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El sueño es una larga

despedida de ti.

¡Qué gran vida contigo,

en pie, alerta en el sueño!

¡Dormir el mundo, el sol,

las hormigas, las horas,

todo, todo dormido,

en el sueño que duermo!

Menos tú, tú la única,

viva, sobrevivida,

en el sueño que sueño.

Pero sí, despedida:

voy a dejarte. Cerca,

la mañana prepara

toda su precisión

de rayos y de risas.

¡Afuera, afuera, ya,

lo soñado, flotante,

marchando sobre el mundo,

sin poderlo pisar

porque no tiene sitio,

desesperadamente!

Te abrazo por vez última:

eso es abrir los ojos.

Ya está. Las verticales

entran a trabajar,

sin un desmayo, en reglas.

Los colores ejercen

sus oficios de azul,

de rosa, verde, todos

a la hora en punto. El mundo

va a funcionar hoy bien:

me ha matado ya el sueño.

Te siento huir, ligera,

de la aurora, exactísima,

hacia arriba, buscando

la que no se ve estrella,

el desorden celeste,

que es sólo donde cabes.

Luego, cuando despierto,

no te conozco, casi,

cuando, a mi lado, tiendes

los brazos hacia mí

diciendo: «¿Qué soñaste?»

Y te contestaría: «No sé,

se me ha olvidado»,

si no estuviera ya

tu cuerpo limpio, exacto,

ofreciéndome en labios

el gran error del día.