38

Crepúsculo. Sentado en un rincón

siento en el alma el poso de este día.

Aquí a mi lado,

firme pupila la ventana abre:

lo que ella ve de afuera

lo repite en el fondo de la estancia

un viejo espejo familiar, ingenua madre

que la luz y la vida nos transmite

pura y sin mancha.

En el espejo la mirada hundo

y en lo que veo en él: como en entraña

palpitante del mundo,

la sangre del ocaso hacia él afluye,

y por encima, las iniciaciones

de vagas ilusiones estelares

y el signo del apóstata —mas no la cruz—

y el «vencerás conmigo»,

clave de todo el arco.

¿Será posible? Acaso…

Me lanzo a la ventana. Miro:

cada cosa en su sitio, como siempre;

la montaña, el poniente y la estrella primera,

otra vez me confirman esa orden

que al nacer entendí, sin nada nuevo.

¿Y lo que yo esperaba?

Miro al espejo y sólo a mí me veo

—ya se borró el crepúsculo indeciso—

en la estampa de mí que me da el rostro.

De lo demás, allí en los ojos algo…

A mi rincón me vuelvo. Que la vida

se muera lentamente en el espejo.