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«Este hijo mío siempre ha sido díscolo…

Se fue a América en un barco de vela;

no creía en Dios; anduvo

con mujeres malas y con anarquistas;

recorrió todo el mundo sin sentar la cabeza…

Y ahora que ha vuelto a mí, Señor,

ahora que parecía…»

Por la puerta entreabierta

entra un olor a flores y a cera.

Sobre el humilde pino del ataúd el hijo

ya tiene bien sentada la cabeza.