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¡Qué probable eres tú!

Si los ojos me dicen,

mirándote, que no,

que no eres de verdad,

las manos y los labios,

con los ojos cerrados,

recorren tiernas pruebas:

la lenta convicción

de tu ser va ascendiendo

por escala de tactos,

de bocas, carne y carne.

Si tampoco lo creo,

algo más denso ya,

más palpable, la voz

con que dices: «Te quiero»,

lucha para afirmarte

contra mi duda. Al lado

un cuerpo besa, abraza,

frenético, buscándose

su realidad aquí,

en mí, que no la creo;

besa

para lograr su vida

todavía indecisa,

puro milagro, en mí.

Y lentamente vas

formándote tú misma,

naciéndote,

dentro de tu querer,

de mi querer, confusos,

como se forma el día

en la gran duda oscura.

Y agoniza la antigua

criatura dudosa

que tú dejas atrás,

inútil ser de antes,

para que surja al fin

la irrefutable tú,

desnuda Venus cierta,

entre auroras seguras,

que se gana a sí misma

su nuevo ser, queriéndome.