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Ya está la ventana abierta.

Tenía que ser así

el día.

Azul el cielo, sí, azul

indudable, como anoche

le iban queriendo tus besos.

Henchida la luz de viento

y tensa igual que una vela

que lleva el día, velero

por los mundos, a su fin;

porque anoche tú quisiste

que tú y yo nos embarcáramos

en un alba que llegaba.

Tenía que ser así.

Y todo,

las aves de por el aire,

las olas de por el mar,

gozosamente animado:

con el ánima

misma que estaba latiendo

en las olas y los vuelos

nocturnos del abrazar.

Si los cielos iluminan

trasluces de paraíso,

islas de color de edén,

es que en las horas sin luz,

sin suelo, hemos anhelado

la tierra más inocente

y jardín para los dos.

Y el mundo es hoy como es hoy

porque lo querías tú,

porque anoche lo quisimos.

Un día

es el gran rastro de luz

que deja el amor detrás

cuando cruza por la noche,

sin él eterna, del mundo.

Es lo que quieren dos seres

si se quieren hacia un alba.

Porque un día nunca sale

de almanaques ni horizontes:

es la hechura sonrosada,

la forma viva del ansia

de dos almas en amor,

que entre abrazos, a lo largo

de la noche, beso a beso,

se buscan su claridad.

Al encontrarla amanece,

ya no es suya, ya es del mundo.

Y sin saber lo que hicieron,

los amantes

echan a andar por su obra,

que parece un día más.