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Mis ojos ven en el árbol

el fruto redondo y fresco.

Mis manos se van certeras

a cogerlo. Pero tú,

pero tú, mano de ciego,

¿qué estás haciendo?

La mano da vueltas, vueltas

por el aire; si se posa

sobre cosa material,

huye tras palpo suave,

sin llegar nunca a cogerla.

Siempre abierta. Es que no sabe

cerrarse, es que tiene

ambiciones más profundas

que las de los ojos, tiene

ambiciones de esa bola

imperfecta de este mundo,

buen fruto para una mano

de ciego, ambición de luz,

eterna ambición de asir

lo inasidero.

Cuando se cansa de inútiles

devaneos, tristemente,

se va en busca de su hermana

y se entrecruzan las manos

del ciego.

Y sólo así se están quietas,

enclavijadas,

asidas ansia con ansia

y deseo con deseo.

Mano de ciego no es ciega:

una voluntad la manda,

no los ojos de su dueño.