importante del sureste, mientras el Ejército Rojo se acercaba. La entrada en Polonia de medio millón de soldados soviéticos había despertado temores y esperanzas. Los polacos querían creer que los soviéticos habían acudido a luchar contra los alemanes. Algunos soldados polacos, empujados hacia el este por el ataque alemán, creyeron por un momento que se encontraban con aliados. Las fuerzas armadas polacas necesitaban ayuda desesperadamente.[11]

Los soviéticos afirmaron que su intervención era necesaria porque el Estado polaco había dejado de existir. Como Polonia ya no podía proteger a sus propios ciudadanos —razonaban—, el Ejército Rojo tuvo que entrar en el país en misión de paz. Las amplias minorías ucraniana y bielorrusa de Polonia, continuaba la propaganda soviética, necesitaban ser rescatadas. Pero, pese a la retórica, los oficiales y soldados soviéticos iban preparados para una guerra, y la libraron. El Ejército Rojo desarmó a las unidades polacas y se enfrentó a ellas cuando fue necesario. Medio millón de hombres habían cruzado una frontera que ya no estaba defendida para luchar contra un enemigo que estaba prácticamente vencido. Los soldados soviéticos se encontraron con los alemanes, marcaron las fronteras y, en una ocasión, celebraron un desfile de la victoria conjunto. Stalin habló de una alianza «sellada con sangre» con Alemania. Era sobre todo la sangre de los más de sesenta mil soldados polacos muertos en combate.[12]

En ciudades como Leópolis, en cuya proximidad se hallaban tanto la Wehrmacht como el Ejército Rojo, los soldados polacos se encontraban con una dificultad añadida: ¿a cuál de los dos rendirse? Los militares soviéticos les prometían el regreso a salvo a sus casas después de un breve interrogatorio. Nikita Kruschev, que acompañaba a los soldados soviéticos, confirmaba esta garantía. El artista Józef Czapski, oficial polaco de la reserva, estaba entre los que creyeron esa mentira. Los alemanes habían obligado a retirarse a su unidad, que después fue rodeada por los blindados soviéticos. Les prometieron a él y a sus hombres que serían llevados a Leópolis y puestos en libertad. En lugar de eso, los metieron en camiones y los llevaron a la plaza del mercado de la ciudad. Mujeres llorosas les arrojaban cigarrillos. Un joven judío compró manzanas en un puesto y se las lanzó a los prisioneros que iban en el camión. Cerca de la oficina de correos, unas mujeres recogieron las notas que habían escrito los soldados para sus familias. Llevaron a los prisioneros a la estación del tren y los enviaron al este.[13]

Cuando cruzaron la frontera soviética, recuerda Czapski, tuvieron la sensación de entrar en «otro mundo». Czapski iba sentado junto a un amigo botánico, también oficial de la reserva, que se maravillaba ante las altas hierbas de la estepa ucraniana. En otro tren, unos granjeros polacos miraban a través de las grietas del vagón las granjas colectivas soviéticas y sacudían la cabeza con disgusto ante el desorden y la dejadez que veían. En una parada en Kiev, capital de la Ucrania soviética, los oficiales polacos se encontraron con una recepción inesperada. A los ucranianos les afligía ver a oficiales polacos bajo custodia soviética. Al parecer, algunos aún creían que el ejército polaco liberaría a Ucrania de Stalin. En cambio, unos quince mil oficiales polacos fueron llevados a tres campos de prisioneros soviéticos controlados por el NKVD, uno en el este de la Ucrania soviética, en Starobilsk, y dos más en la Rusia soviética, en Kozelsk y en Ostashkov.[14]

La captura de esos hombres —sólo había una mujer entre ellos— significó la decapitación de la sociedad polaca. Los soviéticos hicieron más de cien mil prisioneros de guerra, pero soltaron a los soldados y se quedaron sólo con los oficiales, más de dos tercios de los cuales procedían de la reserva. Como Czapski y su compañero botánico, eran profesionales instruidos e intelectuales, no militares. De este modo, Polonia se vio privada de miles de médicos, abogados, científicos, profesores y políticos.[15]

Mientras tanto, las fuerzas soviéticas de ocupación en el este de Polonia colocaron a los estratos inferiores de la sociedad en los puestos vacantes. Vaciaron las cárceles y pusieron a cargo de los gobiernos locales a presos políticos, usualmente comunistas. Los agitadores soviéticos incitaban a los campesinos a vengarse de los terratenientes. Aunque la mayoría se resistió a esta llamada al crimen, otros miles la escucharon y se produjo el caos. Los asesinatos masivos con hachas eran frecuentes. Ataban a un hombre a una estaca, le arrancaban algo de piel y le echaban sal en la herida antes de obligarle a presenciar la ejecución de su familia. El Ejército Rojo, en general, se portó de manera correcta, aunque a veces los soldados se unían a la violencia, como cuando un par de soldados mató a un funcionario local y le arrancó los dientes de oro.[16]

Detrás del ejército, el NKVD entró en masa en el país. En los veintiún meses que siguieron, hizo más arrestos en la zona ocupada del este de Polonia que en toda la Unión Soviética, deteniendo a 109 400 ciudadanos polacos. La sentencia habitual era de ocho años en el Gulag; 8513 personas fueron sentenciadas a muerte.[17]


Al oeste de la línea Mólotov-Ribbentrop, donde gobernaba Alemania, los métodos eran incluso menos sutiles. Ahora que la Wehrmacht había vencido a un ejército extranjero, las SS podían poner a prueba sus procedimientos sobre una población ajena.

El instrumento de persecución, los Einsatzgruppen, era la creación del brazo derecho de Himmler, Reynhard Heydrich. Los Einsatzgruppen eran fuerzas de operaciones especiales dirigidas por la Policía de Seguridad, que incluían a otros policías y cuya misión aparente era pacificar las zonas de retaguardia después de la expansión militar. En 1939 estaban subordinados a la Oficina Principal de Seguridad del Reich de Heydrich, que reunía la Policía de Seguridad (institución estatal) con el Sicherheitsdienst, o SD (el servicio de inteligencia de las SS, una institución del partido nazi). Los Einsatzgruppen habían sido desplegados en Austria y en Checoslovaquia, pero encontraron escasa resistencia y no tuvieron que eliminar a grupos determinados. Sería en Polonia donde los Einsatzgruppen cumplirían su misión de «soldados ideológicos» eliminando a las clases instruidas de un enemigo derrotado. (En cierto sentido, mataban a sus semejantes; el quince por ciento de los mandos de los Einsatzgruppen y de los Einsatzkommando tenían doctorados). En la operación Tannenberg, Heydrich quería que los Einsatzgruppen neutralizaran a «las capas altas de la sociedad» asesinando a sesenta y un mil ciudadanos polacos. En palabras de Hitler, «sólo una nación cuyas capas altas han sido destruidas puede ser empujada a la esclavitud». El objetivo último de este proyecto de decapitación era «destruir Polonia» como sociedad funcional. Al asesinar a los polacos más destacados, los Einsatzgruppen harían que Polonia se pareciera a la fantasía racista que los alemanes tenían del país y deja rían a la sociedad incapacitada para resistir el dominio alemán.[18]

Los Einsatzgruppen abordaron su labor con mortífera energía, pero carecían de la experiencia y, por lo tanto, de la competencia del NKVD. Mataron a civiles, por supuesto, a menudo utilizando como tapadera operaciones de represalia contra presuntos guerrilleros. En Bydgoszcz, los Einsatzgruppen eliminaron a unos novecientos polacos. En un patio de Katowice mataron a otros 750, la mayoría mujeres y niñas. En total, los Einsatzgruppen probablemente mataran en tomo a cincuenta mil ciudadanos polacos en acciones que nada tenían que ver con la guerra. Pero estos no eran, al parecer, los primeros cincuenta mil de su lista de sesenta y un mil. Con mucha frecuencia se trataba de grupos escogidos sin ningún criterio. A diferencia del NKVD, los Einsatzgruppen no seguían meticulosamente los protocolos, y en Polonia no llevaban archivos precisos de las personas a las que mataban.[19]

Los Einsatzgruppen tuvieron más éxito en las misiones contra los judíos, que requerían mucho menos análisis. A un Einsatzgruppe se le encargó de aterrorizar a los judíos para que huyeran hacia el este, desde la zona de ocupación alemana a la soviética. Debían conseguirlo a ser posible durante el mes de septiembre de 1939, mientras aún se desarrollaban las operaciones militares. A sí, por ejemplo, en Będzin, este mismo Einsatzgruppe quemó la sinagoga con lanzallamas y mató a unos quinientos judíos en dos días. Los Einsatzkommandos, destacamentos más pequeños, cumplieron misiones similares. En la ciudad de Chełm, uno de ellos se encargaba de robar a los judíos ricos. Los alemanes desnudaban y registraban en la calle a las mujeres con aspecto judío, y examinaban sus cavidades corporales a puerta cerrada. Les rompían los dedos para apoderarse de los anillos de boda. En Przemyśl, los Einsatzkommandos ejecutaron al menos a quinientos judíos entre el 16 y el 19 de septiembre. Como resultado de estas acciones, cientos de miles de judíos huyeron a la zona de ocupación soviética. En las inmediaciones de la ciudad de Lublin fueron expulsados más de veinte mil judíos.[20]

Una vez completada la conquista de Polonia, los alemanes y sus aliados soviéticos se encontraron de nuevo para afianzar sus relaciones. El 28 de septiembre de 1939, el día en que Varsovia cayó en manos de los alemanes, los aliados firmaron un tratado de fronteras y amistad que cambió un poco las zonas de influencia. El documento asignaba Varsovia a los alemanes y Lituania a los soviéticos (es la frontera que aparece en los mapas como la «línea Mólotov-Ribbentrop»). El tratado obligaba a cada una de las partes a suprimir toda resistencia polaca al régimen de la otra. El 4 de octubre, la Alemania nazi y la Unión Soviética firmaron el protocolo que definía su nueva frontera común. Polonia había dejado de existir.

Unos días más tarde, Alemania se anexionó formalmente algunos de los territorios de su zona y convirtió el resto en una colonia, llamada Gobierno General, que sería un depósito de gente no deseada, polacos y judíos. Hitler pensaba que los judíos podrían ubicarse en algún distrito del este, dentro de una especie de «reserva natural». El gobernador general Hans Frank, antiguo abogado de Hitler, definió la situación de la población sometida en dos órdenes emitidas a fina les de octubre de 1939. Una de ellas especificaba que la policía alemana se encargaría de mantener el orden; la otra, que la policía alemana tenía autoridad para sentenciar a muerte a cualquier polaco que hiciera algo que pareciera contrario a los intereses de Alemania y de los alemanes. Frank confiaba en que los polacos pronto se darían cuenta de «lo irreversible de su destino nacional» y aceptarían el dominio de los alemanes.[21]


Al este de la línea Mólotov-Ribbentrop, los soviéticos extendían su propio sistema. Moscú amplió hacia el oeste sus repúblicas de Ucrania y de Bielorrusia, obligando a sus nuevas poblaciones, que residían en el este de lo que había sido Polonia, a participar en la anexión de su propia patria. Cuando el Ejército Rojo entró en Polonia, presentó al poder soviético como el libertador de las minorías nacionales del yugo polaco y como el gran apoyo de los campesinos contra sus señores. En el este de Polonia, el cuarenta y tres por ciento de la población era polaca, el treinta y tres por ciento, ucraniana, el ocho por ciento, judía, la misma proporción de bielorrusos, y pequeños porcentajes de checos, alemanes, rusos, gitanos, tártaros y otros. Pero ahora todo el mundo, cualquiera que fuera su nacionalidad y su clase, debía expresar su apoyo al nuevo orden de forma ritual. El 22 de octubre de 1939, todos los adultos de lo que los soviéticos llamaron «Bielorrusia Occidental» y «Ucrania Occidental» debían votar en las elecciones a dos asambleas cuyo carácter provisional se revelaba en su única misión legislativa: pedir que las tierras del este de Polonia se incorporaran a la Unión Soviética. Las formalidades para la anexión se completaron el 15 de noviembre.[22]

La Unión Soviética llevó sus prácticas y sus instituciones al este de Polonia. Todo el mundo debía registrarse para obtener un pasaporte interno, lo que significaba que el Estado tendría registrados a todos sus nuevos ciudadanos. Con ello vinieron las levas militares: unos 150 000 hombres jóvenes (polacos, ucranianos, bielorrusos, judíos) se hallaron pronto en el ejército soviético. El registro también permitió continuar de forma tranquila una de las políticas sociales soviéticas importantes: la deportación.[23]

El 4 de diciembre de 1939, el politburó soviético ordenó al NKVD que dispusiera la expulsión de ciertos grupos de ciudadanos polacos que amenazaban con poner en peligro el nuevo orden: veteranos del ejército, guardabosques, funcionarios, policías y sus familias respectivas. Así pues, una noche de febrero de 1940, con temperaturas cercanas a los cuarenta bajo cero, el NKVD se los llevó a todos: 139 794 personas sacadas de sus hogares, de noche y a punta de pistola, y conducidas a trenes de mercancías sin calefacción con destino a asentamientos especiales en el lejano Kazajistán o en Siberia. Antes de que se dieran cuenta de lo ocurrido, el destino de aquellas personas había cambiado por completo. Los asentamientos especiales, parte del sistema del Gulag, eran las zonas de trabajos forzados adonde se enviaba a los kulaks diez años atrás.[24]

Como la definición de familia que hizo el NKVD era muy amplia, los trenes se llenaban con los ancianos padres y los hijos pequeños de las personas que eran consideradas peligrosas. En las paradas del viaje al este, los guardias iban de vagón en vagón preguntando si había más niños muertos. Wieslaw Adamczyk, que en la época era un niño de once años, le preguntó a su madre si los soviéticos los llevaban al infierno. La comida y el agua se distribuían de forma irregular, y aquellos vagones de ganado eran incómodos y muy fríos. Con el tiempo, los niños aprendieron a lamer la escarcha de los clavos y vieron cómo los más viejos empezaban a congelarse hasta morir. Los muertos adul tos eran sacados del tren y arrojados a fosas comunes cavadas apresuradamente. Otro muchacho los miraba y trataba de recordarlos; más tarde, escribió que incluso cuando los muertos desaparecían «sus sueños y sus deseos permanecían en nuestros pensamientos».[25]

Sólo durante el viaje murieron unas cinco mil personas; once mil más morirían el verano siguiente. Una niña polaca de una escuela siberiana describió lo que le había ocurrido a su familia: «Mi hermano enfermó y se murió de hambre en una semana. Lo enterramos en una colina de la estepa siberiana. Mamá enfermó de preocupación y se hinchó por el hambre, y estuvo dos meses tumbada en la barraca. No quisieron llevarla al hospital hasta el final. Entonces se la llevaron y estuvo dos allí semanas. Después, su vida acabó. Cuando lo supimos, una gran desesperación se adueñó de nosotros. Fuimos a su entierro, a veinticinco kilómetros, hasta la colina. Oíamos los sonidos del bosque siberiano, donde dos de los nuestros encontraron su tumba».[26]

En Asia central o en el norte de Rusia los polacos se sentían aún más forasteros y desamparados que los kulaks que los precedieron. Normalmente no hablaban ruso y menos aún kazajistaní. Los habitantes locales, especialmente los de Asia central, los veían como otra imposición del centro. «Los nativos —recuerda un polaco en Kazajistán— hablaban poco el ruso y les desagradaba mucho la nueva situación y las nuevas bocas que alimentar; al principio no nos vendían nada ni nos ayudaban de ninguna manera». Los polacos tal vez no supieran que un tercio de la población de Kazajistán había muerto de hambre sólo una década antes. A un polaco, padre de cuatro hijos, lo asesina ron en una granja colectiva para quitarle las botas. Otro padre murió de hambre en Siberia; su hijo recuerda: «Estaba hinchado. Lo envolvieron en una sábana y lo arrojaron al suelo». Un tercer padre murió de tifus en Vologda, la ciudad de la muerte del norte de Rusia. Su hijo de doce años ya había aprendido cierta filosofía: «Un hombre nace una vez y muere sólo una vez. Y así ocurrió».[27]

Los ciudadanos polacos deportados probablemente no hubieran oído nunca antes la palabra rusa kulak, pero entonces descubrieron su significado. En un asentamiento de Siberia, los polacos encontraron esqueletos de kulaks deportados en la década de 1930. En otro, un polaco de dieciséis años supo que el capataz de su campo de trabajo era un kulak: «Me dijo con franqueza —recuerda— lo que había en su corazón: fe en Dios». Como los polacos eran católicos y por tanto creyentes cristianos, su presencia provocaba confesiones como esta de rusos y ucranianos. Pero incluso en el lejano este las autoridades soviéticas reacciónaban con gran hostilidad ante cualquier seña de identidad polaca. Un muchacho polaco que acudió a la ciudad para vender sus ropas a cambio de comida se encontró con un policía que le arrancó la gorra que llevaba. La gorra tenía un águila blanca, símbolo del estado polaco. El policía no permitió al muchacho que la recogiera del suelo. Como decían los periodistas soviéticos y repetían los maestros, Polonia había caído y nunca volvería a levantarse.[28]


Mediante el cálculo, la clasificación y la violencia, los soviéticos pudieron meter a Polonia a la fuerza dentro del sistema existente. Tras unas pocas semanas de caos, habían extendido su Estado hacia el oeste y se habían deshecho de los opositores más peligrosos. En la mitad occidental de Polonia, al este de la línea Mólotov-Ribbentrop, los alemanes no pudieron aplicar el mismo enfoque. Hitler había extendido su Reich muy recientemente a Austria y Checoslovaquia, pero nunca a territorios con tantos habitantes no alemanes. A diferencia de los soviéticos, los alemanes ni siquiera podían proclamar que estaban llevando la justicia y la igualdad a clases o pueblos oprimidos. Todo el mundo sabía que la Alemania nazi era para los alemanes, y los alemanes no se molestaban en fingir otra cosa.

El nacionalsocialismo tenía como premisa la superioridad de la raza aria. Y ante la evidencia de la civilización polaca, los nazis querían demostrarlo, al menos ante sí mismos. En la antigua ciudad polaca de Cracovia, enviaron a campos de concentración a todo el profesorado de su célebre universidad. La estatua de Adam Mickiewicz, el gran poeta romántico, fue derribada de su pedestal en la plaza del mercado, que fue rebautizada como Adolf Hitler Platz. Tales acciones eran tanto simbólicas como prácticas. La universidad de Cracovia era más antigua que todas las universidades de Alemania. Los europeos de la época de Mickiewicz admiraban a éste tanto como a Goethe. La existencia de tales instituciones y de tal historia, lo mismo que la presencia de unas clases polacas instruidas, era una barrera para los planes alemanes, pero también un problema para la ideología nazi.[29]

La propia condición de polaco debía desaparecer de aquellas tierras para ser reemplazada por la «germanidad». Como Hitler había escrito, Alemania «debe acotar estos elementos raciales ajenos para que la sangre de su pueblo no vuelva a corromperse, o echarlos sin contemplaciones y entregar el territorio vacío a sus camaradas nacionales». A principios de octubre de 1939, Hitler confirió a Heinrich Himmler una nueva responsabilidad. Himmler, que ya era líder de las SS y jefe de las fuerzas policiales alemanas, se convirtió en Comisario del Reich para el Fortalecimiento de la Raza Alemana, una especie de ministerio de asuntos raciales. En las regiones que Alemania se anexionó de Polonia, Himmler debía expulsar a la población nativa y sustituirla por alemanes.[30]

Aunque Himmler abordó el proyecto con entusiasmo, era un encargo difícil. Se trataba de territorios polacos, y en la Polonia independiente nunca había habido una gran minoría alemana. Cuando los soviéticos afirmaban que entraban en el este de Polonia para defender a ucranianos y bielorrusos, al menos su argumento era demográficamente plausible; había seis millones de personas de estas nacionalidades en Polonia. En contraste, había menos de un millón de alemanes. En los nuevos territorios anexionados de Alemania, los polacos superaban a los alemanes en una proporción de quince a uno.[31]

Por entonces, el ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, controlaba la prensa alemana y, por ello, los alemanes (y los que creían en su propaganda) tenían la impresión de que había un gran número de alemanes en el oeste de Polonia, y de que estos habían sido objeto de terribles represiones. La realidad era muy otra. No era sólo que los cerca de nueve millones de polacos superaran enormemente a los ale manes en los nuevos distritos del Reich, sino que, además, con la anexión Hitler había añadido muchos más judíos (al menos 600 000) que alemanes a su Reich, y de ese modo había triplicado la población judía de Alemania (de unos 330 000 a casi un millón). Si se incluía el Gobierno General, con 1 560 000 judíos, había añadido más de dos millones de judíos a los dominios de Berlín. Había más judíos en la ciudad de Łóźd (233 000), anexionada ahora a Alemania, que en Berlín (82 788) y Viena (91 480) juntas. Había más judíos en Varsovia, ahora parte del Gobierno General, de los que había anteriormente en toda Alemania. Así pues, Hitler añadió al Reich más polacos en esta anexión que alemanes había añadido en las anteriores, incluidas las de Austria y las regiones fronterizas de Checoslovaquia. Si tenemos en cuenta el Gobierno General y el protectorado de Bohemia-Moravia surgido del desmantelamiento de Checoslovaquia, Hitler sumó a su imperio unos veinte millones de polacos, seis millones de checos y dos millones de judíos. En aquel momento había más eslavos en Alemania que en cualquier otro Estado europeo excepto la Unión Soviética. En su cruzada por la pureza racial, Alemania se había convertido a finales de 1939 en el segundo estado plurinacional más grande de Europa tras la Unión Soviética.[32]

Arthur Greiser, a cargo del Reichsgau Wartheland, la más extensa de las nuevas regiones de Alemania, era muy receptivo a la idea de «reforzar la germanidad». Su provincia se extendía de oeste a este, entre las dos grandes ciudades polacas de Poznañ y Łódz. Albergaba como mínimo a unos cuatro millones de polacos, 366 000 judíos y 327 000 alemanes. Himmler propuso la deportación de un millón de personas para febrero de 1940, incluidos todos los judíos y varios cientos de miles de polacos. Greiser empezó a «reforzar la germanidad» vaciando tres hospitales psiquiátricos y haciendo ejecutar a los pacientes. Los de otro psiquiátrico, el de Owinska, tuvieron un destino diferente. En octubre y noviembre de 1939 los llevaron al cuartel general de la Gestapo y los gasearon con monóxido de carbono embotellado. Fue el primer asesinato en masa realizado por los alemanes con este método. Murieron unos 7700 ciudadanos polacos hallados en instituciones de salud mental y se iniciaba así la política de «eutanasia» que pronto se aplicaría también dentro de las fronteras de la Alemania de la preguerra.

En el transcurso de los dos años siguientes, más de setenta mil ciudadanos alemanes considerados «no aptos para la vida» serían gaseados. El refuerzo de la germanidad tenía una dimensión interna y otra externa: la guerra agresiva en el exterior servía de excusa para el asesinato de ciudadanos alemanes. Así empezó y así iba a continuar.[33]

El objetivo de expulsar a los judíos de Alemania chocaba con otra prioridad política, la de reasentar a los alemanes de la Unión Soviética. Una vez que la URSS hubo extendido sus fronteras hacia el oeste al anexionarse la parte oriental de Polonia, Hitler debía ocuparse de los alemanes (hasta entonces ciudadanos polacos) que se encontraban bajo el dominio soviético. Hitler dispuso que estas personas fueran enviadas a Alemania; vivirían en Wartheland, en las tierras que dejarían los polacos deportados. Pero eso implicaba que habría que deportar a los granjeros polacos antes que a los judíos, para dejar espacio a los alemanes. Aunque se permitió a los judíos permanecer en sus hogares por el momento, tuvieron que soportar enormes sufrimientos y humillaciones. En Kozienice, obligaron a los judíos ortodoxos a bailar junto a una pila de libros ardiendo y cantar «la guerra es culpa nuestra». En Lowicz, el 7 de noviembre de 1939, toda la población masculina judía fue obligada a ingresar en prisión para que la comunidad judía pagara un rescate por ellos.[34]

En la primera deportación desde Wartheland al Gobierno General, realizada entre el 1 y el 17 de diciembre de 1939, la gran mayoría de los 87 883 expulsados eran polacos. La policía eligió en primer lugar a los «polacos que representan un peligro inmediato para la nación alemana». En una segunda deportación, entre el 10 de febrero y el 15 de marzo de 1940, se envió a otras 42 128 personas, de nuevo polacas en su mayoría. La distancia no era larga. En circunstancias normales, el trayecto desde Poznań, capital de Wartheland, hasta Varsovia, la mayor ciudad del Gobierno General, duraba pocas horas. Sin embargo, miles de personas murieron congeladas en los trenes, que a menudo permanecían parados en vías secundarias durante días. Himmler comentó: «Es el clima de aquí». No hace falta decir que el clima de Polonia era muy parecido al de Alemania.[35]


En Polonia y en Alemania el invierno de 1939-1940 fue inusualmente frío; en Ucrania, Rusia y el norte de Kazajistán fue más frío aún. A medida que los días se acortaban, miles de ciudadanos polacos enfermaban y morían en los asentamientos especiales soviéticos. En los tres campos de Rusia y Ucrania donde los soviéticos retenían a los prisioneros de guerra, los hombres seguían su propio calendario político y religioso. En Kozelsk, Ostashkov y Starobilsk, la gente encontró maneras de celebrar el 11 de noviembre, día de la independencia de Polonia. En los tres campos, los hombres hicieron preparativos para festejar la Navidad. Los prisioneros eran, en general, católicos romanos, con un añadido considerable de judíos, protestantes, cristianos ortodoxos y católicos griegos. Se reunían en complejos monásticos ortodoxos profanados, y rezaban o tomaban la comunión en los rincones de catedrales en ruinas.[36]

Los prisioneros veían las señales de lo que les había ocurrido a los monjes y monjas ortodoxos durante la Revolución Bolchevique. Esqueletos en tumbas poco profundas, siluetas de cuerpos humanos trazadas con balas en las paredes. Un prisionero de Starobilsk no pudo evitar reparar en las nubes de cuervos negros que nunca abandonaban el monasterio. No obstante, la oración proporcionó algo de esperanza, y personas de distintas confesiones se congregaban en las ceremonias… hasta el 24 de diciembre de 1939, cuando sacerdotes, pastores y rabinos fueron sacados de los tres campos y nunca más se los volvió a ver.[37]

Estos tres campos fueron una especie de laboratorio donde observar la conducta de las clases instruidas polacas. Kozelsk, Ostashkov y Starobilsk se volvieron polacos en apariencia. Los prisioneros no tenían más ropas que sus uniformes del ejército, con águilas blancas en las gorras. No hace falta decir que nadie llevaba en público ese emblema en lo que había sido el este de Polonia, donde los espacios públicos estaban por entonces decorados con la hoz, el martillo y la estrella roja. Aunque las universidades polacas estaban cerradas en el lado alemán y habían sido convertidas en ucranianas y rusas en el lado soviético, los internados en los campos organizaban conferencias dirigidas por los científicos y humanistas polacos relevantes que se encontraban entre los oficiales de la reserva. Estos organizaban modestos montepíos para que los oficiales más pobres pudieran recibir préstamos de los más ricos. Recitaban de memoria las poesías aprendidas en la escuela. Algunos de ellos eran capaces de repetir de memoria las extensas novelas realistas polacas. Por supuesto, también había desacuerdos, reyertas y robos. Y unos pocos —muy pocos— aceptaron cooperar con los soviéticos. Los oficiales no se ponían de acuerdo en cuanto al comportamiento que debían seguir durante los largos interrogatorios nocturnos; pero el espíritu de solidaridad nacional era palpable, quizá también para los soviéticos.[38]

No obstante, los hombres se sentían solos. Podían escribir a sus familias, pero sin comentar su situación. Sabían que el NKVD leía todos sus escritos, y debían ser discretos. Un prisionero de Kozelsk, Dobieslaw Jakubowicz, confiaba a su diario las cartas que hubiera querido escribirle a su esposa, sus sueños de contemplar su vestido y de jugar con su hija. Los prisioneros debían poner la dirección de un sanatorio como remite de sus cartas, lo cual provocaba penosas confusiones.[39]

Los prisioneros se hacían amigos de los perros empleados en la vigilancia, y también de los de las poblaciones cercanas. Los perros visitaban los campos de concentración, entraban por la puerta delante de los guardias o por los agujeros que había en las cercas de alambre de espino o debajo de ellas, demasiado pequeños para que pasara un hombre. Uno de los oficiales de la reserva que estaban en Starobilsk era Maksymilian Łabędź, el veterinario más famoso de Varsovia. Era un caballero de edad avanzada que había sobrevivido a duras penas al transporte desde la ciudad. Cuidaba a los perros e incluso realizó alguna intervención quirúrgica. Su mascota favorita era un chucho al que los oficiales llamaban Linek abreviatura de Stalinek, «pequeño Stalin» en polaco. Entre los perros a los que atendía, su preferido era Foch llamado así por el general francés que fue comandante supremo de los ejércitos aliados que derrotaron a Alemania en 1918. Por aquella época, a finales de 1939 y principios de 1940, se había establecido en París un gobierno polaco en el exilio, y los polacos en general creían que Francia podría derrotar a Alemania y rescatar Polonia. Los oficia les pusieron sus esperanzas de contactar con el mundo exterior en el pequeño Foch que al parecer tenía un hogar en la ciudad. Insertaban notas bajo su collar con la esperanza de obtener respuesta. Un día, en marzo de 1940, recibieron una: «La gente dice que pronto os liberarán de Starobilsk. Dicen que volveréis a casa. No sabemos sí es verdad».[40]

No lo era. Aquel mes, en Moscú, el jefe de la policía secreta, Lavrenty Beria, había llegado a una conclusión quizá inspirada por Stalin. Beria dejó claro, por escrito, que quería muertos a los prisioneros de guerra polacos. En una propuesta al politburó (es decir, a Stalin) Beria escribió el 5 de marzo de 1940 que todos los prisioneros polacos estaban «esperando a que los liberaran para entrar activamente en guerra contra el poder soviético». Proclamaba que las organizaciones contrarrevolucionarias de los nuevos territorios soviéticos estaban dirigidas por antiguos oficiales. A diferencia de las afirmaciones sobre la «Organización Militar Polaca» de dos años atrás, éstas no eran fantasías. La Unión Soviética había ocupado y se había anexionado la mitad de Polonia, y era inevitable que algunos polacos decidiesen resistir. En 1940, tal vez unos veinticinco mil participaban en algún tipo de resistencia organizada. Es cierto que el NKVD penetró rápidamente en estas organizaciones y arrestó a la mayoría de sus miembros, pero se trataba de una oposición real y demostrable. Beria utilizó la realidad de la resistencia polaca para justificar su propuesta de actuación con los prisioneros: «Aplicarles la pena máxima: ejecución».[41]

Stalin aprobó la recomendación de Beria, y los mecanismos del Gran Terror se pusieron en marcha otra vez. Beria estableció una troika especial para que se ocupara rápidamente de las fichas de todos los prisioneros de guerra, con poderes para desoír las recomendaciones de los interrogadores previos y para emitir veredictos sin que mediara contacto con los prisioneros. Al parecer, Beria fijó un cupo de muertes, como se había hecho en 1937 y 1938: todos los prisioneros de los tres campos, más seis mil personas encerradas en prisiones en el oeste de Bielorrusia y de Ucrania (tres mil presos en cada una), así como elementos especialmente peligrosos entre los suboficiales que no se encontraban en cautiverio. Tras un examen rápido de las fichas, el noventa y siete por ciento de los polacos de los tres campos, unos 14 587 hombres, fueron sentenciados a muerte. Las excepciones fueron algunos agentes soviéticos, personas de origen étnico alemán o letón, y otras que tenían protección extranjera. Los seis mil que estaban en las cárceles también fueron condenados a muerte, junto con otras 1305 personas arrestadas en abril.[42]

Los prisioneros de los tres campos confiaban en que los devolverían a sus casas. Cuando, en abril de 1940, se llevaron a los primeros grupos del campo de Kozelsk, sus compañeros les hicieron una fiesta de despedida. Los oficiales formaron una guardia de honor —dentro de lo que era posible hacerlo sin armas— para los que caminaban hacia los autobuses. Llevaron a los prisioneros, en grupos de unos cientos cada vez, a través de Smolensk hasta la pequeña estación de Gniazdovo. Al apearse allí se encontraban rodeados por un cordón de soldados del NKVD con las bayonetas caladas. En grupos de treinta prisioneros subían a un autobús que los llevaba a la colina de las Cabras, junto a un bosque llamado Katyn. Allí, en un centro de vacaciones del NKVD, los registraban y los despojaban de los objetos de valor. Un oficial, Adam Sloski, había estado llevando un diario hasta aquel momento: «Me han pedido el anillo de matrimonio y yo…» Llevaban a los prisioneros a un edificio del complejo, donde los ejecutaban. Sus cadáveres eran trasladados, probablemente en un camión, en tandas de treinta, a una fosa común cavada en el bosque. El proceso continuó hasta que los 4410 prisioneros enviados desde Kozelsk fueron pasados por las armas.[43]

En Ostashkov, una banda de música despedía a los prisioneros para elevar su ánimo. Los llevaron en tren en grupos de 250 a 500 a la prisión del NKVD en Kalinin (la actual Tver). Allí, los retenían brevemente mientras les tomaban los datos. Esperaban sin saber lo que iba a ocurrir y probablemente sin sospecharlo hasta el último instante. Un oficial del NKVD le preguntó su edad a uno de los prisioneros, aislado de sus compañeros. El joven sonrió. «Dieciocho». «¿A qué se dedicaba?» Aún sonreía: «Operador telefónico». «¿Cuánto tiempo estuvo trabajando?» El chico contó con los dedos: «Seis meses». A continuación, como a los 6314 prisioneros que pasaron por aquella habitación, lo esposaron y lo llevaron a una celda insonorizada. Dos hombres lo agarraron por los brazos y un tercero le disparó desde atrás en la base del cráneo.[44]

El jefe de los ejecutores de Kalinin, a quien los prisioneros nunca vieron, era Vasily Biokhin. Había sido uno de los principales exterminadores durante el Gran Terror al frente de un pelotón de ejecución. Le habían confiado algunas de las ejecuciones de altos cargos acusados en los juicios farsa, pero también había matado a cientos de obreros y campesinos que fueron asesinados en riguroso secreto. En Kalinin llevaba una gorra de cuero, un delantal y guantes largos para proteger su uniforme de la sangre y las vísceras. Cada noche ejecutaba con pistolas alemanas a unos doscientos cincuenta hombres uno detrás de otro. Los cadáveres eran llevados en un camión a la cercana Mednoe, donde el NKVD tenía algunas casas de veraneo. Los arrojaban a una gran fosa abierta previamente con una excavadora.[45]

Desde el campo de Starobilsk los prisioneros hacían el viaje en tren, cien o doscientos cada vez, hasta Járkov, donde los retenían en una cárcel del NKVD. Aunque tal vez no lo supieran, se encontraban en uno de los principales centros de exterminio de polacos de la Unión Soviética. Ahora les había llegado su turno, y fueron a la muerte, sin saber lo que les estaba sucediendo a sus camaradas de otros campos ni lo que les iba a ocurrir a ellos. Después de un día en prisión los llevaban a una habitación donde comprobaban sus datos. Por último, pasaban a otra habitación, oscura y sin ventanas donde hacían entrar el prisionero después de que un guardia preguntara: «¿Se puede?» Como recuerda un hombre del NKVD, «se escuchaba un clac y todo terminaba». Cargaban los cuerpos en camiones, con las cabezas cubiertas con las chaquetas de los muertos para que la plataforma del vehículo no se manchara de sangre. Disponían los cadáveres alternando cabezas y pies para apilarlos mejor.[46]

De este modo murieron 3739 prisioneros de Starobilsk, entre ellos todos los amigos y conocidos de Józef Czapski, como el botánico a quien recordaba por su serenidad, como un economista que intentaba ocultar sus temores a su esposa embarazada, o un doctor conocido en Varsovia por frecuentar los cafés y ayudar a los artistas, o un teniente que recitaba de memoria obras teatrales y novelas, o un abogado que hablaba con entusiasmo de una federación Europea, o tantos ingenie ros, profesores, poetas, trabajadores sociales, periodistas, cirujanos y soldados. Pero no el propio Czapski. Él y unos pocos supervivientes de los tres campos de prisioneros fueron enviados a otro campo y sobre vivieron.[47]

Fiódor Dostoievski situó una escena crucial de Los hermanos Karamázov en la ermita de Optyn en Kozelsk, que en 1939 y 1940 se convirtió en el campo soviético para prisioneros de guerra. Allí tiene lugar el diálogo más famoso del libro, la discusión entre un joven noble y un anciano del monasterio acerca de la posibilidad de una ética sin Dios. Si Dios ha muerto, ¿todo está permitido? En 1940, el edificio donde se desarrolla este diálogo de ficción, antigua residencia de algunos frailes, albergaba a los interrogadores del NKVD. Ellos personificaban la respuesta soviética a dicha pregunta: sólo la muerte de Dios permitía la liberación de la humanidad. Sin saberlo, muchos oficiales polacos daban una respuesta diferente: que en un lugar donde todo está permitido, Dios es el refugio. Veían los campos de concentración como iglesias y rezaban en ellos. Muchos de ellos asistieron a los servicios religiosos de Pascua antes de ser ejecutados.[48]

Los prisioneros de los tres campos, al menos muchos de ellos, suponían que los habían seleccionado con vistas a desempeñar algún papel en la Unión Soviética. Lo que no sabían era que si no pasaban la prueba serían ejecutados. No tenían noticia de la operación antipolaca del Gran Terror, en la que habían sido ejecutados decenas de miles de polacos soviéticos sólo dos años antes. Incluso aunque hubieran sabido lo que estaba en juego, parece difícil imaginar que entre ellos hubiera muchos que pudieran mostrar algún tipo de sincera lealtad a los soviets. En los campos les hacían leer periódicos soviéticos, ver películas de propaganda y escuchar por los altavoces las noticias de la radio soviética. En general, todo eso les parecía ridículo e insultante. Incluso los que informaban sobre sus compañeros pensaban que el sistema era absurdo.[49]

La comunicación entre las dos culturas era difícil cuando no había ningún interés en común. Durante este periodo, mientras Stalin y Hitler fueran aliados, sería difícil encontrar un terreno compatible. Por otra parte, las posibilidades de malentendidos eran enormes. La colectivización y la industrialización habían modernizado la Unión Soviética, pero sin atender a la población —mejor dicho, a los consumidores— como ocurría en el Occidente capitalista. Los ciudadanos soviéticos que gobernaban la URSS se caían de las bicicletas, se comían la pasta dentífrica, usaban los lavabos como fregaderos, llevaban varios relojes en la muñeca, empleaban sujetadores como orejeras y prendas de lencería como trajes de noche. Los prisioneros polacos también eran ignorantes, pero acerca de cuestiones más fundamentales. A diferencia de los ciudadanos soviéticos que se encontraban en la misma situación que ellos, los polacos creían que no podían ser sentenciados ni ejecuta dos sin una base legal. El hecho de que estos ciudadanos soviéticos y polacos, muchos de los cuales habían nacido en el mismo Imperio Ruso, se comprendieran tan poco entre sí, era un síntoma de la gran transformación que el estalinismo había provocado.

El jefe de los interrogadores de Kozelsk, el hombre que había heredado la residencia del anciano fraile de Dostoievski, lo expresó con delicadeza: se trataba de «dos filosofías divergentes». Al final, los soviéticos extenderían y reforzarían la suya. Las bromas a expensas de los soviéticos en el este de Polonia tenían una réplica fácil: ¿cómo se llama ahora este país? Los polacos de los campos de prisioneros no encajaban en aquella civilización. No vivían como los soviéticos: así lo recordaban los campesinos rusos y ucranianos que los vieron y que décadas después recordaban su pulcritud, su limpieza y su porte digno. Probablemente no estaban hechos para vivir como el pueblo soviético, al menos a tan corto plazo y en aquellas circunstancias, pero sí para morir como él. Muchos de los oficiales polacos eran más fuertes y tenían mejor formación que sus guardianes del NKVD. Pero desarmados, confusos y aferrados por dos hombres podían ser ejecutados por un tercero y enterrados donde se suponía que nadie los encontraría nunca. En la muerte, se sumaban al silencio de los ciudadanos de la historia soviética.[50]

En total, este pequeño Terror, esta recreación de la operación antipolaca, se llevó a 21 892 ciudadanos polacos. Polonia era un estado plurinacional, con un cuerpo de oficiales plurinacional, y muchos de los muertos eran judíos, ucranianos y bielorrusos, aunque la gran mayoría eran de nacionalidad polaca. En torno al ocho por ciento de las víctimas fueron judíos, proporción que corresponde a la de judíos del este de Polonia.[51]

Como durante el Gran Terror, las familias de los represaliados también eran castigadas. Tres días antes de proponer que se ejecutara a todos los prisioneros de los tres campos, Beria ordenó la deportación de sus familias. Los soviéticos sabían quiénes eran: habían permitido que los prisioneros escribieran cartas a sus seres queridos para de este modo recoger nombres y direcciones. Las troikas que operaban en el oeste de Bielorrusia y de Ucrania prepararon listas con un total de 60 667 nombres de personas que debían ser enviadas a asentamientos especiales en Kazajistán. La mayoría de ellos pertenecían a las familias de los que una orden llamaba «gente anterior». Usualmente se trataba de familias sin maridos ni padres. A las mujeres les decían una típica mentira soviética: que las enviaban a re unirse con sus esposos. En realidad, dejaban a las familias en la taiga siberiana («la nieve y el barro eternos», como la recordaba un muchacho polaco de trece años) mientras ejecutaban a los hombres en Katyn, Kalinin, Járkov, Bykivnia y Kurapaty. El 20 de mayo de 1940, unos niños polacos le escribieron a Stalin prometiendo ser buenos ciudadanos soviéticos y quejándose tan sólo de que era «difícil vivir sin nuestros padres». Al día siguiente, los hombres del NKVD recibieron gratificaciones económicas por haber limpiado los tres campos sin dejar escapar a nadie.[52]

Dado que los hombres no estaban, esta deportación fue aún más dura para sus víctimas que la de febrero. Dejaban a las mujeres en Kazajistán con sus hijos, y a menudo con sus padres ancianos. Obligadas a marcharse sin previo aviso en abril, la mayoría de las mujeres no llevaban ropa adecuada, y a menudo tuvieron que vender sus prendas a cambio de comida. Sobrevivieron al invierno siguiente recogiendo estiércol y quemándolo para calentarse. Murieron a miles. Muchas tuvieron que tomar difíciles decisiones para mantener vivos a sus hijos. Hubieran querido criarlos como a polacos, pero comprendían que para que pudieran comer y sobrevivir tendrían que entregarlos a las instituciones soviéticas. Una mujer dejó a cinco de sus seis hijos en una oficina del NKVD y desapareció con el sexto mamando de su pecho; nunca volvieron a verla. La esposa embarazada del economista prisionero en Starobilsk y muerto en Járkov dio a luz en el exilio al hijo de ambos. El niño murió.[53]

Al mismo tiempo, en marzo de 1940, el jefe del NKVD, Beria, ordenó la deportación de las personas que se habían negado a aceptar el pasaporte soviético, actitud que significaba un rechazo del sistema y un problema práctico para los burócratas. Los ciudadanos soviéticos que se negaban a que sus identidades entraran en los archivos no podían ser observados ni castigados con eficacia. Resultó que la gran mayoría de los que rechazaron el pasaporte eran refugiados judíos de Polonia occidental que habían huido de los alemanes pero que no querían convertirse en ciudadanos soviéticos. Temían que si aceptaban los pasaportes no se les permitiera regresar a Polonia cuando recuperara la soberanía. De este modo, los judíos demostraron su lealtad a Polonia y se convirtieron en víctimas de los dos regímenes que habían conquistado su patria. Habían escapado a las depredaciones de las SS sólo para que el NKVD los deportara a Kazajistán y a Siberia. De las 78 339 personas deportadas en la acción de 1940 contra los refugiados, en torno al ochenta y cuatro por ciento eran judíos.[54]

Los judíos polacos no solían tener experiencia en el trabajo del campo, y estaban como mínimo tan indefensos como los polacos no judíos que los habían precedido. Artesanos y zapateros remendones eran enviados al extremo norte de Rusia a talar árboles. Un muchacho judío llamado Joseph recuerda que los judíos de su ciudad natal fueron obligados a quemar su propia sinagoga entre las risas de los alemanes. Su familia huyó a la zona soviética, pero rehusó el pasaporte. Su hermano, su padre y su madre murieron en el exilio.[55]


En Europa Occidental este periodo fue conocido como la «extraña guerra»: parecía que no ocurría nada. Francia e Inglaterra estaban en guerra con Alemania desde septiembre de 1939. Pero durante el otoño, el invierno y la primavera siguientes, mientras Polonia era derrotada, destruida y dividida, y decenas de miles de sus ciudadanos eran eliminados y cientos de miles deportados, no había frente occidental en la guerra. Los alemanes y sus aliados soviéticos pudieron actuar a sus anchas.

Los alemanes invadieron Dinamarca y Noruega en abril de 1940, asegurándose de este modo el acceso a las reservas de minerales de Escandinavia y evitando una posible intervención británica en el norte de Europa. Pero la extraña guerra terminó cuando Alemania atacó los Países Bajos y Francia el 10 de mayo. Cuatro días después, habían muerto unos cien mil soldados franceses y sesenta mil soldados británicos, y los alemanes estaban en París. Francia había caído mucho más rápido de lo que nadie esperaba. En junio de 1940, la Unión Soviética extendió también su imperio hacia el oeste al anexionarse los tres Esta dos bálticos independientes: Estonia, Letonia y Lituania.

El país báltico más extenso y poblado, Lituania, era también el que tenía el tejido de nacionalidades más denso y las relaciones internacionales más complejas. Durante el periodo de entreguerras, Lituania había reclamado la ciudad de Vilna y sus alrededores, al noroeste de Polonia. Aunque esos territorios estaban habitados sobre todo por polacos, judíos y bielorrusos, los lituanos consideraban Vilna como su capital por derecho, puesto que había sido la capital de un importante estado durante la Edad Media y el primer Renacimiento conocido como el Gran Ducado de Lituania. En las décadas de 1920 y 1930, los líderes de la Lituania independiente habían empleado Kaunas como centro administrativo, pero consideraban que Vilna era su capital. Stalin jugó con estas emociones en 1939. En lugar de anexionar Vilna a la Unión Soviética, se la otorgó a Lituania, que aún era independiente. El precio, poco sorprendente, fue el establecimiento de bases militares soviéticas en territorio lituano. Cuando una revolución política aún más apresurada y artificial que la de la zona oriental de Polonia se declaró en 1940, las fuerzas soviéticas ya estaban instaladas y listas para actuar en Lituania. Gran parte de la elite política lituana escapó a la Alemania nazi.[56]

Desde Kaunas Chiune Sugihara, el cónsul japonés en Lituania, observaba con atención los movimientos militares alemanes y soviéticos. En verano de 1940, el gobierno japonés se había fijado un objetivo: alcanzar un pacto de neutralidad con la Unión Soviética. Asegurado así el norte, los japoneses podrían trazar un plan de acción en el sur para 1941. Sugihara era uno de los relativamente pocos altos funcionarios japoneses que estaban en condiciones de seguir de cerca las relaciones germano-soviéticas tras la caída de Francia. Sin personal a su cargo, empleaba como informadores a oficiales polacos que habían logrado evitar que soviéticos y alemanes los arrestaran. Los recompensaba con pasaportes japoneses y con la posibilidad de emplear la valija diplomática japonesa. Sugihara ayudaba a los polacos a encontrar vías de escape para sus compañeros oficiales. Podían viajar a través de la Unión Soviética hasta Japón empleando cierto tipo de visado japonés de salida. Fueron muy pocos los oficiales polacos que escaparon por esta ruta, pero al menos uno de ellos llegó a Japón y redactó informes para la inteligencia sobre lo que había visto mientras atravesaba la URSS.[57]

Paralelamente, los refugiados judíos empezaron a visitar a Sugihara. Estos judíos eran ciudadanos polacos que inicialmente habían huido de la invasión alemana de septiembre de 1939 y que ahora temían a los soviéticos. Habían oído hablar de la deportación de judíos de junio de 1940 y les preocupaba con razón que les ocurriera lo mismo: un año más tarde, los soviéticos deportaron a unas 17 500 personas de Lituania, 17 000 de Letonia y 6000 de Estonia. Con la ayuda de los oficiales polacos, Sugihara ayudó a escapar de Lituania a varios miles de judíos. Hacían el largo viaje en tren a través de la Unión Soviética, pasaban a Japón en barco y seguían hasta Palestina o a Estados Unidos. Esta acción fue el colofón, silencioso pero rotundo, de décadas de cooperación entre los servicios de inteligencia polacos y japoneses.[58]


En 1940, a los líderes nazis les hubiera gustado librarse de los aproximadamente dos millones de judíos que habitaban en su mitad de Polonia, pero no se ponían de acuerdo sobre cómo alcanzar ese objetivo. El plan original de la guerra había sido crear algún tipo de reserva para los judíos en el distrito de Lublin, en el Gobierno General. Pero como el área conquistada por Alemania en Polonia era relativamente pequeña, y Lublin no distaba mucho más de Berlín (quinientos kilómetros) que las dos grandes ciudades desde las que hubieran debido deportar a los judíos, Varsovia (seiscientos kilómetros) y Łódz (quinientos kilómetros), esta solución nunca había parecido satisfactoria. Hans Frank, el gobernador general, se opuso a la llegada de más judíos a su territorio. A finales de 1939 y en 1940 Himmler y Greiser habían seguido enviando judíos desde Wartheland al Gobierno General, en total 408 525, una cifra similar a la de ciudadanos polacos deportados por los soviéticos. Esto causó enormes sufrimientos a las víctimas, pero modificó poco la composición nacional de Alemania. Sencillamente, había demasiados polacos, y moverlos de una parte a otra de la Polonia ocupada sólo servía para generar caos y no colmaba las ambiciones de Hitler de disponer de espacio vital en el este.[59]

Adolf Eichmann, un especialista en deportación, fue designado en otoño de 1939 para mejorar la eficacia de la operación. Eichmann ya había demostrado su capacidad cuando aceleró la emigración de los judíos austríacos de Viena. Pero el problema de la deportación de judíos al Gobierno General, como pudo comprobar, no era tanto de ineficacia como dé falta de sentido. Después de enviar unos cuatro mil judíos austríacos y checos al Gobierno General en octubre de 1939, Eichmann supo que Hans Frank, el gobernador general, no quería más judíos en su colonia y recibió órdenes de suspender las deportaciones. Eichmann extrajo la conclusión que parecía obvia: que los dos millones de judíos bajo poder alemán debían ser deportados al este, al vasto territorio del aliado de Alemania, la Unión Soviética. Después de todo, Stalin ya había creado una zona de asentamientos judíos: Birobidzhán, en las profundidades del Asia soviética. Como los alemanes comprobaron (y tendrían ocasión de volver a comprobar), el régimen soviético, a diferencia del suyo, tenía la capacidad y el terreno virgen necesarios para realizar deportaciones masivas con eficacia. Los alemanes propusieron la transferencia de judíos europeos en enero de 1940. Stalin no aceptó.[60]

Si el Gobierno General estaba demasiado cerca y era demasiado pequeño para resolver lo que los nazis consideraban el problema racial, y los soviéticos no querían recibir a los judíos, ¿qué hacer con esa raza enemiga que constituía la población nativa de las tierras conquistadas? Habría que mantenerlos bajo control y explotarlos hasta que llegara el momento de la Solución Final, que por entonces aún se pensaba que sería la deportación. El modelo surgió de Greiser, quien ordenó la creación de un gueto para los 233 000 judíos de Łódz el 8 de febrero de 1940. Ese mismo mes, Ludwig Fischer, el alcalde alemán de Varsovia, confió al abogado Waldemar Schón la tarea de diseñar un gueto. En octubre y noviembre, más de cien mil polacos no judíos fueron retirados del distrito noroccidental de Varsovia que los alemanes habían designado como zona del gueto, y más de cien mil judíos de Varsovia se desplazaron allí desde otros lugares de la ciudad. Se obligó a los judíos a llevar brazaletes que los identificaban como tales, y a someterse a otras reglas igualmente humillantes. Perdieron sus propiedades fuera de los guetos, que fueron a parar en primera instancia a manos de alemanes y después, a veces, de polacos (que en muchos casos habían perdido sus hogares bajo los bombardeos alemanes). Si los judíos de Varsovia eran sorprendidos fuera del gueto sin permiso podían ser condenados a muerte. El destino de los judíos fue el mismo en el resto del Gobierno General.[61]

El de Varsovia y los demás guetos se convirtieron en campos de trabajo improvisados y zonas de confinamiento provisional en 1940 y 1941. Los alemanes elegían un consejo judío, o Judenrat usualmente entre las personas que habían liderado las comunidades locales judías antes de la guerra. En Varsovia, el jefe del Judenrat era Adam Czerniaków, un periodista que había sido senador antes de la guerra. La labor del Judenrat consistía en mediar entre los alemanes y los judíos del gueto. Los alemanes también crearon fuerzas de policía no arma das, dirigidas en Varsovia por Józef Szerynski, que debían mantener el orden, prevenir las fugas y hacer cumplir las normativas alemanas de coerción. No estaba muy claro en qué consistían, aunque con el tiempo los judíos se dieron cuenta que la vida en el gueto no podría prolongarse indefinidamente. Mientras tanto, el gueto de Varsovia se convirtió en una atracción turística para visitantes alemanes. El historiador del gueto Emanuel Ringeiblum comenta que «los cobertizos donde reposan docenas de cadáveres a la espera de ser enterrados son especialmente populares». En 1943 Baedeker publicó la guía turística del Gobierno General.[62]

En verano de 1940, después de la caída de Francia, los propios alemanes retomaron la idea de una Solución Final en tierras lejanas. Los soviéticos habían rechazado la deportación de los judíos a la Unión Soviética y Frank había impedido su reasentamiento masivo en el Gobierno General. Madagascar era una posesión francesa y, con Francia sometida, el único obstáculo a su recolonización era la marina británica. Himmler expresó sus cavilaciones al respecto: «Confío en que gracias a un largo viaje de los judíos a África o a alguna otra colonia, veré extirpado por completo el concepto de judío» Aquí no acababa su ambición, naturalmente; Himmler continuaba: «En un periodo de tiempo un poco largo será posible hacer que desaparezcan de nuestros territorios los conceptos nacionales de ucranianos, gorales y lemkos. Y lo dicho de estos clanes se aplica también, a gran escala, a los polacos…»[63]

Los judíos morían en grandes cantidades, en especial en el gueto de Varsovia, donde se había reunido a cerca de cuatrocientos mil. El gueto abarcaba una zona de unos 2,5 kilómetros cuadrados, es decir, unas ciento sesenta mil personas por kilómetro cuadrado. Sin embargo, la mayoría de los judíos que allí malvivían abocados a la muerte no eran de la ciudad. En la región de Varsovia, como en todo el Gobierno General, los alemanes concentraban en un gran gueto a los judíos de poblaciones más pequeñas. Los judíos de fuera de Varsovia eran más pobres por lo general y, además, con la deportación lo perdían todo. Los enviaban a Varsovia con poco tiempo para prepararse y a menudo no podían llevarse lo que tenían. Estos judíos del distrito de Varsovia se convirtieron en la vulnerable clase baja del gueto, expuesta al hambre y las enfermedades. De los quizá sesenta mil judíos que murieron en el gueto de Varsovia en 1940 y 1941, la gran mayoría eran colonos y refugiados, y fueron ellos los que más sufrieron las crueles disposiciones alemanas, como la de negar alimentos al gueto durante todo el mes de diciembre de 1940. A menudo morían de hambre después de largos sufrimientos físicos y degradación moral.[64]

Los padres solían morir primero, dejando a sus hijos solos en una ciudad extraña. Gitla Szuicman recordaba que tras la muerte de su madre y de su padre, vagó «sin destino por el gueto» y terminó «completamente hinchada por el hambre». Sara Sborow, cuya madre murió a su lado en la cama, y cuya hermana se hinchó, se consumió de hambre y murió, ha escrito: «En mi interior lo sé todo, pero no puedo decirlo». Un adolescente muy expresivo, Izrael Lederman, comprendía que había «dos guerras, una de balas y una de hambre. La guerra de hambre es peor, porque la persona sufre; las balas matan al instante». Un médico recuerda: «Niños de diez años se venden a sí mismos a cambio de pan».[65]

En el gueto de Varsovia, las organizaciones comunitarias judías establecieron refugios para huérfanos. Algunos niños, en su desesperación, deseaban que sus padres murieran para así poder recibir al menos su ración de alimentos como huérfanos. Algunos de esos refugios ofrecían un espectáculo lamentable. Como recordaba una trabajadora social, los niños «maldicen, se pegan y se empujan en torno a la olla de gachas. Hay niños enfermos de gravedad tendidos en el suelo, niños hinchados de hambre, cadáveres que no se retiran en varios días». Trabajó con ahínco para poner orden en un refugio, pero los niños contrajeron el tifus. Ella y los que estaban a su cargo fueron puestos en cuarentena, encerrados en aquel lugar. El refugio, escribió en su diario con asombrosa clarividencia, «ahora sirve de cámara de gas».[66]

Los alemanes tenían controladas a las élites judías polacas: eran ellas las que llevaban a cabo las políticas alemanas en el gueto a través de los Judenrat. Pero las élites polacas no judías les parecían una amenaza. A principios de 1940, Hitler llegó a la conclusión de que había que ejecutar a los polacos más peligrosos dentro del Gobierno General. Le dijo a Frank que los «elementos dirigentes polacos» debían ser «eliminados». Frank elaboró una lista de grupos a suprimir, muy similar a la de la operación Tannenberg: los instruidos, los clérigos, los políticamente activos. Una curiosa casualidad quiso que anunciara a sus subordinados el plan para «liquidar» a los grupos considerados como «líderes espirituales» el 2 de marzo de 1940, tres días antes de que Beria iniciara las acciones de terror contra los prisioneros polacos de la Unión Soviética. En esencia, su política era la misma que la de Beria: matar a quienes ya estaban bajo arresto, arrestar a los considerados peligrosos y matarlos también. A diferencia de Beria, Frank aprovechó para ejecutar a criminales comunes, es de suponer que para ganar espacio en las prisiones. A finales del verano de 1940, los alemanes habían matado a unas tres mil personas a las que consideraban políticamente peligrosas, así como a la misma cantidad de criminales comunes.[67]

La operación alemana estuvo peor coordinada que la soviética. La AB Aktion (Ausserordentliche Befriedungsaktion «acción extraordinaria de pacificación»), como se denominó a esta matanza, fue realiza da de forma diferente en cada uno de los distritos del Gobierno General. En el distrito de Cracovia se leía a los prisioneros un veredicto sumario, aunque no se registraba ninguna sentencia en los archivos. Se les acusaba de traición, lo cual permitía sentenciarles a muerte; pero, de forma contradictoria, en los archivos se hacía constar que habían muerto cuando intentaban escapar. De hecho, los prisioneros eran traslada dos de la cárcel de Montelupi, en Cracovia, a la cercana Krzesowice, donde les hacían cavar sus propias fosas. Los ejecutaban al día siguiente, en grupos de treinta o cincuenta. En el distrito de Lublin los prisioneros estaban encerrados en el castillo y eran llevados a un lugar al sur de la ciudad. Los ametrallaban al lado de unas zanjas, a la luz de los faros de los camiones. En una sola noche, la del 15 de agosto de 1940, 450 personas fueron ejecutadas.[68]

En el distrito de Varsovia los prisioneros permanecían en la cárcel de Pawiak y los llevaban al bosque de Palmiry. Allí había varias fosas de tres metros de ancho por treinta de largo que los alemanes habían obligado a cavar a los trabajadores forzados. Despertaban a los prisioneros al amanecer y les decían que recogieran sus cosas. Al principio, los cautivos creían que los iban a trasladar a otro campo, pero comprendían su destino cuando los camiones se internaban en el bosque. La noche más sangrienta fue la del 20 al 21 de junio de 1940, en la que 358 personas fueron ejecutadas.[69]

En el distrito de Radom, la acción fue especialmente sistemática y brutal. Ataban a los prisioneros y les leían el veredicto: eran «un peli gro para la seguridad de Alemania». Como ocurría en las demás ciudades, los polacos no solían entender que, supuestamente, aquello pretendía ser un proceso judicial. Se los llevaban por la tarde en grandes grupos, según un horario: «3.30, ataduras. 3.45, lectura del veredicto, 4.00, traslado». Los primeros grupos eran conducidos a una zona arenosa a doce kilómetros al norte de Czestochowa, donde les vendaban los ojos y los ejecutaban. La esposa de uno de los prisioneros, Jadwiga Flak, consiguió más tarde encontrar el camino al lugar de las masacres. En la arena encontró señales inequívocas de lo ocurrido: fragmentos de huesos y pedazos de la tela usada para cubrir los ojos. Su esposo, Marian, era un estudiante que acababa de cumplir los veintidós años. Sobrevivieron cuatro prisioneros, miembros del consejo ciudadano. El cuñado de Himmler, que era el encargado alemán de dirigir la ciudad, pensó que necesitaba a aquellos cuatro hombres para construir una piscina y un burdel para alemanes.[70]

Más adelante, los grupos de Czestochowa eran llevados a los bosques. El 4 de julio de 1940 las tres hermanas Glinska, Irina, Janina y Serafina, fueron ejecutadas allí. Las tres se habían negado a revelar el paradero de sus hermanos. Janina calificó al gobierno alemán de «risible y transitorio». Dijo que jamás traicionaría «a su hermano ni a ningún otro polaco», y no lo hizo.[71]

En el recorrido hasta los lugares de las masacres, los prisioneros arrojaban notas desde los camiones con la esperanza de que alguien que pasara por allí las encontrara y se las llevara a sus familiares. Era algo así como una costumbre polaca, y las notas llegaban a su destino con asombrosa frecuencia. Las personas que las escribieron, a diferencia de los prisioneros de los tres campos soviéticos, sabían que iban a morir. Los prisioneros de Kozelsk, Ostashkov y Starobilsk también arrojaban notas desde los autobuses que los transportaban, pero en ellas decían cosas como: «No sabemos a dónde nos llevan».[72]

He aquí otra diferencia entre la represión alemana y la rusa. Al este de la línea Mólotov-Ribbentrop los soviéticos deseaban preservar el secreto, y lo conseguían con raras excepciones. Al oeste de la línea Mólotov-Ribbentrop los alemanes no siempre querían discreción e incluso cuando era así les faltaba habilidad para mantenerla. Así pues, las víctimas de la AB Aktion intentaban reconciliarse y reconciliar a sus familiares con el destino que les aguardaba. No todos los que esperaban la muerte coincidían en cuanto al significado de lo que les estaba ocurriendo. Mieczyslaw Habrowski escribió: «La sangre derramada en la tierra polaca la enriquecerá, y de ella brotarán los vengadores de una Polonia libre y grande». Ryzsard Schmidt, que había atacado físicamente a sus interrogadores, prefirió renunciar a la venganza: «Que los niños no tomen venganza, porque la venganza conlleva más venganza». Marian Muszyñski se limitó a despedirse de su familia: «Quedad con Dios. Os quiero a todos».[73]


Algunos de los que iban a la muerte durante la AB Aktion pensaban en sus familiares apresados por los soviéticos. Aunque estos y los alemanes no coordinaban sus políticas contra las clases instruidas polacas, ambas acciones tenían por objetivo al mismo tipo de personas. Los soviéticos actuaban para eliminar a elementos que les parecían peligrosos para su sistema con la excusa de la lucha de clases. Los alemanes también defendían los territorios adquiridos, aunque actuaban además con el fin de poner en su sitio a una raza inferior. A fin de cuentas, las dos políticas fueron muy similares, con deportaciones y asesinatos en masa que coincidieron más o menos en el tiempo.

Al menos en dos casos, el terror soviético mató a un hermano y el terror nazi a otro. Janina Dowbor fue la única mujer entre los oficiales polacos prisioneros de los soviéticos. De su espíritu aventurero, aprendió muy joven a volar en ala delta y saltar en paracaídas. Fue la primera mujer europea que saltó desde una altura superior a los cinco mil metros. Aprendió a pilotar en 1939 y se alistó en la reserva de la fuerza aérea polaca. En septiembre de 1939, los soviéticos la hicieron prisionera. Según un relato, su avión fue abatido por los alemanes; saltó en paracaídas y fue arrestada por los soviéticos en su calidad de subteniente. La llevaron a Ostashkov y después a Kozelsk. Tenía alojamiento aparte y pasaba el tiempo con sus camaradas de la fuerza aérea, entre los cuales se sentía segura. El 21 o el 22 de abril de 1940 fue ejecutada en Katyn y enterrada en las fosas junto con 4409 hombres. Su hermana menor, Agniezska, se había quedado en la zona alemana. A finales de 1939 se sumó, junto con unos amigos, a una organización de la resistencia. La arrestaron en abril de 1940, más o menos por la época en que ejecutaron a su hermana, y murió en el bosque Palmiry el 21 de junio de 1940. Ambas hermanas fueron enterradas en fosas poco profundas, después de pasar por simulacros de juicios y recibir sendos disparos en la cabeza.[74]

Los hermanos Wnuk, nacidos en una región que había estado en el este-centro de Polonia pero que ahora quedaba junto a la frontera germano-soviética, conocieron un destino semejante. Boleslaw, el herma no mayor, era un político populista que había formado parte del parlamento polaco. Jakub, el menor, estudió farmacia y diseñó máscaras antigás. Ambos se casaron en 1932 y tenían hijos. Jakub, junto con otros expertos de la institución en la que trabajaba, fue arrestado por los soviéticos y ejecutado en Katyn en abril de 1940. Boleslaw fue arrestado por los alemanes en octubre de 1939; lo llevaron al castillo de Lublin en enero y lo ejecutaron durante la Aktion AB, el 29 de junio de 1940. Dejó una nota escrita en un pañuelo: «Muero por la patria con una sonrisa en los labios, pero soy inocente».[75]

En primavera y verano de 1940 los alemanes extendieron su pequeño sistema de campos de concentración con el fin de intimidar y explotar a los polacos. A finales de abril de 1940, Heinrich Himmler visitó Varsovia y ordenó que veinte mil polacos fueran internados en campos de concentración. Por iniciativa de Erich von dem Bach-Zelewski, comisario de Himmler para el Fortalecimiento de la Raza Alemana en la región de Silesia, se estableció un nuevo campo de concentración en el emplazamiento de un cuartel del ejército polaco cercano a Cracovia: Oświęcim, más conocido por su nombre alemán, Auschwitz. Cuando la AB Aktion llegó a su fin, las ejecuciones de prisioneros fueron sustituidas por el envío a los campos alemanes, a menudo al de Auschwitz. El primer transporte a Auschwitz estaba compuesto por prisioneros políticos polacos de Cracovia, que fueron enviados el 14 de junio de 1940 y recibieron los números 31 al 758. En julio se enviaron transportes de prisioneros políticos polacos a Sachsenhausen y a Buchenwald; en noviembre hubo otros dos envíos a Auschwitz. El 15 de agosto comenzaron las redadas masivas en Varsovia, en las que cientos y después miles de personas eran detenidas en las calles y enviadas a Auschwitz. En noviembre de 1940, el campo se había convertido en un lugar de ejecución de polacos. Por la misma época, el lugar llamó la atención de los inversores de IG Farben. Auschwitz pasó a ser un gigantesco campo de trabajo, similar al modelo soviético, aunque sus trabajadores esclavos servían a los intereses de las empresas alemanas en vez de a la industrialización planificada que soñaba Stalin.[76]


A diferencia de los alemanes, que creían equivocadamente haber eliminado a las clases instruidas polacas en su parte de Polonia, los soviéticos sí que habían alcanzado en gran medida ese objetivo. La resistencia polaca iba creciendo en el Gobierno General, mientras que en la Unión Soviética sus redes fueron desarticuladas rápidamente y los activistas arrestados, exiliados y en ocasiones ejecutados. Mientras tanto, se vislumbraba un nuevo desafío al poder soviético por parte de los ucrania nos. Polonia había albergado a cinco millones de ucranianos, que ahora vivían casi en su totalidad en la Ucrania soviética y que no necesariamente se sentían satisfechos con el nuevo régimen. Los nacionalistas ucranianos, cuyas organizaciones eran ilegales en la Polonia de entreguerras, habían aprendido a trabajar en la sombra. Ahora que Polonia ya no existía, el foco de sus actividades cambió de forma natural. Las actuaciones políticas soviéticas había hecho que algunos ucranianos se volvieran receptivos al mensaje nacionalista. Aunque al principio una parte de los campesinos ucranianos había dado la bienvenida a la Unión Soviética y a su política de repartir las tierras requisadas a los terratenientes, la colectivización posterior los enemistó pronto con el régimen.[77]

La Organización de Nacionalistas Ucranianos empezó a actuar contra las instituciones del poder soviético. Algunos líderes nacionalistas ucranianos tenían contactos con el servicio de inteligencia militar alemán y con el espionaje de las SS, el Sicherheitsdienst de Reinhard Heydrich. Stalin supo que varios de estos líderes ejercían como espías para Berlín, y una cuarta oleada de deportaciones, con origen en los territorios anexionados de Polonia del este, se dirigió principalmente contra los ucranianos. Las dos primeras operaciones habían perseguido sobre todo a los polacos, la tercera, a los judíos. Una acción de mayo de 1941 desplazó a 11 328 ciudadanos polacos, la mayoría ucranianos, desde el oeste de la Ucrania soviética a los asentamientos especiales. La última deportación, el 19 de junio, afectó a 22 353 ciudadanos, la mayoría de ellos de nacionalidad polaca.[78]

Como recordaba un muchacho de Bialystok: «Nos llevaron bajo un bombardeo y hubo un incendio; la gente empezó a arder en los vagones». Alemania invadió la Unión Soviética en un ataque sorpresa, el 22 de junio, y sus bombarderos se cruzaron con los trenes soviéticos de prisioneros. Unos dos mil deportados murieron en los vagones de ganado, víctimas de ambos regímenes.[79]

Al purgar sus nuevas tierras, Stalin se había estado preparando para otra guerra. Pero no pensaba que llegaría tan pronto.


Cuando Alemania invadió la Unión Soviética con un ataque sorpresa, el 22 de junio de 1941, Polonia y la Unión Soviética pasaron de repente de enemigos a aliados. En aquel momento, ambas luchaban contra Alemania. Sin embargo, la situación era complicada. En los dos años anteriores la represión soviética había alcanzado a cerca de medio millón de ciudadanos polacos: unos 315 000 fueron deportados, otros 110 000 arrestados, 30 000 ejecutados y 25 000 murieron mientras estaban presos. El gobierno polaco estaba al corriente de las deportaciones, pero no de las ejecuciones. No obstante, soviéticos y polacos empezaron a formar un ejército con los cientos de miles de ciudadanos polacos que en aquel momento estaban esparcidos por las prisiones, los campos de trabajo y los asentamientos especiales soviéticos.[80]

El alto mando polaco detectó que faltaban varios miles de oficiales. Józef Czapski, el oficial polaco y artista que había sobrevivido a Kozelsk, fue enviado a Moscú por el gobierno polaco con la misión de encontrar a los hombres que faltaban, sus antiguos compañeros del campo de concentración. Czapski era una persona templada, pero se tomó la misión como una llamada del destino. Polonia no tendría una segunda oportunidad de combatir contra los alemanes, y Czapski debía encontrar a los oficiales que conducirían a los hombres a la batalla. Durante su viaje a Moscú, acudieron a su mente algunos fragmentos de poemas románticos polacos; primero, el ensueño hondamente masoquista de Juliusz Słowacki que pide a Dios que mantenga a Polonia en la cruz hasta que sea capaz de mantenerse en pie por sí misma. Más adelante, mientras hablaba con un polaco de honradez conmovedora, Czapski recordó los versos más famosos de un poema de Cyprian Norwid escrito en el exilio sobre la nostalgia de la patria: «Añoro a los que dicen sí cuando es sí y no cuando es no, / añoro una luz sin sombra». Czapski, un sofisticado urbanita, procedente de una familia de nacionalidad mixta, hallaba solaz en la visión de su nación a la luz del idealismo romántico.[81]

Czapski estaba evocando indirectamente las Escrituras, porque el poema de Norwid cita el evangelio de Mateo: que tu respuesta sea sí, sí; no, no; porque todo lo demás procede del mal. Era el mismo versículo con el que Arthur Koesder concluía El cero y el infinito su novela sobre el Gran Terror. Czapski iba de camino a la prisión de la Lubianka en Moscú, escenario de esa misma novela; era, además, el mismo lugar donde el amigo de Koestler, Alexander Weissberg, fue interrogado antes de su liberación en 1940. Weissberg y su esposa habían sido detenidos a finales de la década de 1930; sus experiencias fueron una de las fuentes del libro de Koestler. Czapski se proponía preguntar a uno de los interrogadores de la Lubianka acerca de sus propios amigos, los prisioneros polacos desaparecidos. Tema una cita con Leonid Reikhman, un agente del NKVD que había interrogado a prisioneros polacos.[82]

Czapski le entregó a Reikhman un informe que describía los movimientos conocidos de los miles de oficiales desaparecidos. Reikhman lo leyó atentamente de principio a fin, siguiendo las líneas con un lápiz, pero sin subrayar nada. Después, pronunció unas palabras evasivas y prometió llamar a Czapski a su hotel en cuanto reuniera información sobre el asunto. Una noche, cerca de la medianoche, sonó el teléfono, era Reikhman, quien afirmó que tenía que dejar la ciudad por un asunto urgente. No tenía novedades, y le dio a Czapski los nombres de otros oficiales con los que podía hablar y con los que el gobierno polaco ya se había puesto en contacto previamente. Ni siquiera entonces sospechó Czapski la verdad: que todos los oficiales desaparecidos habían sido eliminados. Pero sí percibió que le estaban ocultando algo. Decidió abandonar Moscú.[83]

Al día siguiente, mientras volvía a su hotel, Czapski notó unos ojos fijos en él. Acostumbrado a que su uniforme de oficial polaco llamara la atención en la capital soviética, no hizo caso. Un anciano judío se acercó a él cuando llegaba al ascensor. «¿Es usted un oficial polaco?» El judío era polaco, pero no había visto su país natal desde hacía treinta años y deseaba volver a verlo. «Así —dijo el hombre— podré morir tranquilo». Llevado por un impulso, Czapski invitó al caballero a su habitación, con la intención de entregarle una revista publicada por la embajada polaca. En la primera página aparecía una foto de Varsovia. Varsovia: la capital de Polonia, el centro de la vida judía, el destino y punto de encuentro de dos civilizaciones. La plaza del castillo estaba destruida. Eso era Varsovia después del bombardeo alemán. El visitante de Czapski se desplomó en una silla, agachó la cabeza y lloró. Cuando el caballero judío se hubo marchado, el propio Czapski empezó a sollozar. Tras días de soledad y mendacidad en el Moscú oficial, un solo momento de contacto humano lo había cambiado todo. «Los ojos de aquel pobre judío —recordaría Czapski— me salvaron de caer en un abismo de incredulidad y desesperación absoluta».[84]

La tristeza que ambos hombres compartieron correspondía a un momento que ya era pasado, la ocupación conjunta germano-soviética de Polonia. Mientras fueron aliados, entre septiembre de 1939 y junio de 1941, los estados soviético y alemán habían matado en conjunto a doscientos mil ciudadanos polacos y habían deportado a alrededor de un millón más. Los polacos fueron enviados al Gulag y a Auschwitz, donde decenas de miles morirían durante los meses y los años siguientes. Los judíos polacos bajo la ocupación alemana fueron encerrados en guetos a la espera de un destino incierto. Decenas de miles de judíos polacos ya habían muerto de hambre y de enfermedades.

Los intentos de Moscú y de Berlín por decapitar a la sociedad polaca y convertir a los polacos en una masa maleable a la que dominar en lugar de gobernar, infligieron una herida particular. Hans Frank, citando a Hitler, definió su trabajo como la eliminación de los «elementos dirigentes» polacos. Los oficiales del NKVD llevaron al extremo la lógica de su misión y consultaron un «Quién es quién» polaco para localizar a sus objetivos. Ello significó un ataque frontal al concepto mismo de modernidad, o más exactamente a la encarnación social de la Ilustración en esa parte del mundo. El orgullo de las sociedades de la Europa del este era la intelligentsia, las clases instruidas que se veían a sí mismas como guías de la nación, en especial en tiempos de desgobierno y dificultades, y que preservaban la cultura nacional en sus escritos, su lengua y su conducta. El idioma alemán posee la misma palabra con el mismo significado: Hitler ordenó, literalmente, «el exterminio de la intelligentsia polaca». El jefe de los interrogadores de Kozelsk había hablado de una «filosofía divergente», y uno de los interrogadores alemanes de la AB Aktion ordenó ejecutar a un anciano por mostrar una «forma de pensar polaca». Se pensaba que la intelligentsia encarnaba esa civilización y manifestaba su especial idiosincrasia.[85]

El asesinato masivo a manos de los dos países ocupantes fue una trágica demostración de que la intelligentsia polaca había cumplido su misión histórica.