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¡Sensación de retorno!

Pero ¿de dónde, dónde?

Allí estuvimos, sí,

juntos. Para encontrarnos

ese día tan claro

las presencias de siempre

no bastaban. Los besos

se quedaban a medio

vivir de sus destinos:

no sabían volar

de su ser en las bocas

hacia su pleno más.

Mi mirada, mirándote,

sentía paraísos

guardados más allá,

virginales jardines

de ti, donde con esta

luz de que disponíamos

no se podía entrar.

Por eso nos marchamos.

Se deshizo el abrazo,

se apartaron los ojos,

dejaron de mirarse

para buscar el mundo

donde nos encontráramos.

Y ha sido allí, sí, allí.

Nos hemos encontrado

allí. ¿Cómo, el encuentro?

¿Fue como beso o llanto?

¿Nos hallamos

con las manos, buscándonos

a tientas; con los gritos,

clamando; con las bocas

que el vacío besaban?

¿Fue un choque de materia

y materia, combate

de pecho contra pecho,

que a fuerza de contactos

se convirtió en victoria

gozosa de los dos,

en prodigioso pacto

de tu ser con mi ser

enteros?

¿O tan sencillo fue,

tan sin esfuerzo, como

una luz que se encuentra

con otra luz, y queda

iluminado el mundo,

sin que nada se toque?

Ninguno lo sabemos.

Ni el dónde. Aquí, en las manos,

como las cicatrices,

allí, dentro del alma,

como un alma del alma,

pervive el prodigioso

saber que nos hallamos,

y que su dónde está

para siempre cerrado.

Ha sido tan hermoso

que no sufre memoria,

como sufren las fechas

los nombres o las líneas.

Nada en ese milagro

podría ser recuerdo:

porque el recuerdo es

la pena de sí mismo,

el dolor del tamaño,

del tiempo, y todo fue

eternidad: relámpago.

Si quieres recordarlo

no sirve el recordar.

Sólo vale vivir

de cara hacia ese dónde,

queriéndolo, buscándolo.