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A esa, a la que yo quiero,

no es a la que se da rindiéndose,

a la que se entrega cayendo,

de fatiga, de peso muerto,

como el agua por ley de lluvia,

hacia abajo, presa segura

de la tumba vaga del suelo.

A esa, a la que yo quiero,

es a la que se entrega venciendo,

venciéndose,

desde su libertad saltando

por el ímpetu de la gana,

de la gana de amor, surtida,

surtidor o garza volante,

o disparada —la saeta—

sobre su pena victoriosa,

hacia arriba, ganando el cielo.