La escritura es soledad con gratas interrupciones. El placer de terminar un libro es dar las gracias a los que ayudaron a darle forma.
Krzysztof Michalski y Klaus Nellen, del Instituí für die Wissenschaften von Menschen me obligaron a concretar la idea original. Gracias a los talleres organizados por el instituto, dentro del proyecto
«Europa unida/Memoria dividida», pude disfrutar de la compañía de varias docenas de historiadores destacados, en encuentros en Viena y en la universidad de Yale. Escribí el borrador del manuscrito en Yale, mi hogar académico, en compañía de colegas que pusieron muy alto el nivel de exigencia; después reescribí el libro durante una estancia en el IWM que fue productiva gracias a los esfuerzos de su personal, especialmente de Susanne Froeschl, Mary Nicklas y Marie-Therese Porzer. Debo dar las gracias a Yale por mi año sabático, y especialmente a la consideración mostrada por Laura Engelstein como directora del departamento de Historia. Ian Shapiro y el Centro Macmillan de Yale respaldaron mi investigación. La competencia y cariño de Marcy Kaufman y Marianne Lyden me permitieron compaginar las obligaciones administrativas de Yale con la investigación y la enseñanza.
Durante la concepción y redacción de este libro, tuve la suerte de estar rodeado de generosos y dotados alumnos de posgrado de Yale. Algunos de ellos tomaron parte en exigentes seminarios sobre los temas del libro, y todos ellos leyeron capítulos del borrador o discutieron el libro conmigo. Agradezco su trabajo, su franqueza, su buen humor y su compañía intelectual. Gracias especiales a Jadwiga Biskupska, Sarah Cameron, Yedida Kanfer, Kathleen Minahan, Claire Morelon y David Petrucelli. Los estudiantes y yo no hubiéramos podido realizar los seminarios, y yo no habría podido hacer la investigación para este libro, sin las maravillosas colecciones de la biblioteca Sterling Memorial de Yale y sin la asistencia de Tatjana Lorkovic y William Larsh, de la Sala de Lecturas Eslavas de la biblioteca. Dos estudiantes sobresalientes de Yale, por entonces aún no graduados, Beth Reisfeld y Andrew Koss, también me ayudaron con aspectos de la investigación. No puedo imaginarme Yale, y menos aún abordar un proyecto como éste en New Haven, sin Daniel Markovits, Sarah Bilston, Stefanie Markovits y Ben Polak.
Varios amigos y colegas postergaron sus propios trabajos para beneficiarme leyendo capítulos del mío. Entre ellos se encuentran Bradley Abrams, Pertti Ahonen, Pavel Barsa, Tina Bennett, David Brandenberger, Archie Brown, Christopher Browning, Jeff Dolven, Ben Frommer, Olivia Judson, Alex Kay, Ben Kiernan, Hiroaki Kuromiya, Mark Mazower, Wolfgang Mueller, Stuart Rachels, Tilomas W. Simons jr., Will Sulkin, Adam Tooze, Jeffrey Veidlinger, Lynne Viola, Iryna Vushko, Robert Jan Van Pelt y Anna Cienciala. Dieter Pohl y Wendy Lower leyeron partes considerables del manuscrito. Nancy Wingfield fue tan amable de leer y comentar un borrador completo. Lo mismo hizo Marci Shore, un ejemplo de erudición humana al que me gustaría poder llegar a compararme. No hay que decir que los lectores no siempre estuvieron de acuerdo con mis interpretaciones. Las críticas ayudaron enormemente al manuscrito; la responsabilidad por sus defectos es mía.
Desde el principio del proyecto hasta su conclusión, Ray Brandon aportó con regularidad su conocimiento bibliográfico superior y su vigoroso espíritu crítico. Timothy Garton Ash me ayudó a clarificar mis propósitos en puntos importantes. Mientras redactaba el borrador del libro, hablaba cada semana con Tony Judt en relación con otro de esos puntos. Esto modificó mis ideas en cuanto a temas como el Frente Popular y la Guerra Civil española. Una década de acuerdos y des acuerdos con Omer Bartov, Jan Gross, y Norman Naimark han afinado mi visión de un cúmulo de cuestiones. Durante años he aprendido mucho de las conversaciones con Piotr Wandycz, mi predecesor en Yale. El curso de historia de Europa del Este que impartí con Ivo Banac en Yale amplió mis conocimientos. Tuve que regresar a los problemas básicos del marxismo que había percibido anteriormente cuando estudiaba como alumno de Mary Gluck (y Chris Muriello) en Brown, estudios que continué en Oxford con el fallecido Leszek Kolakowski. No perseveré en el estudio de la economía, como John Williamson me aconsejó hace mucho, pero a él le debo gran parte de las intuiciones y conocimientos de economía que he podido conservar. Mi abuela, Marianna Snyder me habló de la Gran Depresión, y mis padres, Estel Eugene Snyder y Christine Hadley Snyder, me hicieron reflexionar sobre la economía agrícola. Mis hermanos, Philip y Michael, me ayudaron a enmarcar la introducción.
Este libro se nutre de la investigación desarrollada en diversos archivos a lo largo de muchos años. Buena parte de la reflexión que contiene surgió también en los archivos. Los archiveros de las instituciones mencionadas en la bibliografía son acreedores de mi agradecimiento. Al hablar de los archivos de Europa del Este a menudo hablamos de los que están cerrados: los historiadores saben que hay muchos archivos abiertos y que debemos nuestro trabajo productivo a quienes los mantienen así. Este estudio ha exigido lecturas en alemán, polaco, ruso, ucraniano, bielorruso, yiddish, checo, eslovaco y francés, además de inglés, y un conocimiento de los debates entre las principales historiografías, sobre todo la alemana. Sin duda se hubiera beneficiado de otras lenguas que no sé leer. Los amigos que me ayudaron con los idiomas que leo saben quiénes son y lo que les debo. Vaya mi agradecimiento especial a dos excelentes profesores de idiomas, Volodymyr Dibrova y Kurt Krottendorfer. Desde un principio, Mark Garrison y el difunto Charles William Maynes me recalcaron la importancia de aprender idiomas y de asumir riesgos. En Europa del Este, Milada Anna Vachudová me enseñó algunas coincidencias. Stephen Peter Rosen y el difunto Samuel Huntington me animaron a continuar estudiando idiomas y a profundizar mis contactos con Europa del Este, y me dieron el apoyo que necesitaba. Fue en Harvard donde me convertí en historiador de la región, algo distinto a ser historiador de alguno de sus países: este libro es complementario del que escribí allí.
Las fuentes y la inspiración para esta obra proceden de otras muchas direcciones. Karel Berkhoff, Robert Chandler, Martin Dean y Grzegorz Motyka tuvieron la bondad de permitirme leer trabajos no publicados; Dariusz Gaw in me remitió a obras olvidadas sobre el levantamiento de Varsovia, Gerald Krieghofer localizó artículos de prensa importantes. Rafal Wnuk fue tan amable de hablar conmigo acerca de la historia de su familia. El fallecido Jerzy Giedroyc, Ola Hnatiuk, Jerzy Jedlicki, Kasia Jesieñ, Ivan Krastev, el difunto Tomasz Merta, Andrzej Paczkowski, Oxana Shevel, Román Szporluk y Andrzej Waskiewicz me ayudaron a hacer algunas de las preguntas correctas. Fue muy instructivo, como siempre, pensar con detalle en los mapas con Jonathan Wyss y Kelly Sandefer, de Beehive Mapping. Steve Wasserman, de Kneerim and Williams me ayudó con el título y el proyecto del libro, y su reseña me dio ocasión de reflexionar sobre algunos aspectos. Agradezco el trabajo de Chris Arden, Ross Curley, Adam Eaglin, Alex Littlefield, Kay Mariea, Cassie Nelson y Brandon Proia, de Perseus Books. Aprendí mucho de lo que ha sido necesario para concebir y escribir este libro de Lara Heimert, de Basic Books.
Carl Henrik Fredriksson me invitó a dar una conferencia en el congreso Eurozine en Vilna sobre la divergencia entre la memoria y la historia con respecto a los asesinatos en masa. Roberte Silvers me ayudó a atemperar los argumentos de esa conferencia en el ensayo que surgió de la misma y que plantea el problema que este libro intenta resolver. Él y sus compañeros de New York Keview of Book publicaron además, en 1995, un artículo de Norman Davies que atrajo mi atención sobre algunos de los defectos de los enfoques previos de los problemas tratados en este libro.
Conferencias y seminarios celebrados en el Museum of Jewish Heritage de Nueva York, el Stiftung Genshagen, la Universidade Católica Portuguesa de Lisboa, el Foro Centroeuropeo de Bratislava, el Deutsches Historisches Instituí de Varsovia, el Instytuí Baíorego de Varsovia, el Forum Einslein de Berlín, el Forum för Levande Historia de Estocolmo, el Kreisky Forum de Viena, la universidad de Harvard, la universidad de Columbia, la universidad de Princeton, el Birkbeck College de Londres y la universidad de Cambridge constituyeron excelentes oportunidades para poner a prueba las conclusiones. Los encuentros dan lugar a intercambios: pienso en la observación de Eric Weitz sobre comparaciones implícitas y explícitas, en la noción de economía de la catástrofe de Nicholas Stargardt y en la buena disposición de Eric Hobsbawm de proponer comparaciones en Londres y en Berlín.
Recuerdo con gratitud estos y muchos otros momentos de contacto.