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¡Gloria a las diferencias

entre tú y yo que llaman

nuestro amor a la alerta,

cara a cara, a probarse!

¡Qué fácil unidad

de los que son iguales!

¡Qué entenderse tan liso,

de arena con la arena,

de agua con agua o luz

y luz!

En lo que nos separa

laten, nos llaman, ávidas,

las victorias futuras,

esperando.

Cuando hallamos lo igual

de ti y de mí, descansa

el amor de su lucha

sobre triunfos floridos

que en el beso se cumplen

horizontales. Luego,

lo distinto se alza,

nos pone en pie, nos llama

otra vez a vencernos

por las minas oscuras.

Tempestades amantes

igual que las celestes

desembocan en fúlgidas

sorpresas: en más luz,

en la cándida

novedad de lo mismo.

Delicadas, ardientes,

nuestras almas se buscan

por nuestro diferir

como por un camino

donde no hay despedidas.

Y al final, el hallazgo,

el contacto, la nueva

separación vencida,

la unión pura brotando

de lo que desunía.

Y tu cara y mi cara,

mirándose en el triunfo

como en un agua quieta,

no verán diferencias

—uno y uno, tú y yo—;

sólo verán un rostro,

amor, que les sonríe.