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La materia no pesa,

Ni tu cuerpo ni el mío,

juntos, se sienten nunca

servidumbre, sí alas.

Los besos que me das

son siempre redenciones:

tú besas hacia arriba,

librando algo de mí,

que aún estaba sujeto

en los fondos oscuros.

Lo salvas, lo miramos

para ver cómo asciende,

volando, por tu impulso,

hacia su paraíso

donde ya nos espera.

No, tu carne no oprime

ni la tierra que pisas

ni mi cuerpo que estrechas.

Cuando me abrazas, siento

que tuve contra el pecho

un palpitar sin tacto,

cerquísima, de estrella,

que viene de otra vida.

El mundo material

nace cuando te marchas.

Y siento sobre el alma

esa opresión enorme

de sombras que dejaste,

de palabras, sin labios,

escritas en papeles.

Devuelto ya a la ley

del metal, de la roca,

de la carne. Tu forma

corporal,

tu dulce peso rosa,

es lo que me volvía

el mundo más ingrávido.

Pero lo insoportable,

lo que me está agobiando,

llamándome a la tierra,

sin ti que me defiendas,

es la distancia, es

el hueco de tu cuerpo.

Si, tú nunca, tú nunca:

tu memoria es materia.