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¡Si tú supieras que ese

gran sollozo que estrechas

en tus brazos, que esa

lágrima que tú secas

besándola,

vienen de ti, son tú,

dolor de ti hecho lágrimas

mías, sollozos míos!

Entonces

ya no preguntarías

al pasado, a los cielos,

a la frente, a las cartas,

qué tengo, por qué sufro.

Y toda silenciosa,

con ese gran silencio

de la luz y el saber,

me besarías más,

y desoladamente.

Con la desolación

del que no tiene al lado

otro ser, un dolor

ajeno; del que está

sólo ya con su pena.

Queriendo consolar

en un otro quimérico,

el gran dolor que es suyo.