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Hoy te han quitado, naranjo,

todas las naranjas de oro.

Las meten en unas cajas

y las llevan por los mares

a tierras sin naranjal.

Se creen

que te han dejado sin nada.

¡Mentira, naranjo mío!

Te queda el fruto dilecto

para mí solo, te queda

el fruto redondo y prieto

de tu sombra por el suelo,

y aunque éste nadie lo quiere,

yo vengo, como un ladrón,

furtivamente, a apagar

en sus gajos impalpables

y seguros esa sed

que nunca se me murió

con el fruto de tus ramas.