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La luna estuvo en la casa

sin que nadie lo supiera.

Por la ventana se entró,

pero estaba ya encendida

la lámpara

y ella se quedó ignorada,

muy humilde, en un rincón,

Dijo el padre:

«Pronto cambiará la luna,

porque me duele la pierna.»

La niña estaba callada,

toda en nostalgias románticas

de esos castillos con luna

de los cromos alemanes.

Y mamá, que no tenía

ideales ni reuma,

dijo: «Vamos a acostarnos.

Apagaremos la lámpara.»

En cuanto todos se fueron,

las flores que estaban puestas

en la mesa

vieron su alma dibujada

con luna y sombra de luna

en la blanca paz del muro.