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Empújame, lánzame

desde ti, de tus mejillas,

como de islas de coral,

a navegar, a irme lejos

para buscarte, a buscar

fuera de ti lo que tienes,

lo que no me quieres dar.

Para quedarte tú sola,

invéntame selvas vírgenes

con árboles de metal

y azabache; yo iré a ellas

y veré que no eran más

que collares que pensabas.

Invítame a resplandores

y destellos, a lo lejos,

negros, blancos, sonriendo

de niñez. Los buscaré.

Marcharé días y días,

y al llegar a donde están,

descubriré tus sonrisas

anchas, tus miradas claras.

Eso

era lo que allá, distante,

estaba viendo brillar.

De tanto y tanto viaje

nunca esperes que te traiga

más mundos, más primaveras

que esas que tú te defiendes

contra mí. El ir y venir

a los siglos, a las minas,

a los sueños, es inútil.

De ti salgo siempre, siempre

tengo que volver a ti.