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Pensar en ti esta noche

no era pensarte con mi pensamiento,

yo solo, desde mí. Te iba pensando

conmigo, extensamente, el ancho mundo.

El gran sueño del campo, las estrellas,

callado el mar, las hierbas invisibles,

sólo presentes en perfumes secos,

todo,

de Aldebarán al grillo te pensaba.

¡Qué sosegadamente

se hacía la concordia

entre las piedras, los luceros,

el agua muda, la arboleda trémula,

todo lo inanimado,

y el alma mía

dedicándolo a ti! Todo acudía

dócil a mi llamada, a tu servicio,

ascendido a intención y a fuerza amante.

Concurrían las luces y las sombras

a la luz de quererte; concurrían

el gran silencio, por la tierra, plano,

suaves voces de nube, por el cielo,

al cántico hacia ti que en mí cantaba,

Una conformidad de mundo y ser,

de afán y tiempo, inverosímil tregua,

se entraba en mí, como la dicha entra

cuando llega sin prisa, beso a beso.

Y casi

dejé de amarte por amarte más,

en más que en mí, inmensamente confiando

ese empleo de amar a la gran noche

errante por el tiempo y ya cargada

de misión, misionera

de un amor vuelto estrellas, calma, mundo,

salvado ya del miedo

al cadáver que queda si se olvida.