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Te busqué por la duda:

no te encontraba nunca.

Me fui a tu encuentro

por el dolor.

Tú no venías por allí.

Me metí en lo más hondo

por ver si, al fin, estabas.

Por la angustia,

desgarradora, hiriéndome.

Tú no surgías nunca de la herida.

Y nadie me hizo señas

—un jardín o tus labios,

con árboles, con besos—;

nadie me dijo

—por eso te perdí—

que tú ibas por las últimas

terrazas de la risa,

del gozo, de lo cierto.

Que a ti se te encontraba

en las cimas del beso

sin duda y sin mañana.

En el vértice puro

de la alegría alta,

multiplicando júbilos

por júbilos, por risas,

por placeres.

Apuntando en el aire

las cifras fabulosas,

sin peso de tu dicha.