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Estos dulces vocablos con que me estás hablando

no los entiendo, paisaje,

no son los míos.

Te diriges a mí con arboledas

suavísimas, con una ría mansa y clara

y con trinos de ave.

Y yo aprendí otra cosa: la encina dura y seca

en una tierra pobre, sin agua, y a lo lejos,

como dechado, el águila,

y como negra realidad, el negro cuervo.

Pero es tan dulce el son de ese tu no aprendido

lenguaje, que presiente el alma en él la escala

por donde bajarán los secretos divinos,

Y ansioso y torpe, a tu vera me quedo

esperando que tú me enseñes el lenguaje

que no es mío, con unas incógnitas palabras

sin sentido.

Y que me lleves a la claridad de lo incognoscible,

paisaje dulce, por vocablos desconocidos.