Capítulo 3

TERROR NACIONAL

Las personas pertenecientes a minorías nacionales «deben ser puestas de rodillas y eliminadas como perros rabiosos». No era un oficial de las SS el que hablaba, sino un líder del partido comunista, en el espíritu de las operaciones contra las nacionalidades del Gran Terror de Stalin. En 1937 y 1938, un cuarto de millón de ciudadanos soviéticos fueron ejecutados básicamente por motivos étnicos. En teoría, los planes quinquenales debían conducir a la Unión Soviética a un florecimiento de las culturas nacionales bajo el socialismo. En la práctica, la Unión Soviética de finales de los años treinta fue una tierra de persecuciones nacionales sin parangón. Mientras el Frente Popular presentaba a la Unión Soviética como el hogar de la tolerancia, Stalin ordenaba el exterminio de varias nacionalidades soviéticas. La minoría étnica europea más perseguida en la segunda mitad de la década de 1930 no fueron los aproximadamente cuatrocientos mil judíos alemanes (cifra que iba menguando por la emigración) sino los seiscientos mil polacos soviéticos (cifra que iba menguando por las ejecuciones).[1]

Stalin fue un pionero de los asesinatos en masa de nacionalidades, y los polacos fueron las víctimas principales entre las nacionalidades soviéticas. A la minoría nacional polaca, como a los kulaks, se la culpaba de los fracasos de la colectivización. La justificación para ello se inventó durante la hambruna de 1933 y se aplicó después durante el Gran Terror de 1937 y 1938. En 1933, el jefe del NKVD en Ucrania, Vsevolod Balytskyi, explicó las muertes de hambre masivas como la provocación de un conciliábulo de espías al que llamó la «Organización Militar Polaca». Según Balyistkyi, esta organización se había infiltrado en la rama ucraniana del partido comunista y había respaldado a los nacionalistas ucranianos y polacos, que sabotearon la cosecha y después utilizaron los cadáveres de los campesinos ucranianos como propagan da antisoviética. Se suponía que el grupo había inspirado la «Organización Militar Ucraniana» nacionalista, un calco de la polaca que realizaba el mismo trabajo y compartía con ella la responsabilidad de la hambruna.[2]

En realidad se trataba de una invención inspirada en la historia. En los años treinta no existía ninguna Organización Militar Polaca en la Ucrania soviética ni en ninguna parte. Existió una vez, durante la guerra polaco-bolchevique de 1919-1920, como grupo de reconocimiento del ejército polaco. La Organización Militar Polaca fue sofocada por la Cheka y quedó disuelta en 1921. Balytskyi conocía la historia, puesto que había tomado parte en su desarticulación y destrucción. En los años treinta los espías polacos no tuvieron ningún papel político en Ucrania. No habían tenido capacidad de actuación ni siquiera en 1930 y 1931, cuando la URSS era más vulnerable y aún podían enviar agentes a través de la frontera, y no tenían la intención de intentarlo tras el pacto de no agresión soviético-polaco iniciado en enero de 1932. Después de la hambruna, perdieron la confianza que pudiera quedarles en su capacidad de entender el sistema soviético, y mucho menos de cambiarlo. Los espías polacos se quedaron atónitos cuando se produjo la hambruna y fueron incapaces de elaborar una respuesta. Precisamente porque en realidad no había ninguna amenaza polaca en 1933, Balytskyi había podido manipular los símbolos del espionaje polaco a voluntad. Era típico del estalinismo: siempre resultaba más fácil sacar provecho de las supuestas acciones de una «organización» inexistente.[3]

La «Organización Militar Polaca», según afirmó Balytskyi en el verano de 1933, había infiltrado en la Unión Soviética a incontables agentes que se hacían pasar por comunistas huidos de la persecución en su Polonia natal. En realidad, el comunismo era marginal e ilegal en Polonia, y los comunistas polacos veían la Unión Soviética como su refugio natural. Aunque la inteligencia militar de Polonia sin duda intentó reclutar comunistas polacos, la mayoría de los izquierdistas de ese país que acudieron a la Unión Soviética eran simples refugiados políticos. Los arrestos de exiliados políticos polacos en la Unión Soviética empezaron en julio de 1933. El dramaturgo polaco comunista Witold Wandurski fue encarcelado en agosto de 1933 y obligado a confesar su pertenencia a la Organización Militar Polaca. Una vez documentado el vínculo entre el comunismo y el espionaje polacos en los protocolos del interrogatorio, más comunistas polacos fueron arrestados en la URSS. El comunista polaco Jerzy Sochacki dejó un mensaje escrito con su propia sangre antes de morir arrojándose al vacío en una cárcel de Moscú en 1933: «Soy fiel al partido hasta el final».[4]

La «Organización Militar Polaca» proporcionó la coartada para convertir a los polacos en chivo expiatorio de los fracasos políticos soviéticos. Después de la firma de la declaración de no agresión germano-polaca de enero de 1933, los polacos fueron acusados no sólo de la hambruna sino también del empeoramiento de la posición internacional de la Unión Soviética. Ese mes, Balytskyi acusó a la «Organización Militar Polaca» de la pervivencia del nacionalismo ucraniano. En marzo de 1934, 10 800 ciudadanos soviéticos de nacionalidad polaca o alemana fueron arrestados en Ucrania. En 1935, mientras que el nivel de actividad del NKVD decrecía en el conjunto de la Unión Soviética, seguía creciendo en la Ucrania soviética, con especial atención hacia los polacos. En febrero y marzo de 1935, 41 650 polacos, alemanes y kulaks fueron reasentados desde el este al oeste de Ucrania. Entre junio y septiembre de 1936, 69 283 personas, la mayoría polacos soviéticos, fueron deportadas de Ucrania a Kazajistán. Los diplomáticos polacos estaban confusos antes estas acciones. Polonia seguía una política de equidistancia entre la Unión Soviética y la Alemania nazi: acuerdos de no agresión con ambos, alianzas con ninguno de ellos.[5]

La «Organización Militar Polaca» conjurada durante la hambruna de 1933 se mantuvo como pura fantasía burocrática en la Ucrania soviética, y después se adaptó para justificar el terror nacional contra los polacos en toda la URSS. Stalin dio una primera pista en diciembre de 1934 al pedir que el polaco Jerzy Sosnowski fuera expulsado del NKVD. Sosnowski, que mucho tiempo atrás fuera miembro de la Organización Militar Polaca real, había sido reformado en la Cheka y trabajó productivamente para los soviets durante más de una década. En parte debido a que la policía estatal soviética había sido fundada por un comunista polaco, Feliks Dzierzytíski, muchos de sus oficiales más destacados eran polacos, a menudo reclutados en los primeros tiempos. Yezhov, el jefe del NKVD, al parecer se sentía amenazado por estos oficiales polacos veteranos; ciertamente, estaba obsesionado con los polacos en general. Inclinado a creer en complicadas tramas orquestadas por agencias de inteligencia extranjeras, situaba a Polonia en el puesto de honor porque los polacos, desde su punto de vista, «lo saben todo». La investigación de Sosnowski, que fue arrestado en diciembre de 1933, quizá hizo que Yezhov se fijara en la Organización Militar Polaca histórica.[6]

Yezhov siguió la campaña antipolaca de Balytskyi en Ucrania, y después reformuló el concepto. Coincidiendo con el inicio de los juicios públicos de 1936 en Moscú, Yezhov le tendió una trampa a su subordinado Balytskyi. Mientras comunistas destacados confesaban en la capital, Balytskyi informó desde Kiev que la «Organización Militar Polaca» había sido refundada en Ucrania. Sin duda, sólo quería recabar atención y recursos para él y su aparato local en un momento de pánico en temas de seguridad. Sin embargo, en un giro de los acontecimientos que debió de sorprender a Balytskyi, Yezhov declaró que la «Organización Militar Polaca» era un peligro aún mayor de lo que aseguraba Balytskyi. No era un asunto para el NKVD regional de Kiev sino para la central de Moscú. Balytskyi, que se había inventado la trama de la «Organización Militar Polaca», perdía así el control de su invento. Pronto se obtuvo una confesión del comunista polaco Tomasz Dąbal, quien afirmó haber sido el director de la organización en toda la Unión Soviética.[7]

Gracias la iniciativa de Yezhov, la «Organización Militar Polaca» perdió todo resto de sus orígenes históricos y regionales y se convirtió en una amenaza para la Unión Soviética. El 16 de enero de 1937, Yezhov le presentó a Stalin su teoría de una gran conspiración y después, con su permiso, la trasladó a un pleno del comité central. En marzo, Yezhov purgó al NKVD de agentes polacos. Aunque Balytskyi no era polaco, sino ucraniano, se encontró en una situación muy incómoda. Si la «Organización Militar Polaca» era tan importante, preguntó Yezhov, ¿por qué Balytskyi no había estado más atento? De este modo, Balytskyi, que había convocado el fantasma de la «Organización Militar Polaca», se convirtió en víctima de su propia creación. En mayo cedió su puesto en Ucrania a su antiguo adjunto, Izrail Leplevskii, el oficial del NKVD que con tanta energía había conducido la operación kulak en la Ucrania soviética. El 7 de julio, Balytskyi fue arrestado bajo la acusación de espionaje al servicio de Polonia. Una semana más tarde, su nombre fue suprimido del estadio en el que jugaba sus partidos de fútbol el Dinamo de Kiev, y reemplazado por el de Yezhov. Balytskyi fue ejecutado en noviembre.[8]

En junio de 1937, cuando Yezhov introdujo el imaginario «centro de centros» para explicar la acción contra los kulaks y los juicios farsa en curso, anunció además la amenaza de la no menos irreal «Organización Militar Polaca». Ambas entidades estaban presuntamente conectadas. Igual que la justificación de la acción contra los kulaks, la justificación de la acción contra los polacos permitía reescribir la historia soviética de modo que la responsabilidad de todos los problemas políticos recayera sobre sus enemigos, y que tales enemigos quedaran definidos claramente. En la versión de Yezhov, la «Organización Militar Polaca» había estado activa en toda la Unión Soviética desde el principio y había penetrado no sólo en el Partido Comunista, sino también en el Ejército Rojo y en el NKVD. Había permanecido invisible (según Yezhov) precisamente por su envergadura: tenía agentes en las altas esferas, capaces de enmascararse y ocultar sus acciones.[9]

El 11 de agosto de 1937, Yezhov emitió la orden 00485 con el mandato de que el NKVD se encargara de la «total liquidación de las redes de espías de la Organización Militar Polaca». Aunque la orden 00485 fue promulgada poco después del principio de la operación contra los kulaks, su contenido radicalizó notablemente el Terror. A diferencia de la orden 00447, dirigida contra enemigos ya familiares y que, al menos en teoría, eran enemigos de clase, la 00485 trataba a un grupo nacional como enemigo del estado. La orden antikulaks, desde luego, también incluía a los criminales y fue aplicada a nacionalidades y enemigos políticos de diversas clases, pero por lo menos tenía una débil aureola de análisis de clases. Los kulaks como grupo podían describirse en términos marxistas, pero declarar que ciertas naciones de la URSS eran enemigas del proyecto soviético suponía algo más: parecía el abandono de la premisa socialista básica de fraternidad entre los pueblos.[10]

La influencia soviética en el mundo durante aquellos años de Frente Popular dependía de una imagen de tolerancia. En una Europa en la que el fascismo y el nacionalsocialismo estaban en ascenso, y ante los habitantes del sur de Estados Unidos, procedentes de una tierra de discriminación racial y de linchamiento de negros, la mejor baza de Moscú para proclamar su superioridad moral era la de presentarse como un estado multicultural que aplicaba la discriminación positiva. En el popular filme soviético de 1936, Circus, por ejemplo, la heroína era una actriz estadounidense que, tras dar a luz a un niño negro, acude a la Unión Soviética para huir del racismo.[11]

El plurinacionalismo de la URSS no era una hipocresía, y los crímenes étnicos convulsionaron el sistema soviético. El NKVD se componía de muchas nacionalidades, por lo que representaba un ejemplo de plurinacionalismo. Cuando empezaron los juicios públicos de 1936, la cúpula del NKVD estaba dominada por hombres procedentes de minorías nacionales, sobre todo judíos. En los documentos de identidad de en torno al cuarenta por ciento de los altos cargos del NKVD constaba su nacionalidad judía, lo mismo que en los de más de la mitad de los generales del NKVD. En el clima del momento, quizá fueran los judíos los que tenían más razones para oponerse a las políticas de persecución étnica. Tal vez para contrarrestar el instinto nacionalista (o el de conservación) de sus oficiales, Yezhov envió una circular especial asegurándoles que su tarea era castigar el espionaje y no a las etnias: «Sobre la actividad fascista insurgente, saboteadora, derrotista y terrorista del servicio polaco de inteligencia en la URSS». Las treinta páginas del documento abundaban en la teoría que Yezhov ya había compartido con el comité central y con Stalin; que la Organización Militar Polaca estaba conectada con otros «centros» de espionaje y que había penetrado en todas las instituciones soviéticas clave.[12]

Incluso aunque Stalin y Yezhov hubieran estado convencidos de la existencia de una profunda penetración polaca en las instituciones soviéticas, la simple idea no bastaba para fundamentar los arrestos individuales. La verdad era que no había nada parecido a una vasta trama polaca en la Unión Soviética, y los agentes de la NKVD se encontraron con pocas opciones. Las conexiones entre el estado polaco y los acontecimientos en la Unión Soviética serían difíciles de documentar incluso empleando grandes dosis de ingenio. Los dos grupos más sospechosos de ciudadanos polacos, los diplomáticos y los comunistas, no servían para fundamentar una acción de aniquilación en masa. El auge del espionaje polaco en la Unión Soviética se había producido mucho tiempo atrás, y el NKVD sabía todo lo que había qué saber acerca de lo que los polacos habían intentado a finales de los años veinte y principios de los treinta. Sin duda, los diplomáticos polacos habrían intentado recoger información, pero estaban protegidos por la inmunidad diplomática, eran pocos y ya se encontraban bajo vigilancia constante. En su mayor parte, en 1937 ya estaban bastante escarmentados como para contactar con ciudadanos soviéticos y poner en peligro sus vidas, y por aquella época tenían instrucciones de cómo debían actuar en caso de ser arrestados. Yezhov le dijo a Stalin que los exilados políticos polacos eran el mayor «suministro de espías y elementos provocadores dentro de la URSS». Muchos de los comunistas polacos más destacados estaban ya en la Unión Soviética, y algunos ya habían muerto. Sesenta y nueve de los cien miembros del comité central del partido polaco fueron ejecutados en la URSS. La mayoría de los restantes permanecían entre rejas en Polonia, por lo cual no estaban disponibles para ser ejecutados. En todo caso, eran cifras demasiado bajas.[13]

Precisamente porque no había ninguna trama polaca, los agentes del NKVD tenían pocas opciones, aparte de perseguir a los polacos soviéticos y otros ciudadanos relacionados con Polonia, la cultura polaca o el catolicismo. El carácter étnico antipolaco de la operación prevaleció en la práctica, como quizá estaba previsto desde un principio. La carta de Yehzov autorizaba el arresto de elementos nacionalistas y de miembros de la «Organización Militar Polaca» todavía no descubiertos. Estas categorías eran tan vagas que los agentes del NKVD podían aplicarlas a casi cualquier persona de etnia polaca o que tuviera relación con Polonia. Los agentes del NKVD que desearan demostrar el celo adecuado en el cumplimiento de la operación tendrían que ser bastante imprecisos en cuanto a los cargos contra esas personas. Las acciones anteriores de Baltytskyi contra los polacos habían creado una reserva de sospechosos que bastaría para unas cuantas purgas, pero que distaba mucho de cubrir los objetivos. Los agentes locales del NKVD tendrían que tomar la iniciativa, no re visando los ficheros, como en la operación kulak, sino creando nuevos rastros documentales. Un jefe del NKVD de Moscú entendió el espíritu de la orden: su organización debía destruir a los «polacos por completo». Sus agentes buscaron a los polacos en el listín telefónico.[14]

Los ciudadanos soviéticos debían «desenmascararse» a sí mismos como agentes de Polonia. Dado que había que sacar de la nada los grupos y escenarios de la trama polaca, la tortura desempeñó un papel importante en los interrogatorios. Además de los métodos tradicionales de la correa de transmisión y de la permanencia, muchos polacos fueron sometidos a una forma de tortura colectiva llamada el «método de la conferencia». Se reunía a un grupo de sospechosos polacos en un lugar, por ejemplo, en el sótano de un edificio público de una ciudad o pueblo de la Ucrania o la Bielorrusia soviéticas, y un policía torturaba a uno de ellos delante de los demás. Una vez que la víctima había confesado, se instaba a los otros a ahorrarse los sufrimientos confesando de antemano. Si querían evitar el dolor y las heridas, no sólo tendrían que autoinculparse, sino que debían implicar a otros. En tal situación, los detenidos tenían un buen motivo para confesar lo antes posible: era evidente que todo el mundo acabaría siendo implicado de todos modos, y una confesión rápida les ahorraría sufrimientos. De este modo se reunían con gran rapidez testimonios para implicar a todo un grupo.[15]

Los procedimientos legales fueron algo diferentes de los seguidos en la operación contra los kulaks, pero no menos escuálidos. En la operación contra los polacos, el agente investigador redactaba un breve informe sobre cada uno de los prisioneros, con la descripción del presunto crimen —habitualmente sabotaje, terrorismo o espionaje— y la recomendación de una de las dos sentencias posibles, el Gulag o la muerte. Cada diez días enviaba todos sus informes al jefe regional del NKVD y a un fiscal. A diferencia de las troikas de la operación antikulak, esta comisión de dos personas (la dvoika) no podía sentenciar por sí misma a los prisioneros, sino que debía solicitar aprobación a las autoridades superiores. Reunían los informes en un álbum, anotaban la sentencia que recomendaban en cada caso y lo enviaban a Moscú. Al principio, los álbumes eran revisados por una dvoika central, en la que Yezhov actuaba como comisario para la seguridad del Estado y Andrei Vyshynskii se limitaba a poner sus iniciales después de una apresurada revisión a cargo de sus subordinados. En un solo día podían completar dos mil sentencias de muerte. El «método del álbum» ofrecía la apariencia de una revisión formal por parte de las más altas autoridades soviéticas. En realidad, era el agente investigador quien decidía el destino de cada víctima, que después se confirmaba de forma más o menos automática.[16]

Las biografías se convirtieron en sentencias de muerte, lo mismo que cualquier relación con la cultura polaca o con el catolicismo pasa ron a ser pruebas de participación en el espionaje internacional. Se sentenciaba a las personas por ofensas que parecen insignificantes: diez años de Gulag por tener un rosario, muerte por no producir suficiente azúcar. Los detalles de la vida diaria bastaban para generar un informe, una entrada en el álbum, una firma, un veredicto, un disparo y un cadáver. Después de veinte días, o dos ciclos de álbumes, Yezhov informó a Stalin de que ya se habían realizado 23 216 arrestos en la operación antipolaca. Stalin expresó su satisfacción: «¡Espléndido! Sigan escarbando y limpiando esa escoria polaca. Elimínenla por el interés de la Unión Soviética».[17]

En las primeras etapas de la operación antipolaca, muchos de los arrestos se hacían en Leningrado, donde el NKVD tenía grandes oficinas y donde vivían miles de polacos en un perímetro reducido. La ciudad había sido tradicionalmente lugar de asentamiento de polacos desde los días del Imperio Ruso.

Janina Juriewicz, en aquella época una joven polaca de Leningrado, vio alterada su vida por estos primeros arrestos. Era la menor de tres hermanas y estaba muy unida a María, la mayor. Maria se enamoró de un joven llamado Stanislaw Wyganowski, y los tres salían a pasear juntos, con la pequeña Janina como carabina. Maria y Stanislaw se casaron en 1936 y eran una pareja feliz. Cuando detuvieron a Maria en agosto de 1937, su marido comprendió lo que aquello significaba: «Me reuniré con ella —dijo— bajo tierra». Acudió a preguntar a las autoridades y lo arrestaron a él también. En septiembre, el NKVD visitó el hogar familiar de los Juriewicz, confiscó todos los libros polacos y arrestó a la otra hermana de Janina, Elzbieta. Esta, Maria y Stanislaw fueron ejecutados de un disparo en la nuca, y los enterraron en fosas comunes. Cuando la madre de Janina preguntó a la policía, le dijeron la mentira habitual: sus hijas y su yerno habían sido sentenciados a «diez años sin derecho a correspondencia». Como era una sentencia posible, alternativa a la de muerte, la gente lo creía y esperaba. Muchos de ellos siguieron esperando durante décadas.[18]

Personas como los Juriewicz, que no tenían nada que ver con ninguna clase de espionaje polaco, eran la «escoria» a la que se refería Stalin. La familia de Jerzy Makowski, un joven estudiante de Leningrado, sufrió un destino similar. Él y sus hermanos eran ambiciosos y deseaban labrarse un porvenir en la Unión Soviética y cumplir el deseo de su padre de que tuvieran una profesión. Jerzy, el más joven de los hermanos, quería ser constructor naval. Estudiaba cada día con su hermano Stanislaw. Una mañana, los despertaron tres hombres del NKVD que venían a arrestar a Stanislaw. Este, aunque intentaba tranquilizar a su hermano menor, estaba tan nervioso que no podía atarse los zapatos. Fue la última vez que Jerzy vio a su hermano. Dos días más tarde, el siguiente hermano, Wladyslaw, también fue detenido. Stanislaw y Wladyslaw Makowski fueron ejecutados, dos de los 6597 ciudadanos soviéticos pasados por las armas en la región de Leningrado durante la operación antipolaca. A su madre le dijeron la mentira acostumbrada: que sus hijos habían sido enviados al Gulag sin derecho a correspondencia. El tercer hermano, Eugeniusz, que había querido ser cantante, tuvo que trabajar en una fábrica para mantener a la familia; contrajo tuberculosis y murió.[19]

La poeta rusa Anna Ajmátova, que vivía por entonces en Leningrado, perdió a su hijo en el Gulag durante el Terror. Ella recordaba una «Rusia inocente» que se retorcía «bajo las botas sangrientas de los ejecutores, bajo las ruedas de los furgones policiales». La Rusia inocente era un país plurinacional, Leningrado era una ciudad cosmopolita y sus minorías nacionales eran las que corrían mayor riesgo. En 1937 y 1938, en la ciudad de Leningrado, los polacos tenían treinta y cuatro veces más posibilidades que los otros ciudadanos soviéticos de ser arrestados. Una vez detenido en Leningrado, un polaco tenía muchas posibilidades de ser pasado por las armas; el ochenta y uno por ciento de los sentenciados en la operación antipolaca en esa ciudad fueron ejecutados, en su mayor parte dentro de los diez días posteriores al arresto. Su situación era sólo un poco peor que la de los polacos de otros lugares. En toda la Unión Soviética, el promedio de personas ejecutadas en la operación antipolaca fue del setenta y ocho por ciento de los detenidos. El resto, por supuesto, no fueron liberados: la mayoría de ellos cumplieron sentencias de ocho a diez años en el Gulag.[20]

En aquella época, ni los habitantes de Leningrado en general ni los polacos de Leningrado en particular tenían idea de estas proporciones. Sólo conocían el miedo a los golpes en la puerta de madrugada y la visión del furgón celular, llamado la «María negra» o el «destructor de almas» y, por los polacos, el «cuervo negro» (nunca más). Como recordaba un polaco, la gente se iba a la cama cada no che sin saber si la despertaría el sol o el cuervo negro. La industrialización y la colectivización habían esparcido a los polacos por todo aquel vasto país. Ahora desaparecían de sus fábricas, cuarteles u hogares. Tomemos un ejemplo entre mil: en una modesta casa de madera de la ciudad de Kunstevo, al oeste de Moscú, vivían varios trabajadores cualificados, entre ellos un mecánico y un obrero metalúrgico polacos. Estos dos hombres fueron arrestados el 18 de enero y el 2 de febrero de 1938 respectivamente y ejecutados. Evgenia Babushkina, una tercera víctima de la operación antipolaca en Kunstevo, ni siquiera era polaca. Se trataba de una joven y prometedora experta en química orgánica, aparentemente leal; pero su madre había trabajado como lavandera de unos diplomáticos polacos, y por ello Evgenia también fue ejecutada.[21]

La mayoría de los polacos soviéticos no vivían en ciudades de Rusia como Leningrado o Kunstevo, sino más al oeste, en Bielorrusia y Ucrania, tierras que los polacos habían habitado durante cientos de años. Estos territorios habían formado parte de la antigua mancomunidad de Polonia-Lituania en los siglos XVII y XVIII. En el curso del siglo XIX, cuando ya habían pasado a ser las regiones occidentales del Imperio Ruso, los polacos perdieron buena parte de su estatus, y en muchos casos habían empezado a asimilarse a las poblaciones ucranianas y bielorrusas con las que convivían. A veces, sin embargo, la asimilación era a la inversa, cuando hablantes de bielorruso o de ucraniano que consideraban el polaco como el idioma de la civilización se presentaban como polacos. La política soviética inicial de los años veinte con respecto a las nacionalidades había tendido a convertir en polacos a estas personas, enseñándoles el idioma literario en escuelas de habla polaca. Ahora, durante el Gran Terror, la política soviética volvía a distinguir a esas gentes, pero de manera negativa, sentenciándolas a muer te o al Gulag. Al igual que ocurría con la persecución de los judíos en esa misma época en la Alemania nazi, la persecución de una persona por motivos étnicos no necesariamente significaba que esa persona se sintiera hondamente identificada con la nacionalidad en cuestión.[22]

En la Bielorrusia soviética, el Terror coincidió con una purga masiva de la jefatura del partido en Minsk realizada por el comandante del NKVD Boris Berman. Este acusó a los comunistas bielorrusos locales de abusar de las políticas positivas de afirmación nacional y de fomentar el nacionalismo bielorruso. Más tarde que en Ucrania, pero en gran medida con los mismos razonamientos, el NKVD presentó a la Organización Militar Polaca como el cerebro de la supuesta deslealtad bielorrusa. Los ciudadanos soviéticos de la región fueron acusados de ser «nacionalfascistas bielorrusos», «espías polacos», o ambas cosas.

Como las tierras de Bielorrusia, igual que las ucranianas, estaban divididas entre la Unión Soviética y Polonia, era fácil elaborar tales acusaciones. La implicación en las culturas bielorrusas o ucranianas se manifestaba en el interés por su desarrollo al otro lado de las fronteras. El asesinato en masa en la Bielorrusia soviética incluyó la eliminación deliberada de las personas instruidas representativas de la cultura nacional bielorrusa. Como más tarde afirmó uno de los colegas de Berman, éste «destruyó la flor de la intelectualidad bielorrusa». No menos de 218 de los escritores más destacados del país fueron asesinados. Berman les dijo a sus subordinados que sus carreras dependían de que cumplieran con prontitud la orden 00485: «La rapidez y calidad del trabajo de descubrir y arrestar espías polacos será la primera consideración a tener en cuenta en la evaluación de cada líder».[23]

Berman y sus hombres sacaron partido de la economía de escala, ya que operaban en uno de los mayores centros de exterminio de la Unión Soviética. Realizaban las ejecuciones en el bosque de Kurapaty, a doce kilómetros al norte de Minsk. Los bosques eran conocidos por sus flores blancas (Kurasliepy en bielorruso literario, Kurapaty en el dialecto local). Los cuervos negros evolucionaban entre las flores blancas día y noche, en tales cantidades que pavimentaban el estrecho camino de grava, al que la población local llamaba «la carretera de la muerte». En el bosque se habían despejado quince hectáreas de pinos en las cuales se cavaron cientos de fosas. Una vez condenados, conducían a los ciudadanos soviéticos a través de las verjas de acceso, y dos hombres los escoltaban hasta el borde de las tumbas. Allí, les disparaban por la espalda y los empujaban a la fosa. Cuando había escasez de balas, los hombres del NKVD obligaban a sus víctimas a sentarse juntas, con las cabezas en línea, de manera que una sola bala pudiera atravesar varios cráneos. Los cadáveres se disponían en capas y se cubrían de arena.[24]

De las 19 931 personas arrestadas en la operación antipolaca de la república bielorrusa, 17 772 fueron condenadas a muerte. Algunos eran bielorrusos, otros judíos, pero la mayoría eran polacos, que además eran arrestados también en la acción antikulak de Bielorrusia y en otras purgas. En total, y como resultado de las ejecuciones y sentencias de muerte, el número de polacos de la bielorrusia soviética se redujo en más de sesenta mil durante el Gran Terror.[25]

La operación antipolaca fue más amplia en la Ucrania Soviética, donde habitaba aproximadamente el setenta por ciento de los seiscientos mil polacos de la Unión Soviética. 55 928 personas fueron arrestadas en Ucrania en la operación, de las cuales 47 327 fueron pasadas por las armas. En 1937 y 1938, los polacos tenían doce veces más probabilidades de ser arrestados que el resto de la población de la Ucrania Soviética. Era allí donde la hambruna había dado pie a la teoría de la Organización Militar Polaca, donde Balytskyi había perseguido a los polacos durante años, y donde su antiguo adjunto, Izrail Leplevskii, tuvo que demostrar su celo después de que quitaran de en medio a su antiguo jefe. A Leplevskii no le sirvió de mucho: también fue arrestado en abril de 1938 y ejecutado, antes incluso de que terminara la operación polaca de Ucrania (su sucesor, A. I. Uspenskii, tuvo la astucia de desaparecer en septiembre de 1938, pero al final lo encontraron y lo ejecutaron también).[26]

Uno de los adjuntos de Leplevskii, Lev Raikhman, elaboró categorías de arresto que podían aplicarse a la amplia población polaca de la Ucrania Soviética. Uno de los grupos sospechosos, bastante interesante, era el de los agentes de policía que trabajaban entre los polacos soviéticos. Con respecto a este grupo se repetía el dilema de la vigilancia que afectó a Balytskyi, Leplevskii y a los agentes del NKVD en general. Una vez «establecido» que la «Organización Militar Polaca» era y había sido omnipresente en la Ucrania soviética y poderosa en toda la Unión Soviética, el NKVD siempre podía argüir que los policías e informadores no habían mostrado el celo suficiente en etapas anteriores. Aunque muchos de esos agentes de policía eran polacos soviéticos, algunos eran ucranianos, judíos o rusos.[27]

Jawiga Moszyñska cayó en esa trampa. La periodista polaca, que trabajaba para un periódico en su idioma, informó a la policía sobre sus colegas. Cuando estos fueron arrestados y acusados de ser espías polacos, la situación de la periodista se hizo insostenible. ¿Por qué no les había dicho antes a las autoridades que toda la comunidad polaca era un nido de espías extranjeros? Czeslawa Angielczyk, una agente del NKVD de origen polaco-judío que informó sobre los profesores de polaco, sufrió un destino similar: Una vez que la operación polaca es tuvo en pleno desarrollo y se arrestaba a los profesores de manera rutinaria, ella también quedó expuesta a la acusación de no haber sido lo bastante diligente en su trabajo con anterioridad. Ambas mujeres fue ron ejecutadas y enterradas en Bykivnia, una gran concentración de fosas comunes al noreste de Kiev, escenario de la ejecución de al menos diez mil ciudadanos soviéticos durante el Gran Terror.[28]

En las zonas rurales de Ucrania, la operación antipolaca fue incluso más arbitraria y feroz que en Kiev y en otras ciudades. «El cuervo negro volaba», recuerdan los supervivientes, de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, llevando el dolor a los polacos. El NKVD enviaba equipos a las ciudades con la esperanza de completar los arrestos y ejecuciones de los polacos en semanas o incluso días. En Zhmerinka, importante nudo ferroviario, el NKVD se presentó en marzo de 1938, acorraló a cientos de polacos y los torturó para que confesaran. En Polonne, la dvoika compuesta por el jefe de la NKVD y el fiscal requisó el edificio desacralizado de la iglesia católica. Los polacos de Polonne y de los pueblos cercanos fueron arrestados y encerrados en el sótano de la iglesia. 168 personas fueron asesinadas en ese lugar.[29]

En las poblaciones más pequeñas era difícil cubrir incluso las formalidades judiciales más triviales. Las fuerzas operativas del NKVD aparecían de súbito, con instrucciones de arrestar y ejecutar a un cierto número de personas. Partían de la suposición de que todo un pueblo, fábrica o granja colectiva eran culpables; rodeaban el lugar por la no che y torturaban a los hombres hasta que obtenían los resultados que necesitaban. Llevaban a cabo las ejecuciones y se iban. En muchos casos, las víctimas llevaban bastante tiempo muertas para cuando se elaboraban los álbumes con sus fichas y se enviaban a Moscú. En el campo, las fuerzas operativas del NKVD eran escuadrones de la muerte. En Cherniivka, el NKVD esperó hasta el 25 de diciembre de 1937 (Navidad para los polacos católicos, no para los ucranianos ortodoxos) para arrestar a todos los que acudieron a la iglesia. Los arrestados sencilla mente desaparecieron, recuerda una mujer del lugar, «como una piedra en el agua».[30]

Los arrestados eran casi siempre hombres, y los arrestos dejaban a sus familias sumidas en la desesperación. Zeferyna Koszewicz vio a su padre por última vez cuando lo arrestaron en la fábrica y lo llevaron a Polonia para interrogarlo. Lo último que le dijo fue: «¡Haz caso a tu madre!». La mayoría de las madres estaban desamparadas. En el campo ucraniano, como en toda la Unión Soviética, las viudas seguían el ritual de visitar la cárcel a diario para llevar comida y ropa interior limpia, y los guardianes les devolvían ropa sucia; como ésta era la única señal de que sus esposos aún vivían, la recibían con alegría. A veces, algún hombre conseguía deslizar un mensaje al exterior, como hizo un marido en la ropa sucia que le envió a su esposa: «Sufro y soy inocente». Un día, la ropa sucia estaba manchada de sangre. Al día siguiente no había ropa sucia, y eso significaba que no había marido.[31]

En octubre y noviembre de 1937, antes de que los campos y asentamientos especiales se llenaran, las esposas eran deportadas a Kazajistán después de que sus maridos fueran ejecutados. Durante esas semanas, el NKVD secuestraba a menudo a los niños polacos de hasta diez años y se los llevaba a orfanatos. De este modo se aseguraban de que no fueran educados como polacos. A partir de diciembre de 1937, cuando ya no quedaba mucho sitio en el Gulag, las mujeres, por lo general, no eran deportadas, y se quedaban solas con sus hijos. Ludwik Piwmslci, por ejemplo, fue arrestado mientras su esposa estaba dando a luz al hijo de ambos. No pudo comunicarle su sentencia, porque nunca le permitieron verla, y él mismo sólo la supo en el tren: diez años talando árboles en Siberia. Fue uno de los afortunados, uno de los relativamente escasos polacos que fueron arrestados y sobrevivieron. Eleanora Pasckienwicz presenció cómo arrestaban a su padre el 19 de diciembre de 1937 y después vio dar a luz a su madre el día de Navidad.[32]

La operación antipolaca fue más feroz en Ucrania, en las mismas tierras donde las políticas de exterminio por hambre habían matado a millones de personas sólo unos pocos años atrás. Algunas familias polacas que perdían hombres en el Terror en la Ucrania soviética ya habían sido horriblemente golpeadas por la hambruna, Hanna Sobolewska, por ejemplo, había visto morir de hambre a cinco hermanos y a su padre en 1933. El menor de sus hermanos, Józef, era el muchacho que, antes de morir de hambre, solía decir: «¡Ahora viviremos!» En 1938, el cuervo negro se llevó a su único hermano superviviente, así como a su marido. Como decía evocando el Terror en los pueblos polacos de Ucrania: «los niños lloran, las mujeres se quedan».[33]

En septiembre de 1938, los procedimientos de la operación antipolaca se igualaron con los de la operación antikulak cuando el NKVD recibió el poder de sentenciar, ejecutar y deportar sin supervisión formal. El método de los álbumes, pese a su sencillez, se había vuelto engorroso. Aunque la revisión de estos documentos en Moscú fuera muy expeditiva, de todos modos llegaban en mayor cantidad de la que podía tramitarse. En septiembre de 1938, había más de cien mil casos por examinar. En consecuencia, se crearon «troikas especiales» para leer los archivos en los lugares de origen. Las troikas se componían de un jefe local del partido, un jefe local del NKVD y un fiscal local, que a menudo eran los mismos que se habían ocupado de la operación antikulak. En esta ocasión, su tarea consistía en revisar los álbumes acumulados en sus distritos y emitir veredicto en todos los casos. Puesto que las nuevas troikas se componían usualmente de la dvoika original más un miembro del partido comunista, no hacían otra cosa que aprobar sus propias recomendaciones previas.[34]

En tres semanas, examinando cientos de casos al día, las troikas especiales se quitaron de encima el trabajo atrasado y sentenciaron a muerte a unas 72 000 personas. En el campo ucraniano operaban del mismo modo que lo habían hecho en la operación antikulak, sentenciando y matando a la gente en grandes cantidades y a toda prisa. En la región de Zhytomyr, en el extremo oeste de la Ucrania soviética cerca de Polonia, una troika sentenció a muerte a unas cien personas el 22 de septiembre de 1938, a otras 138 al día siguiente, y a 408 el 28 de septiembre.[35]

La operación antipolaca fue en algunos aspectos el capítulo más sangriento del Gran Terror en la Unión Soviética. No fue la operación más amplia, pero sí la segunda después de la acción antikulak. Tampoco fue la operación con el mayor porcentaje de ejecuciones entre los arrestados, pero se acercó mucho, y otras acciones letales comparables fue ron de escala mucho menor.

De las 143 810 personas arrestadas bajo la acusación de espionaje a favor de Polonia, 111 091 fueron ejecutadas; no todas ellas eran polacas, pero sí la mayoría. Los polacos también fueron perseguidos de forma desproporcionada en la acción antikulak, especialmente en la Ucrania soviética. Si tomamos en consideración el número de muertos, el porcentaje de sentencias de muerte en relación con las detenciones y el peligro de arresto, la etnia polaca sufrió más que cualquier otro grupo de la Unión Soviética durante el Gran Terror. Según una estimación moderada, unos ochenta y cinco mil polacos fueron ejecutados en 1937 y 1938, lo que significa que una octava parte de las 681 692 víctimas mortales del Gran Terror fueron polacas. Es un porcentaje lacerante, dado que los polacos eran una minoría ínfima en la Unión Soviética, menos del 0,4 por ciento de la población general. Los polacos tenían unas cuarenta veces más probabilidades de morir durante el Gran Terror que los ciudadanos soviéticos en general.[36]

La operación antipolaca sirvió de modelo para una serie de otras acciones contra las nacionalidades. Todas se dirigieron contra nacionalidades en la diáspora —«naciones enemigas», en la nueva terminología estalinista—, grupos con conexiones reales o imaginarias con estados extranjeros. En la operación antiletona, 16 573 personas fueron pasadas por las armas como supuestos espías de Letonia. Otros 7998 ciudadanos soviéticos fueron ejecutados como espías de Estonia, y 9078 como espías de Finlandia. En total, las operaciones contra las nacionalidades, incluyendo la antipolaca, significaron la muerte de 247 157 personas. Estas operaciones se dirigieron contra grupos nacionales que, en conjunto, representaban sólo el 1,6 por ciento de la población soviética, pero supusieron no menos del treinta y seis por ciento de las bajas del Gran Terror. Las personas de las minorías nacionales perseguidas tenían más de veinte veces más probabilidades de morir en el Gran Terror que los ciudadanos soviéticos corrientes. Los arrestados en las acciones nacionales también tenían muchas probabilidades de morir: en la operación antipolaca el porcentaje de ejecuciones era del setenta y ocho por ciento, y en el total de las operaciones la cifra era del setenta y cuatro por ciento. Mientras que un ciudadano soviético arrestado en la acción antikulak tenía un cincuenta por ciento de posibilidades de ser sentenciado al Gulag, uno arrestado en una acción contra las nacionalidades tenía tres probabilidades contra una de ser pasado por las armas. Ello se debió tal vez a una circunstancia cronológica más que a una intención especialmente letal: el grueso de los arrestos en la acción antikulak se realizó antes que los de las acciones contra las nacionalidades. En general, cuánto más tarde era arrestado un ciudadano durante el Gran Terror más probabilidades tenía de ser ejecutado, por la sencilla razón de que en el Gulag faltaba espacio.[37]

Aunque Stalin, Yezhov, Balytskyi, Leplevskii, Berman y otros relacionaban la etnia polaca con la seguridad soviética, el asesinato de polacos no hizo que la posición internacional del estado soviético mejorara. Durante el Gran Terror fueron arrestadas más personas como espías polacos que como espías alemanes o japoneses, pero pocas (y muy posiblemente ninguna) de ellas tenían relación con el espionaje polaco. En 1937 y 1938 Varsovia seguía una cuidadosa política de equidistancia entre la Alemania nazi y la Unión Soviética. Polonia no albergaba planes en cuanto a una guerra ofensiva con la Unión Soviética.[38]

Pero, tal vez, razonaba Stalin, matar polacos tampoco haría daño. Estaba en lo cierto cuando pensaba que Polonia no se aliaría con la Unión Soviética en una guerra contra Alemania. Como Polonia se encontraba entre la Alemania nazi y la Unión Soviética, no podía ser neutral en una guerra por el dominio de Europa oriental. Tendría que enfrentarse a Alemania y ser vencida, o bien aliarse con Alemania e invadir la Unión Soviética. En cualquiera de los dos casos, una matanza masiva de polacos soviéticos no perjudicaría los intereses de la Unión Soviética, siempre, claro está, que dichos intereses no tuvieran para nada en cuenta la vida y el bienestar de sus ciudadanos. Un razonamiento cínico, aunque acaso también erróneo: como observaban continuamente los atónitos diplomáticos y espías, el Gran Terror distrajo muchas energías que se podrían haber empleado de manera más útil. Stalin interpretó mal la posición de seguridad de la Unión Soviética, y un enfoque más tradicional de las cuestiones de inteligencia le habría prestado mejor servicio a finales de la década de 1930.

En 1937, la amenaza inmediata parecía ser Japón. La actividad japonesa en Extremo Oriente había servido de justificación para la operación antikulak. La amenaza japonesa fue también la excusa para las acciones contra la minoría china en la Unión Soviética y contra los trabajadores soviéticos del ferrocarril que habían regresado de Manchuria. El espionaje japonés justificó también la deportación desde el extremo oriental de la URSS a Kazajistán de toda la población coreana soviética, unas 170 000 personas. La propia Corea se encontraba bajo ocupación japonesa, por lo que los coreanos soviéticos, por su asociación con Japón, se convirtieron en una especie de nacionalidad en diáspora. Sheng Shicai, el acólito de Stalin en el distrito occidental chino de Xinjiang, llevó a cabo su propio terror, en el que miles de personas fueron asesinadas. La República Popular de Mongolia, al norte de China, había sido un satélite soviético desde su creación en 1924. Las tropas soviéticas entraron como aliadas en Mongolia en 1937 y las autoridades mongolas efectuaron también su terror, durante el que 20 474 personas fueron ejecutadas en 1937 y 1938. Todo esto iba dirigido contra Japón.[39]

Ninguna de estas matanzas sirvió de mucho desde el punto de vista estratégico. Los dirigentes japoneses habían optado por una estrategia orientada hacia China y el Pacífico. Japón intervino en China en julio de 1937, precisamente cuando empezaba el Gran Terror; y a partir de entonces avanzó hacia el sur. Por tanto, la lógica que había detrás de la acción antikulak y de las acciones contra las nacionalidades del Este no obedecía a ninguna amenaza real. Es posible que Stalin temiera al Japón, y tenía buenas razones para ello. Las intenciones japonesas eran ciertamente agresivas en la década de 1930, y la única duda era la dirección de la expansión: al norte o al sur. Los gobiernos japoneses eran inestables y proclives a cambios rápidos en sus políticas. Al final, en todo caso, los asesinatos masivos no podían proteger a la Unión Soviética de un ataque que no se iba a producir.

Quizá, como en el caso de los polacos, Stalin pensara que el asesinato en masa no tenía coste alguno. Si Japón decidía atacar, encontraría menos apoyos dentro de la Unión Soviética. En caso contrario, las matanzas preventivas y las deportaciones no dañarían los intereses soviéticos. Una vez más, estos razonamientos sólo encajan si los intereses del Estado soviético se consideraban ajenos a las vidas y el bienestar de su población. Y, una vez más, el empleo del NKVD contra enemigos dentro del país (y contra su propia organización) impidió un enfoque más sistemático de la verdadera amenaza a la que se enfrentaba la Unión Soviética: un ataque alemán, sin el apoyo japonés o polaco y sin la ayuda de los opositores internos al poder soviético.

Alemania, a diferencia de Japón y Polonia, estaba considerando realmente un ataque contra el Estado soviético. En septiembre de 1936, Hitler hizo saber a su gabinete que el objetivo principal de su política exterior era la destrucción de la Unión Soviética. «La esencia y la meta del bolchevismo —proclamó— es la eliminación de los estratos de la humanidad que han proporcionado a los líderes, y su sustitución por el judaismo internacional». Alemania, según Hitler, tendría que estar preparada para la guerra en un plazo de cinco años. Para ello, en 1936, Hermann Goring asumió el mando plenipotenciario del Plan Cuatrienal que debía preparar a los sectores público y privado para una guerra de agresión. Hitler era una amenaza real para la Unión Soviética, pero al parecer Stalin no abandonaba la esperanza de que las relaciones soviético-germanas mejorasen. Tal vez por esta razón, las acciones contra los alemanes soviéticos fueron más suaves que las era prendidas contra los polacos soviéticos. 41 989 personas fueron asesinadas en una acción contra la nacionalidad alemana, pero la mayoría no eran alemanes.[40]

En aquellos años del Frente Popular, los asesinatos y deportaciones soviéticos pasaron inadvertidos en Europa. El Gran Terror, por lo que se conocía de él, era una cuestión de juicios públicos y de purgas en el partido y en el ejército. Pero estos acontecimientos, constatados por los especialistas y los periodistas en su momento, no eran la esencia del Gran Terror. La esencia del Gran Terror fueron las operaciones antikulak y contra las nacionalidades que motivaron 625 483 de las 681 692 ejecuciones por crímenes políticos realizadas en 1937 y 1938. Ambas operaciones provocaron algo más de nueve décimas partes de las sentencias de muerte y tres cuartas partes de las sentencias al Gulag.[41]

Así pues, el Gran Terror fue ante todo una acción antikulak, que tuvo su mayor impacto en la Ucrania soviética, más una serie de acciones contra las nacionalidades, la más importante de ellas contra los polacos, y en la que también fue Ucrania la región más afectada. De las 681 692 sentencias de muerte registradas durante el Gran Terror, 123 421 se efectuaron en Ucrania, sin contar a los nativos de la región que fueron ejecutados en el Gulag. La república de Ucrania perdió un porcentaje más alto de población que el resto de la Unión Soviética y, dentro de la república de Ucrania, los polacos perdieron el porcentaje más alto de vidas.[42]

El Gran Terror significó la tercera revolución soviética. Mientras que la revolución bolchevique trajo un cambio de régimen político a partir de 1917 y la colectivización un nuevo sistema económico después de 1930, el Gran Terror de 1937-1938 supuso una revolución de mentalidades. Stalin dio cuerpo a su teoría de que el enemigo sólo podía ser desenmascarado mediante los interrogatorios. Su cuento sobre agentes extranjeros y conspiraciones internas se contó en cámaras de tortura y se escribió en protocolos de interrogatorios. Si se puede decir que los ciudadanos soviéticos participaron de algún modo en la alta política de finales de 1930, fue precisamente como instrumentos de una narración. Para que la gran historia de Stalin perviviera, a veces las historias y las vidas de las personas debían llegar a su fin.

Las columnas de campesinos y trabajadores convertidas en columnas de cifras parecían elevar el ánimo de Stalin, y el curso del Gran Terror reafirmó sin duda su posición en el poder. Después de ordenar un alto de las operaciones masivas en noviembre de 1938, Stalin volvió a sustituir a su jefe del NKVD. Lavrenti Beria sucedió a Yezhov, que más adelante fue ejecutado. El mismo destino aguardaba a muchos de los altos cargos del NKVD, acusados de unos excesos que habían sido, en definitiva, la sustancia de las políticas de Stalin. Al reemplazar a Yagoda por Yezhov y a Yezhov por Beria, Stalin demostraba estar por encima del aparato de seguridad. Y como había sido capaz de emplear al NKVD contra el partido y al partido contra el NKVD, demostraba ser el líder incontestable de la Unión Soviética. El socialismo soviético se había convertido en una tiranía en la que el sátrapa demostraba su poder a través del dominio de los políticos de su corte.[43]

La Unión Soviética era un Estado plurinacional y usaba un aparato plurinacional de represión para llevar a cabo campañas de asesinatos contra las nacionalidades. En la época en que el NKVD exterminaba a miembros de minorías nacionales, sus altos cargos eran en su mayoría miembros de tales minorías. En 1937 y 1938, los agentes del NKVD, muchos de ellos judíos, lituanos, polacos o alemanes, ejecutaban políticas de matanzas nacionales que superaban todo lo que Hider y sus SS habían intentado (hasta el momento). Al llevar a cabo estas masacres étnicas —lo cual, por supuesto, debían hacer si querían preservar sus posiciones y sus vidas—, ponían en entredicho una ética del plurinacionalismo que sin duda había sido importante para algunos de ellos. Después, en el curso del Terror, fueron ejecutados de todos modos y reemplazados casi siempre por rusos.

Oficiales judíos que habían llevado la operación antipolaca a Ucrania y Bielorrusia, como Izrail Leplevskii, Lev Raikhman y Boris Berman, fueron arrestados y ejecutados. Sus muertes formaban parte de una tendencia más amplia: Cuando empezaron los asesinatos masivos del Gran Terror, aproximadamente un tercio de los altos cargos del NKVD eran de nacionalidad judía. Cuando Stalin dio por terminada la masacre, el 17 de noviembre de 1938, los judíos no eran más que el veinte por ciento. Un año después, esta cifra era inferior al cuatro por ciento. El Gran Terror podía achacarse a los judíos, y muchos así lo hicieron. Razonar de esta manera era caer en la trampa de Stalin quien sin duda entendió que los agentes judíos del NKVD serían un cómodo chivo expiatorio para las matanzas nacionales, en especial cuando tanto los miembros judíos de la policía secreta como los judíos miembros de las élites nacionales estuvieran muertos. En todo caso, los beneficiarios institucionales del Terror no fueron judíos ni miembros de otras minorías nacionales, sino rusos que ascendieron en la jerarquía. En 1939, los rusos (dos tercios de los funcionarios de escalafón) habían reemplazado a los judíos en las alturas del NKVD, una situación que se hizo permanente. Los rusos se convirtieron en una mayoría nacional con representación excesiva: el porcentaje de rusos en la cúpula del NKVD era mayor que en la población soviética general. La única minoría nacional que tenía una representación excesiva en el NKVD al final del Gran Terror eran los georgianos, compatriotas de Stalin.[44]

Esta tercera revolución fue en realidad una contrarrevolución, un reconocimiento implícito del fracaso del marxismo y el leninismo. En sus aproximadamente quince años de existencia, la Unión Soviética había alcanzado importantes logros para aquellos de sus ciudadanos que aún conservaban la vida: por ejemplo, mientras el Gran Terror estaba en su apogeo, se introdujeron las pensiones estatales. Pero algunas premisas esenciales de la doctrina revolucionaria habían sido abandonadas. En contra de la visión marxista, la existencia ya no precedía a la esencia. Las personas eran culpables no por el lugar que ocuparan en un orden socioeconómico, sino por su identidad personal tangible o por sus conexiones culturales. La política ya no era comprensible en términos de lucha de clases. Si las etnias en diáspora de la Unión Soviética eran desleales, ello no se debía a que estuvieran vinculadas a un orden económico previo, sino a que —se suponía— estaban unidas a un Estado extranjero a causa de su origen étnico.[45]


El vínculo entre lealtad y etnia se daba por sentado en la Europa de 1938. En esos momentos, Hitler estaba usando ese mismo argumento para proclamar que los tres millones de alemanes de Checoslovaquia, y las regiones habitadas por ellos, debían unirse a Alemania. En septiembre de 1938, en una conferencia celebrada en Múnich, Inglaterra, Francia e Italia acordaron permitir a Alemania que se anexionara la franja occidental de Checoslovaquia, donde vivía la mayoría de estos alemanes. El primer ministro británico, Neville Chamberlain, declaró que el acuerdo había traído «paz a nuestro tiempo». El primer ministro francés, Edouard Daladier, no pensaba así en absoluto, pero permitió que el pueblo francés consintiera el capricho. Los checoslovacos ni siquiera fueron invitados a la conferencia: se esperaba que aceptaran el resultado. El acuerdo de Múnich privó a Checoslovaquia de la protección natural de las cordilleras fronterizas y de las fortificaciones que había en ellas, dejando al país vulnerable ante un futuro ataque alemán. Stalin interpretó la anexión como una concesión a Hitler por parte de las potencias occidentales con el fin de volcar a Alemania hacia el Este.[46]

En 1938, a los líderes soviéticos les importaba presentar su política respecto a las nacionalidades como algo muy distinto al racismo de la Alemania nazi. Ese año, se inició una campaña a tal fin que incluía la publicación de cuentos infantiles, entre ellos uno titulado El cuento de los números. Los niños soviéticos aprendieron en él que los nazis estaban «rebuscando en todo tipo de documentos viejos» para certificar la nacionalidad de la población alemana. Esto era verdad, desde luego. Las leyes alemanas de Nuremberg de 1935 excluyeron a los judíos de la participación política en el estado alemán y definieron la condición de judío con arreglo a la ascendencia. Los funcionarios alemanes, en efecto, examinaban los archivos de las sinagogas para averiguar quién tenía abuelos judíos. Pero en la Unión Soviética la situación no era muy distinta. Los documentos de identidad soviéticos incluían la nacionalidad, de manera que cada judío, cada polaco, cada ciudadano soviético tenía una registrada de forma oficial. En teoría, los ciudadanos podían elegir su propia nacionalidad, pero en la práctica no siempre era así. En abril de 1938 el NKVD exigió que en ciertos casos se incluyera información sobre la nacionalidad de los padres. El NKVD no tenía que «rebuscar en viejos documentos», porque ya tenía los suyos.[47]

En 1938, la opresión alemana sobre los judíos era mucho más visible que las operaciones contra las nacionalidades de la URSS, aunque su escala era mucho menor. El régimen nazi empezó un programa de «arianización» concebido para privar a los judíos de sus propiedades.

Esto quedó en un segundo plano debido al robo y la violencia más públicos y espontáneos que siguieron a la anexión alemana de Austria de ese mismo mes. En febrero, Hitler había lanzado un ultimátum al canciller austríaco, Kurt von Schuschnigg exigiéndole que convirtiera a su país en un satélite de Alemania. Schuschnigg, en principio, aceptó los términos; después, regresó a Austria y desafió a Hitler al convocar un referéndum sobre la independencia. El 12 de marzo el ejército alemán entró en Austria; al día siguiente, el país dejó de existir. Unos diez mil judíos austríacos fueron deportados a Viena en verano y otoño. Gracias a los enérgicos esfuerzos de Adolf Eichmann, todos ellos se encontraron entre los muchos judíos austríacos que abandonaron el país en los meses siguientes.[48]

En octubre de 1938, Alemania expulsó del Reich y envió a Polonia a diecisiete mil judíos de ciudadanía polaca. Estos eran arrestados por las noches, metidos en vagones de tren y arrojados sin ceremonias en el lado polaco de la frontera. En Francia, un judío polaco cuyos padres fueron expulsados decidió vengarse. Asesinó a un diplomático alemán, una acción desafortunada tanto en sí misma como por el momento en que fue cometida: el disparo se produjo el 7 de noviembre, aniversario de la revolución bolchevique, y su víctima murió al día siguiente, aniversario del putsch de Munich. El asesinato dio a las autoridades alemanas el pretexto para la Noche de los Cristales Rotos, el primer gran pogromo abierto de la Alemania nazi. La presión se había ido acumulando en el Reich, en especial en Viena, donde en las semanas anteriores se había producido como mínimo un ataque diario contra propiedades judías. Entre el nueve y el once de noviembre de 1938 resultaron muertos cientos de judíos (la cifra oficial fue de noventa y uno), y miles de tiendas y cientos de sinagogas quedaron destruidas. Excepto por quienes apoyaban a los nazis, esto fue considerado en Europa como una prueba de barbarie.[49]

La Unión Soviética se benefició de la violencia pública de la Alemania nazi. En esa atmósfera, los partidarios del Frente Popular contaban con que la URSS protegería a Europa de caer en la violencia étnica. Pero la Unión Soviética acababa de emprender una campaña de asesinato étnico a una escala mucho mayor. Para ser justos, hay que decir que probablemente nadie sabía nada de esto fuera de la Unión Soviética. Una semana después de la Noche de los Cristales Rotos el Gran Terror llegó a su fin, después de que 247 157 ciudadanos soviéticos fueran ejecutados en las operaciones antinacionalidades. A finales de 1938, la URSS había matado cien veces más personas que la Alemania nazi por razones étnicas. En cuanto a los judíos, los soviéticos habían eliminado a muchos más judíos que los nazis por aquellas fechas. No fueron perseguidos en una acción contra su nacionalidad, pero de todos modos murieron a miles en el Gran Terror y durante la hambruna en Ucrania. No murieron por ser judíos, sino simplemente porque eran ciudadanos del régimen más mortífero de su época.

En el Gran Terror, el gobierno soviético mató a un número de ciudadanos que duplicaba al de judíos que vivían en Alemania. Pero fuera de la Unión Soviética nadie, ni siquiera Hitler, parecía concebir la posibilidad de asesinatos masivos de tales proporciones. Desde luego, nada semejante había ocurrido en Alemania antes de la guerra. Tras la Noche de los Cristales Rotos, los judíos entraron por primera vez en grandes cantidades en los campos de concentración alemanes. Hitler quería por entonces intimidar a los judíos alemanes para que abandonaran el país: la gran mayoría de los veintiséis mil judíos internados en campos de concentración en aquella ocasión salió poco después. Más de cien mil judíos abandonaron Alemania a finales de 1938 y en 1939.[50]

La violencia y la acción estimularon la imaginación de los nazis en torno al destino general de los judíos europeos. Pocos días después de la Noche de los Cristales Rotos, el 12 de noviembre de 1938, Hitler hizo que su estrecho colaborador Hermann Göring presentara un plan para expulsar a los judíos de Europa. Debían ser enviados por mar a la isla de Madagascar, en el sur del océano Indico, frente a la costa sureste de África. Aunque a Hitler y a Goring sin duda les hubiera gustado ver a los judíos alemanes trabajando hasta la muerte en una especie de reserva de las SS en la isla, esos grandes planes pertenecían a un futuro imaginario en el que Alemania controlaría una amplia población judía. En aquella época, los judíos eran no más del uno por ciento de la población alemana, y esta cifra iba reduciéndose por la emigración. Nunca había habido muchos judíos en Alemania; pero en la medida en que se los consideraba un «problema», habían encontrado la «solución»: expropiación, intimidación y emigración. (Los judíos alemanes se hubieran marchado aún más deprisa si los ingleses les hubieran permitido ir a Palestina o los estadounidenses hubieran aceptado aumentar —o simplemente cubrir— sus cuotas de inmigración. En la conferencia de Evian, en julio de 1938, sólo la República Dominicana aceptó acoger a más refugiados judíos de Alemania).[51]

Madagascar, en otras palabras, era una «solución» para un «problema» judío que aún no se había planteado. Los planes de deportación a gran escala tenían cierto sentido en 1938, cuando los nazis en el poder se hacían todavía ilusiones de que Polonia se convirtiera en un satélite de Alemania y se sumara a una invasión de la Unión Soviética. Más de tres millones de judíos vivían en Polonia, y las autoridades polacas también habían considerado Madagascar como lugar para su reasentamiento. Aunque los líderes polacos no contemplaban políticas ni remotamente comparables a las de los nazis en cuanto a sus amplias minorías nacionales (cinco millones de ucranianos, tres millones de judíos, un millón de bielorrusos), querían reducir el tamaño de la población judía mediante la emigración voluntaria. Tras la muerte del dictador polaco Józef Pilsduski en 1935, sus sucesores habían adoptado la postura de la derecha nacionalista polaca en esta cuestión y habían establecido un partido en el gobierno que sólo estaba abierto a la nacionalidad polaca. A finales de la década de 1930, el estado polaco apoyaba las aspiraciones del ala derecha de los sionistas revisionistas de Polonia, que deseaban crear un gran Estado de Israel en el protectorado británico de Palestina, por medios violentos si fuera necesario.[52]

Mientras Varsovia y Berlín pensaran en términos de «problema» judío con soluciones en territorios distantes, y mientras Alemania siguiera cortejando a Polonia para formar una alianza en el este, los alemanes podían imaginar alguna solución para deportar a los judíos europeos orientales con el apoyo y las infraestructuras polacas. Pero no hubo alianza con Polonia ni plan común germano-polaco para los judíos. En este aspecto, los sucesores de Pilsduski continuaron su política de equidistancia entre Berlín y Moscú, con pactos de no agresión tanto con la Alemania nazi como con la Unión Soviética, pero sin aliar se con ninguna de ellas. El 26 de enero de 1939, en Varsovia, los polacos rechazaron por última vez las propuestas del ministro de asuntos exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop. Durante cinco años, los alemanes habían intentado sin éxito convencer a los polacos de que una guerra agresiva contra los territorios soviéticos iba en interés de Polonia si ésta concedía a Alemania territorios polacos y se convertía en su satélite. La negativa polaca significó que Alemania entrase en guerra, no con Polonia de aliada sino contra ella y contra los judíos polacos.[53]

Aunque el plan de Madagascar no fue abandonado, cedió espacio en la mente de Hitler a la idea de una reserva judía en una Polonia conquistada. Si Polonia no cooperaba en la guerra y en la deportación, se convertiría en una colonia a la que enviarían al resto de judíos europeos, tal vez a la espera de otro éxodo final. Al regreso de Ribbentrop de Varsovia, cuando comprendió que su primera guerra iba a ser contra Polonia, Hitler pronunció un importante discurso sobre la cuestión judía. El 30 de enero de 1939, Hitler prometió al parlamento alemán que destruiría a los judíos si llevaban a Alemania a otra guerra mundial: «Hoy quiero ser profeta una vez más: si las finanzas internacionales judías de Europa y de más allá de Europa vuelven a arrojar a los pueblos del mundo a una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la tierra y, por lo tanto, la victoria del judaísmo, sino la aniquilación de la raza judía en Europa». En el momento en que Hitler pronunció su discurso, en torno al noventa y ocho por ciento de los judíos de Europa vivían fuera de las fronteras de Alemania, la mayoría en Polonia y en la parte occidental de la Unión Soviética. No se sabía cómo iban a aniquilarlos, pero la guerra tendría que ser el primer paso.[54]

A principios de 1939, Hitler había alcanzado un punto de inflexión; su política exterior de reunir a los alemanes había triunfado en Checoslovaquia y en Austria, pero sus intentos de atraerse a Polonia para una guerra en el este habían fracasado. Había rearmado a Alemania y extendido sus fronteras todo lo que era posible sin entrar en guerra. La anexión de Austria había aportado seis millones de ciudadanos y amplias reservas de divisas en moneda fuerte. Múnich le procuró a Hitler no sólo tres millones más de ciudadanos, sino también el grueso de la industria armamentística checoslovaca, quizá la mejor del mundo en aquella época. En marzo de 1939 Hitler destruyó Checoslovaquia como Estado, y al mismo tiempo acabó con la esperanza de que sus metas se limitaran a la nacionalidad alemana. Los territorios checos se añadieron al Reich como «protectorado»; Eslovaquia se convirtió en un estado nominalmente independiente bajo la tutela nazi. El 21 de marzo, los alemanes intentaron intimidar a los polacos para lograr un acuerdo y fueron de nuevo rechazados. El 15 de marzo, Hitler dio instrucciones de que la Wehrmacht se preparara para la invasión de Polonia.[55]

A medida que aumentaba el poder de Hitler, la naturaleza de la diplomacia de Stalin iba cambiando. Las debilidades del Frente Popular ante el fascismo eran evidentes. Munich significó el fin de una democracia checoslovaca amiga de la Unión Soviética, y la propia Checoslovaquia había quedado desmantelada en marzo de 1939. Los reacciónarios de Francisco Franco ganaron la guerra civil española en 1939. El gobierno del Frente Popular en Francia ya había caído. Las relaciones entre Moscú y las potencias europeas tendrían que ser principalmente militares y diplomáticas, puesto que Stalin carecía de apoyos políticos para influir en su conducta desde dentro.

En la primavera de 1939, Stalin tuvo un gesto sorprendente para con Hitler, su gran enemigo ideológico. Este había prometido no hacer la paz con un comunista judío: la propaganda nazi llamaba «Finkelstein» a Maxim Lítvinov, el comisario soviético de asuntos exteriores. Ciertamente, Litvinov era judío, y su hermano era rabino. El 3 de mayo de 1939, Stalin le facilitó las cosas a Hitler al destituir a Litvinov, quien fue reemplazado por el colaborador más cercano de Stalin, Mólotov, que era ruso. La indulgencia con Hitler no era tan extraña como pudiera parecer. La ideología estalinista siempre tenía respuestas a sus propios interrogantes. De un día para otro, en junio de 1934, el Frente Popular había transformado a los socialdemócratas de «socialfascistas» en aliados. Si los «socialfascistas» podían ser amigos de la Unión Soviética, ¿por qué no los propios fascistas? El fascismo, después de todo, no era otra cosa (en el análisis soviético) que una deformación del capitalismo, y la Unión Soviética había gozado de buenas relaciones con la Alemania capitalista entre 1922 y 1933.[56]

En términos puramente políticos, el acuerdo con Alemania tenía una cierta lógica. La alternativa a Alemania, la alianza con Reino Unido y con Francia, parecía ofrecer muy poca cosa. Londres y París habían dado garantías de seguridad a Polonia en marzo de 1939 con el compromiso de que intentarían retrasar un ataque alemán, y a continuación procuraron atraer a la Unión Soviética a algún tipo de coalición defensiva. Pero Stalin tenía muy claro que no era probable que ni Londres ni París intervinieran en Europa oriental en el caso de que Alemania atacara a Polonia o a la Unión Soviética. Parecía más sabia la opción de llegar a un acuerdo con los alemanes y después contemplar cómo las potencias capitalistas luchaban en la Europa occidental. «Dejar que los enemigos se destruyan entre ellos —era el plan de Stalin— y mantenernos fuertes hasta el fin de la guerra».[57]

Stalin percibía, y así lo manifestó tiempo después, que Hitler y él compartían «el deseo común de romper el viejo equilibrio». En agosto de 1939, Hitler respondió al movimiento de Stalin. Quería emprender su guerra aquel año, y era mucho más flexible en cuanto a la elección de aliados que en cuanto al calendario. Si los polacos no querían sumarse a una guerra contra la Unión Soviética, quizá los soviéticos se sumaran a una guerra contra Polonia. Desde la perspectiva de Hitler, un acuerdo con Moscú evitaría que Alemania quedara totalmente rodeada si los británicos y los franceses le declaraban la guerra tras el ataque alemán contra Polonia. El 20 de agosto de 1939, Hitler le envió a Stalin un mensaje personal pidiéndole recibir a Ribbentrop no más tarde del día 23. Ribbentrop se dirigió a Moscú, donde, según anotaron tanto Orwell como Koestler, las esvásticas adornaban el aeropuerto de la capital del socialismo. Este hecho, que fue la conmoción ideológica final que apartó a Koestler del comunismo, era la demostración palpable de que la Unión Soviética ya no era un estado ideológico.[58]

Los dos regímenes encontraron de inmediato una base común en sus respectivas aspiraciones de destruir Polonia. Una vez que Hitler abandonó sus esperanzas de ganarse a Polonia para atacar a la Unión Soviética, se hizo difícil distinguir la retórica nazi de la comunista en cuanto a ese país. Hitler veía Polonia como la «creación irreal» del Tratado de Versalles; Mólotov, como su «fea criatura». Oficialmente, el acuerdo firmado en Moscú el 23 de agosto de 1939 era tan solo un pacto de no agresión. En realidad, Ribbentrop y Mólotov también acordaron un protocolo secreto que repartía áreas de influencia de la Alemania nazi y la Unión Soviética en el este de Europa, en los estados independientes de Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Rumanía. Resultaba irónico, porque Stalin acababa de justificar la muer te de más de cien mil ciudadanos de su país con el falso pretexto de que Polonia había firmado precisamente el mismo acuerdo con Alemania bajo la tapadera de un pacto de no agresión. La supuesta operación polaca se había presentado como la preparación de un ataque germano-polaco; ahora, la Unión Soviética aceptaba unirse a Alemania para atacar a Polonia.[59]

El 1 de septiembre de 1939, la Wehrmacht atacó a Polonia desde el norte, el oeste y el sur, empleando hombres y armas de las recientemente anexionadas Austria y Checoslovaquia. Hitler había empezado su guerra.

En agosto y septiembre de 1939, Stalin no sólo examinaba los mapas de Europa Oriental, sino también los del este de Asia. Había encontrado una oportunidad de mejorar la posición soviética en Extremo Oriente. Por entonces, Stalin podía confiar en que ningún ataque germano-polaco llegaría por occidente. Si la Unión Soviética atacaba a Japón en Extremo Oriente no tendría que temer un segundo frente. El 20 de agosto de 1939, los soviéticos (y sus aliados mongoles) atacaron a las fuerzas japonesas (y a las del estado títere de Manchukuo) en una zona fronteriza en disputa. La política de acercamiento a Berlín iniciada por Stalin el 23 de agosto de 1939 se dirigía al mismo tiempo contra Toldo. El pacto Mólotov-Ribbentrop entre Alemania y la Unión Soviética, firmado tres días después de la ofensiva soviética, anulaba el pacto Anticomintern de Alemania y Japón. Aún más importante que la derrota en el campo de batalla fue el terremoto político provocado en Tokio por la alianza nazi-soviética. El gobierno japonés cayó, igual que los gobiernos que intentaron sucederle durante los meses posteriores.[60]

La decisión alemana de elegir a la Unión Soviética como aliada, puso al gobierno japonés en una situación inesperada y confusa. Entre los líderes japoneses había consenso en cuanto a la expansión hacia el sur y no hacia el norte, hacia China y el Pacífico en lugar de hacia la Siberia soviética. Pero si la unión entre Moscú y Berlín se mantenía, el Ejército Rojo podría concentrar sus fuerzas en Asia en lugar de en Eu ropa. Por una simple cuestión de autodefensa, Japón se vería obligado a mantener sus mejores tropas en el norte, en Manchukuo, lo que haría mucho más difícil el avance hacia el sur. Hitler le había dado a Stalin carta blanca en Extremo Oriente, y a los japoneses sólo les quedaba esperar que el líder nazi traicionara pronto a su nuevo amigo. Japón estableció un consulado en Lituania como punto de observación de los preparativos militares alemanes y soviéticos. El cónsul fue el espía rusófono Chiune Sugihara.[61]

Cuando el Ejército Rojo venció al japonés, el 15 de septiembre de 1939, Stalin consiguió exactamente el resultado que deseaba. Las acciones contra las nacionalidades durante el Gran Terror se habían dirigido contra Japón, Polonia y Alemania, en ese orden, y contra la posibilidad de un cerco por parte de estos tres estados en coalición. Las 681 692 muertes del Gran Terror no sirvieron en absoluto para reducir las probabilidades de tal cerco, pero la diplomacia y la fuerza militar sí fueron eficaces. El 15 de septiembre, Alemania había destruido prácticamente al ejército polaco como fuerza bélica. Un ataque germano-polaco contra la Unión Soviética quedaba obviamente descartado, y un ataque germano-japonés parecía asimismo muy improbable. Stalin había reemplazado el fantasma de un cerco polaco-germano-japonés por un muy real cerco germano-soviético a Polonia, y esta alianza dejaba aislado a Japón. Dos días después de la victoria militar soviética sobre Japón, el 17 de septiembre de 1939, el Ejército Rojo invadía Polonia desde el este. El ejército soviético y la Wehrmacht se encontraron en el centro del país y organizaron un desfile de la victoria conjunto. El 28 de septiembre, Berlín y Moscú llegaron a un segundo acuerdo sobre Polonia, un tratado de amistad y de fijación de fronteras.

Así empezaba una nueva etapa en la historia de las Tierras de sangre. Al abrir la mitad de Polonia a la Unión Soviética, Hitler permitió que el Terror de Stalin, tan mortífero en la operación antipolaca, volviera a empezar en la propia Polonia. Gracias a Stalin, Hitler pudo emprender, en la Polonia ocupada, sus primeras políticas de asesinatos en masa. En los veintiún meses que siguieron a la invasión conjunta germano-soviética de Polonia, los alemanes y los soviéticos mataron a civiles polacos en cifras comparables y por razones similares, cada aliado en su mitad del país.

Los órganos de destrucción de ambos invasores se concentraron en el territorio de un tercer país. Hitler, como Stalin, eligió a los polacos como objetivo de su primera gran campaña de asesinatos contra una nacionalidad.