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A la noche se empiezan

a encender las preguntas.

Las hay distantes, quietas,

inmensas, como astros:

preguntan desde allí

siempre

lo mismo: cómo eres.

Otras, fugaces y menudas,

querrían saber cosas

leves de ti y exactas:

medidas

de tus zapatos, nombre

de la esquina del mundo

donde me esperarías.

Tú no las puedes ver,

pero tienes el sueño

cercado todo él

por interrogaciones

mías.

Y acaso alguna vez

tú, soñando, dirás

que sí, que no, respuestas

de azar y de milagro

a preguntas que ignoras,

que no ves, que no sabes.

Porque no sabes nada;

y cuando te despiertas,

ellas se esconden, ya

invisibles, se apagan.

Y seguirás viviendo

alegre, sin saber

que en media vida tuya

estás siempre cercada

de ansias, de afán, de anhelos

sin cesar preguntándote

eso que tú no ves

ni puedes contestar.