56

Me estoy labrando tu sombra.

La tengo ya sin los labios,

rojos y duros: ardían.

Te los habría besado

aún mucho más.

Luego te paro los brazos,

rápidos, largos, nerviosos.

Me ofrecían el camino

para que yo te estrechara.

Te arranco el color, el bulto.

Te mato el paso. Venías

derecha a mí. Lo que más

pena me ha dado, al callártela,

es tu voz. Densa, tan cálida,

más palpable que tu cuerpo.

Pero ya iba a traicionarnos.

Así

mi amor está libre, suelto,

con tu sombra descarnada.

Y puedo vivir en ti

sin temor

a lo que yo más deseo,

a tu beso, a tus abrazos.

Estar ya siempre pensando

en los labios, en la voz,

en el cuerpo,

que yo mismo te arranqué

para poder, ya sin ellos,

quererte.

¡Yo, que los quería tanto!

Y estrechar sin fin, sin pena

—mientras se va inasidera,

con mi gran amor detrás,

la carne por su camino—

tu solo cuerpo posible:

tu dulce cuerpo pensado.