37

Me debía bastar

con lo que ya me has dado.

Y pido más, y más.

Cada belleza tuya

me parece el extremo

cumplirse de ti misma:

tú nunca podrás dar

otra cosa de ti

más perfecta. Se cierran

sin misión, ya, los ojos

a una luz, ya, sobrante.

Tal como me la diste,

la vida está completa:

tú, terminada ya.

Y de pronto se siente,

cuando ya te acababas

en asunción de ti,

que en tu mismo final,

renacida, te empiezas

otra vez. Y que el don

de esa hermosura tuya

te abre

—límpida, insospechada—

otra hermosura nueva;

parece la primera.

Porque tu entrega es

reconquista de ti,

vuelta hacia adentro, aumento.

Por eso

pedirte que me quieras

es pedir para ti;

es decirte que vivas,

que vayas

más allá todavía

por las minas

últimas de tu ser.

La vida que te imploro

a ti, la inagotable,

te la alumbro, al pedírtela.

Y no te acabaré

por mucho que te pida

a ti, infinita, no.

Yo sí me iré acabando,

mientras tú, generosa,

te renuevas y vives

devuelta a ti, aumentada

en tus dones sin fin.