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Distánciamela, espejo;

trastorna su tamaño.

A ella, que llena el mundo,

hazla menuda, mínima.

Que quepa en monosílabos,

en unos ojos;

que la puedas tener

a ella, desmesurada,

gacela, ya sujeta,

infantil en tu marco.

Quítale esa delicia

del ardor y del bulto,

que no la sientan ya

las últimas balanzas;

déjala fría, lisa,

enterrada en tu azogue.

Desvía

su mirada; que no

me vea, que se crea

que está sola.

Que yo sepa, por fin,

cómo es cuando esté sola.

Entrégame tú de ella

lo que no me dio nunca.

Aunque así

—¡qué verdad revelada!—,

aunque así, me la quites.